Hijos

19 de noviembre de 2023

1º Juan 5:1-21 (NTV)

En este capítulo nos exhorta a dejar todo lo que nos aleje del corazón de Dios, toda idolatría, toda religión o cualquier actividad o deseo que ocupe el lugar de Dios en nosotros. Juan cierra su epístola pastoral marcándonos tan fuertemente y recordándonos algo que no podemos olvidar nunca “que somos hijos de Dios”, que no podemos vivir en orfandad. La referencia que el utiliza para mostrarnos que somos hijos de Dios, es la historia del hijo del hombre, de Jesús.

Hijo del hombre es un título que aparece en el libro de Daniel y se utiliza para hablar de un hombre divino, de un hombre que no es de esta tierra y que vendría a cumplir un propósito que es redimir la maldad. Lo que Juan hace es invitarnos a vivir como Jesús vivió. En los evangelios aparece el título el Hijo del hombre, pero en las epístolas ya no se usa ese título, sino que se usa el Cristo, este hombre glorificado, este Mesías que vendría por nosotros.

Lo primero que el infierno quiere alterar en nosotros es nuestra identidad de hijos de Dios. No somos hijos de una historia fallida, no somos hijos de un matrimonio destruido, no somos hijos del pecado, no somos hijos de este sistema que está dominado por el mundo, sino que hemos sido comprados con la sangre del Hijo.

Esto es una radiografía de quién somos llamados a ser y de cómo es nuestra vida. Juan nos dice que el Hijo de Dios vino en agua, en sangre y en espíritu. Dios hecho hombre, el agua habla del bautismo, habla de la remisión de pecados, la sangre habla del sacrificio, habla de lo que Jesús tuvo que padecer porque padeció aprendió obediencia (Hebreos 5:8) y el espíritu habla de su deidad que lo conecta con el corazón del Padre y lo lleva a triunfar. Era necesario un hombre en el cielo para que nosotros podamos ser salvos.

Dios se hizo hombre y descendió del cielo como hombre, el hijo se hizo hombre, se despojó de su divinidad, de su gloria (Filipenses 2:7). Se puso nuestras ropas que nos aprietan tanto, que nos dan mal olor, que nos impiden vivir con esperanza, por eso, se vistió de nosotros y descendió. Dejó de ser Dios y se hizo hombre aunque no dejó de ser Dios, encarnó la espiritualidad en un hombre perfecto y este hombre perfecto descendió y se sacrificó. El Cordero inmolado que quita el pecado del mundo, esto fue una humillación para el príncipe de las tinieblas, qué humillación para el maligno que domina este sistema, fue derrotado por un Cordero.

Por la sangre de este Cordero todo derecho del infierno sobre nosotros se perdió. Por la sangre del Dios hecho Cordero la gloria está a nuestro alcance.

Ese este mismo Cordero crucificado del que Juan habla, este mismo Cordero es el León porque el Cordero que fue crucificado, resucitó y para nosotros la resurrección es muy importante, porque si Jesús no hubiese resucitado no tendríamos esperanza. ¿Para que vivimos? ¿Para adorar una estatua? Todo este mundo está lleno de dioses y de líderes que murieron y que siguen enterrados en sus tumbas pero nuestro líder, el Rey de Reyes y Señor de Señores, es el único que estuvo muerto y volvió a la vida. Es el único hombre que venció a la muerte por sí mismo siendo Dios y resucitó al tercer día. Más de quinientos testigos lo vieron más de cuarenta días, la evidencia es abrumadora, el mundo ha tratado de burlarse de esta historia, Satanás ha tratado de apagarla pero por dos milenios la resurrección de Cristo es indiscutible. No solo por la evidencia histórica, sino por lo que la resurrección de Cristo ha producido en nuestras vidas. Por eso no le oramos a una imagen, no adoramos una estatua, no seguimos a un pastor de moda, sino que seguimos al Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el que estuvo muerto, el que resucitó, aquel que es, que fue y que ha de venir, al Cordero y al León.

Nosotros somos la evidencia más poderosa de su resurrección pues estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero Él nos sanó, nos levantó, nos perdonó, nos ministró y un día reinaremos con Él para siempre.

La resurrección de Cristo es increíble, pero hay algo más, no solo resucitó, sino que Él ascendió. Su ascensión ocupa una parte importantísima del Nuevo Testamento y las epístolas hablan una y otra vez porque esto es un hecho importante. Este hombre que es Dios, murió, resucito y ascendió, fue el primer hombre que físicamente atravesó la dimensión espiritual para sentarse a la diestra del Padre. Jesús es nuestro mayor intercesor en el cielo, por eso Juan dice: entiendan que por medio de lo que el Hijo hizo podemos pedirle a Dios y todo aquello que a Él le agrada nos lo dará. Tenemos la certeza que contestará cuando pedimos conforme a su voluntad pues para eso pagó el precio, ascendió y está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Nos preguntamos entonces ¿Por qué el pecado nos vence y nos va mal? Porque nosotros queremos, pues tenemos de nuestro lado al mayor intercesor que delante del Padre intercede con su sangre derramada en sus manos, intercede en el espíritu.

Aunque estemos destruidos sin dar más, si doblamos nuestras rodillas con sencillez y humildad algo sucede porque el Hijo del hombre intercede por nosotros.

Juan dice que por medio del Hijo tenemos lo que necesitamos, porque ascendió y está a la diestra del Padre. Podemos tener mil voces de acusación, podemos sentirnos la peor persona por todo lo que estamos viviendo pero Jesús el Hijo de Dios está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Por medio de su sangre le dice al Padre: «yo sé que no son dignos pero yo me sacrifique por ellos» Él conecta con el Espíritu y no hay nada que le pidamos a Dios conforme a su voluntad que no nos sea dado. Para los tiempos que viviremos debemos entender esto, no podemos depender de un obrero, de un pastor, de una religión, vienen tiempos en que literalmente seremos sostenidos por Dios de manera sobrenatural y tendremos que arrancar la tibieza espiritual de nuestras vidas. ¿Cuántos de nosotros hemos intentado arreglar el lío en nuestras casas? ¿Hemos intentado salir adelante, intentado vencer ese pecado que se repite una y otra vez? Hemos dado lo mejor de nosotros y lo hemos confesado, le buscamos la vuelta pero parece que no hay manera. Entonces ¿pensamos que Dios nos va a dejar en la mediocridad de pecados sin vencer porque no somos lo suficientemente poderosos para realizarlo? Por supuesto que no, Él venció a la muerte, resucitó y está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Cuando pedimos, desarrollamos intimidad, cuando rasgamos nuestros corazones, su intercesión llega y se desatan los recursos, se desata la vida del cielo, nuestro espíritu se conecta con su espíritu. Debemos creer esto, no solo porque pensamos que Dios tiene que darnos una vida mejor, o porque necesitamos vacaciones o extender nuestra casa, tenemos que entender que si este es el modelo de vida del Dios que servimos así también viviremos nosotros.

Viene un tiempo de clamar como nunca antes y de entender que El ascendió. Hay un hombre en el cielo sentado a la diestra del Padre y tiene señorío sobre todo, no solo intercede, sino que puede derramar lo que sea a nuestro favor.

En esto no hay nada de lineal, hay subidas, hay bajadas, hay muerte, hay resurrección, hay ascensión pero también hay una segunda venida. Cuando Jesús asciende los ángeles del cielo dicen: «varones por qué están tristes, este mismo hombre que ustedes vieron ascender, va a descender del cielo» Los teólogos, las iglesias y las corrientes escatológicas les cuesta ponerse de acuerdo cómo será, dónde ocurrirá el rapto, cuándo ocurrirá, pero todos aquellos bíblicamente precisos afirman lo mismo “Jesús físicamente regresará para reinar con nosotros para siempre” será una boda, será glorioso. El tema es que las señales de este segundo regreso se están dando como nunca en este tiempo, cosas que antes pasaban esporádicamente ahora están ocurriendo todas juntas. Estamos a un paso que en Israel se levante un pacto de paz que unifique a las naciones y una persona que se manifieste como alguien bondadoso pero que tendrá la figura del anticristo. Si eso ocurre solo falta una señal que el templo se construya en Israel y que el evangelio llegue a los confines de la tierra.

Entendemos que Jesús es el Cristo, el Mesías es Dios. Por eso, podemos amarnos los unos a los otros y entender que si alguien cayó en pecado o está mal lejos de condenarlos podemos atraerlos en el amor de Jesús.

No es mucho lo que falta, nunca antes nos vimos así, puede ser que si o puede ser que no, puede ser que el conflicto con Israel mengue y después vuelva a suceder, no lo sabemos, nadie sabe el día ni la hora. Pero sí sabemos que no es tiempo de dudar, debemos estar preparados y entender que como el hijo se revela nosotros nos revelamos como hijos de Dios. Juan dice: “el que tiene al Hijo tiene la vida y el que no tiene al Hijo no tiene la vida eterna”. En un punto perdemos la urgencia de presentar al Hijo de Dios a la gente, pensamos que seguir a Jesús es una opción más o una alternativa viable entre muchas, pero no, el que tiene al Hijo tiene la vida y el que no tiene al Hijo no tiene la vida, y no solo una vida acá, no tiene la vida eterna, porque hubo uno solo que atravesó este proceso, es el Cordero Inmolado que quita el pecado del mundo. La historia empieza como termina y termina como empieza, hay más descenso que ascenso. Cuando miramos esto en el mapa de nuestras vidas queriendo que sean lineales todo el tiempo y súper exitosas, nos olvidamos que el éxito en el reino de los cielos atraviesa sacrificio, muerte, resurrección, que hay ascenso, hay victoria, hay gloria, hay momentos extraordinarios, pero estamos marcados por diferentes temporadas.

Por mucho tiempo hemos hecho una teología tan errónea y en lugar de predicar la santidad hemos predicado la prosperidad, entonces de acuerdo a cuan prósperos somos entonces somos más santos. Juan dice: «quiero que prosperes en todo así como prospera tu alma» y con esto entendemos que Dios quiere que prosperemos económicamente, que avancemos, que tengamos los recursos pero a costa de la vida de Cristo creciendo en nosotros, no a costa de nuestras familias, no a costa de nuestra muerte espiritual. Ahora nos preguntamos ¿podemos ir por todo? Por supuesto que sí, que prosperemos en todo así como prospera nuestra alma, lo que lo exalta a Cristo es su entrega, lo que lo levanta es su sacrificio. Él es Dios, es eterno, es glorioso pero su obediencia es lo que lo eleva y es lo que lo hará regresar. Así como fue obediente para venir a dar su vida, será obediente para regresar y reinar con nosotros.

El evangelio no tiene que ver con la prosperidad, sino que la prosperidad para nosotros tiene una sola connotación y es la vida de Cristo creciendo en nosotros.

Tenemos que preparar a la iglesia que va a reinar con Cristo para siempre, una iglesia que atravesará estos estados pero que caminará en integridad, que será prospera pero con el objetivo de revelar a Cristo. Una iglesia creciendo en su familia, en su vida, en su economía pero para preparar el camino para el que viene. Porque tenemos a Cristo tenemos la vida, Juan nos recuerda que son los hijos de Dios los que vencen al maligno. No hay nada que venza a Satanás que no sea el hijo de Dios. Cuando Jesús interviene en nuestra casa, en nuestra familia, el infierno retrocede y lo que le tomó a Satanás años destruir, en un instante la sangre poderosa de Jesús lo redime. El trabajo que hace Satanás es de generaciones, pero cuando nosotros nos rendirnos a Cristo, Él nos levanta y siglos de inversión diabólica se convirtieron en nada por el poder de la sangre de Jesús. No tengamos miedo pues si estamos en Jesús no solo nuestros hijos no repetirán la misma historia que nuestros antecesores, sino que nuestros hijos y nietos serán protagonistas de una nueva historia, de una historia gloriosa y sobrenatural, ¿Por qué sabemos que somos hijos de Dios? Porque no practicamos el pecado, sino que lo resistimos, no tenemos tolerancia al pecado pues es ausencia de propósito, vivir sin causa, es errarle al blanco, vamos de pecado en pecado cuando diluimos nuestra identidad.

Si tenemos propósito no vamos a pecar, pues tenemos una disciplina que nos aleja del pecado y por lo tanto la vida de Cristo crece dentro de nosotros de manera extraordinaria. El propósito nos da estabilidad, nos preparamos para entregar nuestras vidas entendiendo que Él intercede por nosotros, que regresará y reinaremos con Cristo para siempre.

Nuestro servicio tiene mucho valor, nuestra entrega es importante y no solo el diezmo que ponemos, sino que cuando abrazamos a nuestros hijos, cuando damos nuestros grupos de vida, cuando luchamos con nuestras debilidades y manifestamos el nombre de Jesús en nuestro trabajo. Todo lo que implica entrega a favor del propósito, que es revelar al Hijo de Dios, tiene recompensa. No podemos vivir esclavos de este sistema que está bajo el maligno, tenemos que entender que el propósito mayor en nuestras vidas es revelar al Hijo de Dios en donde estamos. En lo que hoy nos toca hacer debemos manifestar el poder de Dios, enseñarles a nuestros hijos que hay propósito en sus vidas, abrazar a nuestras esposas o esposos y decirles que no solo están para cubrir un cargo dentro de la iglesia, sino que hay un propósito en todo. Todo lo que hacemos tiene eternidad, y si a Dios le place que estemos toda la vida sirviendo debemos dar gloria a Dios porque será eterno. Asimismo si Él quiere sacarnos y plantarnos en otro lugar será su gloria extraordinaria también.

Un avivamiento sustentable no es más gente conociendo, sabiendo o teniendo más éxito, es gente siendo iglesia, operando en el poder de los cinco ministerios y revelando a Jesús.

Debemos entender que el que ascendió también descendió y que ese espacio que hay entre su ascenso y su segunda venida es nuestra oportunidad de revelar al Hijo de Dios, es nuestra oportunidad de derrotar al maligno. El diablo tiene este sistema atado, nuestros hijos van a escuelas que le enseñan cosas terribles, trabajamos en lugares agotadores que no nos dejan tiempo ni esperanza. Tratamos de que nos rindan las cosas, vivimos marcados por la ansiedad, las tentaciones están a nuestro alrededor pero Juan dice: quiero que sepan algo «aquellos que tienen al Hijo tienen la vida y los que tienen la vida han derrotado al maligno que gobierna sobre este sistema».

El diablo vive perdiendo con nosotros todo el tiempo, pues trata de enemistarnos con los que son de la casa, pero porque tenemos al Hijo amamos a los que son hijos de Dios, reinaremos juntos, gobernaremos con Cristo. Debemos sacar a luz el propósito porque revelado a la vida de Jesús nuestra ciudad, nuestra nación será transformada. Debemos crecer en un solo cuerpo para que Él se haga visible. Solo un poco más de tiempo como dice Pablo y le veremos, solo un poco de tiempo y este hombre que ascendió, descenderá.

Cuando gritamos Maranata o proclamamos Ven Señor, no es solo una canción de moda, sino que es esta historia que nos lleva a ser hijos, es la esperanza que se revela cuando pasamos dificultades, es un hambre en nuestros corazones de que no nos alcanza unas lindas reuniones o buenos momentos, sino que queremos tocarlo, queremos verlo, queremos que nuestros hijos lo vean regresar, queremos vivir para ese momento, para esa hora nos estamos preparando.

Somos hijos. Tal vez el infierno nos pateó tanto que nos pensamos bastardos, tal vez hemos cedido tanto a los deseos de nuestra carne que hemos dado por hecho que el ser cristiano es solo un hobby, pero somos hijos. Podemos embarrarnos hasta las orejas pero la identidad de aquel que nos compró con su sangre no puede ser borrada de nuestro propósito. Por eso nuestro corazón se enciende una y otra vez, nos volvemos a levantar en medio de nuestra debilidad para poder experimentar su gloria. Por eso Juan que nos habla del amor, que nos habla del Selah, hace este énfasis que seamos hijos, que nos revelemos como hijos porque si somos hijos tenemos la vida. Rechacemos todo lo que ocupa el lugar de Jesús en nuestras vidas.

“Rechacemos todo lo que ocupa el lugar de Jesús en nuestras vidas, no nos permitamos idolatrar cosas que le roben el lugar a Cristo. Cuando le damos la importancia que Cristo se merece en nuestras vidas todo se ordena. Somos hijos por el sacrificio de Jesús, no hay manera que nos presentemos al Padre pidiéndole a Dios de la forma que a Él le agrada que no nos sea concedido. No podemos vivir una vida mediocre en el Espíritu, sino que debemos vivir revestidos de Dios y llenos del Espíritu Santo para caminar revelando su gloria. El león le ruge al Padre por nosotros, pidiendo que el infierno no nos trague, que podamos recuperar nuestras familias, que revelemos su gloria hasta que Él venga. El Cordero está clamando por cada uno de nosotros y cuando él descienda verá el fruto de su intercesión, vera el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho.”

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