Esperanza de vida

24 de octubre de 2021

Su cuerpo, hermoso y perfecto,

teñido en carmesí,

sus venas rotas vertieron la

sangre que hoy me deja vivir.

 

Como una flor que alguien

arranca sin piedad,

sin ver su atractivo ni

su parecer prodigioso.

 

Lo vimos y no lo estimamos,

lo tocaron nuestras manos

y no lo deseamos.

 

Su carne fue rota

para que la mía esté sana,

hilo por hilo fue él fracturado

para que yo esté completo y restaurado.

Fragmento de un poema de Yamila A.

 

Isaías es uno de los pocos profetas que nos deja ver sus sentimientos y emociones a flor de piel. En el año en que murió el rey Uzías expresa con sus palabras lo que Dios siente por Israel. Traduce la profecía en poesía, con mucha claridad, cada una fue declarada y escrita por el profeta Isaías. Habló con exactitud todo lo que ocurriría, no como un pronóstico ni como adivinación, sino como alguien que ve el camino y que traza puntos a través de ese.

Isaías 53:1-12 (NTV)  Isaías, en un contexto de cautividad, se para delante de un pueblo totalmente revelado en contra de Dios y anuncia la llegada del Mesías que ellos necesitan, pero se pregunta: ¿quién prestará atención a un anuncio tan radical, tan particular? en el anuncio hay detalles de cada paso que dio Jesús. No necesitamos hacer un análisis muy profundo para ver que Isaías 53 nos está hablando de Jesús, nos muestra el camino, reconocemos su origen, hacia donde va y a donde volverá.

Y podemos preguntarnos: ¿quién va a creer en un Mesías que nace como un brote tierno, como raíz en tierra seca? Las raíces no tienen belleza pero es una fuente de alimento,  produce vida. Quizás pensamos que la belleza de Jesús pasaba por las características físicas,  pero la imagen está ligada a los encuentros que tenemos con él. Sin embargo, Jesús marcó una referencia y todo lo que tenemos de él es lo que escribieron los profetas, pero la razón más fuerte es cuando le conocemos.

Lo llamamos Señor porque está en el trono y puede hacer lo que quiere cuando quiere, pero no solo por eso, sino que entendemos que siendo Dios vino y se sacrificó por todos nosotros. Isaías va más profundo, mencionando que la gente lo iba a despreciar, que sería azotado e injustamente condenado. Sin embargo, cada azote y cada herida tendrían propósito, pues por sus llagas seriamos curados y por su vergüenza seriamos sanados.

 Siendo Dios no tenía necesidad de padecer  pero se hace hombre humillándose y conociendo el dolor más profundo. No es un Dios hecho estatua y tirano, sino que es un Dios que envió a su hijo a padecer el más profundo dolor y se  identificó con nosotros. La empatía de Dios hacia nosotros no es que simplemente nos acompaña, sino que nos toma e incluye en su forma para que podamos vivir por la eternidad. Isaías dice que todos nos apartamos sin embargo él cargó el precio de nuestro pecado en su cuerpo.

“Yo le rendiré los honores de un soldado victorioso, porque se expuso a la muerte. Fue contado entre los rebeldes. Cargó con los pecados de muchos e intercedió por los transgresores”. El Dios que conocemos trazó un camino para que nuestra adoración este ligada a su sacrificio, a su entrega, a lo que vivió a través de sus procesos para darnos libertad. Dios conoce nuestro dolor más profundo, nuestras marcas y nuestras heridas. Acá no hay títulos, no hay jerarquías, sino que hay entrega y es lo que marca el camino. El proceso de la vida que Isaías describe de Jesús es nuestro proceso, es nuestra historia y debemos aprender a mirarla de la manera correcta. Somos el cuerpo de Jesús, somos la iglesia, nuestras vidas y familias tienen un propósito eterno. No es que Dios intervino en un momento para facilitarnos la vida, sino que ya tenía un propósito desde antes de la fundación del mundo con nosotros que se fue entretejiendo para usarnos en este tiempo.  

¿Quién no fue una raíz en tierra seca, quién no fue un brote verde expuesto a este mundo o un prodigo, quién no atravesó marcas, azotes y heridas? nuestro camino fue transitado por el hijo de Dios venciendo en cada etapa, en cada posta para que nosotros podamos ser justificados. Mirar a Jesús nos lleva a dimensionar nuestra vida de otra forma, no a través de las perdidas sino entendiendo que en cada etapa, en cada proceso, en cada dolor, en cada enfermedad, cada vez que nos sentimos despreciados aun Dios está operando para libertad en nuestras vidas.     

Jesús tiene nuestros mismos sentimientos, se vio vulnerable, incapaz e imposibilitado pero a través de ese proceso venció a la muerte sin tener pecado y a través de eso derrotó al infierno. El cielo le rinde los honores  de un soldado victorioso pues estuvo dispuesto a entregarse. Si tenemos que ir a la guerra contra alguien debemos preferir aquellos que tienen cicatrices y no títulos, no porque los títulos no sirvan, sino porque las cicatrices hablan de batallas ganadas. Dios no viene a buscar a un pueblo de frustrados, sino a un pueblo que en medio de la dificultad se hace fuerte, que en medio del desierto se convierte en una raíz que produce vida. Aun quizás sin tener belleza produce bendición del cielo, que aun cuando ha sido azotado y golpeado entiende que Cristo en la cruz resolvió ese conflicto para no tener que vivir lo mismo y para que estemos dispuestos a partir lo que Dios nos dio.

Nos revelamos contra un sistema perverso, contra el pecado, la maldad, contra las cosas que nos roban la identidad; nos revelamos como el Jesús del que predicamos, que no se conformó a este mundo sino que vino para que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida eterna.

Estamos para que no nos perdamos en el sistema materialista, para que todos puedan ver a Jesús en nuestras vidas. Cada uno en la vida hicimos lo mejor que pudimos pero cuando Jesús viene nos trae luz, descubrimos lo que está bien y lo que está mal. El enemigo es muy astuto y siempre va a venir con la misma debilidad, por eso debemos ser sabios para que cuando venga la misma tentación la enfrentemos y la echemos fuera de nuestras vidas. Muchas veces nuestra debilidad tiene que ver con negociar con el pecado pero entendemos que nuestro pecado ya fue pagado por eso debemos luchar contra el enemigo y pararnos en lo que Dios tiene para nuestras vidas.

Quizás el evangelio no tenga que ver con lo estético, la belleza del evangelio es más profunda, es la persona de Jesús con cicatrices que vencieron a la muerte, la belleza de este evangelio es la capacidad de caminar en medio de las tormentas en victoria, es siendo cada día más parecidos a Jesús, teniendo una vida y un hogar que refleje a Cristo.

Vivimos una vida de rebelión día a día en contra de la muerte, del pecado y de la angustia. Una rebeldía que transforma los corazones convirtiéndonos en un factor de vida siendo puentes para que todo lo que está muerto vuelva a la vida, para que hogares y familias rotas sean restaurados, para que jóvenes perdidos encuentren sus horizontes y para que ciudades enteras se vuelvan a Jesús.

Esta profecía de Isaías relata nuestras vidas, nos cuenta lo que pasará con nuestros hijos y con las generaciones que vendrán. Renovamos la profecía porque se levanta una iglesia, una generación como un pequeño brote verde, una iglesia que tiene una raíz en tierra seca, se levanta desde lo último de la tierra gente que no tiene parecer, que no es hermosa, que no es bella visiblemente, que ha sido azotada, golpeada, que se ha equivocado, pero que Dios le ha dado el propósito para levantarlos, preparados para pelear y no ser vencidos.    

  “No somos personas frustradas, de títulos no otorgados, no perseguimos cosas vanas, sino que lo miramos a Él. Queremos ser hallados dignos de sus cicatrices entendiendo que, atravesando nuestros procesos, caminamos de victoria en victoria y de gloria en gloria. Queremos que cada caída no sea en vano, que cada perdida nos sirva para que Dios este con nosotros, que cada lágrima valga la pena. Y nos veremos caminando en una victoria extraordinaria.” 

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