La profundidad no es una opción

5 de noviembre de 2023

Hay algo que se nos ha enseñado como iglesia, que es esta idea de parte de Dios de vivir en un avivamiento sustentable. Estamos viviendo en este avivamiento pero también debemos entender que vienen otros más y que en esta sustentabilidad de fuego viene un avivamiento por revelación.

¿Qué quiere decir por revelación? Cuando hablamos de revelación entendemos que debemos afinar el oído para poder escuchar a Dios, poder obedecerlo para que así nos lleve a donde él quiere y transformar espacios. Vivir en el fuego de Dios no es una experiencia mística, sino la realidad del poder del fuego del Espíritu Santo que nos envía a lugares para transformar espacios, donde la gente que conozca a Jesucristo tenga cambios reales y sus vidas sean transformadas.

Necesitamos vivir en el fuego.

Cuando leemos la palabra creemos que la profundidad en esta historia de caminar con Dios no puede ser opcional, lo contrario a la profundidad es la superficialidad, si queremos alcanzar los frutos deseados no podemos vivir en la superficie, sino que necesitamos ser profundos. Nunca va a ser en esta profundidad, de un día para el otro el fruto que esperamos, sino que se necesitarán muchas horas de trabajo para llegar a tener el fruto anhelado. Si llevamos esto a la práctica en un árbol frutal podemos entender que cada árbol tiene dentro una información de lo que porta por lo cual da el fruto, de la misma manera nosotros portamos una información desde aquel día en el que salimos a la luz y en algún momento lo que portamos se va a ver.

La palabra en San Mateo 5:15 “Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa” es decir que en algún momento todo sale a la luz, pues lo que el Señor encendió en nosotros tarde o temprano todo el mundo lo vera, el fruto se puede ver.

¿Qué tenemos para dar?  Hubo un día en el que Jesús tuvo hambre y acercándose a una higuera quiso tomar un fruto de ella, pero no lo encontró, por lo cual la maldice y esta se seca. Entonces nos podemos preguntar ¿por qué Jesús quiso tomar un fruto de la higuera si sabía que no lo encontraría? Porque tenía apariencia de fruto (San Marcos 11:12-14) La persona superficial muestra algo que no es pero Jesús no se queda con las apariencias sino que busca lo que sabe que tiene que tener. La persona superficial muestra algo por fuera, pero por dentro está vacío, no tiene fruto, y se excusa diciendo «todavía no es el tiempo» pero el tiempo del fruto no es mañana, sino hoy. La higuera perdió la oportunidad de darle al creador el fruto que él quería. ¿Cuál es la diferencia entre dar fruto, tener fruto o no tenerlo? El fruto habla de nuestro carácter, de lo que somos, a Jesús le profetizaron en Isaías 53:2 “le veremos, más sin atractivo para que le deseemos”

El fruto genera un atractivo porque nuestra vida no lo tiene, sino que lo que genera atractivo es el fruto del Espíritu de Dios en nosotros.

La gente puede ver el fruto, si vamos a la historia de Sansón podemos entender que la gente veía el fruto que él tenía cuando mataba a los filisteos, agarraba leones, el Espíritu se movía sobre él, todos veían lo que Sansón hacía pero ninguno se rendía ante ese poder, sino que trataban de subyugarlo, apagarlo y matarlo. Lo mismo pasaba con Jesús, veían el fruto en su vida y muy pocos se rendían ante él, hasta que lo crucificaron. Por eso, entendemos que aquel que quiera vivir piadosamente sufrirá persecución.

Lo de vivir en un avivamiento sustentable y de fuego tiene que generar algo en otros, pues si estamos caminando por el fuego y nunca tuvimos un problema con el enemigo es porque vamos caminando por la misma vereda, pero Dios quiere que aun así podamos llevar ese fruto. No jugamos a la iglesia, somos iglesia y debemos llevarla al próximo escalón aunque en hacerlo se nos vaya la misma vida. El fruto habla de nuestra vida de fe, habla del carácter cristiano, no simplemente de los dones, vemos que el don en la vida de Sansón funcionaba porque funcionaba Dios pero lo que no funcionaba era su carácter.

El carácter es muy importante porque el don nos promociona pero el carácter nos sostiene. No podemos vivir una vida sin carácter y el fruto es el carácter de Jesús.

Vemos en Génesis cómo Abraham había entendido todo, pues edificó un altar al Dios que se le había aparecido (Génesis 12:8). Abraham va a recibir una promesa que va alcanzar nuestras generaciones, Abraham entiende que no se va a enfocar en lo que recibe de Dios, ni se relaciona con la promesa, sino que se relaciona con el que promete. Muchas veces nosotros recibimos promesas y las reclamamos, pero siempre es Dios primero, guardar el fuego de nuestro primer amor es profundidad. Nuestro primer amor no tiene que ver con lo que hacemos sino con lo que somos, lo que hacemos es una consecuencia de lo que somos.

El primer amor no es lo que hacemos para Dios, sino que nuestro primer amor es él y cuando lo colocamos en primer lugar todo se acomoda.

Abraham edifica un altar, tenía profundidad en su relación con Dios, se equivocaba mil veces pero hacía otro altar, buscaba el fuego y la presencia. En el altar somos bendecidos, ¿Cómo hacer en los días que corren para que la obra no se coma al obrero? ¿Cómo hacer para que los días oscuros y difíciles que atravesamos nacionalmente no se lleven nuestro compromiso como discípulo? La única manera es que seamos profundos, que nos pongamos en el corazón de Dios, que entendamos que allí está la respuesta, Abraham edifica un altar y allí es levantado. Por eso en el altar, en la presencia de Dios, en lo profundo de su corazón nuestras familias serán transformadas, la nación será bendecida, en el altar seremos bendecidos por Dios.

En el altar nuestras vidas se despiertan, en el altar somos cubiertos por la poderosa mano de Dios, en el altar somos preparados para lo que viene.

Quizás nos gustaría decir que después de la promesa hecha a Abraham, este pudo caminar como el mejor campeón sobre la tierra, pero no, porque ni bien salió de ese altar llegó un hambre a toda la tierra que mató a todos, pero no pudo con Abraham y su promesa porque estaba preparado en su presencia. Abraham entiende la diferencia entre ser tocado y ser lleno. Tocado fue Saúl, quien por sus apetitos de ambición quiso más de lo que Dios tenía para él, tocado fue Sansón que sus apetitos sexuales pudieron más que el llamado que tenía desde el vientre de su madre, tocado fue Judas que terminó vendiendo a Jesús, fueron tocados pero no transformados.

En el altar Dios se revela, se abre y se da a conocer. El altar deja marcas, deja huellas profundas en el corazón del hombre.

En la presencia seremos llenos del Espíritu Santo para caminar en un fuego que no se apague. Jacob fue marcado por Dios, quedó rengo, Saulo quedó ciego, Daniel quedó mudo, Jesús lloró lágrimas de sangre. Pero en el altar no hay pérdida, en el fuego del altar hay entrega. Aquí estamos hoy para llevar nuestras vidas a un escalón más, que el Señor nos ayude a crecer, en el altar seremos pastoreados.

Dios pastoreó a Abraham toda su vida, lo pastoreó de altar en altar, lo sacó de la tierra, lo llevó a la tienda, desde allí le mostró las multitudes y de ahí todo lo que venía, lo pastoreó siempre. Abraham recibe la promesa a los setenta y cinco años, pero se cumple a los noventa y nueve y nos podemos preguntar ¿Señor, como esperaremos lo que está viniendo? ¿Tendremos las fuerzas para esperarlo? Por supuesto que sí, solo necesitamos a Dios para lograrlo.

“Debemos tener hambre de su presencia, en el altar podemos ver lo que viene, lo que Dios tiene preparado para nuestro corazón y para nuestras vidas. En el altar, en la presencia de Dios nos exponemos y recibimos lo sobrenatural. El aviamiento sustentable es una realidad para vivirla, disfrutarla y caminar en ella.”

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