Santidad y orden

27 de noviembre de 2022

Todas las pasiones se ordenan cuando me apasiono por Jesús.

-Maximiliano Gianfelici

En Cantar de los Cantares vemos cómo el Señor ve a la iglesia, cuando la describe hay dos palabras que son las que salen de la boca de Dios para trazar un marco hacia donde nos está llevando, las cuales son: santidad y orden.

Cantar de los Cantares 6:10 (NTV)

El amado está cantando a la amada y ya no tenemos duda que no se habla de una persona física solamente, sino que en el plural encontramos a un pueblo. Si leemos los versículos anteriores nos viene diciendo de ochenta concubinas y cientos de reinas, pero menciona que una sola es “la paloma mía”. Termina diciendo que se encuentren para tener un tiempo de intimidad porque la amada es como el encuentro de dos campamentos: básicamente son dos ejércitos que se encuentran para la batalla, y cuando los ejércitos se unían delante iban los estandartes donde había danzas y alegría porque iban confiados de que Dios les daría la victoria. Delante de los ejércitos había danza, alegría, gozo

Cantares 6:13 (NTV)

Cantar de los Cantares nos habla de que hay muchas mujeres pero una sola es la amada, la paloma, nos está diciendo que hay un montón de alternativas pero que debemos mirar a lo que fuimos llamados a ser parte. Somos parte de un pueblo santo. Pedro en su epístola nos habla de que fuimos llamados a ser una nación de sacerdotes, una nación santa, un pueblo apartado, preparado para anunciar las virtudes de aquel que nos sacó de la oscuridad a su luz admirable. Una nación de reyes y sacerdotes para contarle y mostrarle a este mundo su gloria.

Pareciera que Pedro está viendo lo mismo como el que escribió Cantar de los Cantares (6:10) donde nos habla de la aurora, la luna y el sol, como un destello de claridad que rompe la oscuridad, que quiebra y que destruye. Habla de la luna como un objeto de inspiración que representa lo femenino, la delicadeza, que representa lo romántico, la esencia de la mujer; pero también habla del sol que es el que trae luz y donde todo se expone, donde todo se ve, donde siempre hay claridad. Esta es la descripción de un  pueblo santo, para aquellos que hemos decidido rendirle a Jesús nuestras vidas y ser parte de este pueblo la santidad no es algo opcional, no es un conjunto de reglas religiosas donde las cumplimos al pie de la letra para poder entrar y acceder a lo que Dios nos demanda, claro que no. Religión: viene de religar, de tratar de reconectar a Dios con el hombre, pero no alcanza, porque no hay torres de Babel que construyamos que nos acerquen a Dios porque él es Santo y es perfecto.

Hay un solo puente, hay un solo mediador entre Dios y los hombres que es Jesucristo: él es el puente, es la ley, la regla, la gracia y la medida del mandamiento que debemos cumplir.

Cuando vemos en la antigüedad los diez mandamientos que eran las reglas de santidad legal, civil o de salud, parecían difíciles de cumplir, pero la verdad que no es así. Los diez mandamientos nos hablan de no codiciar a la mujer de nuestro hermano, de no robar, de no matar, de honrar a Dios, de respetar a los padres y cualquier persona natural que no cumpla estos mandamientos básicamente entra en una condición de salvajismo, que no tiene libertad y está dominado por sus propios deseos. Sin embargo, nosotros decimos ¡que son principios tan difíciles de vivir! Pero cuando Jesús vino tomo esos diez mandamientos y dio a entender que no es la ley lo que los conecta con Dios porque esos mandamientos eran apenas un poco de lo que nos pediría.

Jesús nos dice que amemos al Señor nuestro Dios con toda nuestra mente, con nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas; que amemos al prójimo como a nosotros mismos. Estas dos reglas son la demanda de un todo, Dios es Dios en nuestras vidas, es su esencia y su naturaleza la que nos conduce. No solo no nos permitimos codiciar la mujer de nuestro hermano, sino que no nos permitimos que nuestro corazón sienta diferente a lo que siente el corazón de Dios.

No nos permitimos la infidelidad, la deslealtad, no luchamos solamente por hacer lo correcto, sino que luchamos para agradarle a Dios. Formamos un hogar, amamos a nuestros esposos y esposas, conducimos a nuestros hijos tratando de trazar un rumbo donde la naturaleza de Cristo sea la que gobierne nuestras vidas.

No se trata de dejar que nuestros deseos nos conduzcan a lo que sea, sino que podamos conducir nuestras pasiones hacia nuestra mayor pasión que Jesús

Nadie nos obliga venir a la iglesia, nadie nos paga para ello, nadie nos amenaza con el infierno, no pretendemos comprar la bendición de Dios con nuestra ofrenda. Estamos y hacemos porque tenemos un propósito, siendo llamados desde antes de la fundación del mundo, comprados con la sangre del cordero entendiendo que Dios nos ama, fuimos perdonados de toda nuestra maldad a un precio que jamás podríamos pagar. Indignamente fuimos llamados a ser parte de la naturaleza divina y estamos buscando agradar a Dios por encima de todas las cosas.

Eso es lo que nos moviliza: la vida de Jesús en nosotros. Por eso, la santidad no es una opción, la santidad no es una posibilidad que se adecua a la cultura del mundo y del momento que nos toca vivir. La santidad no es una tortura permanente, no es una carga insoportable, la santidad no es aguantarnos las ganas de pecar todo el tiempo para que nos vaya bien o mal.

La santidad es morir para que la vida de Dios crezca en nosotros. Es una disciplina en la que ejercemos el dominio propio, que nos fue dado por el espíritu, para desarrollar el llamado con el que Dios nos ha convocado. La santidad nos hace bien, nos libera, es como el alba que rompe la noche, es como la aurora que refleja su gloria, es como la luz del sol que no se puede esconder, no se puede apagar. A este mundo le molesta, la rechaza, no le gusta la integridad, le molesta que seamos como somos, no le gusta que amemos a los demás, pero por más que moleste la luz del sol no se puede apagar, no se puede detener, no se puede esconder, no se puede tapar el sol con una mano.

La santidad es bella porque es la expresión de Jesús, se disfruta vivir en ella, es estar enamorados de él.

La santidad es como la luna en medio de una noche oscura que regula las mareas, que ordena nuestras vidas y nuestros hogares. Muchas veces exigimos la santidad del otro cuando no vivimos la nuestra, pues cuando vivimos en santidad no tenemos que exponernos, ni pararnos en un pedestal sino que simplemente estamos ahí. Cuando el amado ve a la iglesia ve una iglesia santa, sin mancha, una iglesia limpia, inmaculada y nuestra pregunta es si él nos mira así ¿Por qué una y otra vez nos conformamos con menos, porque nos refugiamos en la religión y en el orgullo? ¿Por qué decidimos rendirnos al pecado y dejar que este controle nuestras vidas? Simplemente porque es más fácil. Cuando viene Jesús encontramos algo más, encontramos que su vida fluye y crece dentro de nosotros.

La santidad no pasa por el altruismo, de hecho gran parte de las cosas que hacemos por los demás es para tratar de tapar nuestros pecados, gran parte de lo que hacemos para ayudar a otros muchas veces es para esconder las cosas con las que no queremos lidiar pero sabemos que nos roban la integridad. Ahora cuando él viene, cuando somos honestos con nosotros mismos, cuando entendemos a lo que nos ha llamado la luz de su santidad expone nuestra debilidad no para condenación sino para poder ser libres y vivir en plenitud.

Él no nos llamó para vivir escondiendo nuestros pecados o a maquillar nuestros errores todo el tiempo, no nos llamó para estar sometidos por lo mismo una y otra vez amparándonos en las buenas obras y en la religión, sino que nos llamó a una carrera que va a durar toda la vida, que es como la aurora, que comienza poco a poco y va creciendo, donde tiene momentos tal vez de oscuridad más intensos hasta que la luz destella por completo.

La santidad es progresiva, se desarrolla a tal punto en que un día le vamos a ver cara a cara, en plenitud. La santidad es el impulso del Espíritu Santo que nos justifica, es el poder de su sangre levantándonos una y otra vez. Es la esencia misma de Cristo creciendo en nosotros que nos permite compartir de su vida con otros.

Por eso cuando Dios mira a la iglesia dice: ¿Quién es esta? Imaginémonos a Dios mirándonos y diciéndonos: ¿Quiénes son estos? Son como la aurora, como la luna, como el alba que rompe la oscuridad, como el sol que no puede ser oculto. Si nuestro amado quien derramó su sangre para que podamos vivir en plenitud nos ve de esta manera, ¿por qué nosotros vamos a vivir por menos? ¿Por qué nos vamos a conformar a este sistema? Antes bien somos transformados por la vida del Espíritu.

Por eso la santidad se alcanza y se logra en comunidad donde cuando alguien cae, otro lo levanta, donde hay alguien que es fuerte en un área donde otro es débil, donde hay otro con el que se puede ser vulnerable para pedir ayuda y dejarse ministrar. La santidad no trae orgullo, sino que trae dependencia de Dios y del cuerpo al cual pertenecemos porque solos es imposible. En la santidad nos conectamos unos con otros, servimos y nos sirven, pastoreamos y nos pastorean, discipulamos y somos discipulados. En toda la comunidad nos nutrimos los unos a los otros y nos acompañamos.

La santidad va acompañada de orden porque no es el fruto de una persona que sola procura agradar a Dios, la santidad es un atributo colectivo del cuerpo.

La última expresión de Cantar de los Cantares 6:10 dice: “¿quién es esta majestuosa como un ejército con sus estandartes desplegados al viento? Cita aquí los dos aspectos: la belleza y la militancia. La belleza de la santidad se termina reflejando en esta visión de un ejército con sus estandartes desplegados al viento. El estandarte era la marca de identidad, era el símbolo que les daba valor a los soldados que peleaban por su bandera, por su rey, por su nación y por su visión. Uno de nuestros estandartes es Maranata: él es nuestro rey, el reinará por siempre y todo lo que hacemos perdurará por la eternidad.

Cuando Dios nos mira menciona que ve un ejército en orden, el cual tiene estructuras, rangos, es una fuerza que se ensambla donde cada capacidad se desarrolla, imponente como un ejército en orden. Un ejército desordenado no es imponente. Nos menciona la palabra que la tierra estaba desordenada y vacía pues donde hay desorden hay vacío. Pero Dios dijo: que sea la luz y al ordenarse todo esto produjo vida, Dios separó la luz de las tinieblas, se creó la materia y de ahí vino el agua y del agua la vida. Hay un orden en todo lo creado, pero desde que el hombre cayó en el Edén ha intentado romper con el orden de Dios, contaminando la tierra, rompiendo el ciclo de la vida, rompiendo el orden de la familia, el orden del género. Pero Dios con su inmensa gracia y misericordia por miles de años nos ha sostenido con un orden perfecto. Todo el universo responde a un orden, a un sistema en el cual vemos la mano de Dios detrás. No se nos cae la luna encima, no nos quema el sol, la tierra está a la distancia precisa para que la vida pueda fluir y no nos incineremos, gravitamos en una órbita perfecta y apenas somos un puntito de una galaxia inmensa que refleja su gloria.

El orden viene del Señor, es una expresión de Dios. El orden trae sanidad y él ama a una iglesia ordenada. El orden trae libertad, no es una estructura cerrada, sino que es un organismo que se desarrolla, que se expande con libertad y produce vida.

Ahora si Dios quien ha establecido ese orden tan grande dominándolo todo, ¿no nos va ayudar a ordenar nuestras vidas? A ordenar lo que no podemos resolver, a ordenar nuestras relaciones más básicas, a ordenar nuestra economía de acuerdo a su voluntad. Las matemáticas de Dios son diferentes, cuando el interviene en una vida hay cosas que restaron que las hace sumar y hay pérdidas que se convierten en ganancia. Si entendemos el orden por autoritarismo perdemos, o si entendemos que el orden viene por una obediencia de vida que no percibe el poder de la relación con Dios también perdemos.

Un cuerpo desordenado se enferma, se deforma, un cuerpo ordenado donde los huesos están alineados, los músculos están fuertes, la alimentación es la correcta es increíble. Hay una victoria que podemos librar en una temporada tan difícil como la que hemos vivido y es cerrar este año en orden, poner a Dios como un todo, hablar en familia de lo que viene por delante, poner las deudas a un costado para orar y ver cómo se van afrontar, pedir perdón a las personas que herimos y perdonar a quienes nos ofendieron. Caminar sobre aquello que podemos controlar porque la visión de Dios sobre nuestras vidas es como un ejército imponente en orden.

Cuando una persona tenga mucho o poco se ordena el infierno tiembla cuando ve la revelación de Jesús sobre la tierra, y la revelación de Jesús sobre la tierra no es el ministerio de alguien, sino que es su iglesia que camina como un imponente ejército en orden. Entonces cuando cada uno se ordena y como parte de la iglesia se avanza el infierno retrocede, porque la puerta del hades no prevalece contra el avance de su iglesia.

En Mateo nos dice que en medio de situaciones difíciles habrá una iglesia que dé testimonio de Cristo en todas las naciones, en cada rincón, en cada lugar y esa iglesia lo hará como un ejército en orden, aunque el amor de muchos se apague permanecerá encendida, aunque muchos se traicionen, ellos se cuidarán los unos a los otros. Aunque muchos persigan lo suyo, esa iglesia caminará en santidad como un ejército en orden porque no respondemos a la voz de este mundo o a los designios de este momento, sino que tenemos oído y rostro para uno solo, para escuchar a nuestro amado, para escuchar al que nos eligió, para escuchar a quien nos dio nuestro propósito. Cuando nuestro amado nos vea venir su voz declarará: -ahí están ellos luchando con sus debilidades, tratando de hacer las cosas mejores cada día, ahí están buscando mi voluntad y yo los veo a ellos como el alba, tan hermosos como la luna, esclareciendo todo como el sol, yo los veo como un imponente ejército en orden que va a sacudir la tierra y hacer temblar el infierno-.

“Cuando todos nos ponemos en el orden de Dios el ejército se establece y juntos avanzamos hacia la victoria que el Señor tiene para nuestras vidas. Cuando cada uno ganamos la victoria del orden en nuestros hogares celebramos todos. Cuando logramos sentarnos a la mesa y bendecir a nuestros hijos, cuando logramos discipular a nuestro compañero de trabajo que muchas veces nos hizo la vida imposible, cuando logramos ser fieles en lo que Dios nos demanda ganamos todos. Somos un ejército llamado a vivir en santidad la cual hace bien, convirtiéndose en un reflejo de su gloria y llevándonos a vivir en plenitud. Caminemos en santidad y orden.”

Ir arriba