Somos parte de lo que Dios hace

“Entonces tú convertirás
mi densa noche en amanecer,
mis heridas sanarán pronto,
tu justicia será mi guía constante
y me escucharas cuando te llame.

Si estoy débil tú serás mi fuerza,
cuando tenga sed serás mi agua.

Porque tú, Dios, eres mi delicia”.

Poema por Yamila A.

Daremos cuenta de lo que Dios nos dio pero no de lo que hicimos, sino de cuánto le conocemos. Ser aprobados no quiere decir ser perfectos sino ser fieles, volvernos a él de todo corazón y hablar verdad cada cual con su prójimo. Y en este reinicio y reforma de una iglesia conforme al corazón de Dios, nos tomamos un tiempo donde vamos a ser intencionales aunque cueste y lleve tiempo. Hay momentos que el trajín nos lleva a hacer muchas cosas, pero es necesario tomar esas pausas que nos acerquen para conocer más de Dios. Por eso comenzamos por diez días de ayuno y oración como congregación desafiándonos a ello.

Por años fuimos marcados por una religión que nos enseñaba que la oración era como un castigo, pero cuando realmente encontramos el poder de la oración nos maravillamos de lo que Dios puede hacer. Esa dinámica nos lleva a hacernos un hábito descubriéndolo, en la palabra nos dice que la oración del justo puede mucho y queremos entrar en ese tiempo de oración muy fuerte.

Dios determina todo lo de nuestras vidas, nuestra fuente es Jesús, vamos al Padre y él nos responde, por eso en estos días queremos enfocarnos en ello. Oramos en nuestros hogares con nuestras familias teniendo en cuenta que el propósito fundamental es el acuerdo en nuestras casas, somos los hogares antorchas.

Con los hogares antorchas no nos acomodamos para quedarnos tranquilos, sino que debemos ir a lugares hostiles, sin comodidad, donde debemos desafiarnos a encender la llama que no está allí y ¿cómo lo vamos a hacer si no escuchamos lo que Dios nos habla? Debemos vencer ese pensamiento que viene de parte del enemigo, de que si nos acercamos a Dios él nos va a castigar o nos va a decir algo por lo que nos equivocamos, pero esto no es así porque sabemos que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.

Identificamos cuales son las cosas que no nos permiten orar y acercarnos a Dios, lo que no nos deja despegarnos de nuestras realidades cotidianas y que nos impiden llegar a la Presencia de Dios para que nuestros hogares sean encendidos y se transformen en casas de avivamiento.

En el día uno de ayuno identificaremos las cosas que están apagando su Presencia, que nos alejan de las verdades de Dios, que no nos permiten ver su propósito ni alcanzar ese reinicio y reforma para nuestras casas. Desde el lunes ocho hasta el miércoles diecisiete de marzo tomaremos ese tiempo. Cada día oraremos por nuestras casas.

Apartamos un momento en el día donde en familia leeremos y oraremos por cada motivo. Nos disciplinamos, generaremos hambre por la Presencia de Dios. Así como Daniel estando en Babilonia (confusión) que no era el mejor lugar, se propuso en su corazón no contaminarse con la comida del rey y de todo lo que le ofrecía Babilonia. Así debemos ser determinados en alejarnos de cosas que nos quitan el tiempo y nos llevan a ser improductivos para comer, beber y saciarnos en Dios.

El día dos oramos por los hombres declarando sobre sus vidas que todo el potencial que Dios les dio para bendecir sea desatado sobre ellos.

Dios nos reinicia no como maquinas sino que trata con nuestras vidas para soltar todo lo que ya determinó sobre nosotros. El enemigo actúa siempre tapando, cubriendo, pero en Dios debemos ser libres para hablar cara a cara como familia, siendo sinceros; al comer del pan de vida obtendremos sustento y sanidad.

El día tres oramos por las mujeres. El día cuatro oramos por los hijos, el día cinco oramos por los matrimonios, los días seis y siete que son sábado y domingo oramos y actuamos sobre nuestras casas, limpiando y acomodando lo que nunca tocamos o dejamos para después. Será un día de limpieza y orden en nuestras casas demostrando interés por lo que Dios nos dio físicamente. La confusión muchas veces hace que no veamos esos detalles, pero Dios nos dio un espacio físico para cuidar y administrar.

El día ocho hablaremos de la economía, necesitamos planificar y dejar que el Espíritu Santo nos de sabiduría para no vivir endeudados. El día nueve oraremos por la salud, creando hábitos buenos donde mi cuerpo, que es el templo del Espíritu Santo, sea educado para poder administrar la salud, nuestra forma de vivir, de comer y los chequeos médicos. Sabemos que Dios tiene el control pero nosotros necesitamos ser buenos administradores de lo que nos dio.

El día diez hacemos el cierre de nuestro hogar como Centro de Alabanza. En todo este tiempo le hemos pedido a Dios que nos lleve a donde está la necesidad y él nos llevó a nuestros hogares, todos tenemos necesidad de Dios por eso nuestra casa es la que Dios eligió para manifestarse.

Volvemos a los hogares encendidos, que no haga falta una pandemia para que nos juntemos en una mesa, nos miremos a los ojos, nos hablemos lo que necesitamos decir y hagamos que Jesús sea el centro de nuestras casas.

Declaramos en fe que milagros maravillosos ocurrirán en este tiempo, no le creamos al enemigo, confesamos que todo se rompe en el nombre de Jesús porque es un tiempo de reinicio y de nuevos comienzos.

Nada se detiene, vivimos la gloria del Señor todo los días.

San Juan 12:24 (RVR) “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” esa es la historia de nuestras familias, una semilla que potencialmente debe morir para dar fruto, eso es lo que nos cuesta porque nos resistimos a morir y a permitir que Cristo crezca en nuestras vidas de manera sobrenatural.

Lo que Dios derramó sobre nuestras vidas no tiene que ver con nosotros sino con una necesidad de Dios. Muchas veces el ayuno lo convocamos nosotros porque necesitamos aclarar algo sobre nuestras vidas o familias, pero hay otro ayuno que es el que Dios nos propone para estar listos, atentos, preparados, despiertos y a eso es a lo que nos llama en este tiempo.

Entendemos que hoy debemos buscar a Dios de otra manera, pues el deseo de su corazón es derramar lo que tiene para nuestras vidas, por eso debemos estar cerca del altar. Estar en el lugar correcto, disponibles para que Dios nos encuentre fácil, así como Samuel que estaba en el altar. Dios nos está convocando y durante este tiempo de pandemia trasladó ese altar a nuestras casas multiplicándolo para la gloria de su nombre.

“Queremos ser fieles para que cuando todo esto pase no volvamos a ser los mismos y si  perdimos algo durante la pandemia lo que vendrá no se compara con lo que Dios tiene por delante. Aun las pérdidas son instrumentos para que la gloria de Dios se haga fuerte en nosotros. Dios nos llama, en el cielo está sonando la trompeta. (Isaías 58:1-14 NTV) No es difícil escuchar a Dios, su voz profunda y maravillosa nos está hablando para salir de nuestra comodidad y enfrentar nuestras propias mentiras. Dice el Señor si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonare sus pecados, y sanare su tierra (2º Crónicas 7:14) La voz de Dios viene para mostrarnos su propósito, de lo que quiere hacer con nosotros, no nos mide por nuestras caídas, por nuestros errores ni incapacidades. Dios quiere revelarse en profundidad, necesita despertarnos a la realidad de que el cielo está a punto de derramar algo sobre nuestras vidas, nos quiere en el propósito siendo luz en medio de la oscuridad.”

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