El secreto del manantial
28 de mayo de 2023
Estamos leyendo congregacionalmente el libro de Santiago. Si nos sumergimos en este libro debemos absorber la realidad desde la que Santiago predica, desde el origen de la iglesia de Jerusalén, pero también de la iglesia que mayores tensiones y presiones tiene. Muchas veces hemos acusado a la iglesia de Jerusalén de quedarse encerrada en un lugar y no salir. Han pasado dos mil años y seguimos orando por ella, es el punto de mayor tensión espiritual, religiosa y es el punto donde Jesús físicamente va a descender. La iglesia de Israel hoy está compuesta por cristianos que han vuelto de las naciones, entre ellos muchos argentinos que con raíces judías se han establecido comenzando iglesias en pequeños lugares. Hoy Israel es un país hostil al evangelio, en la tierra de Jesús no se puede predicar abiertamente.
Santiago quien dirige a esta iglesia nos enseña de cuestiones tan intensas y tan profundas, una de las cuestiones de las que nos habla es acerca de la lengua, hemos escuchado mucho sobre eso. Recordemos la escena de San Mateo 8:6-10 (NTV), nos habla de cómo un centurión romano lo interrumpe a Jesús diciéndole que su siervo estaba enfermo, por eso él se había movido desde el lugar en donde estaba para buscarle para que se produzca el milagro y le rogó que sane a su siervo, a lo cual Jesús le responde: bueno vamos y lo sanaré. Sin embargo, el centurión lo interrumpe a Jesús diciéndole que él no es digno de que entre a su casa, que solo le bastaba con que diga la palabra y su siervo sanaría. Porque, como el centurión era un hombre de autoridad y cuando le ordenaba a sus siervos que hagan algo ellos lo hacían, sabía que solo con una palabra de Jesús bastaría para que su siervo se levante.
Jesús hace una increíble analogía acerca de esto, menciona que la fe de ese gentil era increíble, y que la salvación llegaría a los gentiles y muchos judíos quedarían afuera, habla acerca de que los gentiles serian la puerta de bendición para Israel. Terminando de hablar todo esto, Jesús le dice al centurión que se vaya tranquilo que su siervo ya estaba sano, ocurrió que en ese mismo instante, el siervo que estaba enfermo en la casa se levantó y fue sano para la gloria de Dios. Esta historia habla de autoridad, del poder de la palabra, no solo la palabra hablada sino del poder que produce cambios. El siervo estaba postrado en la casa y el centurión solo necesitaba la palabra de Jesús y esto va más allá de hablar bien, nos habla de la fuente de autoridad que es Cristo.
Jesús se asombra cómo el centurión que no era de su pueblo, que no conoce la Tora entendía el poder de la fuente, el poder del manantial, le dice que solo diga la palabra para que su siervo se levante. El centurión reconoce a quien tiene enfrente, sabe que es fuente de autoridad, que tiene la potestad, el honor, la honra, el poder para movilizar las leyes naturales a distancia y producir el milagro. Su siervo estaba dolorido, postrado en la cama y solo una palabra movilizó al siervo de la enfermedad a la sanidad. Debemos rebelarnos a cosas que han adoptado formas que nos impiden ver el poder que hay detrás, no existen oraciones mágicas, no existen híper ungidos con súper poderes con los cuales podemos pactar la unción o comprar el poder de la palabra.
Hay una sola fuente de autoridad a la que todos estamos conectados: Jesucristo.
Hay un solo nombre dado a los hombres, hay un solo nombre mediador entre Dios y los hombres: se llama Jesús. Por eso la fuente y el secreto de lo que moviliza no está solo en la forma, sino desde donde sale esa palabra, de donde emana. Cristo comparte esa autoridad con los que salen a sanar a los enfermos y a liberar a los endemoniados en el nombre de Jesús, ellos no son la fuente sino que son el canal de Jesucristo. En esta historia queda demostrado que cuando la fuente es fiel, el poder de la palabra traspasa los límites de lo natural y produce vida, cambios y transformación. El poder de la palabra se manifiesta en obras concretas, en hechos que impactan las vidas de las personas, que revelan y dan gloria a Dios. Jesús hace esta referencia de cómo los gentiles creen y los judíos no, porque lo maravilloso del milagro de este joven, no era la sanidad a distancia sino que era el inicio o el presagio. Este era la primicia del pueblo gentil, era uno de los primeros no judíos impactados por la vida de Cristo, era la revelación de una iglesia que se transformaría en miles de millones a lo largo de la historia, que con su fe y por medio de la palabra de Dios sacudiría al mundo y vencería al infierno.
El milagro es apenas la añadidura de la revelación que hay detrás de la acción que Jesús tiene, descubrir el poder de la palabra es algo que hacemos en comunidad. Incluimos aquí a Santiago 3:1-12 (NTV) lo que nos define es la fuente a la cual estamos conectados. Por eso, Santiago hace una tesis extraordinaria de cómo la lengua no se puede controlar, podemos tratar de trabajar en nuestro carácter, pero hay un principio establecido, que la lengua no tiene control, está incendiada por el infierno, puede encender un bosque produciendo daño o puede producir un avivamiento por medio de las palabras que Dios pone en ella. Si la lengua es el principio de todos los males, porque lo que sale de la boca es lo que contamina, entonces, ¿a qué se refiere Santiago cuando dice que de un manantial dulce no puede salir agua salada, o que no hay forma que de un árbol de higos salgan aceitunas? se refiere a que de una misma fuente no pueden brotar dos corrientes que sean diferentes. Entonces si la lengua no puede ser domada y produce tanto daño ¿Dónde está el secreto? Pues el secreto está en el manantial. Nosotros venimos de una generación donde nadie es responsable por sus palabras, es más, hoy nos educan para no pensar en nada, ni en nadie para decir sin pensar lo que sale de nosotros, cuántas veces hemos dicho «se me escapó, no lo quise decir» y en realidad debemos entender que a la luz de la palabra nada se nos escapa porque de la abundancia del corazón habla la boca.
La fuente a la cual estamos conectados definirá lo que sale a través de nuestra boca.
Pablo menciona que con la misma boca que alabamos al Señor maldecimos a nuestro hermano que es la imagen de Dios. Hay un momento en que la figura de la imagen de Dios en las personas que tenemos cerca se nos desfigura, las empezamos a ver como otra cosa, como algo no inspirado por Dios, como nuestros recuerdos del pasado, como la gente que nos ha dañado y es ahí donde nuestra fuente se contamina. Para los días que vendrán hoy más que nunca necesitamos una porción extra de aceite de olivo. En el pasaje de Zacarías de esta año de avivamiento sustentable nos dice que «no es con nuestras fuerzas sino con el poder del Espíritu» en esa misma visión habla de una lámpara que está conectada a un olivo del cual fluye aceite de manera permanente.
Hoy ya no nos alcanza con aceite extra, ni con más turnos de casa de oración, o con decir «bueno, necesitamos orar más, o controlarnos más, hablar con el psicólogo, o voy hacerlo mejor», sino que debemos revisar cómo estamos conectados a la fuente. Nuestra comunión con Dios hace que nuestras palabras den vida, modelen las cosas o no. Jesús hace un énfasis importante diciendo: «que con el corazón se cree, pero con la boca se confiesa para salvación» no solo somos responsables por lo que hablamos, sino que también por lo que callamos. Si estamos conectados a la fuente es imposible que no hablemos de lo que la fuente produce en nosotros, Jesús declaró que si creíamos en él desde nuestro interior correrían ríos de agua viva.
Tenemos que revisar cómo nuestro corazón, alma y cuerpo están conectados a la fuente de autoridad, que es Jesús.
Vivimos rodeados de palabras de mentiras, ¿Cuántas palabras de mentiras llegaron esta semana a nuestras mesas? ¿Qué hablamos en nuestras casas? ¿Qué se habla alrededor nuestro de manera cotidiana? No es tan importante lo que escuchamos sino qué sale de nosotros. Debemos estar conectados a la fuente para que la lengua, sobre la cual no tenemos control, pueda responder a la manera del Espíritu. Dice el Señor que una de las señales de los últimos tiempos es que íbamos a vivir en estrés, presionados y perseguidos, que viviríamos bajo una tensión permanente, pero que no tengamos miedo, ni nos preocupemos como nos íbamos a defender pues el pondría sus palabras en nuestra boca. La iglesia de este tiempo está tan conectada a la fuente, que responde a las presiones de la vida con la palabra que nace de la fuente. De repente no tenemos control de nuestra lengua, pero no podemos maldecir porque nuestra fuente no lo permite, no podemos hablar mal, no podemos odiar, no podemos sembrar duda y no podemos sembrar temor.
No podemos estar atados a nuestro pasado, porque no es nuestra fuente. Es importante que revisemos cual es nuestra fuente, somos responsables de darle forma a los próximos años de la iglesia. Hemos pasado y vivido tanto, quizás somos el fruto de palabras de maldición, de palabras de religiosidad, somos el fruto de palabras que nos condicionaron, pero entendemos que habiendo sido condicionados por palabras de maldición hoy estamos sentados entendiendo que tenemos un futuro en Cristo, somos responsables por lo que elegimos. Este mismo Santiago nos dice que la fe sin obras es muerta, que no muchos pueden ser maestros, porque estar dispuestos a enseñar no es transmitir conocimientos sino que es mostrar. Nos menciona la palabra que por enseñar somos juzgados. Aquellos que asumen ser obreros para enseñar o discipular a otros deben entender el peso que tienen sus palabras, el peso de darle forma a las vidas de las personas.
Cuando nos conectamos a la fuente de nuestra boca salen palabras de vida, palabras de amor, de corrección que le dan forma a todo lo que sucede en nuestras vidas.
Santiago nos dice que no podemos dominar la lengua, con hacer ejercicio no se puede lograr, debemos ir a la fuente, hay personas que quizás hablan muy bonito pero con las palabras dañan ¿Dónde está el problema? ¿En las palabras? No, en la fuente. No podemos callar, porque si estamos conectados a la fuente de vidas somos un río que salpica, somos un río que en cada conversación no podemos ocultar lo que hemos visto y oído, predicamos a Jesús en todo lugar. Por eso, nos dice en 1º de Corintios 1:21 «Que el eligió darse a conocer en este tiempo a través de la locura de la predicación del evangelio», la gente conoce a Jesús por lo que escucha, por lo que percibe por sus sentidos, por lo que comunicamos. Si no hablamos de Cristo nos transformamos en un estanque, Jesús tiene y debe hacerse visible, es la manera en que cambiamos el mundo.
Nuestra fuente es Cristo, debemos estar conectados, podemos pasar la peor tragedia en nuestras vidas pero vamos a tener las palabras correctas. No tratemos de domar la lengua, es indomable, pero el secreto está en el manantial, a la fuente a la que está conectado nuestro corazón. Así como es peligroso lo que hablamos asimismo es peligroso lo que callamos porque nos ata. Lo que escondemos se transforma en adicción, lo que no confrontamos con amor produce distancias que hace que el rencor crezca.
«Demos a conocer de Cristo, nuestra fuente, tenemos este gran tesoro en vasos de barro, ¿Qué estamos hablando? ¿Qué palabras le dan forma a nuestro hogar? Los días que vienen no serán fáciles, pero no pueden estar definidos por las palabras de este mundo, o por la queja, o por el dolor. El mundo tiene voceros por todos lados, voces que vienen del mismo infierno, pero la buena noticia es que ya fue derrotado, está vencido. Jesús tiene palabras de vida y nos ha elegido para que repliquemos su voz, nos sumergimos en la fuente una y otra vez, nos sumergimos en su corazón para que al estar empapados de su presencia nuestras palabras puedan producir cambios, transformación y puedan reflejar lo que está en su corazón. La iglesia de Jesús puede darle forma a la ciudad, donde las palabras de vida tengan mayor peso que las palabras de maldición, conectados a la fuente podemos cambiar la realidad, digamos la palabra y todo cambiará porque el secreto está en el manantial, porque una palabra lo cambia todo».