11 de agosto de 2024
San Lucas 4:1-13 (NVI)
Podemos entender que Satanás tiene un poder y un conocimiento limitado, desde Génesis capítulo 3 el enemigo sabe que va a ser derrotado por un hombre y lo ha esperado. Satanás sabe que el linaje del que vendría Jesús era del pueblo de Israel y por eso la historia de la Biblia nos muestra cómo el enemigo trata de buscar al Mesías a lo largo de la historia del pueblo hebreo, atacando con fuerza a todo lo que se le parece o asemeja.
En los evangelios, Satanás está más desorientado que nunca, él espera que quien aplaste la cabeza de la serpiente sea un príncipe que nazca en un palacio, sea un heraldo o que habite en una familia de linaje reconocido. Sin embargo de manera impredecible, la forma que toma el hijo del hombre es de un cordero inmolado, nace en un pesebre y el lugar de refugio que elige el cielo para el hijo de Dios no es una fortaleza, sino que es una familia de tres, compuesta por una mama adolescente y por un papá carpintero.
Aunque el infierno desata todo su poderío para tratar de ubicar a este bebé, usando al rey Herodes para que mande a matar a todos los inocentes, esta pequeña familia se constituye en el núcleo de cuidado de la promesa eterna más grande. Hasta el día de hoy la batalla del diablo es en contra de nuestros hogares, no lo soporta, no tiene problema con las familias de fantasías que se cuelgan en Instagram o las familias perfectas que alguien quiere mover. Pero sí aquellas familias simples, humildes que hacen de Cristo el centro de su casa son el objetivo de su ataque, ¿Por qué? Porque hay una promesa: <voy a bendecir tu familia y en tu familia serán benditas todas las familias de la tierra.>
Por eso, hablamos de hogares encendidos y luchamos por los nuestros porque sabemos que ese es el lugar de cuidado. El diablo entonces no puede encontrar a Jesús pero sí hay un momento donde Jesús en obediencia le pide a Juan el Bautista que lo bautice y cuando sale del agua, el cielo se abre y hay una voz que grita: <este es mi hijo amado de quien estoy orgulloso>. Al instante una paloma se posa sobre él, entonces el hijo emerge del agua y el diablo ahí se da cuenta quien era.
Inmediatamente cuando Jesús sale del Jordán es llevado por el Espíritu al desierto y allí el hijo del hombre esta cuarenta días sin comer, ni tomar agua, en un ayuno extraordinario y sobrenatural. Cuando está en su punto de debilidad mayor, donde Jesús aprende a someter su cuerpo a la voluntad del Padre, aparece el diablo de manera muy sutil a hacerle propuestas a Jesús. Primero lo tienta con el hambre, diciéndole que convierta las piedras en pan, a lo que Jesús le responde “que no solo de pan vivirá el hombre sino de todo lo que sale de la boca de Dios”
La tentación de la espectacularidad
El diablo tienta a Jesús a materializar una cosa de otra, llevándolo a que haga algo espectacular. La tentación no tiene que ver ni con el hambre ni con la necesidad física, sino que tiene que ver con la identidad que porta Jesús, <si realmente eres el hijo de Dios quiero que hagas algo espectacular> pidiéndole de esa manera que le demuestre y convenza a todos que eso es real.
La necesidad física es tan dura como la necesidad espiritual y emocional porque nosotros somos espíritu-alma y cuerpo, los tres son uno. Cuando pasamos procesos de enfermedad no solo duele el cuerpo, sino también el alma y el espíritu. Lo mismo pasa con las emociones, cuando el alma está enferma duele todo, cuando estamos deprimidos, dejamos de comer, cuando estamos angustiados, nuestro físico toma la forma de la angustia. Y cuando estamos espiritualmente abrumados porque hay oscuridad sobre nuestras vidas, nuestras emociones también lo sienten. Lo espiritual es emocional y es físico, lo físico es emocional y espiritual, porque aunque son Padre, Hijo y Espíritu Santo son uno solo, y aunque seamos espíritu, alma y cuerpo somos una sola cosa. Aunque hoy haya muchos especialistas que nos pueden ayudar, el único que puede atravesar el cuerpo, alma y espíritu es el Espíritu Santo de Dios. Cristo equilibra todas las cosas.
La habitación de Dios es nuestro cuerpo y él quiere habitar en nuestro físico, en nuestras emociones y espíritu.
Por eso, los pecados contra el cuerpo afectan el alma y el espíritu. Por eso el infierno esta tan ensañado en poner pornografía en nuestros niños, pervertir a los adolescentes, porque cuando el pecado entra al cuerpo afecta al alma y a las emociones. El enemigo ha invertido todo para tratar de seducirnos y arrastrarnos, por eso debemos entender que nuestro cuerpo es habitación de Dios. El Señor habita en nuestras emociones por eso el ayuno es tan importante, él quiere habitar en nuestra paciencia, en nuestra bondad, pero también quiere habitar en ese carácter fuerte. No podemos tener la excusa de que nuestro carácter domina nuestras vidas, porque él nos eligió con este carácter para que pueda habitar. Debemos trabajarlo y construirlo, Jesús podría haber echado al diablo a patadas y la historia hubiese sido otra.
El espíritu humano solo tiene forma para que habite Cristo.
Cuando el espíritu humano está habitado por cualquier otro ente espiritual la persona se deforma física y emocionalmente. El espíritu humano es un depósito para que viva el Dios eterno. Jesús está en el límite de su espíritu, su alma y cuerpo, Satanás viene y le pide que haga algo espectacular. Jesús con una sonrisa y sometido a la mayor debilidad le dice a Satanás que no tiene nada que conversar con él, porque el hombre no vive solo de pan, no vive solo para satisfacer sus necesidades, no vive solo del bienestar del alma y del espíritu, lo que sustenta al hijo de Dios es toda palabra que sale de la boca de Dios.
Esta tentación de la espectacularidad es a la que todos estamos sometidos, cuando el diablo nos lleva a dudar de nuestra identidad, diciéndonos a nosotros mismos que debemos hacer algo espectacular para que todos vean que somos hijos de Dios. Nuestra vida, nuestros logros son espectaculares, y nos pasamos luchando para hacer algo que nos destaque. Jesús hasta ese momento no había hecho ningún milagro pero tiene tan en claro que es el hijo de Dios porque no lo referencia con aquello que puede hacer, sino con aquello que es su esencia.
La búsqueda de espectacularidad nos lleva a competir entre nosotros, nos lleva a desconocernos en nuestras familias, la competencia en el matrimonio, en la pareja, con los hijos, con los amigos, con los que sirven a la par. Necesitamos poder demostrar, necesitamos hacer algo para pagarle a Dios, necesitamos demostrar que valemos, necesitamos hacer algo que nos defina. Pero todas estas cosas no nos dan identidad, nuestra identidad viene de toda palabra que sale de la boca de Dios. La palabra que sale de la boca de Dios es el verbo hecho carne, es Cristo Jesús, él es el que nos dio la vida, él es el que nos sustenta y quien nos sostiene. No está midiendo los resultados, sino que mide nuestra entrega y dependencia. Los resultados vienen de manera natural, cuando estamos sustentados por la palabra de Dios, esa misma palabra que nos da vida, que nos levanta de la muerte, que nos perdona los pecados, que nos sostiene, nos da una convicción tan grande que no podemos quedarnos quietos.
Debemos quitarnos el peso de la espectacularidad, no debemos destacarnos para encontrar valor. Por la sangre de Jesús fuimos adoptados como hijos y no haremos nada en la vida más espectacular que eso.
Somos amados de parte de Dios, como un padre que nos sostiene y cuando el diablo viene a susurrarnos una y otra vez para que hagamos algo, descubriremos que Satanás cuando no nos puede detener, nos apura para agotarnos. La religión es una de las mayores cosas que nos separan de Dios porque la religión demanda que pague, que haga, demanda que construyamos nuestro propio camino a Dios. Cuando en realidad por medio de la fe, es la gracia la que nos acerca a él, y por la vida de Cristo creciendo en nosotros es que predicamos, ministramos y sujetamos nuestro cuerpo a donde hay necesidad. Cuando la espectacularidad se apodera de nosotros entonces viene la ansiedad, viene la angustia, viene el estrés y viene el agotamiento. Por eso Jesús sabe que el sustento del hijo de Dios es la palabra.
Pero el diablo no se queda con eso, sino que propone otra forma, lo lleva a Jesús a un lugar alto y le muestra los reinos del mundo, le pide que le adore para que no padezca, para que no muera por eso. Los reinos de este mundo están sometidos a la autoridad del enemigo, no porque la tenga, sino porque el hombre se la delegó. El hombre al separarse de Dios por medio del pecado le entregó la autoridad de este sistema a Satanás hace miles de años ¿Por qué Dios no hace nada con eso? Porque él es fiel a lo que entrega y él nos dio la autoridad a nosotros. El enemigo está entronado en los lugares más altos porque nosotros hemos cedido el espacio como seres humanos. Dios creó personas que puedan tener libertad para tener comunión con él, Dios es totalmente bueno y justo porque pudiendo con su poder, hacernos desaparecer a todos, sostiene con su gracia y misericordia todo lo que hay en la tierra. Dios es un Dios de amor, es eterno, nos muestra que el mismo está sujeto al sistema que él estableció, porque no toma atajos.
La tentación de la relevancia
El diablo le ofrece a Jesús todos los reinos si le adora, le ofrece un atajo, pero Jesús le declara que escrito está <solo a tu Dios adoraras y servirás>. Y le está diciendo al diablo que él no toma ningún atajo, porque como hijo de Dios se vistió de hombre para sufrir como cordero inmolado pagando con su sangre por cada vida y por cada persona. Cargando con el sufrimiento, el dolor, con toda la maldad de este mundo, pagando por cada reino, cada imperio que maltratare a la humanidad, va a proveer de un camino para que por medio de la gracia la humanidad sea salva. A él no le interesa ser relevante, no le interesa cortar camino, no le interesa ser el número uno de la historia, sino que declara: “<yo soy el Señor que me entrego por completo, no hay atajos, solo al Señor tu Dios adorarás y a él servirás. Y si adorar la voluntad del Padre y hacer lo que el Padre me envió, implica entregar mi propia vida, lo entrego todo, pero no hay atajos para mi>”
Este atajo es la tentación que nos invita a nosotros todo el tiempo a vivir en una mediocridad permanente. La iglesia de Cristo es hermosa porque está compuesta por personas que vivimos diferentes procesos, en diferentes momentos. La iglesia es un hospital donde entramos todos, algunos están en sala común, otros están en terapia intensiva, algunos llevan años, otros meses, algunos van y otros vuelven, otros están, otros son enviados y bendicen otros lugares. Los pastores administran esta tensión de manera permanente pidiéndole al Señor sabiduría para amar a cada uno conforme a su medida.
En el reino de los cielos no hay atajos, la tentación de la relevancia es terrible, cada proceso nos conduce a Cristo, cada proceso de dificultad, cada perdida, cada situación de victoria nos conduce a Cristo, “mi Padre trabajo, yo trabajo”. La adoración es sostener nuestros ojos en Jesús cuando se desvían para mirar otras cosas, es sostener nuestro corazón puesto cuando nuestra debilidad física y emocional nos quiere separar del propósito. Satanás, escrito está: <por más camino fácil que nos ofrezcas, caminaremos en el propósito que Dios nos entregó>.
No es simple ser integro en lo que hacemos, porque requiere toda nuestra vida, pero es la vida mejor invertida, porque aquello que sembramos, que adoramos, es lo que se multiplica en nosotros. Somos responsables por lo que elegimos.
Jesús dice <no quiero ningún atajo, voy hacer la voluntad del Padre, mi relevancia es estar rendido a él>. El diablo no se quedó tranquilo y lleva a Jesús al templo, a lo más alto, porque sabía que la palabra dice: que Dios enviará a sus ángeles para que le guarden, pero Jesús le dice que escrito está <no tentarás al Señor tu Dios>
La tentación del poder
El poder corrompe hasta el más fuerte, el poder es algo que Dios otorga pero es difícil de portar cuando no hay carácter. Hay una medida de poder en nuestras vidas y la Biblia dice: <que Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio>. El poder es la capacidad sobrenatural dada por Dios para desarrollar una tarea. Esa medida de poder está en todos, en los que adquieren un grado de relevancia en la vida, como gobernantes, señores o reyes, pero esta nuestra vida también, podemos decidir, levantarnos, salir adelante. La tentación del poder es dulce, el diablo le dice a Jesús que muestre su poder. La tentación del poder nos hace vivir en la autosuficiencia, nos lleva al individualismo, nos seduce a querer ser Dios, pero también jugamos a ser Dios cuando declaramos que no podemos más, que no vamos a salir más de esa situación, cuando nos encerramos en nosotros mismos, cuando nos consideramos que somos lo peor, que estamos acabados, como si tuviéramos el poder de la última palabra.
La tentación del poder nos aísla, nos desconecta de Dios, por eso Jesús le dice: escrito está <no tentarás, no vas a probar al Señor tu Dios>. Dios no puede ser tentado ni puesto a prueba. Jesús no solo se refiere a que él es Dios sino que está haciéndole ver al diablo que no está solo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no tiene por qué demostrar poder. A lo largo de su ministerio Jesús va a ser tentado una y otra vez. Jesús no tiraba magia por todos lados, él era hombre y se identificaba con la gente, su liderazgo no es un liderazgo que implica poder o autoritarismo sino que connota humildad y entrega.
Tenemos poder por la gracia de que Cristo está en nuestras vidas y por la gracia de su cuerpo, en la comunidad, en la gracia de Dios, en caminar con él. El poder no lo constituye nuestra capacidad de hacer lo que queremos, como queremos, sino de saber que somos parte de un todo más grande.
Después de todo esto el diablo agotó todas las tentaciones, se tomó su tiempo y luego vendría de nuevo a tentar a Jesús pero no de la misma manera. Satanás estuvo todo el tiempo, lo colgó en una cruz, lo sometió física, emocional y espiritualmente, pero cuando parecía que lo había derrotado, Jesús expresó “consumado es”, entonces la tierra tembló y aunque la muerte lo abrazó, él resucitó.
Aunque Cristo venció el diablo sigue siendo diablo, estas son las mismas tentaciones a las que nosotros nos enfrentamos. En este tiempo de intercesión es necesario que abramos los ojos para ver qué cosas nos quieren hacer caer, porque estas tentaciones sutiles son las peores, son las que nos llevan a la angustia, son las que nos llevan al agotamiento, a la debilidad física, nos llevan a vivir solo para nosotros mismos, nos llevan a estar consumidos permanentemente, por eso es necesario que entendamos que tenemos autoridad en el nombre de Jesús.
Somos hijos de Dios, no tenemos que demostrar, ni hacer nada espectacular, él está con nosotros y lo más espectacular que puede suceder en nuestras vidas, es menguar para que Cristo crezca.
Somos amados por el Señor y él nos ha dado autoridad, no hay un camino corto. Tendremos que luchar por nuestras familias. Tendremos que luchar para servir a otros, tendremos que pelear en contra nuestras debilidades, tendremos que vivir con una voluntad férrea para no estar sometidos a nuestras debilidades, sino levantarnos en el nombre de Jesús. Y esa entrega nos dará una autoridad para que toda nuestra familia conozca a Cristo, para que cada ambiente en donde estemos sea lleno de la gloria de Dios.
El poder de Dios en nuestras vidas no es para ostentarlo, sino que es para vencer aquellas cosas que nos detienen, la tentación del poder no es someter a otros, maltratar a otros, no cedamos a esa tentación. Siempre es la gracia de Dios sobre nosotros. Aprender a vivir en el poder tiene que ver con crecer en humildad. El orgullo es el primero de los pecados, el orgullo se esconde detrás de todas estas cosas y eso se quiebra cuando logramos rendirnos a Cristo, ser parte de una comunidad de fe, crecer en amor y esto es lo que estamos construyendo juntos.
“Después de todo esto Jesús bajó, convocó a los discípulos, sanó a los enfermos, caminó sobre el agua y venció a la muerte. Si esta palabra ha impactado, si hay convicción de pecado en nuestros corazones, si podemos detectar las tentaciones que nos rodean y clamar a Dios con todo el corazón comenzaremos juntos una nueva temporada. Veremos a los enfermos sanar, a los demonios sujetarse a la autoridad de Cristo, caminaremos en medio de la necesidad y el poder de Dios en nosotros será un herramienta para bendecir a muchos. Enfrentaremos las tormentas caminando sobre el agua y aquellos que nos rodean en nuestro lugar cotidiano de trabajo se transformaran en discípulos de Jesús.
El Centro de Alabanza está a las puertas de una nueva temporada, no cedemos a la tentación de que el camino fácil es el indicado, nos detenemos, crecemos en la oración, corregimos el rumbo. Levantamos a las personas que quieren honrar a Jesús, nos tomamos tiempo para esperar a los que caen, abrazamos a las personas que están cerca y amamos a las naciones mirando la necesidad. Vemos en Chubut un corazón que late avivamiento para todas las naciones de la tierra, que Dios pueda vernos enfrentar al infierno y estas tentaciones para prepararnos para lo que viene y para que desde lo último de la tierra se levante una adoración que declare al mundo que el rey viene pronto.”