
13 de julio de 2025
Este trimestre que estamos transitando como iglesia, estamos hablando de “EL QUE HA DE VENIR”, y cuando lo miramos con esperanza, cuando sabemos que hay una eternidad, un destino para nuestras vidas, entonces somos libres de la ansiedad, de la depresión, de todo aquello que cargamos en el día a día y que nos detiene. Mirar al que ha de venir, mirar a Jesucristo, mirar aquel destino que tenemos en la eternidad transforma nuestro presente.
El clamor del justo tiene una respuesta celestial, y esto tiene que ver con lo que estaba pasando Daniel.
Daniel 9:1-10 (NBLA)
El libro de Daniel es historia profética. Daniel mira en el libro de Jeremías, quien es otro de los profetas. La profecía se mira atentamente. Cuando abrimos la Biblia tenemos palabra profética: es viva y eficaz, nos habla para hoy, para nuestro día a día, para nuestra semana, para lo que estemos viviendo. Daniel está lleno de simbolismos, es como un Apocalipsis del Antiguo Testamento. Daniel plantea a un Dios soberano gobernando por encima de todos los poderes de la tierra, no solamente sobre su pueblo Israel, sino sobre todos los gobiernos.
Hoy hay una lucha espiritual que no la podemos ver, pero que sí está desatándose. Nosotros somos cuerpo, alma y espíritu, y en lo espiritual se desata esa guerra. Hay un sistema babilónico, un sistema opresor, que es el que viene a detenernos, a destruirnos. Daniel, en el capítulo 1, se aparta de este sistema. No se sale, porque está cautivo, pero sí se aparta, decidiéndose a no contaminarse.
Daniel intercede por su pueblo, clama haciéndose cargo de todo el pecado del pueblo, de la nación, sin haber pecado. Daniel entiende que había una palabra profética en Jeremías que habla de las setenta semanas. Sabía que venía algo muy fuerte para el pueblo, que iba a entrar en un tiempo de mucha opresión. Entonces no duda, entiende la asignación a la que fue llamado. Nosotros tenemos que tomar la misma actitud que Daniel: de poder ponernos a la brecha y a orar, hacerla carne, pues tenemos autoridad porque Dios nos la ha dado. Adoptemos esta posición de poder interceder, y sobre todo por nuestros hogares, por nuestras familias, por nuestros hijos, por nuestros barrios, por nuestra comunidad, entendiendo que tenemos una asignación y debemos ser responsables.
Jesucristo es nuestro mayor intercesor, pero nosotros también tenemos esa tarea: nos ponemos a la brecha por alguien o por una situación. Daniel no estaba en pecado, pero se puso encima el pecado de su pueblo. Este trimestre va a ser muy puntual para nuestras vidas, con nuestra esperanza puesta en aquel que ha de venir. El Espíritu Santo está despertando algo en nosotros que es para el tiempo en el que estamos viviendo. La revelación que estamos teniendo de la Palabra escrita no es la misma que tuvimos antes, porque para estos tiempos Dios nos está preparando.
Qué importante es saber a dónde volcamos nuestro rostro o adónde poner nuestra esperanza.
Necesitamos tener sabiduría para administrar lo que Dios nos dio, pues el principio de la sabiduría es el temor a Jehová (Prov. 1:7). ¿Y qué es ser temeroso de Jehová? Es ser conscientes de su presencia todo el tiempo. Vemos que Daniel fue un buen administrador. ¿Cómo administramos lo que Dios pone en nuestras manos? Debemos estar preparados, ser buenos administradores para que el Señor deposite en nosotros lo que él quiera. Esta sociedad está pidiendo a gritos la manifestación de sus hijos. En todas las áreas de nuestra sociedad debemos ser buenos administradores. Lo que hacemos le da honra a Dios, pero también inspira a las personas que ven lo que hacemos. Necesitamos inclinar nuestro rostro en el lugar correcto, necesitamos mirar a Aquel que ha de venir, porque hay esperanza, es un futuro lleno de esperanza, es mirar a Aquel que ha de venir. La historia de Daniel termina con un Dios que, al final de todo, termina venciendo, y que, durante la historia del libro de Daniel, Él tiene el dominio de todas las cosas:Él sigue siendo soberano.
Nuestras oraciones son oídas desde que disponemos nuestro corazón y nos humillamos. El arrepentimiento y la humillación delante de Dios mueven lo celestial. Hay respuestas en los cielos que vamos a activar en el momento que disponemos nuestro corazón y nos humillamos delante de su presencia.
Daniel 9:17-19 (NBLA)
Aquí vemos cómo Daniel le suplica a Dios respuestas, y en el capítulo 10:12 llega un ángel y le confirma a Daniel que desde el primer día en que clamó, la respuesta celestial estaba, pero que había una batalla espiritual por encima.
Daniel 6:10-11 (NBLA)
Daniel aquí sabía que había llegado una resolución de que debía ir al foso de los leones por no haberse inclinado delante de los dioses que el pueblo adoraba. Daniel no iba a negociar su creencia en Dios, sino que oraba tres veces al día mirando hacia Jerusalén. El sistema babilónico quería destruir la vida de Daniel, así como ahora este sistema nos quiere destruir. Pero nosotros no somos antisistema, somos una contracultura, amamos a las personas, pues queremos que conozcan el amor de Dios.
El sistema busca destruirnos, derribarnos, desestabilizarnos, corromper todo el tiempo. Entonces debemos adoptar la actitud de Daniel. Él vivía en ese sistema babilónico, pero no se olvidaba de sus convicciones, no se olvidaba de quién era. Tenía su mirada puesta en esa ciudad que amaba, en su origen.
Debemos entender en nuestro corazón a quién le pertenecemos y hacia dónde vamos.
Cuando tenemos nuestra mirada puesta en el que ha de venir, sabemos que no es algo de un momento. No podemos corrompernos fácilmente porque detrás de eso hay muerte. Es decir, que sabemos que la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23), pero hay seducciones, hay cosas que nos quieren corromper, que quieren que nuestra mirada se aleje de esa Jerusalén para que nuestra mirada esté puesta en otras cosas. Sin embargo, nosotros debemos tener nuestro corazón íntegro, de una sola pieza, que no se corrompa fácilmente. Debemos estar dispuestos a pagar el precio, porque si no estamos dispuestos, eso quiere decir que ya nuestro corazón está corrompido, contaminado.
No somos antisistema, somos una contracultura, moldeamos una cultura diferente. Este sistema nos quiere tirar en el foso de los leones, nos quiere destruir. Daniel, cuando fue puesto en el foso de los leones, salió ileso, no tenía ninguna lesión, ningún hueso roto. Vemos que 1ª Pedro 5 nos menciona que el adversario anda como león rugiente buscando a quién devorar. El sistema nos quiere tirar al foso de los leones para que nuestros huesos sean rotos, porque si rompe nuestros huesos, rompe nuestra estructura. El salmista David menciona en uno de los salmos que, cuando él se cayó, sus huesos se secaron. ¿Qué quiere decir? Que cuando la estructura ósea del cuerpo está frágil, los huesos se rompen.
Cuando la estructura del cuerpo de la iglesia está rota, los huesos quebrados están cerca pero no están unidos, no están juntos. Entonces, si divide la estructura, el hogar y la familia, se fragmenta todo. El sistema perverso de este mundo busca tirarnos al foso de los leones para que nuestros huesos se rompan.
Caminamos permaneciendo fieles en este sistema porque tenemos un propósito, un destino, un llamado.
Esperamos al que ha de venir, por esto permanecemos fieles, porque sabemos que Dios es a quien esperamos. Estamos preparando el camino, vistiendo a la novia. Aunque el sistema quiera rompernos, fragmentarnos, sabemos que Jesús ya venció, nada ni nadie puede cambiarlo. Cristo ya venció en la cruz y nos hizo más que vencedores. Esto es por Él, para Él y a través de Él.
No debemos tener temor a permanecer, porque hay una recompensa en la fidelidad y obediencia a Dios.
Daniel pone su oración y mira hacia Jerusalén. Tenía su mirada puesta en su identidad, en su origen. Hoy nosotros tenemos un origen, un destino. Construimos desde el propósito, pero si dejamos de hacer lo que debemos, vamos perdiendo identidad. Nuestra cultura se diluye. Nuestros hábitos o disciplinas que dejamos de hacer nos diluyen. Daniel no estaba en el mejor lugar, estaba en Babilonia, pero allí no se apartó de ese sistema, sino que decidió no contaminarse e interceder por su pueblo.
Necesitamos doblar nuestro rostro, necesitamos orar mirando a Aquel que ha de venir, porque el que nos va a liberar, a salvar, a transformar, nos llena de esperanza, cambia nuestro presente, cambia nuestro entorno.
“Necesitamos orar, clamar, que este Dios, el Dios que salva, que libra, que hace señales, maravillas en el cielo y en la tierra, ese Dios que libró a Daniel de los leones, oiga nuestras oraciones y súplicas para que empiece a mover lo celestial, que haya una respuesta a partir de hoy.”
“¿Cuando venga el Hijo del Hombre, encontrará fe en la tierra? ¿Habrá corazones rendidos, corazones humillados? ¿Habrá una novia con fe para esperarlo, una novia que con fe permaneció en los peores momentos? ¿Cuándo venga el Hijo del Hombre, qué encontrará de nosotros? ¿Qué respuesta le vamos a dar? ¿Nuestros corazones estarán llenos de fe o estarán afligidos por un sistema opresor? ¿Nuestros ojos estarán puestos en el que ha de venir o vamos a estar luchando con las cosas de este mundo? ¿Qué va a encontrar el Hijo del Hombre cuando venga a la tierra? ¿Encontrará nuestras vidas y familias derramadas a sus pies, o estaremos peleando con cosas que no tienen sentido, que nos distraen?”
¿Por qué acaso Dios va a tardar en responder a sus hijos? Dios necesita que podamos interceder, que podamos rendirnos. Hay una lucha, una guerra, pero ya vencimos, ya ganamos. El que ha de venir, vendrá. Nada va a cambiarlo. Ya está viniendo. Que nuestros corazones se derramen delante de su Presencia. Que cuando Él venga pueda hallar fe en nuestros corazones. Que nuestras vidas sean como olor fragante delante de su Presencia. Que nuestros hogares sean llenos de su gloria, porque Dios está dispuesto a cerrar bocas de leones. Por eso, no debemos temer, porque nuestro Dios es el que pelea por nosotros todos los días.