El Dios que todo lo ve

2 de noviembre de 2025

“Somos un pensamiento hermoso de Dios”. Dios tiene una naturaleza divina, pero también tiene puesta su mirada en nosotros y nos ha pensado desde la eternidad. Hablaremos acerca de: La naturaleza de Dios: para entender quién es Él y así comprender el evangelio. La naturaleza del hombre: para poder identificar muchos de los patrones de las cosas que vivimos día a día. La importancia de estar de acuerdo con Dios: para poder entender y vivir un evangelio puro y simple.

Podemos ver en el Salmo 139 cómo Dios, siendo Dios, tiene en cuenta cada uno de los detalles de nuestras vidas. Dios conoce cada detalle de nuestras historias, cada situación que nos tocó atravesar, cada batalla que estamos librando en la intimidad, y cada victoria que hemos tenido en secreto, las cuales también son sus victorias. Dios conoce todo: las malas decisiones que hemos tomado, las veces que no lo hemos hecho parte de lo que hacemos, pero también cada paso de fe que dimos cuando lo hicimos el centro de nuestras vidas. Conoce todo lo injusto que nos tocó vivir, todo lo bueno que disfrutamos, cada una de las cosas; Dios las conoce con detalle.

En el corazón del hombre hay una necesidad que solo Dios puede suplir y saciar, hay un lugar que solo Dios puede ocupar, y hay un destino que solo Dios puede trazar. Aunque intentemos todo el tiempo escaparnos y escondernos de Él, Él siempre nos encuentra.

Como hijos de Dios necesitamos estar de acuerdo con lo que Dios piensa de nosotros y con lo que planeó para nuestras vidas. Si logramos vivir nuestros días poniéndonos de acuerdo con lo que Él piensa de nosotros y con lo que Él planeó para nosotros, vamos a experimentar en la tierra una vida de plenitud.

Salmos 86:11

Es necesario estar en alianza con Dios, pues todo lo que no está en alianza con Dios está en alianza con otras cosas que no son Dios. No existen puntos medios: o estamos aliados con Dios o estamos aliados con lo terrenal, con las pasiones de la tierra. Pablo, en Filipenses, nos habla de esto, diciendo que todos los que valoran las cosas terrenales son enemigos de la cruz, y un enemigo de la cruz no es otra cosa que aquel que tiene la vista puesta en lo terrenal y no en ganar a Cristo. Pablo nos advierte: “Tengan cuidado de no transformarse en enemigos de la cruz”, por priorizar lo terrenal por encima de ganar a Cristo.

Es importante estar en alianza con Dios, en acuerdo, en comunión, en un vínculo perfecto con Él.

Esto no quiere decir que en esa alianza todo será fácil, sencillo o que Dios nos resolverá la vida, sino que significa que mientras estemos de acuerdo con lo que Él piensa de nosotros, estaremos libres de la orfandad, libres de comparaciones innecesarias y libres de poner la mirada en cosas pasajeras. No quiere decir que no vamos a sufrir, pero si pensamos lo que Él piensa de nosotros, nos libraremos de dolores innecesarios.

Y si nos ponemos de acuerdo con lo que Él planeó para nuestras vidas, perderemos menos tiempo en cosas que no edifican y dejaremos de dar vueltas en círculos viciosos. No nos libraremos de las dificultades, de las presiones o de los momentos difíciles, pero al ponernos de acuerdo con Dios en lo que Él piensa y planeó para nosotros, experimentaremos la plenitud en la tierra.

Salmo 139:1-24 (NTV)

Los Salmos tienen la intención de despertar las emociones; tienen el propósito de conectarnos con Dios a través de los sentimientos. No vamos a encontrar doctrina en los Salmos, aunque sí partes proféticas que anuncian al Mesías, pero la gran mayoría de ellos apuntan a expresar lo que sentimos hacia Dios. Por eso encontramos poesía, cánticos, y muchos de ellos se han vuelto canciones; son herramientas para expresar a Dios lo que sentimos.

En este Salmo podemos ver la naturaleza de Dios reflejada en cada palabra, pero también encontramos en contraposición la naturaleza del hombre. Si reconocemos quién es Dios, eso nos ayuda a reconocer quiénes somos nosotros y cuánta maldad habita en nosotros, lo cual nos lleva a entender cuánto necesitamos de su naturaleza en nuestras vidas.

La naturaleza de Dios

Dios es quien da origen y vida a todo lo creado. Podemos ver en Génesis expresada la creación y toda la autoridad de Dios. Él es por quien todas las cosas existen y subsisten. Su poder está demostrado al ver todo lo creado, y podemos ver reflejada su perfección en todas las cosas.

Todo lo que Dios creó refleja su perfección. El diablo se ha encargado de distorsionar tanto nuestros pensamientos que no podemos ver en nosotros la perfección que Dios ha puesto. Esto no tiene que ver con que no nos equivoquemos, sino con que para Dios, crearnos fue el mayor acto de perfección. Él nos pensó desde la eternidad. Pero todo lo que Dios crea, el diablo lo quiere deformar. Entonces, como el diablo distorsiona nuestros pensamientos, empezamos a querer retocar nuestra apariencia, o no nos conformamos con cómo somos, o creemos que nada bueno puede salir de nosotros. No podemos reconocer que Dios ha compartido de su eternidad con nosotros.

Dios no creó a la humanidad porque necesitaba ser adorado, sino porque había tanto amor en Él que decidió compartirlo. Todo lo que Él creó refleja su perfección. Romanos nos habla de esto: “Por medio de todas las cosas visibles, su eterno poder y deidad pueden verse claramente” (Romanos 1:20). Los Salmos también lo declaran: “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmo 19:1).

Dios es Omnipresente, es decir, tiene la capacidad de estar en todas partes al mismo tiempo, puede estar en todos los lugares a la vez sin perder su esencia.

Dios es Omnisciente, lo que significa que tiene conocimiento pleno de todas las cosas. Él lo sabe todo. Sabe lo que pensamos, sabe lo que va a pasar mañana, sabe todo lo que hay en nosotros y hacia dónde van nuestras vidas.

Dios es Omnipotente, es Todopoderoso, no hay nada que no pueda hacer. El poder de Dios se ve reflejado en que sopló en nosotros y nos dio vida. Dios ordenó la tierra, creó los cielos, los mares y todo lo que hay en ellos; creó al hombre y a la mujer. No hay nada que Él no pueda hacer. Todo lo que no hace, es porque no está dentro de su plan.

Dios es Creador. Dio origen, sostiene y gobierna a la humanidad, todo por su nombre. Él es el creador de todo. El mismo Dios que creó el cielo y la tierra nos creó a nosotros. No fuimos producto de la casualidad. Si estamos en este lugar, es porque Dios tiene un propósito con nosotros. El Todopoderoso decidió crearnos.

Dios es Santo, pues está separado del pecado y dedicado a lo que es bueno y honorable. La santidad no es escapar del pecado o vivir sin él, sino separarse del pecado y dedicarse totalmente a lo bueno. Filipenses 4:8 nos habla de esto: “Todo lo verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, en esto pensad.”

Una persona santa no es la que nunca se equivoca, sino la que en su mente todo el tiempo piensa en lo bueno, lo honorable, lo justo, lo de buen nombre; quien llena su mente de Cristo. Ser santo no es no fallar, es separarse del pecado porque se está acercando mucho a Cristo.

Esto es santidad: acercarnos tanto a Cristo que el pecado ya no tiene lugar. Si no, viviremos una vida escapando del pecado, y tarde o temprano, nos alcanzará. Necesitamos ver que la naturaleza de Dios es que Él es Santo; en Él no hay pecado, y si estamos en Él, tampoco puede haber pecado en nosotros. Estamos en una batalla continua con el pecado, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Todo el día, en nuestras mentes, peleamos con el pecado y la tentación.

Ahora bien, ¿por qué podemos permanecer en santidad? Primero, porque Dios aún permanece en gracia. Y segundo, porque empezamos a generar en nosotros hábitos que nos acercan a Cristo y nos llevan a rechazar el pecado. Mientras estemos en la tierra, tendremos que enfrentar la batalla con el pecado. Dios es Santo, no solo porque en Él no hay pecado, sino porque está dedicado cien por ciento a lo bueno. Todos estos atributos de Dios nos revelan su naturaleza y también su accionar.

Entendiendo quién es Dios, vamos a comprender su plan de acción.

La naturaleza del Hombre

Nosotros, como seres humanos separados de la gracia de Dios, siempre vamos a tener la tendencia de ir en contra de todo lo que Dios es, porque desde que Adán y Eva se corrompieron, el pecado entró en el ser humano y eso nos separó de la gracia de Dios. Ese pecado nos corresponde a todos, porque todos fuimos pecadores en esa acción; nos involucra a todos, así como la salvación nos involucró a todos, asimismo el pecado de Adán y Eva nos involucró a todos.

Como seres humanos fuimos destituidos de la gracia de Dios y siempre vamos a tener la tendencia de ir en contra de lo que Él es. Si logramos entender esto, se nos abrirá la visión de vivir un evangelio verdadero, donde necesitamos reconocer nuestra necesidad de Dios.

Maldad innata: el hombre, por naturaleza, es malo. La naturaleza del ser humano es pecaminosa a causa de la corrupción que hubo en el Edén. Desde el momento en que Adán y Eva pecaron, el hombre por defecto ya es malo. Para que podamos tener una percepción correcta del evangelio, tenemos que reconocer que no hay nada bueno en nosotros, porque estamos destituidos de la gracia de Dios.

Como seres humanos separados de la gracia de Dios, hay maldad en nosotros, porque el pecado corrompió la naturaleza del hombre. En Génesis 6 se nos habla de esto: que Dios, al ver la maldad que había, se arrepintió de haber creado al hombre; por eso envió el diluvio. Jeremías 17 nos dice que el corazón del hombre es engañoso y perverso, no hay nada bueno en él, no es confiable. Eclesiastés 7 nos enseña que ni uno solo en la tierra puede ser hallado justo, nadie. Somos malos por naturaleza, y es sano entender que nuestra naturaleza es la maldad, porque solo reconociendo esa maldad estamos preparados para el evangelio.

Somos incapaces de mejorarnos a nosotros mismos: el hombre no puede hacer nada para mejorarse a sí mismo; cualquier intento del ser humano por querer mejorarse va a terminar en orgullo. Jeremías 13 habla de esto, mencionando que no podemos hacer el bien porque estamos tan acostumbrados a actuar con maldad. Destituidos de la gracia de Dios no se puede mejorar; no hay nada en nosotros que sea bueno, porque fuimos corrompidos a causa del pecado, y nuestro destino por esto es la muerte.

Somos ilusos: el hombre vive una ilusión, y esta ilusión es la de creer que puede hacer algo bueno por Dios, pero no puede. Separados de la gracia de Dios no estamos aptos para hacer cosas buenas para Él. Por eso debemos batallar con el orgullo todo el tiempo; por eso se levanta el orgullo en nuestros corazones y en nuestras mentes, porque constantemente estamos persiguiendo hacer algo bueno por Dios, y no lo vamos a lograr.

Dios envió la ley para que nos diéramos cuenta de la distancia que hay entre nuestro pecado y la santidad divina. Estamos tan alejados del diseño original que necesitamos un patrón de acciones para volver a reconocer y entender la santidad divina. Esta es la ilusión con la que vivimos todo el tiempo: no podemos reconocer la maldad que hay en nosotros, intentamos hacer cosas para mejorarnos, y entramos en una ilusión que nunca nos permitirá acercarnos correctamente a Dios.

Esa maldad que hay en nosotros, con la que todo el tiempo debemos pelear, hubo una persona que la redimió, y esa persona es Jesús. Por la obra de Jesucristo, cada uno de nosotros fue redimido.

Si bien es verdad que somos malos, que no nos podemos mejorar y que vivimos en esa ilusión continua de que podemos hacer algo bueno por Dios, Jesucristo en nosotros nos presenta ante Dios como una ofrenda agradable. Jesucristo en nosotros nos justifica, nos santifica, nos redime, y solo porque Jesucristo está en nosotros nos podemos presentar ante el Señor sin vergüenza y sin temor.

Solo por Jesucristo. Solo por su gracia derramada. Solo porque Él decidió involucrarse en nuestra historia y descender de los cielos, tomando la misma naturaleza que nosotros, luchando con las mismas tentaciones que nosotros, pero sin pecar, y ofreciéndose como un sacrificio ante el Señor para nuestra redención. Solo por eso hoy podemos presentarnos ante Dios sin vergüenza, sin temor y con libertad.

La importancia de estar de acuerdo con Dios

Dios conoce cada detalle de nuestras vidas, Él ha caminado a lo largo de nuestras vidas con nosotros y lo seguirá haciendo. Pero entendiendo quién es Dios, que está en todos lados, que lo sabe todo, que es Todopoderoso, que ha creado los cielos y la tierra, que nos ha pensado a nosotros y que Él es Santo, esto nos ayudará a entender con qué cosas tenemos que estar de acuerdo con Él y qué pactos y alianzas necesitamos quebrar en nuestras vidas.

Dios se presenta como el Todopoderoso, el Creador, el Santo, la justicia, la rectitud, la independencia de Dios. Podríamos mencionar mucho más de Él, pero verlo y reconocer quién es nos ayuda a darnos cuenta de cuánto lo necesitamos. Por eso David nos menciona que jamás podría huir de su Espíritu, jamás podría huir de su Presencia, pues si subiera al cielo allí estaría, y si bajara a lo más profundo, también allí estaría. Nunca nos vamos a poder escapar de Dios, pero no porque Él nos persiga, sino porque fuimos diseñados para Él.

En la creación, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, no para que se corrompiera. Hubo un accidente donde el hombre y la mujer se corrompieron, pero Él todo el tiempo insiste en volver al diseño original, que es estar en comunión plena con nosotros. Por eso necesitamos estar de acuerdo con Dios, y por eso es tan difícil, porque fuimos diseñados para la santidad, fuimos diseñados para vidas de pureza, de santidad.

No fuimos diseñados para cosas que no sean Dios, por lo tanto, nunca vamos a encajar en el sistema de este mundo. Fuimos diseñados para Dios. Él nos pensó para que le correspondamos a su amor, nos pensó desde que estábamos en el vientre de nuestras madres para corresponderle, no para otras cosas.

¿Por qué es importante estar de acuerdo con Dios? Porque Él derramó de su gracia para que nos demos cuenta de la distancia que hay entre nuestro pecado y la santidad divina. Dios nos invita a vivir un evangelio en el que podamos reconocer nuestra necesidad de Él.

¿Cómo hacemos para reconocer que necesitamos de Dios, si ya nos sentimos realizados? Esa es la batalla que todo el tiempo el diablo presenta: que nos pongamos a nosotros en el centro, que nos autor-realicemos, que busquemos la autosatisfacción, la autosuficiencia, que creamos que nosotros somos los importantes. ¿Cómo hace una persona que se cree importante, que no tiene ninguna falla, para entender que necesita de alguien más? No puede hacerlo. Esa es la batalla que hay en nuestra mente y corazón: reconocer todo el tiempo nuestra necesidad de Dios.

El orgullo es algo que se levanta y nos presenta una pelea, haciéndonos creer que no necesitamos nada más que el bienestar, realizar nuestras metas y sueños. Es como si nos planteara un camino donde somos los protagonistas de la historia. Pero Dios viene a presentar un evangelio donde Cristo es el protagonista, quien camina con nosotros y nos invita a caminar junto a Él.

El mensaje del evangelio es un mensaje que ofende a muchos, porque no es una invitación a una vida libre de tensiones y preocupaciones, sino una invitación a negarnos a nosotros mismos, a tomar nuestra cruz y crucificar todo lo que somos con tal de seguirlo a Él.

Nunca se trató de autorrealizarnos ni de buscar el beneficio propio, siempre se trató y se tratará de Cristo. Tener una revelación de la naturaleza de Dios nos debe llenar de un temor reverente, donde no busquemos otra cosa más que hacer su voluntad. Fuimos hechos para una vida de santidad, integridad y pureza.

Hay tres cosas que debemos tener en cuenta para unificar y entender que ese Dios que todo lo hizo, que es poderoso y que está en los cielos, también está en nosotros por medio de Jesucristo:

El Omnisciente, que todo lo sabe, conoce lo más profundo de nuestros corazones, nuestras angustias, nuestras alegrías y los dolores que hemos atravesado. No es un Dios que solo está preocupado por las cosas globales, sino que tiene la capacidad de interesarse en lo más profundo de nuestros corazones. Nada se escapa a Dios. Él está en control de todo lo que pasa a nivel global, pero al mismo tiempo está interesado en lo que pasa en nosotros.

El Omnipresente, que está en todas partes, camina con nosotros cada día. David lo habla en el Salmo 139. Si alguna vez decidimos apartar nuestro corazón de Dios, tomar malas decisiones y no involucrarlo en la historia de nuestra vida, Él aún camina con nosotros, aunque respeta nuestras decisiones. Dios camina en todo momento con nosotros y continuará caminando.

Ese mismo Dios que está en todas partes es el que nos acompaña cuando nos acostamos, el que se levanta con nosotros, nos toma de la mano y nos lleva durante el día. El mismo Dios que está en todos lados es quien camina con nosotros.

El mismo Dios que creó todas las cosas, el que hizo los cielos y la tierra, que separó los mares de la tierra, que creó los animales, que sopló y formó al hombre y a la mujer, ese mismo Dios tuvo un pensamiento hermoso: nosotros.

Él fue quien nos entretejía en el vientre de nuestras madres, quien nos pensó, nos dio forma y nos creó. Cada parte de nuestras vidas Dios la conoce, porque fue pensada por Él. Esto debe ser una invitación a amar lo que somos, a amar lo que Jesús es en nosotros, a amar lo que Dios nos ha dado, a amarnos tal y como somos, porque somos un pensamiento hermoso de Dios. Lo declara el Salmo 139: en el momento en que nuestros padres no nos conocían, ya Dios nos conocía. Desde el momento en que fuimos concebidos, Dios ya sabía quiénes seríamos y qué haríamos.

No es un Dios aislado o alejado, sino un Dios que desde los cielos dirige todo lo que pasa, un Dios que se ha involucrado en nuestra historia por medio de su Hijo Jesús, un Dios que nos ha pensado y nos ha dado destino desde el momento en que fuimos concebidos.

Salmos 139:23-24

Aquí encontramos una clave para vivir como Dios nos plantea. ¿Qué pasos dar para esto?

– Ser examinados:
Es importante tener la intención de darnos a conocer. Una cosa es que Dios nos conozca, y otra muy diferente es contarle todo lo que nos pasa. Dios sabe lo que hay en nuestro corazón, pero aun así lo exponemos. Ser examinados es exponer nuestro corazón para que todas nuestras intenciones sean examinadas.

La palabra en hebreo tiene esta traducción de ser penetrados por Dios, que Él penetre hasta lo más profundo de nuestro corazón y lo conozca. Ser conocidos íntimamente, porque no a cualquier persona le revelamos nuestra intimidad. “Examínanos, Dios.” Que penetre hasta lo más profundo, hasta donde están todas nuestras miserias, que no todos saben, y que lo examine. Un hijo de Dios puede vivir un evangelio puro y simple si vive en esta dinámica de decirle a Dios que examine, que penetre a lo más profundo del corazón.

– Ser probados:
No solamente alcanza con decirle a Dios que penetre a lo más profundo para que conozca lo más íntimo del corazón, sino que también dejemos que lo pruebe.
Esto está relacionado con dar a conocer las cosas que nos inquietan y las que están fuera de nuestro control.

Hay algo que tenemos como seres humanos y es lo que debemos vencer: querer tener el control de todas las cosas. Nos da miedo lo que se sale de nuestro control; aquello que no podemos controlar lo empezamos a rechazar. Por eso debemos decirle a Dios que, como Él conoce todo lo que nos inquieta, todo aquello que si se sale de nuestro control nos da miedo, nos ponga a prueba.

Una de las mayores batallas que libramos está en nuestra mente, por eso debemos estar de acuerdo con lo que Dios piensa de nosotros, sino nos empezaremos a llenar de ansiedades, inquietudes, temores y miedos.

¿Cómo reducimos esta brecha?
Dejando a Dios que ponga a prueba nuestras ansiedades, que examine nuestro corazón, que pruebe las intenciones de nuestro corazón y que nos ayude a estar de acuerdo con lo que Él piensa de nosotros. Él conoce lo que nos inquieta, lo que nos excede, por eso debemos estar de acuerdo con lo que Él piensa de nosotros.

– Ser corregidos:
Está relacionado con erradicar de nosotros todo lo que es ofensa para la naturaleza de Dios. Él es Santo, y todo lo que ofenda su santidad debe ser erradicado de nuestras vidas; todo lo que ofenda la pureza que Él es debe ser quitado de nosotros. No nos gusta ser corregidos, porque como humanos libramos cada día una batalla con el orgullo, que se levanta y nos hace creer que no necesitamos nada más, que ya estamos completos, que somos los mejores. No nos gusta ser corregidos porque no va con nuestro sistema de creencias humanas.

Necesitamos reconocer nuestra naturaleza de maldad, reconocer que no nos podemos mejorar y que ninguno de nuestros esfuerzos puede agradar a Dios, para que Jesús reforme por completo lo que somos y podamos estar de acuerdo con la naturaleza de Dios.

El Salmo 1 plantea un plan de acción que nos dice que no tengamos comunión con los que le dan la espalda a Dios: “¡Dichoso el que no anda en consejos de malos, el que no sigue el consejo de los burlones, ni se sienta con ellos!” ¿Qué quiere decir? Que no tengamos comunión con los que se apartan de Dios. Necesitamos la corrección todo el tiempo. Dios es como un tutor que continuamente nos dice que no nos desviemos, que nos marca por dónde caminar. Necesitamos tener esa actitud.

– Ser guiados:
No solamente alcanza con que Dios corrija nuestro camino, sino que también nos tiene que guiar. El que conoce nuestro origen también conoce nuestro destino de gloria. Dios es quien conoce el lugar hacia dónde vamos, el destino hacia el que Él nos dirige. Esta es una invitación a confiar en el Señor, a confiar en que Él sabe a dónde nos está llevando. No fuimos diseñados para confiar, pero Jesús lo hace posible en nosotros. Jesús restaura la confianza que en el jardín del Edén se perdió por la corrupción. Solo porque Jesús está en nosotros podemos volver a confiar en Dios.

La confianza en Dios elimina de nosotros la autosuficiencia y la independencia. Confiar en el Señor es el mejor antídoto para eliminarlas.

El mismo Dios que creó los cielos y la tierra, que está presente en todas partes, que todo lo sabe, que es Santo, es el mismo Dios que nos pensó en el vientre de nuestras madres, que camina con nosotros cada día, que conoce y sabe todo lo que somos y lo que hay en nosotros, que nos santifica por medio de Jesucristo y que nos guía hacia un destino de gloria.

1º Juan 2:28-29 “Y ahora, queridos hijos, permanezcan en comunión con Cristo, para que cuando Él regrese, estén llenos de valor y no se alejen de Él avergonzados. Ya que sabemos que Cristo es justo, también sabemos que todos los que hacen lo que es justo son hijos de Dios.”

1º Juan 3:1-3 “¡Miren con cuánto amor nos ama nuestro Padre que nos llama sus hijos, y eso es lo que somos! Pero la gente de este mundo no reconoce que somos hijos de Dios, porque no lo conocen a Él. Queridos amigos, ya somos hijos de Dios, pero Él todavía no nos ha mostrado lo que seremos cuando Cristo venga. Pero sí sabemos que seremos como Él, porque lo veremos tal como Él es. Y todos los que tienen esta gran expectativa se mantendrán puros, así como Él es puro.”

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