7 de diciembre de 2025
Salmo 121:8
En este versículo observamos que aparece primero la palabra “salida” y luego “entrada”, porque no podemos entrar en algunas cosas si antes no salimos de otras. Salimos del vientre de nuestra madre para entrar en la vida, para entrar en la infancia; crecemos y un día salimos de la infancia para entrar en la adolescencia.
Este principio se repite una y otra vez: no es posible entrar en una etapa sin haber salido de la anterior. Del mismo modo, salimos del concepto de la soltería para entrar en el matrimonio. No ingresamos al matrimonio únicamente cuando encontramos a nuestro cónyuge; antes de eso ya hemos salido interiormente de la idea de la individualidad, reconociendo que existe alguien con quien compartiremos nuestra vida. Ese paso ocurre primero en la mente, en el corazón y en el espíritu.
El crecimiento en la vida cristiana sigue la lógica: primero salimos y luego entramos. No podemos entrar en lo nuevo si no dejamos atrás lo anterior.
A lo largo de los años vemos a muchas personas deseosas de avanzar hacia un territorio nuevo, un tiempo nuevo o una etapa diferente, pero sin lograrlo, no por falta de intención o deseo, sino porque el verdadero obstáculo está en la dificultad de salir. No se puede entrar si primero no salimos. Además, cuando arrastramos elementos de una etapa hacia otra, la transición pierde naturalidad. Es común encontrar personas viviendo una etapa mientras intentan sostener características propias de una anterior, lo cual genera desequilibrio. El llamado es a salir bajo el cuidado, la guía y la dirección de Dios. Él es quien guarda nuestra salida y quien nos conduce hacia los nuevos territorios que ha preparado.
Este principio también se encuentra en Hebreos 12. El versículo 1 nos recuerda que tenemos “tan grande nube de testigos” alrededor nuestro, aquellos que han caminado la fe antes que nosotros. Por eso se nos insta a despojarnos de “todo peso y del pecado que nos asedia” para correr con paciencia la carrera puesta por delante. El texto griego usa la palabra onkos, de donde proviene el término “oncológico”, y que se refiere a una masa que no debería estar.
El llamado es a quitarnos de encima todo aquello que nos enferma, nos ralentiza o interfiere con el diseño de Dios para nuestra vida. No todo peso es pecado, pero todo peso afecta nuestra marcha y nos impide avanzar hacia lo que Dios planeó.
No está mal estar enojado ahora que se nos vaya para el rencor y para el odio y para la fantasía de todas las cosas que podrían pasar y ahí se vuelve un onko. Entonces llega el día que Dios hace una obra en es persona a la que le guardamos rencor y no podemos correr a la par de Cristo porque el peso no te deja.
El autor de Hebreos —probablemente Bernabé— distingue claramente entre el peso y el pecado. Cuando se nos exhorta a no correr con peso, no se está hablando únicamente de pecados, porque el texto diferencia ambos conceptos: por un lado el peso, y por otro el pecado. Esto significa que cargar peso no necesariamente implica cargar pecados. Peso es todo aquello que no debería estar en nuestra vida y que se convierte en una carga que nos vuelve lentos, que retrasa nuestra salida y nuestra entrada hacia lo que Dios tiene planeado.
Entre esos pesos aparecen angustias, rencores o marcas interiores que impiden avanzar. Es muy difícil entrar en el territorio de la paz profunda del alma si no salimos primero del territorio del rencor. Mientras no dejemos atrás ese onkos —esa carga que enferma— la paz no llega. Es posible mantener cierta tranquilidad aun con peso, pero la verdadera paz interior solo llega cuando liberamos aquello que nos afecta. Sin esa salida, seguimos llevando cosas que no corresponden a la etapa que viene.
En un recuerdo de años anteriores, durante una travesía en la montaña, un grupo de jóvenes estaba ascendiendo hacia un refugio. Entre ellos, un niño de once años cargaba una Biblia Thompson, un libro valioso, pero demasiado pesado para ese tipo de travesía. Aquel niño caminó durante horas con un peso innecesario, no malo, pero impropio para ese contexto. Eso ilustra que no todos los pesos que cargamos son negativos en sí mismos; algunos simplemente pertenecen a otra etapa, a otro recorrido. Hay cosas que fueron correctas durante un tiempo, pero que en un momento dejan de ser convenientes. Lo mismo sucede en nuestras relaciones. Hay vínculos que cumplen ciclos y que, sin perder el cariño o el respeto, ya no pueden acompañar el camino presente, no por conflicto sino por dirección.
Es difícil entrar en lo nuevo si no salimos primero de lo anterior. En muchas áreas de la vida llega un momento en el que es necesario soltar aquello que ya no corresponde para poder avanzar con libertad.
Este proceso de soltar es parte esencial de la sanidad interior. Allí se encuentran los momentos del perdón, porque no podemos entrar a relaciones sanas si no resolvemos correctamente las relaciones pasadas. También es el espacio donde se supera el rencor, donde elegimos el camino del perdón para poder entrar en el gozo pleno. Es el lugar en el que despedimos la tristeza, la angustia o la melancolía que quedaron de etapas anteriores. En ese punto de transición —como quien cruza un umbral— se encuentra el mayor desafío interior: amar y desear lo que está del otro lado más que aquello que debemos dejar atrás.
El rencor, además, crea una ilusión peligrosa: la idea de que conservar un resentimiento hará que alguna justicia externa actúe a nuestro favor. Esa fantasía sostiene que guardar una pequeña porción de odio generará una compensación divina.
El perdón no es un acto de recompensa hacia otros, sino un acto de libertad hacia nosotros mismos. Perdonamos no porque otro lo merezca, sino porque la vida y el corazón no pueden avanzar cargando aquello que enferma. El perdón es el camino que nos permite salir de un territorio para entrar en otro.
La palabra dice: «Honra a tu padre y a tu madre», sin considerar que algunos padres y madres son extraordinarios, mientras que otros no tuvieron el mejor desempeño. La Biblia continúa instruyendo a honrar a los padres, sin tomar en cuenta la calidad o el desempeño de ellos, porque este pasaje no trata sobre los padres, sino sobre los hijos. La honra es una decisión que cada uno posee y puede ejercer. El texto habla de la capacidad sobrenatural de superar lo que la generación anterior hizo, para escribir una historia nueva. Por eso dice: «Se te alargarán los días y te irá bien». La bendición no depende de los padres, sino de la acción de los hijos. Construir generaciones requiere no cargar historias anteriores. Si no se dejan atrás las cargas del pasado, resulta difícil salir para poder entrar en lo nuevo. No se trata de tener razón o argumentos, sino de soltar cargas del alma, de decidir ir más allá, de permitir que la pasión por alcanzar lo que Dios desea se manifieste. Con esa pasión, cualquier peso que impida avanzar debe ser liberado para alcanzar lo que Dios tiene preparado.
Jesús, como se describe en Juan 10, es la puerta de salida y de entrada. Solo por Él se puede salir de lo viejo y entrar en pastos nuevos, recibir la provisión en lo espiritual, emocional y material. La persona y la manifestación de Dios permiten salir de lo que limita y entrar en lo que corresponde a la etapa que Él ha diseñado.
A menudo se desea fuerza para continuar cargando la carga del pasado, pero más que fuerza, Dios quiere dar libertad. Él no quiere simplemente que se arrastre mejor la carga; quiere romper la cadena y abrir un camino de entrada a lo nuevo. El que sale por esa puerta entra a pastos nuevos, a la provisión y a la vida renovada.
Dios está en movimiento constante y desea que caminemos con Él. La Biblia describe a Su pueblo como peregrinos y, cuando se eligió a Israel, se les llamó hebreos: «los que cruzan», los que van del otro lado, dejando atrás lo que ya no corresponde. Esa misma invitación se aplica hoy: el corazón puede estar dispuesto a cruzar hacia lo que Dios ha preparado, dejando atrás lo que limita.
Marcos 5
Se narra la historia de Jairo, cuyo encuentro con Jesús se cruza con la necesidad de sanar a una mujer que sufría desde hacía doce años. Mientras se dirigían a su hija, Jesús se detuvo para sanar a la mujer enferma. La hija de Jairo también estaba gravemente enferma y había muerto. Jesús permitió que solo algunos discípulos lo acompañaran, creando un ambiente de fe y enfoque, donde lo necesario para el milagro podía suceder.
Este relato muestra que, para entrar en la obra de Dios, se necesita un entorno de fe y enfoque, y no arrastrar cargas innecesarias. La palabra hebrea «Talitha Kumi» ilustra la idea de liberarse: como una gacela que se sale de debajo del manto, es necesario salir de todo lo que impide la vida plena. Para entrar en lo que Dios ha dispuesto, se deben dejar atrás los pesos, los rencores, las tristezas, las maldiciones y cualquier carga heredada del pasado.
Muchas personas están más marcadas por palabras que por acciones. Las palabras de otros, si no se dejan atrás, se convierten en mantos que impiden avanzar. Si no se sale de ese manto de palabras que maldicen, nunca se podrá entrar plenamente en lo que Dios tiene preparado. Algunos mantos sobre nuestra vida los pusieron personas complicadas y otros, con buena intención; aun así, algunos nos marcaron de manera equivocada.
No nos vamos a liberar por tener razón. Nos liberamos cuando cruzamos por la puerta que es Cristo, cuando salimos del manto de muerte, sin importar quién lo haya puesto.
Si no vaciamos nuestra mochila de lo que no debe estar allí, caminamos lento, vemos pasar a otros y nos preguntamos: “¿Qué pasa con nosotros? ¿Por qué nunca llegamos?” Esta noche no hablamos de limpiar la mochila del pecado, sino de aquello que no debemos cargar. Es natural sentir tristeza por lo que pasó, pero podemos decidir no quedarnos allí. Con tristeza es difícil avanzar; hay mucho peso, y no siempre se trata de lo malo, sino de cómo elegimos vivir.
Salimos de debajo de ese manto y afirmamos: “Nuestro lugar no es allí. Nuestro lugar es libre en el nombre de Jesús.” Por eso la Biblia usa imágenes de fuerza y liberación: águilas que levantan vuelo, pies que se enderezan, rodillas que se levantan, fuerzas renovadas. Todo esto es para que podamos ir del otro lado, libres en el nombre de Jesús, sin cargas, a tiempo con lo que Dios quiere hacer. Esto implica dejar lo que ya no corresponde para este tiempo y comenzar lo que sí es para nosotros. Salir y entrar es fundamental: no se puede entrar en lo nuevo si no se sale de lo viejo. Salir de la soledad antes de descubrir a la pareja con la que compartiremos la vida. Salir de la tristeza para entrar en el consuelo. Salir del rencor para entrar en el perdón. Todo esto es salir y entrar en el nombre de Jesús.
Dios siempre nos quiere llevar un paso más allá. Este es un tiempo de crecimiento: no solo numérico, sino también en ministerio, influencia y territorios. Dios escucha nuestras oraciones cuando decidimos salir y entrar. Todos los que cruzan la puerta que es Cristo y dicen: “Nos salimos” entran en la vida nueva que Él tiene para nosotros. Hoy dejamos atrás ciclos cumplidos, perdones que debemos dar, tristezas que debemos soltar y momentos que ya no corresponden.
Señor, esto que llevamos en nuestra mochila te lo entregamos: enojo, reacciones, hábitos, cargas del pasado, todo esto se termina. Cristo es la puerta por la cual salimos y entramos; nunca nos dejará desamparados. Rompemos toda cadena y atadura del pasado, todo mandato que no sea tuyo. Honramos a quienes caminaron antes que nosotros, pero nos declaramos libres de toda palabra que no sea tuya y de toda sentencia que no haya venido de vos. No llevaremos provisión que no hayas puesto; solo lo que colocaste. Espíritu Santo, trae libertad. Elegimos perdonar, quitamos toda autoridad al que nos lastimó, al infierno y al dolor.
Señor, nos salimos del rencor, de la tristeza y de las pérdidas, y entramos en tu consuelo y en tu paz; caminamos hacia el futuro que tenés preparado. Lo que perdimos estuvo bien en su momento, pero decidimos vivir llenos de gozo y presencia de Dios, sin cargar lo que nos robe lo que tenés para nosotros. Dejar de extrañar a quienes ya se fueron, honrando a quienes nos bendijeron: padres, abuelos, amigos, todos los que fueron una bendición. Esperamos al único que volverá: Jesucristo, alfa y omega, nuestro futuro.
Hoy elegimos salir de todo lugar donde no debemos estar y entrar en lo que tenés para nosotros: liberación, visión, territorios, ministerios, dones e inspiración nueva. Derrama gracia, creatividad, entendimiento y estrategias sobre Rawson y más allá de Chubut, para tu gloria, para nosotros que no somos perfectos, pero que agradecidos por todo lo vivido elegimos entrar en lo que todavía no se vio.
Recibimos provisión espiritual, emocional y material para el camino que se abre delante de nuestra vida. Esta es nuestra noche de salir y entrar en tu nombre. Guardarás nuestra salida y nuestra entrada, y aunque andemos por el valle de sombra de muerte, no temeremos mal alguno. Tu vara y tu callado nos infundirán aliento. Entraremos a los pastos de nuestro Rey, nos sentaremos en la mesa del banquete y moraremos con Él largos días. Señor, en esta carne vemos tu gloria hoy y siempre. Amén.
