
29 de junio de 2025
Estamos caminando en esta palabra de ver a Aquel “que era” en medio de nosotros y ver cómo toda nuestra historia cobra sentido cuando vamos descubriendo la revelación de Jesús en sus tres aspectos: Aquel que es, que era y que ha de venir. Estos tres tiempos marcan su persona, y el fuego está presente de manera permanente: en sus ojos, en su corazón y en sus milagros.
El fuego puede operar para consumir y traer juicio, o para respaldar a los que Él ama.
Este quinto elemento que el hombre ha descubierto es un símbolo de la naturaleza divina. Tiene el poder de ser un arma poderosa, pero también de brindar calor, cubrir y bendecir. Jesús invita a su círculo más cercano —Pedro, Andrés, Juan y Jacobo— a un monte. Allí, Jesús se transfigura. La palabra “transfiguración” significa literalmente “cambiar de forma”. Jesús rompe todas las leyes físicas y muestra cómo será después de la resurrección.
Se quita su vestidura de cordero y se muestra con toda su gloria. En esa escena aparecen Elías y Moisés como testigos. El cielo se conecta con la tierra, y Jesús se revela como el Hijo. Pedro quiere quedarse a vivir en ese monte. En ese momento, se encuentran aquellos que fueron (Elías y Moisés), Aquel que es (Jesús) y los que impulsarán a la Iglesia (Pedro y Juan), preparando al que ha de venir.
Moisés representa al libertador, el líder fuerte que saca al pueblo de Egipto y entrega la Palabra. Es una sombra de Jesús: el que nos da libertad, nos libra de la muerte y cumple la Palabra.
Elías es el profeta al que Dios respondió con fuego. También una sombra profética de Jesús y de Juan el Bautista, quien preparó el camino para la primera venida de Cristo. Juan proclama un mensaje fuerte de arrepentimiento. Les dice a todos: “Después de mí viene alguien que los bautizará con Espíritu Santo y fuego.” Él advierte que ese que viene no será pacífico, sino que vendrá a juzgar, a cortar todo árbol que no da fruto, y a separar lo bueno de lo infructuoso.
En 1 Reyes 18:22-40, Elías desafía a los profetas de Baal. En un tiempo de crisis espiritual, convoca al pueblo al monte y propone una prueba: el Dios que responda por fuego, ese es el verdadero Dios. Elías restaura el altar, pide agua en tiempos de sequía, y ora: “¡Señor, que tu fuego descienda y muestre tu poder!” Dios responde. El fuego consume el sacrificio, la madera, las piedras y el agua. Es el Hijo de Dios quien responde con fuego, señalando un nuevo comienzo.
En el caso de Juan, el río Jordán representa el agua. Allí se predica el arrepentimiento. En Elías, el agua es sacrificio. En ambos, el fuego de Dios es la señal que consume, purifica y enciende. Jesús promete enviar fuego. Les dice a sus discípulos que recibirán poder cuando venga el Espíritu Santo, y que serán testigos como llamas vivas en la tierra. El bautismo de fuego no es solo hablar en lenguas o profetizar. Es ser consumidos por el amor de Dios. Es un fuego que se manifiesta en compasión por los demás, clama por justicia y purifica corazones verdaderamente arrepentidos.
No hay fuego sin arrepentimiento genuino.
Hoy, como en tiempos de Elías, siguen levantándose altares falsos: de ideologías, idolatrías, placeres instantáneos. Pero solo un altar puede ser visitado por el fuego verdadero. Antes vivíamos muertos de frío, dando vueltas alrededor de fuegos extraños. Pero ahora, al encontrar el fuego genuino, descubrimos hogar, propósito y dirección. El tiempo que viene será más frío. El amor de muchos se enfriará (Mateo 24:12), pero no el de todos. “El Amado viene pronto.” La voz del cielo declara: “¡Vuelvo a encender el altar y a traer el fuego que manifestará la gloria de Dios y preparará el camino para su regreso!”
No hay manera de atravesar esta temporada sin corazones encendidos.
Elías repara el altar, Juan se viste de pieles y clama: “¡El que bautiza en fuego está a las puertas!” No dejemos que el fuego se apague. El nombre de Jesús, Yeshúa, es el único que tiene el poder de bautizar en fuego. Él juzga nuestra historia y honra nuestro servicio por la eternidad. Hoy, mantener esa luz encendida es el desafío permanente de traer la leña de nuestras vidas al altar.
Joel 2:28-29: La promesa del fuego “Derramaré mi fuego sobre todos. Los niños profetizarán. Los jóvenes verán visiones. Los ancianos soñarán sueños.” Habrá una generación como Elías, como Juan. Una iglesia que diga. “¡Señor, queremos tu fuego! ¡Consúmenos!” No hay nada más frío que la muerte. Pero Jesús la abrazó y la absorbió en su propio seno. Desde allí, se levantó victorioso.
¿Habrá algo que Él no pueda encender? ¿Habrá alguien que no pueda ser quemado por su amor? Que arda el cuerpo, porque sus ojos son fuego Si Jesús es la cabeza y sus ojos son llamas de fuego, entonces su cuerpo —la Iglesia— debe estar encendido. “Que nuestras vidas, hogares y familias sean llamas que quemen todo lo que tocan.” “Que cuando Él venga, nos encuentre ardiendo de amor.” “Seamos consumidos por su amor, que podamos arder para siempre.”