25 de agosto de 2024
Encontramos en Isaías 56 una profecía extraordinaria de ese momento y de los últimos tiempos. Hay profecías que nos muestran lugares, geografías, momentos, pero hay otras profecías que nos revelan el corazón de Dios. A todos nos gustaría saber qué va a pasar con nosotros en el futuro, pero más importante del cómo del que o del quien es definir el corazón de Dios hacia adelante. Porque su corazón es el que engloba todas las cosas, todo lo demás está dentro del campo de nuestra responsabilidad. No podemos determinar las circunstancias que nos van a rodear pero sí podemos, sabiendo la dirección del corazón de Dios, hacia donde caminar en su voluntad.
Isaías 56:7 es una canción del corazón de Dios que revela lo que el anhela.
“Los llevaré a mi monte santo, los llenaré de alegría en mi casa de oración, aceptare los holocaustos y sacrificios que ofrezcan sobre mi altar, porque mi casa será llamada Casa de Oración para todos los pueblos” Isaías 56:7 (NVI)
Cuando Dios dice yo los llevaré es Dios proveyendo de los medios para que nosotros podamos conectarnos con él. El Salmo 24:3 dice: “¿quién subirá al monte del Señor? El limpio de manos y puro de corazón”. Si Dios por medio de su gracia no nos provee de Cristo, quien en la cruz da su vida por nosotros, vence a la muerte y nos abre el camino para llevarnos a su presencia, a una comunión directa con él, a un contacto permanente con él, no podríamos subir.
El cumplimiento de esta profecía son muchas cosas, es la primera venida de Cristo abriéndonos el camino, es esa oportunidad de brindar nuestras vidas en sacrificio. Es la construcción de un altar permanente, es una habitación donde Dios va a venir a reinar con nosotros, es una comunidad de muchos pueblos conectados en su presencia.
Casa de Oración no es templo, no es estructura, no es historia, Casa de Oración es el cuerpo de Cristo, son vidas. Por eso, este trimestre estamos hablando de que Somos Casa de Oración a las naciones. Fuimos diseñados como un templo, no fuimos diseñados como un antro, como una catedral religiosa, fuimos diseñados como la habitación de la persona más extraordinaria del cielo. Por eso, es que a veces ponemos cosas adentro de nuestra alma, adentro de nuestro cuerpo o adentro de nuestro espíritu para lo que no estamos creados. No fuimos hechos para el odio, para la inmoralidad, para el rencor, para abusar de nuestros cuerpos físicos.
Dios nos diseñó como su habitación, como su casa de comunión permanente, como un lugar de recreación y de placer en su presencia.
San Lucas 19:41 – 47 (NVI)
Este evento se da en el momento previo a que Jesús vaya a la cruz, ya pasaron tres años del ministerio público de Jesús. En el capítulo anterior podemos encontrar su entrada triunfal en Jerusalén, después de eso vuelve al templo, pero en una parte nos habla de que Jesús mira a la ciudad y llora, pues él no ve la devastación y el odio, sino que ve el propósito. La ciudad es una idea del hombre, la idea de Dios es un jardín, por eso cuando Jesús venga a reinar habrá un nuevo modo de ciudad, que será la nueva Jerusalén. Las ciudades se mueven en torno a las necesidades del hombre, a la codicia, a la violencia, al pecado y a tantas otras cosas. Pero en el jardín él es el centro. Por eso, la historia de la Biblia empieza en un árbol y termina con un árbol y en el medio hay un madero que nos da redención.
El pueblo de Israel ha ocupado un lugar especial en el corazón de Dios, cuando Jesús vuelva físicamente el primer lugar que va a pisar va a ser el monte de los Olivos y el templo se abrirá (lo describe Apocalipsis, Zacarías, lo habla las profecías). Jerusalén es un lugar especial, Jesús muere en Jerusalén, resucita en Jerusalén y volverá a Jerusalén, porque la ciudad está diseñada como una Casa de Oración, es un espacio físico tan estratégico y especial. Pero así como Dios ama Jerusalén, ama también nuestras ciudades, ama lo último de la tierra donde vivimos, ama las naciones. Y de la misma manera que llora por Jerusalén llora por las ciudades que se inclinan al pecado, a la inmoralidad, a la muerte y ama tanto las ciudades que tiene misericordia por cada una y en esas ciudades siembra lo mejor que tiene que es su cuerpo, su iglesia, la gente que ama.
En algunas ciudades la iglesia está sembrada por miles y en otras apenas son un puñado que sobrevive aun en medio de la persecución. Una de las señales más fuertes del retorno de Jesús, es que antes de su venida abra iglesia en todos los rincones del mundo, desde las pequeñas aldeas hasta las grandes ciudades, es la misma gracia de Dios, de amor por esas tierras sembrando personas que pueden cambiar la realidad en el lugar dónde están.
En Juan capítulo 2 se menciona el principio de su ministerio. Juan relata que después que Jesús es bautizado, que transforma el agua en vino, cuando comienza su ministerio publico, cuando comienza a predicar y hacer milagros lo primero que hace es ir al templo, donde se enojó con los mercaderes, dio vuelta las mesas, hizo un látigo de cuero, les pegó a todos los que estaban y los echó porque habían hecho de su casa una cueva de ladrones.
Dos profecías se cumplen aquí, la de Isaías 56 y la de Jeremías 7:11 cuando Dios le habla a su pueblo y le dice: <han convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones>. Jesús cita a los profetas porque él es el cumplimiento de la palabra. Los fariseos le cuestionan la autoridad con la que les habla, pero él le responde que pueden destruir ese templo y en tres días lo volverá a reconstruir, pero Jesús no se refería a las piedras, sino a su propia vida. A lo largo de la historia la iglesia ha tratado de ser destruida una y otra vez pero esta palabra nos ha mantenido en pie.
Jesús tiene autoridad sobre su cuerpo y aun después de los momentos más oscuros la iglesia ha sido reconstruida.
Al comenzar el ministerio Jesús da vuelta la mesa de los cambistas y al poco tiempo de ir a la cruz él lo vuelve hacer declarando la importancia de lo que es la casa de oración.
El modelo o la forma de casa de oración ¿Cuál es? No se trata de un templo, de una estructura, sino que es un pueblo, una vida. Casa de oración no es un espacio por turnos para orar e interceder, sino que es el modelo para nuestras familias, para nuestras vidas y para la iglesia de Cristo. Es el lugar de encuentro entre el cielo y la tierra, es el espacio donde todos somos alineados porque la iglesia de Cristo está compuesta por capas.
La iglesia la construimos entre todos, no somos iguales, ni pensamos lo mismo pero tenemos el mismo sentir, somos capas del mismo pastel, somos parte de la misma historia. Cuando uno se cae, el otro lo levanta, cuando uno está quebrado, el otro lo sostiene, cuando para uno es invierno, para el otro es veranos y juntos construimos la iglesia gloriosa de Jesucristo.
No busquemos perfección porque todos venimos de las ruinas, en todos Dios ha hecho algo nuevo. Desde acá él construye una casa de oración.
La casa de oración para Jesús era tan importante que a los ocho años se escapa de los padres diciéndole a su mamá que era necesario estar en la casa de su padre. Casa de oración es una obligación que nuestra naturaleza, nuestra vida y nuestros hogares sean parte de un lugar donde él pueda habitar en nuestros corazones, en nuestras vidas, en nuestros matrimonios, en nuestras casas, en nuestros negocios, en nuestras ciudades, de tal manera que su gloria se manifieste.
Mientras Jesús estuvo en la tierra, durante esos treinta y tres años él fue la casa de oración, en ese cuerpo humano habitaba toda la trinidad, el Espíritu Santo, el Padre que lo llena todo y se revela a través de Jesús. Desde el día que el resucitó, venció a la muerte y nos dejó el Espíritu Santo nosotros somos ese punto de encuentro entre el cielo y la tierra. ¿Por qué nos cuesta tanto tener una vida de devoción y santidad? Porque el peligro es que transformemos nuestras vidas y familias de la iglesia de una casa de oración a una cueva de ladrones.
Él humana y físicamente era la casa de oración, él era el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, pero el sembró su cuerpo para cosechar un cuerpo.
¿Cuándo se transforma una casa de oración en una cueva de ladrones? La casa de oración no tiene que ver con nosotros, sino con el plan de Dios. Hay un punto cuando empezamos a caminar en el evangelio que nos volvemos ladrones y es cuando en el centro de la escena nos ponemos a nosotros mismos, nuestro propósito, nuestro llamado, lo podemos solucionar, lo podemos arreglar. Cuando en nuestra manera de hablar aparece el YO muchas veces corramos a la cruz. No solo el YO aparece como una modalidad de orgullo o de soberbia, sino que muchas veces el YO aparece con el yo no puedo, no voy a salir adelante, no tengo la capacidad, voy a ser igual que mis padres, voy a pasar lo mismo.
Cuando eso sucede empezamos a destronar a Dios de nuestras vidas y hacernos cultos a nosotros mismos, a nuestra capacidad o a nuestro dolor. En vez de darle el primer lugar a él y comenzamos a poner la mesa, cambiamos el altar por la mesa de los cambistas. ¿Quiénes eran los cambistas? Eran los que especulaban y negociaban con la presencia de Dios impidiendo que otros llegaran a tener un encuentro con Dios.
Aquellos que eran judíos una vez al año tenían que ir al templo para conectarse con Dios, llevaban una ofrenda que era en dinero o una ofrenda de animales. Los cambistas eran usureros y cambiaban de manera muy baja la moneda que los judíos iban a ofrendar. O aquellos que se trasladaban de grandes distancias no podían venir, por ejemplo, con la oveja bajo el brazo entonces ellos le vendían una oveja muy cara de tal manera que no solo hacían negocio, sino que se convertían en un impedimento porque la fe se iba apagando. La gente pronunciaba que era demasiado caro e imposible comprar el animal para ofrendar, y poco a poco lo que era una casa de oración que no debía tener límites se convertía en una barrera impenetrable donde la gente no podía tener contacto con Dios.
Dios no eliminó el templo, sino que proveyó una verdadera casa donde Jesús llega, da vueltas las mesas por el enojo que le provocó ver la casa de su padre y llora con tanta angustia por lo que pasaba. Él vino a romper con nuestro YO, el vino para romper con las limitaciones. Nuestro YO es un cumulo de cosas, son las historias que nuestros abuelos y padres vivieron y nos heredaron deformándonos en el propósito, son las cosas que el enemigo propuso para quedarse con nuestra inocencia, son los vestigios de la religión que nos hacen querer pagarle a Dios con el servicio.
La casa de oración no es un lugar para hacer, sino que para ser, es un lugar de devoción, de entrega. No se trata de lo que podemos hacer, sino de estar y una vez que le recibimos somos impulsados por él.
Debemos tener cuidado de no proveer trabas no solo para nosotros, sino porque también le podemos cerrar las puertas a otros. La casa de oración nos impulsa, porque podemos vivir la espiritualidad para nosotros mismos y la casa de oración convertirse en un lugar místico, pero la casa de oración debe impulsarnos a la cruz. La casa de oración para Jesús fue un tiempo de formación para la crucifixión. La casa de oración lo impulsó al propósito, lo llevó al cumplimiento de la palabra en su vida. Jesús predicaba cada día en el templo, pero lo escuchaban para ver donde se equivocaba para apedrearlo, querían matarlo.
La casa de oración hace que Jesús salga de nosotros, entonces nos convertimos en ladrones de la cueva cuando el evangelio se trata de solo nuestro bienestar espiritual y nos olvidamos de evangelizar.
No hay manera de vivir a Cristo en profundidad si no lo compartimos con otros, si eso falta en nuestras vidas tengamos cuidado porque estamos armando las mesas. Si eso le falta a la iglesia nos convertimos en cientos y miles de personas dentro de una cueva en vez de ser una casa de oración.
La casa de oración nos lleva a compartir de Cristo en nuestras vidas cotidianas en donde estamos y en las naciones. Compartir de Cristo es un evangelismo que habla con nuestras vidas, que transforma los ambientes, que cambia realidades. Es nuestra misma conducta, pero podemos tener una conducta impecable y comunicar a Cristo de diferentes formas pero la palabra nos dice que él eligió darse a conocer por medio de la locura de la predicación del evangelio. Debemos declarar con nuestras palabras que Jesús es la respuesta. Cuando vivimos a Cristo no es necesario que tengamos tantos discursos o elocuencia, sino tan solo una palabra. Una palabra que puede hacer que el corazón más duro se derrita o una palabra que pueda desatar la mayor persecución en nuestras vidas. Pero naturalmente la vida de Cristo es así.
El verdadero evangelio trae crecimiento y multiplicación, porque no se trata de nuestra capacidad, sino de lo que cultivamos en los corazones.
Debemos batallar con el YO, debe fluir la vida de Cristo y eso es importante. Debemos entender que es un espacio para nosotros, que lo que construimos es casa de oración para todos los pueblos y eso nos tiene que llevar a un impulso de un avivamiento de amor fraternal. No donde toleramos los pecados los unos de los otros, sino donde tenemos la capacidad de confesarnos los pecados los unos a los otros, donde podemos romper nuestro corazón, donde podemos entender que hay un espacio donde todas las capas se unen y es en su presencia. Donde debemos aceptar la responsabilidad que nuestro mayor propósito en nuestra vida, independientemente del camino que elijamos, es el mismo para todos, que es revelar a Jesús en todo lo que somos.
El buen testimonio no es solo una moda, no es solamente para que la gente hable bien de nuestra iglesia, sino que tiene que ver con que somos embajadores. Somos representantes de Cristo en todo lugar y que nuestras vidas deben manifestar la gloria de Dios en cualquier espacio donde nos movamos.
La estrategia del diablo es invitarnos a ser nosotros mismos, pero el problema es que tenemos una generación que ha crecido con eso y hoy está destruida pero como tiene el discurso del ser ellos mismos, no piden ayuda y no saben a dónde recurrir. Por eso, hoy tenemos las tasas más elevadas de suicidios de jóvenes y adolescentes. La estrategia del enemigo es decir no pasa nada, sé vos mismo, pero la estrategia de Jesús es dame tu vida, entrégame lo que sos y vas a descubrir que voy a ser yo en vos.
Dios no viene a nuestras vidas para sacar la mejor versión de nosotros, sino que viene para ser en nosotros nuevas todas las cosas y para que de acuerdo a nuestras características e historias, podamos manifestar la mejor historia de él. La mejor versión de él en nosotros, porque él tiene el poder de entrar en nuestros corazones, sanar nuestras heridas y revelarse a través de nuestras debilidades, fortalezas, a través de todo lo que somos para que la gente pueda entender que él es Señor.
Cuando Jesús comenzó su ministerio purificó el templo, cuando estaba a punto de ir a la cruz y ahora que está pronto a regresar lo vuelve hacer, Jesús dijo <el juicio empieza por la casa> y no es para asustarnos, sino para entender la magnitud del propósito que Dios estableció para con nuestras vidas. La magnitud del mensaje que estamos construyendo como generación, previo a su venida él vuelve a voltear las mesas, viene a enojarse con la religión, viene a dar vuelta en nuestras vidas todo lo que impide que seamos casa de oración para todos los pueblos. Si nos damos cuenta que hay cosas en nuestras vidas, familias, hogares se han torcido, el Espíritu Santo con violencia pueda venir y enderezarlas. Creemos que vamos a ver milagros extraordinarios, gente que está lejos del Señor volverá a él, porque tira las mesas, rompe los argumentos, él abre la puerta de la casa de oración. Nuestra mayor preocupación debe ser que hagamos de nuestras vidas y familias e iglesia esa casa de oración para todos los pueblos.
El Señor dice: <yo los llevaré> él nos trajo a este lugar, no nos trajo nuestra necesidad, ni dolor. Él nos trajo porque tiene el propósito y destino de llevarnos a una comunión plena con él donde encontremos todo lo necesario para recrearnos, donde nuestros sacrificios sean aceptados y nos convirtamos en parte de esa casa eterna que Dios está desarrollando.
“Decidimos a no negociar, no vamos a dejar de insistir, lo que nos moviliza no es la necesidad, sino que es esta fe que nos empuja constantemente, no solo para ver los milagros sino para querer verlo a él. El querer levantarnos, el querer bendecir a otros, el volver a construir. La fe no es la que produce el resultado inmediato. sino que es la que hace que vayamos muriendo para que Cristo crezca. Y que el milagro no sea la coronación, sino que el milagro sea la consecuencia de caminar una y otra vez en Cristo Jesús. Somos esa casa de oración a las naciones. Nuestras casas fueron destinadas para que habite la presencia de Dios, él se vuelve a levantar en su nombre para voltear con violencia las mesas. Veremos esa iglesia que él viene a buscar”.