Código de convivencia
“Dios nos llama a vivir una vida equilibrada. Una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo; en esto consiste un avivamiento sustentable.”
-Maximiliano Gianfelici
Dios está en los detalles por eso nos seguimos nutriendo de la lectura de la palabra que nos alimenta cada día. Ya llegamos a la última parte de Romanos, que es un mapa práctico de la construcción de nuestras vidas al atravesar tiempos difíciles.
En las escuelas se acostumbraba a tener un código de convivencia donde se ponían de acuerdo, el equipo de profesores y demás, para establecer pautas que regularan la comunidad para no desbordarse entre todos los que la componían. Algo parecido nos establece Romanos en sus últimos capítulos: un conjunto de normas que en medio de un contexto donde nos avasallamos los unos a los otros con tensiones muy grandes, construimos una comunidad que tiene parámetros que son indiscutibles para caminar y vivir en plenitud. Dios nos muestra que en medio de tiempos difíciles podemos ser felices. Jesús disfrutó en plenitud de su llamado aunque sabía que su destino era dar su vida en la cruz, el resucitó, vivió feliz y hoy sigue feliz sentado a la diestra del Padre, no mirándonos como nos destruimos entre nosotros, sino que allí dejo el marco, la gracia y nos dejó las pautas para caminar en ese propósito.
Romanos 12:1- Aquí el código de convivencia comienza con un pedido para entregar nuestros cuerpos en sacrificio vivo y santo, esta clase de sacrificio es la que agrada al Señor. Entendemos que todo lo que sembramos es lo que cosechamos, por eso en la cruz Jesús sembró su cuerpo para cosechar un cuerpo que es la iglesia. Somos parte de un todo, de una comunidad de fe, por eso no nos entregamos a Dios solamente cuando estamos solos en nuestras casas negándonos a hacer las cosas mal, sino que esto tiene que ver con una batalla en la que establecemos una disciplina porque tenemos un propósito. Nos entregamos a Dios también por amor a otros, para crecer juntos, empezando por nuestros seres queridos. La entrega en sacrificio vivo es donde nos sembramos para brindarle al Señor la mejor adoración.
A la iglesia no asistimos sino que pertenecemos, somos iglesia en todo momento y espacio.
Romanos 12-2 (NTV) Todo lo que Dios quiere para nosotros es bueno, agradable y perfecto pero podemos preguntarnos entonces: ¿Por qué nos pasan cosas malas? ¿Será que no tiene que ver con la voluntad? y si miramos el cuerpo de Jesús partido pensamos, ¿fue bueno, agradable y perfecto? De esta ecuación no podemos quitar el dolor porque es parte del trayecto que nos toca caminar, no vivimos un evangelio irreal donde en tres pasos simples podemos dejar de sufrir. El sufrimiento se atraviesa, el dolor se soporta pero se vive de manera distinta en el cuerpo.
Cuando nos entregamos a la voluntad de Dios ella nos conduce más allá de nuestros errores, nos lleva a que su propósito se cumpla en nosotros.
Romanos 12:3 (NTV) entendemos que este es el código y para que funcione debemos entregarnos a los demás, rendir nuestro cuerpo para ser parte del cuerpo. Antes de evaluar a los otros debemos evaluarnos a nosotros. Muchas veces tenemos fe para orar por un milagro o para que puedan pasar grandes cosas, pero no tenemos fe para evaluarnos a nosotros mismos. Cuando perdemos la fe, la primera fe que perdemos es en nosotros y muchas veces nos condicionamos diciendo “no creo que Dios pueda hacer algo, no creo que podamos recuperar lo perdido, no creo que podamos comenzar de nuevo, no creemos en nosotros porque nos conocemos” ahí en estas situaciones y declaraciones es donde comenzamos a perder nuestra fe, no cuando dejamos de creer en Dios.
La fe para nosotros es una persona, es Jesús y no importa cuánto tiempo hayamos perdido o cuan desarmados nos sentimos, sino que entendemos que al crecer Jesús en nosotros él hace todo nuevo.
La manera de evaluar nuestra vida es por medio de la fe declarando que él nos puede limpiar, perdonar, levantar y restaurar. Podemos comenzar de nuevo, puede desatar su bendición en nuestras vidas, no porque tengamos la capacidad en nosotros, sino porque entendemos lo que él hizo en la cruz del Calvario, donde venció a la muerte derramando su sangre. Aunque hayamos estado lejos el Señor nos atrajo con amor nuevamente, nos abrazó, nos rodeó con su gracia, es por eso que a la hora de mirarnos a nosotros mismos miramos con fe declarando que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.
El código tiene que ver de cómo nos vemos hacia Dios y cómo nos vemos a nosotros, lo que Dios quiere para nosotros es hacer su voluntad buena, agradable y perfecta pero a la hora de mirarnos a nosotros mismos nos miramos con fe.
Romanos 12:4-8 (NTV) Dios nos dice que nos evaluamos por la fe en él y que en el cuerpo que construimos cada uno, tenemos una función. Dios pone dones y capacidades en nuestras vidas, el don tiene un peso, lo recibimos por gracia pero debemos rendirlo a Dios, porque nos pedirá cuenta de la capacidad que nos dio. Dentro del cuerpo de Cristo no hay espectadores, debemos descubrir aquello a lo cual Dios nos envió hacer para bendecir. No está hablando de algo misterioso ni mágico, tenemos capacidad de dar, demos con generosidad, tenemos la capacidad de animar seamos de ánimo para otros, tenemos la capacidad de servir hagámoslo con alegría honrando a Dios en todo lo que hagamos. El Señor nos dio dones, capacidades y aunque el diablo nos haya tildado de inútiles y que no podemos, esos dones están dentro nuestro y debemos ejercerlos.
Despertemos el don, la gracia, esforcémonos por lo que Dios puso en nuestros corazones, no nos preocupemos por copiar a otros para ser igual, no estamos en un juego de jerarquías, sino que hay un propósito de Dios en nuestras vidas. ¿Cómo ejercemos nuestros dones? Simplemente usándolos, comenzando por nuestros hogares, abrazando, bendiciendo, transformando, como iglesia tenemos una riqueza absoluta porque no solo es una voz sino que son muchas voces que conectadas forman la gracia del Señor.
Cuando usamos nuestros dones todo el cuerpo es bendecido.
Romanos 12:9-11 (NTV) ¿podemos fingir el amor? Sí, podemos fingirlo porque el amor no es un sentimiento, sino que tiene que ver con la entrega y sacrificio, es compromiso, pacto. Nuestra medida de amor puede ser insuficiente para amar a todos, por eso necesitamos la medida de Jesús, esto un mandato “ámense unos a otros”. No es una obediencia a ciegas sino que se trata de un principio, donde hay respeto y honra hay orden. El respeto no le hace bien a aquel a quien se lo da, sino que el respeto dignifica a quien lo entrega. El respeto no tiene que ver con la dignidad de aquel que lo recibe sino con la dignidad de aquel que lo da. Cuando honramos al Señor el recibe la gloria pero nosotros somos bendecidos, necesitamos saber la medida de nuestro Dios porque esa medida nos dignifica.
A ese Dios a quien le damos nuestras vidas, nuestros días, nuestros domingos no vive en una ruta donde le dejamos botellas de agua, no nos cura el empacho con unos pesos y me predice el futuro. Al Dios que le damos gloria y honra para el cual vivimos, venció la muerte, es el creador de todo, es el primero y el último, es el león de la tribu de Judá, es el cordero inmolado, es Jesucristo aquel que fue, que es y que ha de venir.
Cuando lo honramos recibimos dignidad, por eso el respeto y la honra producen orden pero no ese orden de autoritarismo, sino que es un orden de comunión, un orden de filiación. Construimos una comunidad de fe muy grande y la dignidad que tenemos no viene del pastor, ni de una iglesia linda, sino que viene del amor que nos tenemos el uno por el otro. Si queremos construir una comunidad de fe solida empecemos por el respeto y la honra, en eso se manifiesta el amor mutuo, vamos a tener diferencias en muchas cosas y no vamos a llegar a un acuerdo quizás pero lo importante es que no perdamos el respeto y la honra. No se trata de los demás, mientras nosotros demos respeto y honra tendremos dignidad.
Debemos aprender a honrarnos los unos a los otros, el respeto y honra no es un orden de jerarquías sino que es el amor de Dios que lo llena todo.
Romanos 12:12-21 (NTV) Dios nos está preparando para ayudar a otros, vamos a partir el pan, debemos bendecir a quienes nos persiguen. Que todos vean que somos personas honradas, lo cual, cambiará la realidad de nuestra ciudad, debemos renunciar a la venganza y no hacer justicia nosotros, tenemos que perdonar. La renuncia a la venganza es el perdón, cuando perdonamos liberamos a la persona del mal y nos liberamos nosotros. El perdón es un acto de justicia que libera lo sobrenatural de Dios, sana, nos lleva a renunciar a la venganza porque el que hace justicia y se encarga es Dios. Dios traerá orden y equilibrio, no debemos dejar que el mal nos venza, sino que debemos vencerlo con el bien, somos el bien, es Cristo Jesús caminando en nosotros.
Lo que leímos es como el código de convivencia para evaluar nuestras vidas, muchas veces buscamos explosiones y avivamientos, pero Dios más que eso nos ha dado una vida a través de la cual tenemos que trazar, nos ha plantado en una familia, en una ciudad y nos ha dado las herramientas para que nos vaya bien, para que podamos recuperar estos valores, para caminar en lo que el Señor tiene y dice de nosotros.
Romanos 14:17-18 (NTV) el reino de Dios no se trata de comida y bebida, ni de logros personales, el reino de los cielos es una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo. No hay estratos sociales, ni competencia sino que es llevar una vida en bondad, paz y alegría. Cuando nuestra bondad depende de cómo nos sentimos, cuando la alegría depende de cuánto tenemos, cuando nuestra paz viene de que todas las circunstancias estén alineadas para que estemos bien todo esto se torna en un problema y no podemos resolverlo, pero cuando la fuente de estas tres cosas es el Espíritu Santo vivimos una vida equilibrada y de plenitud.
“El Espíritu Santo ordena las prioridades porque el reino de los cielos nos lleva algunas veces a entregarlo todo y quedarnos sin nada, otras nos da más de lo que podemos tener o merecer, pero no tiene que ver con eso, sino que se trata de vivir en plenitud. Nada nos debe condicionar, el reino de los cielos no es religión, no es una competencia personal por quien es más visible, el reino de los cielos es una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo. Podemos vivir una vida de esta manera si nos rendimos a él, sigamos el código de convivencia, hagamos las cosas con alegría porque sabemos que Jesús ya venció. Pongamos manos a la obra para que los actos de justicia cambien los ambientes. El Espíritu Santo es el que produce que el reino de los cielos se construya desde los hogares.”