Corremos el velo
4 de diciembre de 2022
La segunda venida se trata de un encuentro con la revelación perfecta de Jesús.
Maximiliano Gianfelici
Podemos pensar en correr el velo como una acción que saca a luz lo que está escondido, pero el libro de Apocalipsis, que significa correr el velo, revela la persona de Jesús y su manifestación en el último tiempo en lo que sucederá. Apocalipsis es la culminación o más bien la síntesis del todo que es la palabra de Dios. En el mes de diciembre vamos a leer el libro de Apocalipsis sin temor, sin miedo, poco a poco en nuestros grupos de vida.
Todos sabemos que en una boda hay un momento donde el velo se corre, el novio besa a la novia y hay un contacto, eso es Apocalipsis, es correr el velo donde la novia se besa con el novio, es el momento del encuentro, donde Jesús, el novio, dice: di mi vida, espere tanto, derrame mi sangre, vencí a la muerte y he esperado el tiempo para correr el velo y encontrarme con ella. Es donde la novia, que es la iglesia, dice: recibí de tu gracia, fui perdonada, pasé tanta tribulación y aquí estoy, el tiempo de la canción ha llegado.
Hoy quizás vivimos a Jesús pero luchamos por tener intimidad con él y de encontrarnos a través de su presencia, nos cuesta orar y nos cuesta sentirlo. Sin embargo, en el momento que percibimos apenas una vislumbre de su gloria nos sentimos tan vivos, tan renovados y tan transformados, que no nos damos una idea cómo será en el momento cuando sea todo sea perfecto, cuando el velo ya no exista, cuando le veamos físicamente y podamos reinar con él por siempre y para siempre.
Esto no es una ilusión, es el camino por el cual debemos andar, ese beso es perfecto porque no solo se trata de un encuentro con una persona, sino que se trata de un encuentro con todos, con los seres queridos que no están, con la historia de nuestra vida.
Predicamos de Cristo y se lo damos a conocer a la gente porque queremos verlos reinar con él por siempre y para siempre.
Corramos el velo para que nuestra familia se encuentre con él, el tiempo que se avecina será de un gozo indescriptible, pero no de un gozo porque nos sanó o nos proveyó, sino un gozo que nos lleva a danzar en medio de las pruebas, a permanecer en medio de las dificultades y es el gozo de saber que fuimos elegidos por su amor para reinar por siempre con él. Vamos a correr el velo una y otra vez para verlo a él, para ver su belleza y lo que tiene para nosotros.
Apocalipsis 1:1-20 (NTV)
Nos encontramos con dos protagonistas y el escritor se encarga de marcarlo una y otra vez. Primero Juan que habla acerca de su exilio en la isla de Patmos, de su persecución y sufrimiento, comparte cómo estando en esa isla vacía fue tomado por un ángel el cual llevándolo al cielo corrió el velo y pudo ver a uno semejante al hijo de hombre. El término hijo de hombre es más viejo que los Evangelios, cuando Daniel tiene una visión y profetiza acerca de la visión del hijo de hombre, del Mesías para los judíos, un hombre Dios y un Dios hombre que vendría a redimir.
Juan utiliza este término porque todos los términos con los que él había llamado a Jesús anteriormente son insuficientes para describir lo que está viendo. Él lo llamó pastor, rabí, amigo pero de repente el velo se corre y la revelación que Juan tiene de Jesús es indescriptible y solo toma el título del Hijo de Dios e Hijo de hombre diciendo: yo vi uno semejante que estaba en el trono paseando en medio de siete candelabros, que son las siete iglesias. Durante muchos años los teólogos han discutido acerca de qué significa, después de las apreciaciones y estudios podemos decir que las siete iglesias son la percepción no lineal de acontecimientos que ocurrieron en el tiempo, sino que las siete iglesias que son siete candelabros y siete aspectos de la iglesia de Jesús.
Corramos el velo, tengamos un encuentro con Jesús para despojarnos de aquellas cosas que nos separan de él.
La iglesia es como un diamante que se perfeccionó bajo presión que ha estado enterrado, que ha sufrido persecución. La pureza y el valor de un diamante lo dan las múltiples caras que ese diamante tiene. La belleza de una piedra preciosa está en su capacidad de refractar luz, una piedra preciosa no tiene luz propia toma la luz del ambiente y de acuerdo a sus múltiples facetas las puede reproducir y hacerlas brillar de manera extraordinaria.
Si la iglesia fuera un diamante tendría siete lados, cada uno de los aspectos que se describen en las siete iglesias de Apocalipsis son aspectos que la iglesia de Cristo ha tenido y tendrá a lo largo de esta historia. Por un lado tiene una entrega abnegada pero por otro lado batalla con la religiosidad; por un lado permanece en adoración pero por otro lado tiene que luchar con la tibieza. Es un diamante perfecto pero imperfecto, escogido y cuando miramos y leemos de las siete iglesias no podemos mencionar que son etapas, sino que son parte de un proceso a través del cual la iglesia es purificada para formarse una sola iglesia.
Esto nos ayuda a entender que así es nuestra vida, no es todo felicidad, no es todo alegría, no estamos todo el tiempo arriba pero sin embargo Dios nos ama, nos escoge y se pasea en medio de nosotros. Cuando habla de que él se paseaba en medio de los candelabros encendidos, algunas de estas iglesias describen situaciones muy complejas, pero sin embargo él está pastoreando, caminando en medio de estas situaciones.
Juan es el primer personaje y cuando se corre el velo nos deja ver a Jesús, tenemos al ángel que es un mensajero, un puente que conecta la realidad del cielo con la realidad de la tierra declarando a un sonar de trompeta que es el tiempo de la revelación de la persona de Jesús como nunca antes se vio, pero con un propósito: anunciar que el tiempo se acerca, que ha llegado una nueva temporada.
En esta nueva temporada la revelación de Jesús es la que marca el rumbo.
Por eso se le dice a Juan que abra el libro, que escriba todo lo que ve, que lo mire y lo predique porque las personas que lo van a leer serán bendecidas. Juan el discípulo amado, en el momento en que está en la isla de Patmos tiene noventa años, es el único de los doce apóstoles que no murió martirizado pero no porque no lo quisieron matar, sino que no pudieron hacerlo. Lo apedrearon, fue perseguido, de hecho la tradición cuenta que lo pusieron en una olla de aceite hirviendo y aun así estando quemado no murió. Por lo tanto lo enviaron a esta isla que está cerca de las siete iglesias y estando allí es donde el ángel lo visito.
En ese momento de su vida tiene la revelación más extraordinaria de Jesús, Juan conocía a Jesús y su voz. En el Evangelio de Juan hay un momento donde nos muestra que cuando Juan era joven estaba en el mar de Galilea pescando y ahí es donde un nazareno de treinta años lo desafía a tirar las redes, Juan ve la multiplicación sobrenatural de los peces y reconoce enseguida que es el Mesías, sale corriendo al encuentro del hijo del carpintero, el cual era simple pero con palabras profundas de amor. Juan se apasiona por este hombre simple, camina con él, lo sigue y aprende a través de su cercanía. Lo ve sanar a los enfermos, lo ve perdonar los pecados, lo ve enfrentar a los fariseos, come con él, charla con él, baila con él en las bodas de Canaán. Ve cuando recluta a los demás discípulos, cómo resuelve las tensiones que entre ellos tienen, se acostumbra a su sonrisa, a su voz, a su rostro, a su forma, camina por tres años con él.
No solo Jesús se le revela como el Salvador que camina a través suyo, sino que le da propósito a su vida, llamándolo hijo del trueno y en el último momento antes de ser crucificado Jesús, Juan tiene la oportunidad de apoyar su cabeza en el pecho de su maestro, de sentir el latido de su corazón para que un par de horas más tarde vea ese pecho desgarrado y a su amigo, salvador y Mesías roto. Verá cómo lo escupen, cómo lo maltratan, lo verá colgado en la cruz suspirando perdón en vez de condenar y se sentirá más que honrado cuando le dice que por favor cuide a su mamá en este tiempo porque él va a regresar. Ve como la tierra tiembla y nunca más tendrá una revelación de Jesús como lo que acababa de ver porque mientras Juan permanece en su debilidad y desconcierto, Jesús estaba venciendo a la muerte.
Ese Mesías aplasta el infierno y resucita al tercer día con un cuerpo glorificado, Juan corre más rápido que Pedro para ver la tumba vacía pero será un tiempo después cuando una nueva revelación de Jesús se le aparece. Un desayuno que se repite en la costa del mar de Galilea, una nueva pesca milagrosa y ahí está él, es el mismo pero distinto, no hay heridas pero sí cicatrices, le habla de lo que ha de venir y en el último capítulo del Evangelio de Juan caminan juntos.
Juan está ahí cuando lo ve subir a las nubes, escucha a los ángeles, que tal vez sean los mismos que le revelaron Apocalipsis, decir: ¿Por qué se desesperan? Este mismo que sube un día volverá. Entonces que pasa ¿Juan se queda sin revelación? No, Juan tiene una misión y aprende a ver a Jesús revelado en la iglesia. Nos menciona en sus epístolas que Dios es amor, esto lo escribe después que pastoreó gente, deja de ser un discípulo para convertirse en un pastor liderando la iglesia de Jerusalén y aprendiendo una nueva revelación de Jesús conociendo al cuerpo, amándolo, desarrollando relaciones con los demás. No solo con la gente que se convertirá a Cristo por primera vez, sino también con aquellos que lo rodean, se encuentra que con que el poder de hacer milagros no se fue con Jesús. En el libro de los Hechos nos muestra que se encuentra con su amigo Pedro entrando al templo de la Hermosa y allí ve el milagro del cojo cuando se levanta.
Cuando avanzamos en la revelación y entrega, Dios responde.
El poder y la unción están en el cuerpo, ve milagros, ve cómo se abren caminos, ve como sus amigos, los once discípulos con los que camino son asesinados progresivamente sin negar a Cristo. Se enamora de una nueva revelación de Jesús a través de la iglesia. Pero había algo más, había una revelación más profunda y cuando parece que todo se termina después de que intentaron matarlo, llega a Patmos. Allí nos menciona que estaba en el día del Señor cuando un ángel se le aparece para revelarle, para correrle el velo para que pueda mirar al Señor de la manera que será visto en los últimos tiempos.
Subió al cielo, el velo se corrió y ve siete candelabros de oro, los cuales el conoce porque para el judío es el antesala al lugar santísimo, es el aceite que arde de día y noche, es el altar que nunca se apagó, es la adoración veinticuatro siete de un iglesia que ha pasado por muchos momentos pero permanece ardiendo. Lo ve a él como nunca antes lo pudo percibir, lo ve de la misma manera pero diferente con una revelación única. Menciona: yo vi al Hijo del hombre, el cual se paseaba entre los candelabros encendidos, es hermoso, sus ojos están encendidos y su boca es como una espada afilada, como un estruendo que todo lo conmovía, sus cabellos son blancos y tiene una banda dorada en el pecho, es rey y está de pie, caminando. Juan dice: que se quiere morir al ver todo eso y el Señor le habla diciéndole: que todavía no es el momento porque debe mostrarle lo que vendrá, revelándole su belleza y los acontecimientos futuros, le pide que escriba, que anote pues esa revelación va a conducir a la iglesia hasta el día en que la vea cara a cara.
Es el camino que estamos transitando, estamos siendo impulsados a una nueva revelación de Jesús, si nuestra vida ha sido solo quedarnos con un solo aspecto de él, el que nos llamó, el que nos dio propósito, el que nos da un lugar para servir, a quien oramos cuando estamos mal, al que nos sanó cuando estábamos enfermos está incompleto.
Apocalipsis se trata de ver, de ser intencional, de correr el velo y querer verlo, de tener tiempo. Miremos a nuestro alrededor, lo que sucede, miremos la palabra, miremos su iglesia, miremos a través de su Espíritu y veremos cosas asombrosas de la manifestación de su poder en este tiempo. A través de nuestras vidas su gloria será revelada, corramos el velo para encontrarnos con una revelación fresca. Vemos cómo Juan en la revelación cada vez más crece pues la percibe, la ve, la entiende, no le queda nada que entregar, ya lo dio todo, es un anciano exiliado en una isla y en ese punto el cielo se abre para él. Su vida entregada y su corazón rendido abren la puerta a la revelación.
No nos conformemos a una revelación antigua de Jesús, desactualizada, a esa experiencia que alguna vez hemos tenido, sino que entendamos que su revelación es progresiva. Por eso, la empezamos a ver tal cual es y eso nos lleva a victorias más profundas, nos lleva a apasionarnos más de él, nos lleva a ser certeros en el propósito con el cual nos ha llamado.
Cuando servir a Dios se convierte en una carga debemos preguntarnos ¿Qué revelación de Jesús estamos teniendo? Porque cuando lo que imparto a los demás es una revelación vieja, porque no hemos crecido en la comunión con él, se hace insuficiente, pero cuando la entrega está acompañada de una revelación fresca, hay un renuevo. Es hermoso ver crecer a nuestros hijos en la revelación de Jesús, que vean que somos felices sirviendo y mostrando a Cristo a otros, tenemos la misión de ser colaboradores del Señor.
El renuevo del Espíritu y los milagros están en las personas que forman a otros, en las personas que se animan a acompañar a otros y a ser un canal de bendición. Es necesario correr el velo, es necesario enamorarnos y apasionarnos sin condicionamientos del Señor porque si todo el tiempo estamos limitando nuestra capacidad a lo que podemos hacer en nuestras fuerzas, no vamos a prosperar, no vamos a llegar y no se trata de nuestras fuerzas sino en las de su Espíritu.
Corramos el velo porque el Jesús al cual estamos sirviendo no solo es alguien que murió, que rompió su cuerpo, que sufrió, que arrastró sus pies, que venció el cansancio o el agotamiento, sino que la revelación de Cristo al cual estamos sirviendo hoy es poderosa y extraordinaria. Él se pasea en medio de los siete candelabros de oro, el que estuvo muerto y volvió a la vida, el que resucitó al tercer día está a la diestra del Padre. Él está de pie, su palabra es como una espada aguda que rompe, que quiebra, que cambia la historia, su rostro brilla más que el sol, él es santo, poderoso y pronto le veremos cara a cara, ese es el Dios a quien servimos.
Sus ojos están encendidos de amor por nosotros, a pesar de nuestras quejas y debilidades.
“Señor, corremos el velo y caemos como muertos a tus pies, allí encontraremos descanso. Debemos entender que la revelación fresca de Jesús nos da las fuerzas para seguir. Nos preparamos para ser protagonistas de los últimos tiempos y entramos a un nuevo nivel de revelación.”