
20 de julio de 2023
Daniel 10:10-12 (RVR)
En este tiempo debemos entender el desafío que tenemos como iglesia: necesitamos ser una iglesia vigente, actual. Pero esto no tiene que ver con modas o modernidad. Vemos cómo Daniel sobrevivió a tres reinados. A los diecisiete años fue deportado, y cuando escribe el capítulo 10 ya tenía más de ochenta años. Todo lo que desarrolló en ese primer momento, en su adolescencia, con el cambio de nombre y de cultura, nos muestra que a sus ochenta años necesitó tener una revelación nueva.
En sus primeros años fue una persona que trajo la palabra revelada en sueños, el portavoz de Dios con un mensaje. Pero a sus ochenta años, él fue el mensaje. Pasó de interpretar sueños a ser el portador de ellos. Esto habla de una vigencia espiritual, para llevar al pueblo lo que necesitaba en ese momento y en esa hora. Ese mensaje fue tan vigente que nos alcanza hasta hoy.
La actitud de Daniel hizo que el cielo se pronunciara. Tocó el cielo de tal manera que Dios mismo descendió en la representación de un ángel. El cielo comenzó a revelarle lo que estaba ocurriendo, y que hasta ese momento Daniel no entendía. Había una guerra que él no sabía que existía. Si bien sentía en su cuerpo el fragor de esa guerra, no sabía que en los cielos se libraba una batalla, donde Dios traía un tiempo nuevo de liberación para Israel.
Este pasaje nos muestra algo que hemos escuchado muchas veces pero que nos cuesta comprender: cómo hay una batalla espiritual, y cómo el enemigo trabaja para que las cosas que Dios ya determinó no lleguen en el tiempo que esperamos. Por eso es tan importante que vivamos tiempos de ayuno y oración, ya que son los que hacen que los cielos se pronuncien, que la revelación venga, que lo que estaba detenido comience a manifestarse.
El desafío de la iglesia hoy es ser vigente. Debemos tener la revelación de Dios en nuestro corazón. Debemos traer el cielo a la tierra.
Aunque haya guerra, oposición, demoras, o incluso cuando sentimos que el enemigo se interpone a lo que debe llegar, debemos entender que Dios sigue gobernando. Ese anciano de días está sentado en el trono. Él escucha nuestra oración. No es indiferente a nuestra búsqueda. Siempre ha estado presente. Conoce nuestras necesidades. Sabe que hay promesas que deben cumplirse. Y aunque el enemigo intente impedirlo, Dios está decidido a hacer realidad lo que ha prometido. Por eso debemos resistir y seguir tocando las puertas del cielo hasta que nuestro milagro llegue.
Las crisis no tienen que ver con un factor humano, sino espiritual. No debemos dejarnos absorber por la realidad. Tenemos que comprender que Dios está peleando nuestra batalla. Por eso, debemos permanecer hasta que el milagro llegue a nuestras vidas.
Necesitamos aprender a escuchar lo que el cielo habla, para entender lo que ocurre y no quedar atrapados en lo humano.
Cuando bajamos a lo humano, creemos que la batalla es con personas, con situaciones, con la economía del país. Le damos vueltas al problema como si todo tuviera una raíz natural. Pero nuestra batalla es espiritual. Por eso, solo con la presencia de Dios y con las armas espirituales que él nos dio vamos a conquistar lo que necesitamos.
Entramos en un tiempo de ayuno y oración por las familias, y no hay nada más poderoso que esto. Aunque sintamos que por momentos el enemigo gana, sabemos que no vencerá en nuestras familias. Dios tiene el control. Dios tiene poder. Él hará la obra. Traerá libertad a nuestros hogares, traerá de vuelta a quienes no están. Tocará corazones, quebrará mentes endurecidas y encenderá espíritus apagados. La batalla ya está ganada. Solo está tardando un poco, porque hay guerra en los cielos. Pero está determinado que lo que buscamos de parte de Dios, él lo hará para nuestras casas y familias.
Daniel desató una guerra espiritual después de veintiún días de ayuno y oración, porque los acontecimientos políticos de ese tiempo estaban ligados a entidades espirituales. El libro de Daniel nos muestra que Dios pone y quita reyes. Es su obra, aunque no podamos verla. Dios envió a un ángel para esa batalla, y aun así Daniel se angustiaba porque no comprendía lo que pasaba.
En cada tiempo, nación o ciudad se levantan obstáculos para frenar lo que Dios quiere hacer. Por eso la iglesia debe estar en guardia constante, en oración, en ayuno y en búsqueda de revelación para entender el mundo espiritual y mantenerse vigente.
Necesitamos como iglesia vivir en esa renovación constante, dependiendo del cielo y de la revelación para este tiempo.
Ser vigente no implica seguir la última moda de la iglesia global. Ser vigente es estar despiertos, entendiendo los tiempos, y sabiendo que lo que construimos hace diez años hoy necesita una nueva unción, una nueva revelación, una actualización. Porque la guerra de hoy no es la misma que la de hace diez, veinte o cuarenta años.
Cuando volvemos al pasaje de Daniel 10, vemos que el arcángel Miguel se levanta para batallar. Había una guerra fuerte. Algo estaba deteniendo la revelación que nos alcanza hasta hoy. En esa búsqueda, Daniel comenzó a percibir que algo en el mundo espiritual tenía que pasar. Dios comenzó a traerle la revelación que necesitaba. Le dio sabiduría y entendimiento (Daniel 9:22-23). Cuando estamos vigentes en esa conexión con Dios, vamos a entender la orden y la visión. Pero muchas veces, como le pasó a Daniel, no vamos a comprender del todo lo que Dios está haciendo en nosotros.
Daniel tenía una lucha interna. Estaba acostumbrado a traer la revelación de los sueños de otros, pero ahora recibía para sí mismo la revelación de lo que Dios iba a hacer a través de su vida. Ya no era un profeta anunciando lo que Dios haría. Ahora él mismo era la señal de lo que Dios estaba haciendo.
Dios está llamando a la iglesia a ser la señal en estos tiempos.
La iglesia empieza a hacerse visible, a ocupar lugares, a ser respuesta donde otros no pudieron. Empieza a tener favor y gracia para entrar en espacios donde antes no podía. Muchas de las cosas por las que oramos por años, hoy las estamos viendo. La iglesia está tomando el rol de ser la voz de Dios con sus hechos: una iglesia que abraza, que responde, que mira al necesitado.
Daniel pasó de observar lo que otros hacían a ser el portador de la palabra, de la revelación, de lo que Dios quería hacer. Incluso a sus ochenta años, comenzó a tener una vigencia y actualidad que sigue alcanzándonos hoy. Superó grandes obstáculos, preservó su fe, llegó a ocupar cargos altos en gobiernos extranjeros. El mundo de Daniel cambió constantemente, pero sobrevivió a tres imperios.
Ser vigente es ser respuesta de Dios. El mensaje que portamos debe tener poder transformador. Daniel vivió en un mundo injusto, opresivo, que destruyó su identidad, que quiso matar su fe y limitar su vida espiritual. Pero ni Babilonia ni el imperio medo-persa pudieron vencer su fe. Daniel aprendió que había en él un espíritu superior. Nada lo movió. Ni el horno de fuego, ni el foso de los leones, ni las injusticias, ni las crisis quebrantaron su fe. Permaneció firme y, por esa firmeza, transformó su realidad y se convirtió en una persona influyente.
Ser vigentes implica sostener nuestra fe incluso en medio de la adversidad.
Otra característica en Daniel fue el poder del quebrantamiento. Era un hombre quebrantado en Dios. El quebrantamiento nos enseña a renunciar a nuestra voluntad por la de Dios. Nos lleva a sembrar nuestras vidas en obediencia, incluso sin entender. Es tener una vida rendida a Dios más allá de lo que estemos viviendo.
En la vida hay dos tipos de dolor: el del proceso sin cambio y el del quebrantamiento. Muchas personas repiten errores, sufren, pierden, se enojan con Dios y con los demás, pero no cambian. Ese dolor es estéril. Pero el dolor del quebrantamiento nace cuando nos negamos a nosotros mismos para hacer la voluntad de Dios.
El ayuno nos lleva a quebrantarnos en las áreas donde nos falta plenitud.
Nos lleva a rendirnos para alcanzar una vida con propósito. El quebrantamiento produce avance espiritual. Jesús fue quebrantado en Getsemaní cuando aceptó la voluntad de Dios por encima de sus deseos. Una persona herida sin quebrantamiento daña a otros. El quebrantamiento en Dios siempre produce fruto.
Daniel fue un hombre quebrantado. No lo quebró el exilio, ni el cambio de nombre, ni la injusticia. Él se quebraba en la presencia de Dios tres veces al día. Ese quebrantamiento lo mantuvo firme.
No dejemos que el enemigo quiebre nuestra vida espiritual, nuestra familia o nuestra economía. Quebrantémonos en la presencia de Dios, y todo lo externo será transformado porque Dios ve el corazón. Cada vez que rendimos algo, hay avance. Algo se mueve en el mundo espiritual.
Daniel logró que el cielo se pronunciara. Su vida quebrantada atrajo la cercanía de Dios. El cielo también quiere pronunciarse sobre nuestras vidas. Una persona herida culpa a otros, critica, se mantiene al margen, ve solo lo negativo. Cuidado con eso. Dios no quiere que sigamos sufriendo por no cambiar. Quiere que nos quebrantemos, que nos rindamos, para que haya fruto real, fruto que permanezca, que traiga respuestas, que permita que Dios obre.