
6 de julio de 2025
En este nuevo trimestre vamos a hablar del que ha de venir.
Leeremos Daniel, Isaías y Apocalipsis.
Escribíamos esto como palabra profética que el Señor nos daba:
El crecimiento de la plenitud de Cristo en la comunidad de fe la hace más fuerte y madura para llegar a nuevos lugares y tener mayor autoridad en todos los ámbitos de la sociedad. El desarrollo de la comunidad se revela por medio de una cultura propia y sana. Jesús fue el primer arquitecto cultural, el primer apóstol, y eso mismo se refleja en el desarrollo de la comunidad de fe. Relaciones sanas, alianzas estratégicas, amistades de pacto, hogares encendidos crecen en medio de una casa de oración madura que nos reúne a todos en torno a la persona de Jesús.
Lo que nutre la vida de la comunidad de Jesús es que es plenamente consciente de que se acerca su regreso, y se apresura para ser fiel a Él, mientras espera apasionadamente el momento en el que lo verá cara a cara. Maranata es el clamor del Espíritu, y al que la iglesia debe unirse: “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven, Señor Jesús!” Maranata es la voz que resuena como un trueno, una voz de mando que impulsa a su pueblo en esta temporada. Somos Amigos del Novio.
Esto lo escribimos pensando en lo que estamos viviendo como iglesia, en el contexto de lo que vamos construyendo juntos. No es una palabra profética como algo místico, sino que está anclada a la Palabra, en lo que la Biblia dice, porque el que ha de venir vendrá y no tardará.
Encontramos más de 150 capítulos destinados solamente a hablar de la segunda venida de Jesús. A lo largo de la historia ha sido un tema de discusión que ha atravesado a la iglesia. Pero nunca antes, como en este tiempo, las señales se cumplieron todas juntas y en poco tiempo. Nunca el cumplimiento de la palabra profética se aceleró tanto. Crece la maldad, la división entre las naciones, los fenómenos climáticos y en medio de eso, se apresura el cumplimiento.
¿Cuándo va a acontecer?
El problema no es cuándo, sino que, cuando entendemos lo que está pasando, vivimos como si Jesús viniese mañana, con esa intensidad, tratando de cambiar y mejorar. Y eso es lo que produce mirar a Aquel que ha de venir. Miramos el retorno de Jesús con esperanza.
Daniel 1
Babilonia es una herramienta poderosa en la historia de la humanidad. Se va a convertir en el centro de la cultura y de la historia. El Dios de toda la historia juzga a los pueblos y naciones. Él traerá un orden. Mientras tanto, Él respeta, pero trabaja con los suyos, sabiendo que hay un plan final donde Él va a reinar. Dios no juega al ajedrez, no juega a nada. Creó seres humanos responsables. La Biblia dice que por su amor no hemos sido consumidos, Él entregó a su Hijo para que seamos parte de la construcción de lo que Él está haciendo. No somos piezas: somos parte de Él, redimidos.
Cuando no entendemos eso, nos sentimos enojados y frustrados con Dios. Tenemos responsabilidad, decisión, tenemos la libertad de construir de acuerdo a los principios de Dios. Babilonia es un sistema que hasta ahora perdura, esclaviza a las personas silenciosamente, toma lo mejor y lo corrompe todo. En medio de eso, el Señor tiene un pueblo que Él ama. En ese contexto hay un grupo de cuatro muchachos y un tipo de Jesús extraordinario.
Prepararlos implicaba que ellos dejarían sus costumbres, se sentarían en la mesa del rey, alimentándose de sus ideas, y servirían al rey de ese sistema. Es la realidad de hoy. Este sistema tiene la misma forma: la comida de Babilonia destruye familias, el vino de Babilonia produce muerte. Las ideas del diablo tienen como objetivo quebrar las vidas.
Así como Jesús te invita, también hay un rey pagano que te invita a sentarte a su mesa. Hay dos tipos: uno te paga la entrada, y el otro te impone. Es ahí donde tenemos que definir en qué mesa nos sentamos. No se trata solamente de cambiar la cultura del sistema, sino también de destruir y cambiar la identidad, por eso les cambia los nombres:
Daniel significa: Dios es mi juez. Babilonia le pone Beltasar, que significa: Que Bel proteja su vida. El nombre de Daniel declara el tiempo en el que la tierra se encuentra: Israel está siendo juzgado. Daniel, con su nombre, declara: “Él es mi juez, me ama, es mi Señor, el que me protege”. Su nombre es cambiado para ser una invocación a Baal, representación de Belcebú.
Transformar el nombre profético en uno que declare adoración a este sistema.
El nombre define identidad. Lo que hace el sistema es cambiar la declaración de Dios por lo que quiere imponer.
Ananías: El Señor es misericordioso. Su nombre es consuelo.
Le cambian su nombre por Sadrac: Iluminado por Aku, servidor de Aku, dios de la luna.
Misael: ¿Quién como Dios? — referido al que es, al que era, al que ha de venir.
No hay como Él. Decían “Maranata” no solo como el que vendrá, sino como una expresión del “Yo Soy”. Le cambian el nombre a uno que significa: ¿Quién como Aku? — lo tuercen.
Azarías: El Señor es mi ayuda. Lo cambian a Abed-Nego: Siervo de Nebo, dios de la sabiduría y escritura.
Apocalipsis dice que le será dada una piedrita blanca y un nuevo nombre que nadie conoce. Cuando sentimos que no damos más, que no podemos seguir así, que nuestro cuerpo y alma fallan, también hay veces en las que nos sentimos no elegidos por Dios, que no tenemos capacidad para hacer las cosas.
Por ahí nos preguntamos de dónde salió ese gesto de amor o ese nivel de entrega. Nos desconocemos. Lo que salió era tan bueno y tan puro. Eso es Jesús creciendo dentro nuestro. No es nuestra capacidad ni conciencia. Es el nombre verdadero que tenemos. Eso que sentimos es el nombre que Dios nos puso antes de nacer. El nombre más poderoso no es el que te dieron tus padres: es como Dios te nombró.
Fuimos hechos para buena obra. Ese nombre se desarrolla, y el sistema busca apagarlo. Cuando venimos a Jesús, comenzamos a descubrir ese nuevo nombre.
Descubrimos que la historia de nuestras vidas podría transformarse para la gloria de Dios. Hay una pelea: el sistema quiere confundir.
El rey de Babilonia pidió buscar a los mejores. Entonces, el diablo siempre busca lo mejor. Somos lo mejor porque la sangre del Cordero está sobre nuestras vidas. Somos mejores que lo que el sistema nos quiere imponer. Entendemos el valor de la Palabra, de la gracia, el amor y la misericordia.
Somos mejores porque estamos parados en un entendimiento. Nos interesa conocer profundamente a Jesús.
El infierno está detrás de los mejores. Estamos marcados para caminar en medio de su gracia. Daniel propuso no contaminarse, y eso es entender quiénes somos. No vivimos conforme al espíritu de este mundo. Las leyes del cielo nos gobiernan. Construimos familias íntegras, caminamos con libertad, no participamos del chisme.
Hay un propósito, un nombre, un peso que va a durar por la eternidad. La vida que llevamos habla de misericordia, que hay ayuda en tiempo de dificultad. Por eso las batallas que libramos para agradar a Dios son la construcción de lo que Él nos llamó a hacer.
Daniel halló gracia delante del segundo del rey. Vamos a encontrar favor en medio de un sistema que nos persigue, porque la iglesia de Cristo produce gente íntegra, líderes capaces, familias entregadas. Esto abre oportunidades de trabajo y de puestos. Que el sistema de Babilonia no contamine la vida de la iglesia. Eso se da cuando nos sentamos a la mesa del Señor permanentemente, para que las ideas, la cultura, la forma, no se nos peguen, porque hay uno que va a venir.
Vivimos por amor a Él, entonces no nos conformamos a este siglo, sino que somos transformados por medio del poder del Espíritu Santo. Seamos responsables cuando nos llamen, cuando accedamos a esos lugares de gobierno. Mostremos a Jesús. Seamos puntuales, honestos e íntegros. No me siento a la mesa. No pertenezco a ella.
Jesús pagó para que estemos en su mesa, y esa es más importante que la mesa de los logros de Babilonia.
Mirar a aquel que ha de venir es incómodo, porque revela nuestras debilidades y corazones. Cuando lo miramos, debemos decir: “Yo quiero esa revelación del que ha de venir en mi vida”. Todo empieza con la determinación de decir: ‘No me voy a contaminar’. Él es nuestro juez para ordenarnos. Queremos que Él sea quien discierne las intenciones del corazón. Mi juez es misericordioso, también es aquel que tiene poder sobre las circunstancias. Él es el Dios poderoso y no hay otro como Él.
Cuando miro al Cordero y digo “Maranata”, soy desafiado a replicar esa imagen en mi vida, y esos ojos de fuego contagian y queman. Dejemos de escuchar las voces que nos quieren cambiar el nombre. Sentémonos en la mesa correcta. Los cuatro muchachos fueron diez veces mejores.
El Señor acelera los procesos, y debemos entender que los que deciden no contaminarse avanzan. Diez veces mejores es Cristo revelándose en nuestras vidas. Es Él manifestando su gloria. Es Cristo en nosotros, esperanza de gloria. No nos contaminemos. Que la vida de Cristo crezca y se desarrolle a través nuestro.