
5 de octubre de 2025
Comenzamos a leer como comunidad el libro de los Salmos, los cuales son canciones. No podemos leerlos como un libro de historia o de teología; son poemas, y la poesía es el arte de escribir con palabras las emociones. Hay poesía en la música, en las artes plásticas, en el diseño, en el desarrollo de una tarea, en el trabajo, en todo lo que es artístico, porque el arte tiene la capacidad de tomar lo inmaterial y materializarlo a través de colores, melodías y palabras.
El arte, para la Biblia, es importante, porque está impregnado en palabras escritas, en poesía, en colores, en canciones. Los Salmos son el libro del salterio, un libro para ser cantado, donde los autores expresaron emociones y sentimientos.
Hablar de las emociones no es poco espiritual, porque somos espíritu, alma y cuerpo. No podemos quitar de nosotros las emociones sin perder la integridad del ser. Si quitamos las emociones, quitamos el alma. Las emociones son el vehículo a través del cual el Espíritu nos forma, nos sana y nos transforma.
Por eso, cuando una persona cierra sus emociones ante la manifestación de Dios, Dios no puede entrar, porque Él respeta nuestra voluntad. Las emociones no son solo lo que sentimos, sino también lo que decidimos y determinamos. Cuando adoramos y la Presencia de Dios se mueve, en nuestro corazón decidimos abrirnos o cerrarnos. Si cerramos nuestra alma, Dios no puede obrar; pero si la abrimos, si elegimos creer y quitar el peso del alma, el Espíritu entra, sana el corazón y despierta la vida interior.
Gran parte de los problemas de estrés, angustia, depresión, ataques de pánico o pensamientos de suicidio se sanan simplemente abriendo nuestra alma en oración y adoración íntima con Dios. A veces somos necios y preferimos culpar a los demás o a las circunstancias. Pero si realmente nuestra alma está en juego, ¿no tendremos tiempo para abrir nuestro corazón? ¿No tendremos tiempo para ser permeables a la Presencia de Dios, para estar en Casa de Oración, para bajar la guardia y dejar que Él nos hable?
Las emociones son importantes, debemos prestarles atención. Hoy la iglesia habla de salud mental como nunca antes, porque el Señor ha sanado nuestras emociones. Vinimos a Él con el corazón roto, y Él lo transformó.
La salud mental no es solo un ejercicio de disciplina o voluntad; es abrir el corazón a una emoción superior: la vida del Espíritu. Y los Salmos provocan eso. En ellos hay tensión, porque expresan emociones profundas: el salmista contempla la belleza de Dios, mira su condición, ve el mal, y frente a la luz de la revelación divina, todo lo oscuro se vuelve más evidente.
Es interesante notar que en los Salmos la idea del juicio es distinta a la del Nuevo Testamento. En este último, lo vemos como un juicio penal, donde somos absueltos por gracia. Pero en los Salmos el juicio se entiende como civil, donde el pueblo es el pobre afectado que clama al Dios de justicia.
Los Salmos se recopilaron después del exilio en Babilonia, cuando el pueblo de Israel volvió para reconstruir el templo. No tenían templo, ni identidad nacional, ni sinagogas. Lo único que les quedaba era la Ley escrita, que les daba identidad. Entonces, recopilaron las canciones que los habían acompañado, los Salmos que les devolvían su identidad como pueblo de Dios.
Debemos tener cuidado con lo que escuchamos, porque la poesía, el arte y lo que consumimos forman la cultura de lo que somos. Las canciones modelan la vida y la cultura de una persona. Satanás se ríe de una nación que elimina valores, rompe límites y populariza el pecado y la maldad. Hoy nuestros hijos están expuestos permanentemente a eso.
Por eso, el libro de los Salmos es tan importante. El apóstol Pablo dice que cantemos salmos entre nosotros, que los declaremos y los disfrutemos. Debemos generar cultura, transformar lo que somos desde nuestros hogares, desde nuestras acciones, desde lo que construimos. Lo que buscamos es darle forma a algo nuevo y fresco.
El Salmo 1 y el Salmo 2 son la puerta de entrada a todo el libro, escritos con la intención de introducirnos en un mundo de poemas y canciones que transforman el corazón.
Salmos 1:1-6 (RVR 1960)
Esta es la primera canción, conectada con el Salmo 2, que muestra cómo el sistema reacciona frente a Dios y cómo Dios se levanta. En el libro de los Salmos hay mucha revelación de los últimos tiempos.
El Salmo 1 comienza con una declaración de bendición: “Bienaventurado”, que significa dichoso, pero es más que una simple afirmación; es un grito de alegría. Es literalmente Dios diciendo: “¡Qué increíblemente bendecido vas a ser! ¡Qué tremendo! ¡Qué extraordinario!” Es Dios asombrándose de aquellos que, en obediencia, toman decisiones correctas.
Cuando Jesús predicó las bienaventuranzas, gritó esa palabra. Bienaventurado es una expresión de gozo por un éxito extraordinario, una afirmación divina hacia una determinación humana.
Este salmo presenta tres conceptos en su inicio, de forma similar a los Proverbios: una tesis y una antítesis, donde se contrastan dos caminos: la luz y la oscuridad, el justo y el malo, el sabio y el necio. Esta dualidad recorre toda la poesía bíblica y tiene raíces en Deuteronomio 30 y en Génesis, cuando la ley fue establecida. Moisés mostró al pueblo que había dos caminos: el del bien y la vida, que los conduciría a la conexión con Dios, y el de la muerte y el mal, que los alejaría al seguir los ídolos.
Moisés invitó al pueblo a escoger la vida, no como imposición religiosa, sino como revelación de Cristo. De la misma manera, el Salmo 1 presenta tres acciones: andar, estar y sentarse.
Bienaventurado aquel que no anda en el consejo de los malos, es decir, quien no negocia su integridad ni su forma de vivir. Jesús fue el único que se atrevió a decir: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.”
Esto nos lleva a reflexionar: ¿con quién estamos andando? ¿De qué nos nutrimos? ¿Con quiénes construimos nuestra vida? La intención de Dios es formar una comunidad llamada iglesia, un lugar para andar juntos. Cuando Jesús dijo que era el camino, trazó uno para que todos pudiéramos ser parte. Nosotros somos el cuerpo de Cristo, lo que el mundo puede ver, tocar y percibir.
Las relaciones dentro del cuerpo de Cristo son tan importantes. El enemigo busca romperlas, porque si logra dividirnos, caminaremos junto a quienes no conocen al Señor. No somos perfectos, pero tenemos algo en común: Cristo nos escogió.
Hemos sido comprados con su sangre, y caminamos juntos. Por eso debemos valorar la congregación, formar parte de un grupo de vida, respetarnos, honrarnos y perdonarnos una y otra vez. Cada día caminamos entre personas que maldicen, que no comparten nuestros valores, pero ese no es nuestro lugar de pertenencia. Le pertenecemos a Cristo, y andamos por un camino que nos lleva a la eternidad.
Este camino parece una locura, porque nos llama a perdonar, amar, construir familia y ser fieles. Bienaventurado el que elige correctamente su camino, que no se conforma al sistema de este mundo. Caminamos en la misma vereda, compartimos la misma realidad, pero no seguimos el mismo camino.
“Ni estuvo en camino de pecadores.” Estar implica permanecer. Lo que construimos debe perdurar: la familia, los vínculos, las relaciones. Por eso, debemos decidir bien dónde estamos. Hay lugares donde no debemos permanecer, porque ya estamos sentados con Cristo en lugares celestiales.
El lugar donde decidimos estar marca algo en el orden espiritual. Debemos ir a lugares de necesidad, sí, pero para mostrar a Jesús, no para quedarnos allí. Cuando estamos donde Dios quiere, los ambientes se transforman, porque estamos anclados en Cristo Jesús.
No debemos adaptarnos al mundo, sino transformarnos conforme a Cristo.
“Ni se sentó en silla de escarnecedores.” Un escarnecedor es aquel que arranca la carne, que mutila el cuerpo. Sentarse en esa silla es hacer nuestra habitación en un lugar donde el cuerpo (la iglesia) es desmembrado. Jesús habló de aquellos que impiden que otros lleguen a Él, que maldicen, que hablan mal del hermano, que con su testimonio niegan la eficacia de la fe.
Debemos ser obedientes a la Palabra. No hagamos alianzas ni nos sentemos con quienes dañan el cuerpo de Cristo por medio del chisme, la calumnia o la manipulación. Si estamos sentados con Cristo en lugares celestiales, no podemos bajarnos para sentarnos con quienes maldicen. Es una cuestión de integridad espiritual.
¿Cómo se vive esto? Con radicalidad. Por eso el salmista dice: “Dichoso aquel que medita en la ley de Dios de día y de noche.” Su habitación está en la Palabra, su mente y corazón están conectados a la roca. Para los judíos, la Torá era todo; para nosotros, Cristo es la Palabra viva.
El salmista dice: “Será como árbol plantado junto a corrientes de agua.” Hay intencionalidad: ser plantado donde siempre fluye vida, para que en tiempos de sequía no se muera, sino que su hoja permanezca verde. Todo lo que hace prosperará. Dios bendice la intención y la decisión.
El éxito espiritual no depende de la suerte, sino de plantarse en la corriente del río de vida.
Plantamos nuestra familia, nuestros hijos, nuestra fe en Él. Aunque la noche sea oscura o la dificultad nos marque, el que teme a Dios y anda en sus caminos permanece. Sus hojas no caen, reverdecen en toda temporada, permanece en medio de la dificultad y prospera.
La riqueza de estar plantado en el río no es solo dar fruto extraordinario, sino nutrirnos del río mismo, dejar que su vida nos transforme y reproducir aquello que consumimos. Porque tomamos la forma de lo que nos nutre.
“El malvado es como el tamo que es llevado por el viento.” ¿Qué es el tamo? Es la cáscara del trigo. Cuando se cosechaba, se lanzaba al aire y el viento hacía volar la cáscara, mientras el fruto —que tenía peso— caía al suelo. Así se separaba el grano de la cáscara. Luego, el tamo se amontonaba y se prendía fuego.
El malvado es como el tamo: crece rápido, toma atajos, prospera con violencia, aplasta al inocente, lastima a quien no tiene y vive de la mentira. Pero así como crece, también será juzgado. El malvado será consumido por el Dios de justicia. No estará en la congregación de los santos, no se levantará en el juicio ni en la reunión de los justos.
¿De qué está hablando? Del día cuando Jesús venga. Los muertos en Cristo resucitarán, y todos los que hayamos quedado le recibiremos. Pero ese día, el malvado no se levantará. En el día en que el Señor venga y congregue a los suyos para reinar con Él, el impío será juzgado definitivamente.
Entonces debemos preguntarnos: ¿Dónde estamos? ¿Con quién andamos? ¿Dónde estamos sentados? Decidimos meditar, tener profundidad, saber que su justicia nos alcanza y es suficiente para nuestras vidas.
El salmista nos invita a renunciar a la mediocridad espiritual. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Dónde permanecemos? En el camino nos vamos a equivocar; construiremos relaciones que no nos convienen, tomaremos decisiones equivocadas y a veces estaremos en lugares donde no deberíamos estar. Pero la clave está en no quedarnos ahí, no permanecer paralizados.
Bienaventurado es un grito del Espíritu Santo para todos nosotros en este tiempo: ¡Reaccionemos! ¡Despertemos! Donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón. Bienaventurados aquellos que se sientan junto a quienes construyen el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que ordenan sus vidas por la misericordia de Dios. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que el dios de este mundo nos confunda con pensamientos de angustia, de enojo o de perversidad? ¿Por qué no comenzamos a cantar la canción del Espíritu?
Es tiempo de examinarnos, de mirarnos como Dios nos pide. La respuesta está en estar plantados en el río del Espíritu de Dios.
En el jardín del Edén había ríos que nutrían. En los Salmos se habla de un río, y en Apocalipsis se menciona ese río que baja del trono y trae sanidad, el río del Espíritu Santo de Dios. Nosotros decidimos dónde estar, dónde quedarnos, dónde sentarnos. Que sea nuestro anhelo que el día que Él nos levante, nos levantemos con Él.
En el día en que los santos sean congregados, que podamos hacerlo porque hemos decidido plantarnos frente a las aguas de vida.