JESUS HABITA NUESTROS CORAZONES

1º de Juan 5:21 (NTV)

Este versículo es el cierre magistral del capítulo cinco del libro de Juan, es un eje central de cómo debemos vivir el evangelio. El apóstol Juan es la voz del Espíritu Santo aconsejándonos y exhortándonos a lo correcto. Debemos alejarnos de todo lo que puede ocupar el lugar de Dios en el corazón. Es un versículo sencillo pero relevante.

Este versículo nos ayuda a definir uno de los pecados que tuerce las vidas de las personas y naciones: la idolatría que es todo lo que ocupa el lugar de Dios en nuestros corazones. Hay muchos altares que se han levantado a través de los años como el que levantó Abraham y Noé pero de todos los altares que se han hecho, nuestro Dios tiene uno favorito que es el altar de nuestro corazón. Dios no mira lo que sucedió en el pasado sino que mira hoy nuestro corazón, el cual es un punto de encuentro entre el cielo y la tierra.

Dios se muda a nuestro corazón para habitar, nos exhorta a cuidarlo una y otra vez, con el corazón creemos para justicia, pero cuando queremos poner cualquier cosa en ese altar que no tenga forma de Dios, nuestra vida deja de funcionar bien.

Construimos constantemente ídolos de todo tipo y a veces a quienes admiramos y observamos con devoción pero a Jesús, quien dio su vida por nosotros en la cruz del calvario para liberarnos, no lo miramos de la misma forma. Ningún ídolo puede ocupar el lugar del Señor en nuestro corazón porque no estamos hechos para contenerlo, por eso ningún espíritu de rencor, de odio y de mentira puede anidar porque el altar de nuestro corazón tiene forma de Dios.

No todas las cosas que ocupan nuestro corazón son malas, pero debemos cuidar de no desenfocarnos. La palabra nos menciona en San Lucas 16:13 que “ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amara al otro, o se apegara a uno y despreciara al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas”.  No está mal prosperar pero podemos permitir que esto ocupe nuestro corazón y olvidarnos de Dios. Nuestro corazón tiene lugar para muchas cosas, cuando Jesús viene a habitarlo comienza a convivir con todo eso, empezando así un proceso de orden, el cual lo podemos controlar nosotros pero se nos va a hace un lio tremendo, o dejamos que Dios lo haga para que se glorifique en nosotros, pues él tiene el control de todo.

Dios es Dios, es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Siempre debe estar primero en todo para que así después las prioridades se vayan ordenando. No hay mejor manera de ocuparnos de nuestras vidas y familias que estando en el centro de la voluntad de Dios. Debemos escuchar la voz de Dios en todo momento.

No tenemos una religión sino que llevamos una relación con Dios que va en aumento, por eso debemos apasionarnos por su vida. Dios desea nuestra devoción enfocada en él para que todo se ordene. Esa pasión y devoción viene de la persona del Espíritu Santo, necesitamos su mirada, su cuidado, su atención, pero muchas veces pasa que nos distraemos con otros ídolos que nos alejan de su presencia.

Cuando Cristo está en el trono de nuestro corazón la medida de amor crece haciendo que todo se transforme, podemos amar a nuestros enemigos, enfrentar problemas, construir nuestros hogares y dar a quienes necesitan. Ese amor hace que tengamos nuevos sueños, ir a las naciones, quizás podremos estar en el rincón más alejado del mundo o en una ciudad pequeña pero al estar el altar de nuestro corazón encendido ya no habrá limitaciones económicas ni físicas y ni aun el mismo enemigo podrá ir en contra de nuestro corazón.

“Es por eso que cuando el Espíritu Santo viene, lo que nos sucede no es emocional, sino que es espiritual, mora dentro nuestro ordenando todo, ya no hay excusas, ni culpas sino que estamos en el centro de su corazón, enfocados en su persona. Cuando miramos a Jesús todo se disipa, todo queda pequeño ante su Presencia, nos conduce fortaleciendo nuestras vidas, alejándonos de todo lo que ocupa su lugar, mirándolo con expectativa y admiración le adoramos con todo el corazón.”

 

 

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