9 de diciembre de 2025
Concluimos como Iglesia la lectura congregacional del libro de los Salmos y comenzamos a leer, en estos dos meses que quedan para terminar el año, las Epístolas Pastorales, que son los libros de Timoteo, Tito y Filemón. Una epístola es una carta, y las cartas pastorales son aquellas que escribió Pablo a ministros que estaban conectados a él. El Nuevo Testamento, en su gran mayoría, son cartas de Pablo a las iglesias, cartas de Juan a las iglesias, cartas de Pedro a las iglesias, pero también cartas del apóstol Pablo destinadas a individuos en particular. Están las Epístolas Generales y las Epístolas Pastorales.
Las Epístolas Pastorales son cartas dirigidas a un ministro, a un individuo cercano al corazón de Pablo, y es él recordándole su llamado, su propósito y dándole instrucciones para la tarea. El ministerio pastoral es una tarea de todos, pues todos somos ministros de lo que Dios nos ha dado; repartimos lo que nos ha sido dado de Dios. Esta es la vida natural de aquellos que amamos y servimos a Dios: buscamos que Él crezca para que nosotros mengüemos, y cuando esto sucede de manera natural, el Señor nos impulsa al propósito de nuestras vidas.
Pablo era un discipulador complejo. Escribía estas cartas desde el corazón; era un buen apóstol, pero no tenía un carácter típico de pastor. Pablo era colérico, intenso, pero en este caso nos dejó tres cartas muy hermosas y puntuales, una voz que representa la paternidad espiritual de Dios que le escribe a un hijo.
Con las primeras cartas que comenzaremos es con primera y segunda de Timoteo, cuyo nombre significa “aquel que le da honra a Dios”. No es un hombre que se destaca; es un discípulo cercano al corazón de Pablo, es como una brasa que da calidez, que da fuego, pasa desapercibida pero es el motor de todo. Timoteo es un muchacho cálido, que creció como la primera generación de pastores después de la resurrección, de la ascensión de Jesús y del envío del Espíritu Santo, y representa una nueva etapa de la iglesia.
Pablo no deja a otro Pablo, sino que deja a un Timoteo, a un Tito, a un Filemón. Y cuando tiene que hablar con este hijo, con este discípulo, lo hace de manera directa, le muestra lo que hay que corregir, le recuerda quién tiene que ser. Le habla con un carácter paternal que trasciende aun a las instrucciones que él le da.
Todos somos discípulos y necesitamos ser discipulados.
¿Por qué la carta de papá? Porque al leer la primera epístola a Timoteo, en el capítulo 1, detrás de las directivas de Pablo encontramos un corazón de padre. Por eso desarrollamos una paráfrasis del capítulo 1 de Timoteo como si se tratara de la carta de un papá a su hijo. Para nuestras vidas la tomamos como una carta del Espíritu Santo hacia nosotros.
Paráfrasis de 1º Timoteo
Hijo querido, te escribo porque te tengo en el corazón y quiero que sigas firme en lo que sabes que es verdadero. Yo estoy donde Dios me puso, y vos estás donde Él te llamó, y eso no es casualidad. Dios nos mira con amor y nos sostiene, no te olvides de eso. Sé que ahí, en la comunidad donde estás, hay algunas personas que se están alejando del mensaje real; se ponen a discutir cosas que no ayudan, hablándose de mitos, cosas raras, listas infinitas, debates que no llevan a ningún lado.
Mirá, hijo, el propósito de todo lo que enseñamos es el amor, amor que nace de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia que no se esconde. No te metas en peleas que nublan eso, no te distraigas. Algunos se desviaron porque quisieron hacerse maestros sin tener claro lo que enseñan; hablan con seguridad, sí, pero sin comprensión. Vos no te olvides que la ley y las Escrituras son buenas cuando se usan como corresponde: para guiar, para corregir, para mostrar camino, pero no para aplastar, para presumir ni para discutir.
Pero escúchame esto, hijo: yo mismo fui un desastre antes, perseguí, lastimé, negué a Cristo, pero Dios tuvo paciencia conmigo, me perdonó, me levantó y me mostró que su amor es más grande que cualquier pasado. Por eso te digo con el pecho abierto: Jesús vino al mundo para salvar a los que estaban lejos, y yo era uno de esos. Si Él pudo conmigo, puede con cualquiera.
Y vos, hijo, eres parte de esta misión. Acuérdate de lo que se dijo de vos, de lo que Dios señaló en tu vida; esa palabra fue como una bandera puesta delante de ti para que avances. Lucha la buena batalla, no la del enojo, no la del orgullo, sino la de la fe. Cuida tu conciencia, no la vendas, no la adormezcas; cuando uno suelta esa brújula, el corazón naufraga. Quédate cerca de Cristo, no te sueltes de Él. Te abrazo con cariño, tu padre que te quiere y ora por vos.
1º Timoteo 1:1-20 (NTVI)
Las dos cartas reflejan lo mismo: es un padre que ha apostado todo en un hijo, es un discipulador que ha apostado todo en su discípulo, que a lo largo del camino le explica cuál es la realidad de todo lo que ha aprendido. El Espíritu Santo nos afirma que todos nuestros procesos nos preparan para nuestro progreso. No olvidemos quiénes somos y lo que hemos aprendido. Por eso el apóstol Pablo, que es como la voz del Espíritu Santo, es Dios escribiéndonos una carta donde nos afirma que somos sus verdaderos hijos. El apóstol Pablo comienza la carta declarando que él es el discipulador de Timoteo, pero que más grande que él es quien lo llamó: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo le conceden misericordia, gracia y paz, porque declara que Timoteo es un buen hijo.
Nosotros somos discípulos de Cristo, una copia de Jesús. Si Él venció a la muerte, nosotros también; si venció al pecado, nosotros también; si Él dijo que volvería, nosotros lo esperamos para reinar con Él para siempre.
Pablo le escribe a Timoteo no solo para recordarle quién era, sino para que sepa que Pablo era consciente del contexto en que se encontraba el joven Timoteo. Pablo menciona que sabe que estaba rodeado de personas que habían dejado de creer y vivir el evangelio verdadero, yendo detrás de fábulas, detrás de mentiras, entendiendo que Timoteo lucha con eso en su corazón: maestros que enseñan cosas que ni siquiera entienden ni practican.
Esto también sucede entre nosotros, porque no es otra cosa que el espíritu del anticristo. Y no debemos asustarnos, porque es algo con lo que todos debemos luchar de manera personal: el orgullo, cuando alguien se para en un pedestal para querer liderar, enseñar o mostrar, pero no ha podido materializar en su vida, por medio de la obediencia, aquello que proclama.
Con el tiempo hemos descubierto que los mejores maestros usan menos palabras y más el ejemplo de sus vidas. Lo que construyen, lo sostienen con paciencia, con amor, con el fruto de personas transformadas, de la lealtad, del servicio. Pablo le aconseja a Timoteo que no entre en discusiones vanas, que no entre en peleas que no tienen fruto, pues la religión no es una estructura para traer condenación, sino que le pide a Timoteo que pueda entresacar de esa situación el amor verdadero que perdona, transforma y cambia las vidas.
Esta es una carta de un papá a un hijo espiritual, y nos confronta. Es necesaria la confrontación para que analicemos nuestras vidas y veamos cómo podemos ser fieles, cómo podemos materializar lo que hemos aprendido, cómo podemos verlo en obras. Un discípulo es discipulado y discipula.
Muchas veces tenemos temor de discipular. El Señor no nos obliga a ser responsables por cientos o por miles, sino que nos dio dones a cada uno según nuestra capacidad. Pero sí somos responsables por los dones que nos entregó, sean uno o miles, sean cientos o apenas un puñado. Dios no mira la cantidad, sino el corazón que no se rinde.
Pablo le recuerda a Timoteo que es un discipulador y que debe mostrar el amor de Dios. La ley no fue hecha para aquellos que aman a Dios y buscan servirle, sino para los transgresores. Cuando habla de la ley, habla de la religión original, de los mandamientos, de los mandatos. La ley fue como un freno, como un límite para los homosexuales, asesinos, adúlteros. Pablo señala pecados puntuales porque nos explica que los mandatos de Dios no fueron puestos para adquirir conocimientos o establecer una religión, sino como un límite para aquellos que van en contra de los principios de Dios.
Dios nos ama a todos por igual, pero Dios no soporta el pecado. Sus mandatos fueron un límite para que no muramos, para que no nos perdamos. Pablo le menciona a Timoteo que la palabra que da, que predica, es un límite con el que las personas chocan, no para ser condenadas y destruidas, sino para que el amor de Dios se manifieste en sus vidas.
El pecado es una decisión: decidimos ir en contra del orden de Dios, y Dios respeta esa decisión, pero las consecuencias vienen sobre las vidas. El amor inquebrantable de Dios nos iguala a todos, y cuando una persona choca con el amor de Dios y el pecado es descubierto, no es para condenación, sino para libertad.
Pablo le aconseja a Timoteo que no lastime a las personas imponiéndoles cosas que no pueden soportar, pero sí le pide que entienda que la ley fue establecida para que aquellos que rompen los principios de Dios se choquen con la ley y se arrepientan de todo corazón. No podemos apañar el pecado nuestro, ni de nuestros hijos, ni de nadie, porque si no los corregimos, chocan con la ley de Dios, y si no hay alguien que los discipule en amor, las consecuencias son terribles, porque la paga del pecado es la muerte; nos separa del cuerpo, nos separa de Dios.
La manera en que confrontamos el pecado es con la gracia, es con la verdad: hablamos de sus consecuencias, confrontamos lo que está mal. Pablo mismo reconoce que él antes estaba en esa lista porque era un asesino, un blasfemo, mandó a asesinar gente, fue el primero que infringió la ley de Dios. Pero el Señor tuvo misericordia de Pablo: antes estaba ciego, era un ignorante, estaba enfermo de religión, de poder, de orgullo, de abuso. Pero Dios tuvo misericordia de él.
Por eso le hace ver a Timoteo que, si él era de lo peor, pero Dios lo transformó y lo convirtió en un apóstol, entonces el Señor lo puede hacer con cualquiera. El pecado se expone; las enseñanzas falsas no se discuten, sino que se ministra con amor, confrontando el pecado para que salga a la luz y la persona pueda caminar en libertad. No hay otra alternativa u otra salida: hay que confrontar con amor entre nosotros y delante de la persona de Jesús.
Pablo termina diciéndole a Timoteo que recuerde las profecías que fueron dadas acerca de él, las palabras con las que Dios lo llamó, palabras que arden en su corazón, para que recuerde que no solo es discípulo de Pablo, sino discípulo del único Dios invisible, real, eterno, al cual le pertenece toda la gloria. Pablo le recuerda a Timoteo que no es como Himeneo y Alejandro, a quienes ha entregado a Satanás para que sigan blasfemando tranquilos.
Le pide a Timoteo que recuerde cuál es el origen de su llamado, cuál es el origen de su identidad. Le pide que guarde su conciencia, que no deje de escuchar la voz del Espíritu Santo, que lo mismo que es en público lo sea en la intimidad. “Muchos han dejado de escuchar su conciencia y han perdido el rumbo, desechan esa brújula y el corazón naufraga” (v.19).
Cuando dejamos que nuestra intimidad sea corrompida, nuestro corazón comienza a naufragar y termina arribando en cualquier lugar.
Pablo le recuerda a Timoteo quién es, cuál es su propósito, en qué contexto fue plantado, cómo es el evangelio al que Dios lo llamó, que sepa quién es el que lo está conduciendo y por quién está siendo discipulado.
Le pide que abrace su discipulado y lo encienda, pues su labor es corregir, enseñar, ministrar con amor para traer el reino de los cielos a la tierra. Es un padre espiritual recordándole a su hijo quién es. Es un padre espiritual no haciendo caso omiso a las debilidades de su hijo. Le recuerda que tiene autoridad, le pide que no apague su voz, sino que se levante, que no se conforme al pecado, porque el Padre y nuestro Señor Jesucristo han derramado misericordia y paz.
Pablo pone el destino de la iglesia en las manos de Timoteo. En nuestras manos está el destino de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestros grupos de vida, de aquello que Dios nos otorgó. Levantémonos con autoridad. Muchos luchamos con enfermedades en el hogar, con necesidades, con tensiones; escojamos las peleas que vamos a pelear, no nos coloquemos en batallas donde Dios no nos llama. El camino del reino de los cielos no se trata de ganar discusiones, sino de alcanzar vidas para que conozcan a Cristo.
Lo que define nuestras vidas es nuestro origen, y nuestro origen está en Cristo Jesús. Hemos sido llamados a amar como Él amó y a perseverar como Él perseveró. Si hoy podemos reconocernos discípulos, vamos a poder recibir de la gracia de Dios para que todo el ministerio que nos entregó se cumpla y para que el propósito que Dios estableció con nosotros se complete y no quede a medias.
“Recordemos quién es el Dios que nos llamó; recordemos que el único sabio, eterno, invisible, el que nunca muere, es quien nos convocó. Recordemos que somos discípulos y que estamos siguiendo a quien aplastó a la muerte, imitando los pasos de aquel que sanó al leproso y volvió de la muerte a Lázaro. Estamos imitando los gestos, el carácter y las acciones de aquel que amó a los niños, quien abrazó a la mujer que tenía flujo de sangre y discipuló a un pequeño grupo de galileos y los convirtió en apóstoles que transformaron el mundo.
Estamos siguiendo los pasos de un hombre que entregó su vida hasta la muerte, la venció y la derrotó para siempre. Estamos siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret, que ascendió a la diestra del Padre y envió a su Espíritu Santo. Estamos siguiendo los pasos de aquel que pronto viene para reinar con Él para siempre.”
