La fidelidad tiene recompensa

“Sé que mi amor es imperfecto,
que puede apagarse o menguar con el tiempo.
Pero yo hago un pacto con mi alma; de no entregarme a otro fuego, de no dejarme consumir por otro amor, que no sea el tuyo, que es eterno.
Hago un pacto con mis ojos, de no contemplar la vileza de lo efímero que me promete ser benévolo”.

Poema por Yamila Arce

Dios ha permanecido fiel todo el tiempo porque es su naturaleza y en su fidelidad caminamos, nos movemos y vivimos. Seguimos leyendo el libro de Malaquías enfrentándonos al dolor y viendo a este doctor que nos desafía a vivir una vida de plenitud, de sanidad.

Nuestro doctor nos ama, nos tiene paciencia y por sus llagas somos sanos, nuestra alma, nuestro cuerpo y espíritu reciben sanidad. En la primer parte del capítulo dos de Malaquías se dirige a los sacerdotes hablándoles de que su función era bendecir a la gente y conectar a las personas con Dios, sin embargo les dice que han obrado de una manera tan inoperante que se convirtieron en un tropiezo y mal ejemplo para las personas.

Para Dios el sacerdote era el que pertenecía a la tribu de Leví, el cual tenía la responsabilidad de conectar al pueblo con Dios, esto es en el antiguo testamento,  pero en el nuevo testamento Jesús es el sacerdote y el sacrificio perfecto que nos limpia de pecado estableciendo también un nuevo sacerdocio que es el que les pertenece a todos los santos.

Nosotros por la sangre de Jesús no solamente somos perdonados de nuestra maldad, sino que somos formados para ser un puente entre el cielo y la tierra, entre Dios y la gente.

Cuando vivimos a Jesús y la manera de vivirlo se convierte en un tropiezo para los que no le conocen esto frena la bendición de Dios. A Dios no lo convencemos con la elocuencia o con lo que hacemos para él, Dios mira nuestro corazón, mira cómo nos desempeñamos en nuestra relación con Él y con la gente.

La función de sacerdote la cumplimos en nuestra familia, somos las personas que ministramos a Dios en nuestros hogares y trabajos, sabemos que Jesús nos compró con su sangre y no hay un llamado más santo o menos santo, Dios nos dio la habilidad para construir, nos dio capacidad de desarrollar tareas.

En la tierra es difícil convivir porque de otra manera Jesús no hubiese dicho que en el mundo tendríamos aflicción pero que confiemos en Él porque venció al mundo; muchas veces miramos por dónde vendrá la respuesta y no entendemos que a veces viene a través nuestro precisamente.

Nuestro éxito en la vida no está en las grandes cosas que alcanzamos, sino en que podamos ser fieles a Dios.

Malaquías 2: 10-17 (NTV)  Vemos cómo Malaquías confronta a un pueblo infiel, hacían todo lo contrario a la ley de Dios violentando todos los principios. Dios les habla muy fuerte acerca del divorcio y toda la consecuencia de ello. Dios es amor y tiene una esposa que es la iglesia, se entregó por completo por ella sabiendo que un día vendría a buscarla y se realizará la boda tan esperada; es un esposo fiel.

La infidelidad es abominable ante los ojos de Dios, rompe el pacto y por eso Dios menciona de no divorciarse. No solo tiene que ver con la relación marital, sino de no divorciarnos de nuestra relación con Dios, del propósito por el cual nos llamó.

Muchos hemos recibido una palabra de parte de Dios en nuestras vidas pero parece que en un punto nos divorciamos de esa palabra justificando que es tarde, que ya la perdimos porque arruinamos lo que Dios nos dio.

Deuteronomio 6:4-5 nos habla de la Shemá Israel (שְׁמַע יִשְׂרָאֵל) que significa oír, contemplar, detenernos para ver quién es Dios. La oración de Deuteronomio la repite el pueblo una y otra vez apagando las voces de alrededor y declarándola todo el tiempo. Esta es una oración de fidelidad que está en el Antiguo Testamento, que está incompleta y la viene a completar el que es fiel, justo y verdadero: Jesucristo.     

La fidelidad implica vivir la realidad del evangelio de manera práctica y concreta, por eso Jesús establece este principio como una regla de oro.

 “La fidelidad es una vida permanente enfocada en el corazón de Jesús.”

Dios entregó la vida de su hijo por amor a nosotros y demanda que estemos enfocados de la misma manera, por eso nos dice: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. ¿Cómo amamos a Dios con todo el corazón? Si nuestro corazón es engañoso y parece estar fraccionado todo el tiempo, la respuesta es simple: necesitamos que Dios nos dé su corazón.

Cuando aceptamos a Jesús él no nos quita el corazón, lo deja para que a cada momento le reconozcamos amándolo con todo nuestro corazón, que lo miremos en los tiempos de dolor y dispongamos a entregarle todo lo que somos. Para que todo funcione la única manera es que nuestro corazón le pertenezca, pero cuando se desvía y vuelve a las actitudes del pasado debemos quitar nuestro corazón y ponerlo en las manos de Jesús. La fidelidad tiene que ver con que nuestro corazón este puesto en Él en medio del dolor, de la perdida, en medio de la alegría y de los éxitos.  

Así como Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo nosotros somos espíritu, alma y cuerpo, él quiere todo de nosotros. La expresión “amarás al Señor con toda tu alma” quiere decir todo lo que somos, todo lo que valemos, con toda nuestra identidad. Malaquías nos menciona que Dios le dice al pueblo que quiere que vivan conforme al valor que le dan.

Adoramos a un Dios que venció a la muerte, que derrotó al infierno, al creador del universo, al Alfa y la Omega, al Principio y Fin, al que todo lo sustenta, todo lo hace y demanda. El Dios a quien adoramos quiere que el valor que le demos en nuestras vidas sea el más alto. No es una prioridad sino que es Dios, cada prioridad se desordena cuando él deja de ser Dios en nuestras vidas.

“Amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas” nos lleva a rendirle todas las fuerzas y no se trata de cantidad sino de darle todo. Dios es el mismo para el que tiene poca fuerza como para el que tiene todas las fuerzas, para el que esta angustiado o para el que está lleno de poder y virtud. Cuantas más fuerzas recibimos más le damos al Señor. Luego dice “amarás a tu prójimo como a ti mismo”: nos manda a amar a los que están cerca nuestro, viviendo de la misma manera que vivimos a Cristo.

 El Señor es la fuente de fidelidad porque nos ha amado con un amor perfecto. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron todo para amarnos, se pusieron de acuerdo para derramar su sangre y comprarnos con un propósito, nos aman porque cubren nuestros errores, limpia nuestras faltas, limpia nuestros pecados y vivir de tal manera que toda nuestras fuerzas sean sus fuerzas, que todo nuestro corazón sea su corazón, que toda nuestra mente sea su mente, para que todos los que nos rodean puedan ver a Cristo en nosotros. No funciona si no podemos ser fieles a Él.

Cuando somos fieles y le entregamos las pocas fuerzas que nos quedan, cuando nuestro corazón está roto y lo ponemos en sus manos, cuando nuestra mente divaga y buscamos enfocarnos en su propósito, cuando nuestra alma esta desordenada y la llevamos a sus pies, cuando la fidelidad de Dios se revela en nuestras decisiones entonces Jesús crece en nosotros.

Ya no son nuestras fuerzas, ni nuestro corazón cansado, ni nuestra alma agobiada sino que es su Espíritu en nosotros. Podemos decir con libertad que el Espíritu del Señor nos ha ungido, que nos escogido para que muriendo a nosotros mismos podamos ser la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la puerta abierta a los oprimidos y la vista a los ciegos. Aunque transitemos por las circunstancias más duras  podamos vivir cada día declarando “Este es el año del favor del Señor”

“El llamado de Dios es a ser fieles a la voz, al propósito, al destino porque en nuestra fidelidad Él se encarga de todo lo demás. Dejemos que el Espíritu Santo nos llene para poder ser transformados y cambiados para vivir fielmente más allá de nuestras vidas.”

 

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