Lo que viene es mayor
“…y la gloria no tenía nada que ver con la vileza de lo externo, ni con el material con el que estamos hechos, la gloria, en realidad, tiene que ver con quién portamos dentro…”
Escrito por Yamila A.
Hageo 2:1-9 (NTV) Los Hebreos llevan cientos de años de cautividad; Jerusalén y el templo están destruidos y ellos salen de la cautividad por una palabra de Dios. Hay dos representantes: Zorobabel el gobernante y Josué, el hijo de Josadac el sacerdote. Hageo levanta la voz en ese momento proféticamente para lo que va a venir y los dos se despiertan y accionan a la palabra recibida.
El Antiguo Testamento es una figura de lo que sucederá en el Nuevo Testamento. El templo es la manera de Dios en graficar al pueblo comprado con la sangre de Jesús que contiene la gloria de Dios en la tierra. El templo era el espacio físico donde la presencia de Dios descendía, donde el pecado del pueblo era perdonado y donde el sacrificio era manifestado. El templo era el lugar de encuentro que simbolizaba el puente entre el cielo y la tierra, pero con el tiempo el templo queda obsoleto porque Jesús cuando viene declara que en tres días destruirá el templo y lo reconstruirá también en tres días, refiriéndose a su cuerpo. El en la cruz siembra un cuerpo para cosechar un cuerpo.
Jesús no solo restituye el templo porque resucita y vence a la muerte, sino porque establece su cuerpo en la tierra que es su iglesia. Construir la casa no tiene que ver con tomar las ruinas de nuestras vidas y más o menos acomodarla, sino que edificar la vida de Jesús en nosotros. Recuperar lo perdido no es hacer lo de antes, sino que la vida de Jesús crezca en nosotros y se haga visible.
Cuando lleguemos al cielo Jesús no nos va a preguntar qué hicimos, sino que va a ver si reflejamos su vida en nosotros, esto implica que nuestras acciones, nuestra manera de vivir lo revelen. Por eso es tan importante la reconstrucción de un templo, no por una cuestión religiosa, sino porque es una figura de lo vendrá. En ese momento cuando reciben la palabra el pueblo comienza a reconstruir el templo, pero había un grupo de personas que conocían el templo original de Salomón, el cual poseía mucho material lujoso, pero lamentablemente dura muy poco tiempo. David amó la presencia de Dios y contaba con una tienda que no era de oro, pero era el lugar donde se encontró con su presencia. El templo hermoso lleno de oro y piedras preciosas fue saqueado, destruido y quedo vacío de la presencia de Dios, llevándose cautivos a los judíos de ese momento. Por eso los que lograron salir de la cautividad pudieron construir otro templo que no tenía oro, sino madera que era el mismo material con el que Jesús fue crucificado.
Jesús dijo “mi casa será llamada casa de oración a las naciones” es por eso que su casa la componen la gente que le ama. Cuando quisieron reconstruir el templo muchos comenzaron a recordar lo bello del templo de Salomón y la gente se frustró al oír lo lindo del templo y lo poco que ellos tenían para reconstruir uno nuevo. Su ánimo se desgastaba, pero el profeta comienza a levantar su voz haciéndoles ver que lo importante no era el oro ni que el tiempo pasado haya sido mejor, sino que les promete que esa casa, la cual ellos están construyendo, permanecería para ser un lugar de paz, donde la gloria reflejada del Señor seria mayor que la primera.
Escuchando esto recibieron ánimo en sus vidas a lo cual el profeta les recuerda que el Señor de los Ejércitos Celestiales estaba con ellos. Quizás no entendían que no se trataba de algo físico, sino de algo espiritual, asimismo nosotros somos parte de esta palabra porque sabemos que Jesús vino y en el madero entregó su vida, sembró su cuerpo y un nuevo templo, una nueva casa en la tierra se levanta.
Para nosotros el templo no es el espacio físico donde nos reunimos, somos nosotros, en cada grupo de vida, en cada actividad social que hacemos, en cada espacio que ocupamos estamos revelando la gloria de Dios. El Señor es fiel a su palabra por eso nos dice que la gloria postrera será mayor que la primera (v.9) y será un lugar de paz.
En tiempos de caos, de crisis, la iglesia es el lugar de paz, no hay otro, fuera del cuerpo de Cristo no existe paz. Uno de los mayores conflictos que padecemos este tiempo es la frustración declarando que nada de lo que vivimos es como lo soñamos y eso nos frena en el avance. La frustración nos paraliza, nos hace ver lo que no tenemos, hace que nuestro potencial se elimine y ese potencial si no se aprovecha se transforma en frustración.
Es un ciclo donde el enemigo entra a destruirnos, pero entendemos que la frustración se rompe cuando tomamos la palabra que Dios nos habla, la cual trae paz y esperanza. Dios no miró la obra si era perfecta o no, si tenían mucho material o no, sino que miró los corazones enviando la palabra a través del profeta que los lleva a abrir los ojos, despertando a su espíritu, afirmando que él estaba con ellos, aunque tenían las manos vacías. Declarando que aunque la tierra y el cielo se sacudan lo que ellos construyan iba a permanecer siendo conocidos como un lugar de paz donde la gloria postrera iba a ser mayor que la primera porque el Señor, su Dios, había hablado haciendo que se cumpla lo declarado.
La frustración viene acompañada no solo con las voces que vienen a nuestra cabeza, sino también por el ambiente que nos declara que no vale lo que construimos porque somos insuficientes. La frustración nos empuja hasta dialogar con el diablo, pero la palabra de Dios lo cambia todo. Cuando el profeta Hageo se levanta y les hace ver más allá del templo, de su realidad, ellos reaccionan creyendo a la palabra determinándose.
“Es tiempo de escuchar la palabra, de construir porque el General de los Ejércitos está con nosotros y aunque tengamos un pedazo de madera la casa será construida, nuestros hijos serán bendecidos y nuestros nietos crecerán en el Señor. Dejemos de luchar con lo que no funcionó, no traigamos a memoria los viejos modelos porque el Señor nos recuerda que la gloria postrera será mayor que la primera, pues la gloria se renueva. Los cielos rompen los límites para que miremos más allá, para construir una casa donde la gloria de Dios reine, una casa que sea llamada casa de paz pues el Señor así lo ha dicho.”