Domingo 18 de agosto de 2024
SAN LUCAS 10:1-21 (NVI)
Los setenta y dos no es un número especial, no tiene un significado, somos nosotros. Aquí no hay discípulos, no hay rangos, no hay jerarquías, no hay gente más buena o más mala, son los que seguían a Jesús. Él les encomienda algo a los setenta y dos de manera específica y especial, que vayan delante de él, a los lugares donde el iría después. Nosotros somos enviados a la familia que nos tocó, al lugar de trabajo, no solo para resolver los problemas de nuestras familias o tener un buen pasar económico. Lo que nos ha tocado tiene un solo propósito: “es que Jesús irá a esos lugares”. El destino no nos puso allí, sino el propósito que es que Dios nos escogió para enviarnos, pues el propósito es más grande que la necesidad.
No estamos acá por causa de la necesidad, de la indolencia, o de la persona que nos invitó a la iglesia, estamos acá porque Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo. Por eso cuando llegamos por primera vez a la iglesia no nos encontramos con una nueva religión, sino que nos encontramos con Jesús que le ha dado propósito y sentido a nuestras vidas. Nos encontramos con un Cristo que murió por nosotros para que el cielo venga a la tierra.
Entonces ¿en que encontramos plenitud? En hacer su voluntad y en entender que el cielo nos ha dado es una causa.
El apóstol Pablo nos dice: <por esta causa doblo mis rodillas…> ¿Por qué causa? Por el Dios que nos envió, que le imprimió propósito a nuestras vidas, a nuestras familias, a nuestro destino.
Jesús nos anticipa que somos los setenta y dos enviados a preparar el camino para que él pueda entrar. Somos los setenta y dos enviados desafiados a ser luz en un contexto de dificultad <yo los envío como corderos en medio de lobos>. El Cordero venció al infierno, el Cordero aplastó al lobo. Jesús no lo usa como una expresión metafórica para nosotros sino que nos revela lo que el mismo hizo. El Dios Eterno se hizo hombre, tomó la forma de un cordero inmolado, se sacrificó en la cruz del calvario para vencer a la muerte y someter al lobo, al principado de maldad. Ahora él nos envía con esa misma naturaleza a transformar la realidad y preparar el camino para que pueda entrar. Muchas veces mientras caminamos con Jesús nos olvidamos que esta es nuestra naturaleza, que hemos sido enviados como ovejas en medio de lobos. Nos envía con autoridad para pisar serpientes, para enfrentarnos a un reino de oscuridad, nos envía a traer luz en un contexto de dificultad. En algún punto hemos cambiado el evangelio y hemos entendido que él nos envía a un mundo de felicidad plena donde no puede haber ningún error. Y por esto caemos destrozados cuando la enfermedad nos toca, cuando las pérdidas llegan, cuando las tensiones con los demás aparecen. Pero él dijo que no tuviésemos temor porque así como somos enviados también somos equipados con la autoridad para sobrevivir a todo proceso, para caminar sobre toda dificultad.
En algún punto nuestra fe mengua porque nos olvidamos que somos enviados y pensamos que andamos por la vida resolviendo cosas por nosotros mismos o para nuestro mérito propio. Cuando en realidad lo que nos impulsa es ese llamado eterno que arde en nuestros corazones.
Setenta y dos enviados de dos en dos, por eso la iglesia es comunidad, nuestros nombres están en la lista de los setenta y dos. Para que aquellos que le dieron un lugar en su corazón a Cristo entienden que necesitan una causa para vivir más grande que su propia necesidad, más grande que solo sobrevivir. Un impulso que no solo se trate de hacer cosas buenas, sino de ser aquello para lo que fuimos llamados. No nacimos en nuestras familias por casualidad, sino que fuimos enviados, no tenemos el trabajo que tenemos por casualidad, sino que fuimos enviados allí. Jesús les dice a los discípulos <vayan a todo pueblo> ¿Qué significa eso? Vayan a toda nación, para Dios pueblo, nación y familia en el original hebreo es la misma palabra, “te bendeciré y en tu familia serán benditas todas las familias” es el mismo término que se usa para nación, para pueblo.
Debemos caminar por la vida entendiendo que hay un propósito superior: preparar el camino para llenar todo lugar con su presencia.
Vayan, pues van a encontrar corazones que se van abrir, Jesús les dijo que cuando lleguen a una casa digan: <paz a esta casa>. Y si encuentran a alguien que necesita y recibe esa paz les animó a que se queden e impartan lo que ellos tenían, que bendijeran el lugar y si hubiera enfermos que los sanasen. Les dijo que si en esa casa hay hijos de paz, esta reposaría y se establecería en el hogar, pero les encargó que no anden de casa en casa pues el evangelio no es para beneficio propio.
Cuando servimos a alguien la honra no es de quien recibe el servicio, sino de la persona que la da. Cuando hablamos a alguien de Jesús, cuando ayudamos a alguien, esa persona nos está permitiendo que Cristo crezca en nosotros. No le hacemos a la gente un favor presentándole a Cristo, lo que hacemos es aprovechar la oportunidad de cumplir el mandato de nuestro envió.
En algunos lugares nos abrirán las puertas y en otros nos rechazarán, el mandato es ir a todos los lugares, a donde nos aman y a donde nos odian. Oramos por los que rechazan el evangelio, Jesús nos manda a amar a nuestros enemigos porque él es un Dios de justicia. Es serio rechazar a Dios, es serio menospreciar el evangelio, es serio pretender vivir una vida de integridad pero vivirlo falsamente, se define en la eternidad, hay recompensas y hay cargas, es serio no responder al llamado de Dios.
El envío es tan importante. Los setenta y dos cuando vuelven le dicen a Jesús todo lo que pudieron experimentar, los endemoniados eran libres, podían ver milagros. Sin embargo, Jesús les hace ver que lo que ellos viven es una cuestión natural de su autoridad delegada, pero les encarga que no se asombren por eso, sino porque sus nombres estén escritos en los cielos. Jesús les pide que no se olviden de qué reino son y de declarar “que el reino de los cielos se ha acercado” para dar a entender que Jesús estaba en ellos, pues donde nosotros vamos el reino de los cielos va con nosotros.
El envío es el que nutre nuestras vidas, es lo que hace que el lugar en donde estamos se convierta en la habitación del cielo.
Muchas veces no hay paz en nuestros hogares porque no estamos respondiendo con el propósito con el cual él nos envió. Podemos solucionar nuestra eternidad y nuestro presente recordando que él es quien nos envió a aplastar serpientes ¿Cómo no va a estar enojado el diablo? ¿Cómo no va haber batalla con nuestros hijos? Si él nos envió a recuperar autoridad, a recuperar lo perdido, y nos envió a enfrentar a los principados que gobiernan una ciudad. Jesús dijo que todos los que abrazan a los que él envía, lo abrazan a él y al Padre que lo envió, pero todos aquellos que los rechazan, lo rechazan a él y al Padre. Porque no se trata de imponer en la gente la carga de cambiar de vida, sino de revelar a Jesús a través de caminar en obediencia en el propósito con el que él nos envió.
Dios busca un corazón apasionado que esté dispuesto a obedecerle, que elimine las excusas, que no se conforme, que crea en la autoridad con el que lo envió.
Muchas veces relacionamos el envío con el llamado, muchas veces no progresamos en nuestro llamado porque se apaga la pasión del corazón. Cuando se apaga el envío, cuando nos olvidamos de la voz que nos impulsa a ir de dos en dos, a vivir en unidad, en cuerpo revelando la autoridad de Cristo, cuando nos acostumbramos a lo natural. Tenemos que volver a enfocar el corazón en volver a apasionarnos.
“Nosotros somos los mensajeros, nosotros somos los enviados. Cuando una persona responde al llamado del rey que le envió y somete sus necesidades a la voluntad de aquel que le llamó, cambia su realidad, porque lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios. Porque aquellos que responden con un corazón apasionado todas las cosas cooperan para bien. Si Dios nos llamó no existe otra opción que entregarle lo que somos.”