
31 de agosto de 2025
Muchas veces cuando recibimos noticias y nos dan a decidir entre escuchar las buenas o las malas noticias, queremos las malas noticias. Parecemos hijos de rigor al elegir escuchar primero las malas noticias y, aunque estas no nos gusten, son parte de la construcción de nuestras vidas. Muchas veces nos toca recibir o dar malas noticias, lo cual despierta en nosotros el temor, el miedo, la incertidumbre del día a día, el golpe que nos queda marcado.
El poder de las malas noticias no está en el dolor del momento, sino en el miedo. Benjamín Franklin, que fue un luchador por la libertad de su nación, dijo: “Las malas noticias no se vuelven mejores por el silencio, enfrentarlas es el principio de la sabiduría”. El tema aquí es: ¿Cómo las enfrentamos?
En los capítulos 36 y 37 de Isaías tenemos la historia del rey Ezequías, quien es un buen rey en medio de un muy mal tiempo. Ezequías es un gobernante justo que pone a Dios en primer lugar en medio de un tiempo de juicio. Por eso Isaías, que es un libro profético que nos muestra cómo las cosas se van dando a lo largo del tiempo. De repente, en medio de la profecía se detiene a hablar de Ezequías, un rey que en un contexto de juicio construye y forja un avivamiento que trae paz al pueblo de Israel, generando un paréntesis en medio de la condenación.
Ezequías está reinando con justicia, pero en el medio se levanta el rey Senaquerib de Asiria. El pueblo asirio era un pueblo violento, sanguinario, que comienza a dominar toda la región y a conquistar los diferentes reinos. De repente invaden el reino de Judá, donde reina Ezequías, enviando a un príncipe de Asiria con el siguiente mensaje: “Vamos a entrar y a destruir la ciudad, mataremos a las mujeres y a los niños, vamos a arrasar con este pueblo”. En Ezequías entra un conflicto entre esta mala noticia y su fe.
Isaías 37:1-20 (NTV)
Nunca las cosas malas pasan solas, siempre pasan todas juntas. Satanás tiene momentos, no puede actuar todo el tiempo, pero el enemigo tiene una ventana en las vidas de las personas y, cuando la tiene, la aprovecha. Deshonra, insulto y dificultad nos dice Isaías. En ese momento Ezequías estaba bajo ataque. Las malas noticias tienen que ver con esto: deshonra, porque cuando llegan lo primero que nos hacen sentir es que no podemos con esa situación, que no servimos, que es inútil; insulto, porque al diablo le gusta insultar, nos trae menosprecio, nos quita el valor, nos hace sentir menos, nos denigra, nos arrastra a la inmoralidad; y por último dificultad, porque se nos hace difícil todo, hay pruebas, hay problemas.
Las malas noticias nos encierran en el pecado, en el dolor y en la angustia. Pero el evangelio son buenas noticias, porque esta buena noticia, que Cristo murió, resucitó y gobierna, rompe con todo lo anterior.
Ezequías recibe la mala noticia de que lo iban a matar y envía a sus principales al profeta Isaías con ese mensaje. Pero Isaías comienza a profetizar declarando que no se altere, que esté tranquilo, pues la blasfemia que ese hombre había dicho no era en su contra, sino en contra del nombre de Dios. Le cuenta que el rey Senaquerib pronto sería llamado de nuevo a su ciudad y, cuando esto sucediera, el rey sería asesinado.
Mientras Isaías profetiza todo esto, estaba sucediendo. Pero quien lleva las malas noticias estaba escribiendo una carta para enviársela al rey Ezequías. Lo que hablaba la carta era verdad: el rey asirio se había encargado de destruir a todos los reinos de alrededor, por eso le decía a Ezequías que también lo destruiría, pues su Dios era mentiroso. Satanás estaba escuchando al profeta y, para contrarrestar la profecía, escribe una carta. Estas son muchas veces las cartas que el enemigo nos escribe y nos hace llegar también a nosotros.
El diablo es padre de mentira y la manera en que trabaja es deformando la verdad. La manera de esparcir el desaliento es distorsionando la verdad. Mientras Dios esté juzgando la tierra y la iglesia esté siendo protegida, Satanás, como el anticristo, va a deformar la verdad de Dios y le va a decir a las naciones de la tierra que Dios es una mentira. La gente va a ver al mundo sacudido, va a ver las copas de la ira caer y no va a creer, porque el diablo, padre de mentira, va a levantar su voz para engañar a muchos. Pero en medio de eso habrá un pueblo que cree y confía en Dios. Así como hoy vivimos el evangelio y caminamos en esta palabra, también hoy nos toca convivir con las malas noticias.
Ezequías es rey, no sacerdote, no puede entrar al templo, sin embargo ingresa al templo tomando la carta y la despliega delante del Señor. Ezequías entró a la presencia de Dios, al lugar santísimo, a costa de su propia vida. Reconoce que lo que la carta dice es verdad, que personas han caído, que imperios han sido destruidos, pero entiende también que los dioses de esos imperios son de piedra y de madera, mientras él se pronuncia delante del único Dios, el Santísimo, el Altísimo, el Creador de todas las cosas.
Más allá de que las naciones cayeron y que la noticia quería llevar temor a su corazón, el rey Ezequías sabe que Dios está con ellos y le pide que manifieste su poder a favor de ellos para que las naciones de la tierra reconozcan que Él es el Señor de señores.
Isaías 37:22-29 (NTV)
Ezequías, quebrado por las malas noticias, rinde su vida a Dios, mientras Isaías profetiza en contra del enemigo. Lo que pasa con Senaquerib es lo que pasa con los gobiernos del mundo a lo largo de la historia: se han levantado emperadores e imperios que no se levantan solos, Dios permite que así sea, pero en vez de reconocer que es Dios quien les permite avanzar, en su furia, en su veneno, en su violencia, se han querido apoderar de todo. Es la historia de Caín y Abel repitiéndose una y otra vez, es la historia de un hermano sometiendo al otro por medio de la violencia. A lo largo de la historia Dios levanta instrumentos de justicia que se vuelven en contra de Dios y Dios los juzga. Esto no tiene que ver con exposición política, griegos o romanos, izquierda o derecha, pensamientos filosóficos. Cuando un hombre se levanta para gobernar, enseguida Satanás, el príncipe de este mundo, busca seducirlo.
Las naciones temerosas de Dios crecieron, prosperaron, avanzaron, se desarrollaron, pero cuando se volcaron en contra de los principios de Dios, la maldad se apoderó de ellas. Isaías le hace ver al rey de Asiria que no fue él quien derrotó a todos los imperios, sino que fue Dios quien permitió que los demás reinos fueran abatidos para que su juicio ocurriera en la tierra y las cosas se establecieran. Pero como él le dio la espalda a Dios actuando con violencia, ahora declara el profeta que Dios vendrá para juzgarlo.
Los reyes de este mundo no tienen poder, solo hay uno y se llama Jesucristo. A lo largo de la historia de la humanidad Dios nos ha dado libertad para tomar decisiones, de tomar determinaciones, de elegir. Son nuestras decisiones las que marcan el rumbo de nuestra existencia y de aquellos que nos rodean.
Isaías 37:30-38 (NTV)
Isaías profetiza sobre Asiria y sobre Jerusalén, declarando que Dios cuidará de esa pequeña ciudad, que habrá un remanente que atraviese la tormenta, que camine a través del juicio con autoridad. Le dice al rey que no tenga temor. Entonces la mala noticia se va tornando en lo verdadero. Al final, condena al rey Senaquerib, que vuelve a Nínive.
Hablando de Nínive nos lleva a la historia de Jonás, quien vivió dos o tres décadas antes de esto. Treinta años antes hubo un episodio: Dios despierta a un profeta llamado Jonás, quien fue tragado por un pez por no obedecer a Dios, que lo había enviado para llevar palabra a Nínive. El pez lo tira sobre la orilla de la ciudad donde había sido enviado.
Dios trae un avivamiento en Asiria y la gente se convence de pecado, el rey de Asiria se arrepiente y Dios detiene el juicio sobre esa nación. Treinta años antes Dios proveyó a Asiria de un profeta que fue tragado por un pez, enviando un avivamiento para que la nación cambiara el rumbo de su historia, pero solo tres décadas después, en vez de mantenerse caminando en el arrepentimiento y establecer justicia, esta nación se vuelve más sanguinaria de lo que antes era.
Comienza a aplastar los reinos de alrededor y va en contra de la nación que le proveyó del profeta y los salvó del juicio. Mientras Ezequías esperaba lo que iba a suceder, el ángel del Señor llegó y la mala noticia cambió de dirección: ciento ochenta y cinco mil enemigos fueron destruidos y el rey de Asiria volvió a su tierra, donde fue asesinado.
Las malas noticias son parte del plan de Dios. A veces no encajan en nuestras vidas, pero es así. Dios toma las malas noticias y comienza a darles forma. Detrás de cada insulto del infierno, detrás de cada palabra negativa que nos encierra en el temor, detrás de los miedos que nos paralizan, el enemigo está tratando de detener el propósito con el que Dios nos ha llamado.
Isaías nos enseña cómo será el último tiempo y cómo lidiar con las malas noticias. Dios decidió tomar nuestras manchas y que sean parte del plan eterno y perfecto de Él. Sabemos que muchas veces las malas noticias son bravas y fuertes. Pero las malas noticias no se resuelven en silencio, el principio de la sabiduría es saber enfrentarlas.
La manera de enfrentar las malas noticias es con el evangelio.
Las expresiones de Isaías en el pasaje son las expresiones del evangelio de salvación. Hay un dios mentiroso que es el pecado, la idolatría y la muerte, que tiene poder sobre este sistema y hace caer a las personas. Pero por encima de ese dios hay un Dios justo, eterno, piadoso, y todos los que confían en ese Dios aplastan las malas noticias.
El evangelio de la salvación, el evangelio que son las buenas noticias, no es Dios resolviendo la eternidad en un escritorio sin ensuciarse las manos o la ropa, no es el Dios eterno que puede chasquear sus dedos o con un pensamiento resolver todo. Es el Dios eterno que envía a su único Hijo, que interviene en esa mancha horrible que es nuestra vida sin Dios, deja lo eterno y carga con el pecado, con nuestros errores, usa su sangre preciosa para darle forma a nuestras vidas.
Nos limpia del pecado, nos rescata de la muerte, se hace como nosotros, muere en la cruz, vence al infierno que nos acusa, resucita al tercer día, asciende y envía al Espíritu Santo para que juntos, reyes, sacerdotes, profetas, comprados por su sangre preciosa, podamos ser parte de su cuerpo. Ese mismo Dios que nos ha hecho libres, que ha transformado nuestras vidas, es Aquel que ha de venir por nosotros y completar la obra para que reinemos con Él por siempre y para siempre.
Las malas noticias no pueden darle forma a nuestras vidas, no pueden condicionar nuestra entrega, no pueden apoderarse del temor. No puede ser el miedo el motor que nos impulse a mejorar, no puede ser el miedo la herramienta que nos lleve a construir nuestras vidas, tiene que ser la libertad de saber que Dios está con nosotros.
La primera vez Ezequías llama al profeta; la segunda vez entiende que tiene que acceder de manera personal y en soledad a la presencia de Dios. Mientras Ezequías, en humildad, quiebra su corazón, el profeta profetiza y, en el mismo momento, la libertad de la palabra cumplida se desata.
¿Y si de repente esa noticia a la que le tenemos temor se transforma? ¿Y si nos levantamos por la mañana y en vez de ver que estamos rodeados nos encontramos con que hay ciento ochenta y cinco mil enemigos muertos? ¿Y si esa es la naturaleza que tenemos que recuperar en este tiempo, la confianza que Dios nos ha dado? Es hacia allí donde Dios nos está llevando. No van a dejar de haber malas noticias, el diablo no va a dejar de pesar sobre nosotros con la maldad y el dolor que golpea, pero tampoco va a cambiar la realidad de que Cristo ya venció, de que hemos sido comprados con su sangre, y lo que debe moldear nuestras vidas es el evangelio de las buenas noticias, de las cuales debemos estar seguros.
Salmos 112
Este Salmo es una obra de arte, es de esas oraciones que los judíos repiten una y otra vez, es un acróstico que tiene de la primera letra del alfabeto hebreo hasta la última. Básicamente está escrito como una fórmula para que el pueblo de Dios la pueda repetir y recordar permanentemente. Este Salmo define las buenas noticias del evangelio para nuestras vidas.
“Juntemos las cartas que el enemigo nos ha estado mandando, saquemos del cajón esas cartas, esos temores, esas deudas impagas, ese dolor, eso que está escondido, ese miedo que nos paraliza, que nos limita. Vamos a ser radicales, no hay otra manera de avanzar en el evangelio sino poniendo todo el corazón. Convivimos con las malas noticias, con el dolor, con las limitaciones, pero en medio de la oscuridad la luz prevalece. En medio de la oscuridad hay profetas, reyes y sacerdotes que no se limitan solo a sobrevivir, sino que saben que Dios les ha dado la victoria”.