Padre Nuestro

12 de octubre de 2025

Salmos 23:1-6 (RVR)

El Salmo 23 es uno de los salmos más conocidos, pero debemos mirarlo como una parte de un todo que necesita ser completado. Si tuviésemos que buscar al “hermano mayor” de este salmo, tendríamos que ir al Nuevo Testamento, a la oración que Jesús nos enseñó a hacer. Es asombroso cómo este Salmo es la sombra del Padre Nuestro. El Salmo 23 fue escrito por el rey David, un pastor de ovejas, en una situación muy particular. Y el Padre Nuestro fue enseñado por el Príncipe de los pastores. Ambos fueron reyes y pastores: el primero era una antesala de lo que había de venir, perfecto y maravilloso.

San Mateo 6:9-13 (RVR)

Es increíble ver esta comparación tan extraordinaria. También podemos comparar estos dos pasajes con Apocalipsis, con la oración escatológica que cierra el libro: “El Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!” No es una oración diferente a la otra: es la misma oración que construye un puente entre Dios y nosotros.

La primera, el Salmo 23, la escribe un hijo con el corazón herido, por eso no se identifica como hijo sino como pastor. Muchos eruditos bíblicos consideran que el Salmo 23 fue escrito cuando David fue llamado para ser ungido por Samuel (1 Samuel 16:1-13). Parece que este salmo coincide con esa escena: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán” Ya no vivirá más solo David, sino que lo hará en la casa de su Papá para siempre.

David escribió diferentes salmos en distintas situaciones, expresando emociones diversas, igual que nosotros. El Salmo 23 lo escribe desde la posición de pastor, no se considera hijo sino oveja. Es una oración individual. En ese momento no es rey, sino el último eslabón; aunque tiene conexión con Dios, recién comienza a caminar con Él. El Salmo habla de una relación íntima, personal, de cuidado pastoral. Pero cuando leemos el Padre Nuestro, notamos una diferencia: Jesús ya no habla desde la posición de oveja, sino desde la de Hijo. Ya no habla de manera individual, sino colectiva; declara: “Padre nuestro que estás en los cielos.” Esto revela una relación filial, reverente pero comunitaria. Jesús está diciendo que, como Él es el Hijo, todos seremos hijos. Ya Papá no será solo Elohim o Adonai, sino Papá.

Dios será nuestro Padre, no solo el pastor que nos cuida, sino nuestro Padre que nos ama. En el original hebreo, la expresión “Nada me faltará” se traduce como: “Él nunca me falta.” “Él está presente.”

Esta expresión es lo que David encarna: era un pastor presente, no huía cuando las ovejas estaban en peligro, luchaba con el león y el oso, entendía que encarnaba aquello que recibía de Dios. De la misma manera, Jesús escribe desde su posición de Hijo de Dios, diciendo: “Padre nuestro, por medio de mi sacrificio, de lo que yo voy a hacer por ellos, vos estás en el cielo y ya no solo vas a ser mi Papá, sino el Papá de todos.”

En este trimestre, en el cual estamos hablando del Todopoderoso, tenemos que ver en Jesús la gloria del Padre. Tenemos que ver en Jesús, al cual cantamos que es Digno, la gloria del Padre.

Lo único que sana el rechazo o las heridas del pasado es la paternidad de Dios sobre nuestras vidas. Para muchos, Dios sigue siendo un pastor que los cuida, que les da de comer; pero para otros, que han crecido en la revelación de Jesús, Dios es un Padre. Y no hay manera de sentir a Dios como Padre sin tener una relación con el Hijo.

El apóstol expresa: “Quien ve al Hijo, ve al Padre” (Juan 14:9). Y en Jesús, el Dios invisible se hizo real. Por eso, cuando oramos para dar un paso de fe en la conversión, lo hacemos en el nombre de Jesús. Porque a través de Jesús conocemos a Papá Dios, y cuando le conocemos de esta manera, nuestras heridas son sanadas, el rechazo comienza a transformarse en una identidad clara, entendiendo que tenemos un Papá celestial y que Él no nos falta.

El Salmo 23 nos menciona que nada nos faltará, que Él nos pastoreará, que nos conducirá a aguas tranquilas. David habla de que Dios provee alimento espiritual y físico, descanso y paz. David, quien era un muchacho desechado, sin destino, encontró un oficio y un tiempo de formación en medio de la soledad de la noche, y entendió que en esa soledad Dios le proveía de todo lo que necesitaba. Él era quien lo llevaba a verdes pastos.

Qué tremendo el manejo de la profesión de este pastor. David está hablando de lo que encarna: él llevaba a las ovejitas al lugar donde estaba el pasto verde, las llevaba a tomar agua, les proveía de un camino para que se nutrieran, para que esos seres indefensos, a través de sus cuidados, pudieran crecer. David declara que lo que él hace con las ovejas es lo que Dios ha hecho con su vida: Dios lo ha cuidado en las noches, le ha dado el valor para enfrentar al oso y al león.

De la misma manera, Jesús nos enseña a orar aquello que Él encarna: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida. Yo soy el agua de vida. Todo aquel que come y bebe de mí no tendrá hambre ni sed jamás.”

Jesús es nuestro pan. Él se incluye y nos incluye. David encarna al pastor que trae provisión a las ovejas, y Jesús encarna el sustento que Dios provee para la humanidad. Es un proceso de madurez espiritual.

Hay etapas en nuestras vidas en las que necesitamos la revelación del Pastor que nos toma y nos lleva donde está el alimento correcto, donde está el agua de vida; pero a medida que crecemos en la revelación de Jesús, ya no nos conformamos con que Él nos lleve: lo queremos a Él.

Y al igual que Jesús, nosotros mismos terminamos convirtiéndonos en pan y vino. Somos parte de su cuerpo, somos el pan que otros necesitan. Porque la gente ve a Jesús a través de cómo vivimos: a través de nuestras actitudes, de nuestras acciones, de nuestra forma de ser, de nuestras palabras, de cómo enfrentamos el dolor, la debilidad, las circunstancias difíciles, y de cómo amamos a la iglesia.

Por eso, lo único que puede detener a la iglesia, es la iglesia. La labor del infierno es levantar gente que hable mal de la iglesia, que produzca división, que desde adentro levante una voz de queja que contamine el pan. Hoy hay tanta necesidad que la gente come pan seco, come cualquier cosa. Somos nosotros los que no debemos permitir que nada nos contamine y entender que Él es el pan que nos nutre. Somos hijos de Dios, teníamos hambre y el Padre nos proveyó del pan de vida, y ese pan fue partido por nosotros. Ese pan que partimos en la Santa Cena es el cumplimiento de esta palabra.

David dice: “El que me lleva”, y Jesús dice: “El pan nuestro”. El Padre Nuestro es colectivo, habla de un pueblo, habla de nosotros; el Salmo 23 es para mí. Para empezar está bien el “mi”, pero inevitablemente la revelación de Jesús nos lleva a ser parte de su cuerpo, nos lleva a construir familia, nos lleva a bendecir ciudades, nos lleva a ser el pan de vida que las naciones necesitan.

Dios es visto como fuente de sustento y seguridad, pero también como fuente de guía y dirección.

En el Salmo 23 menciona: “Me guía por sendas de justicia por amor de su nombre”. Esto habla de dirección moral y espiritual. El Padre Nuestro menciona: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. En el Salmo 23, David recuerda que, como pastor, él conocía los senderos a través de los cuales las ovejas podían caminar con seguridad, lejos de las fieras del campo, de los precipicios y de los ladrones. Era el pastor quien llevaba las ovejas. Pero Jesús, en el Padre Nuestro, nos está diciendo: “No les voy a dar el mejor sendero, sino que Yo soy el camino, la verdad y la vida.”

Cuando en el ejemplo del Padre Nuestro decimos: “Señor, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, estamos hablando del camino que debemos seguir. A veces nos preocupamos por saber cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas, cuál es el propósito.

Y en realidad fallamos en eso, porque estamos buscando algo que es personal. Nuestras decisiones son las que construyen nuestro destino, pero la voluntad de Dios para nosotros es clara, es perfecta, está en Cristo Jesús.

Dios no va a esconder de nosotros aquellas cosas que contribuyan al desarrollo de nuestro llamado. Dios no va a ser tan tirano de conectarnos una y otra vez con la persona equivocada o con la profesión equivocada. No hay algo más triste en la vida que ser exitoso en aquello que no era nuestro propósito.

Que la voluntad del Padre sea hecha en nuestras vidas y en nuestras familias, así como se hace en el cielo, que sea en la tierra. ¿Cuál es la voluntad de Dios que está en el cielo y en la tierra? La voluntad del Padre es Jesús, es que vivamos como Él y que seamos parte de Él. Eso nos sirve para todo, porque caminamos en una relación con Jesús, caminamos en un evangelio de verdad, hacemos de Él nuestra razón para vivir, entendiendo que Él tiene el control, que caminamos con Él, que rendimos nuestras vidas. Esa es la voluntad: estar en Jesús.

El resto son nuestras decisiones, porque aquellos que están en Jesús construyen relaciones y vínculos con personas que modelan a Jesús y buscan modelarlo en sí mismos para conectarse en esa historia de vida. La naturaleza de Jesús nos lleva a crecer, a ser mejores, a desarrollarnos, y la voluntad de Dios nos lleva a tomar nuestra historia, a transformarla y darle la forma que es su voluntad. Somos responsables de las decisiones que tomamos.

Aprender a caminar en su voluntad es entender que Él es el dueño, Él es el Señor y que nosotros somos responsables de decidir, y que al decidir, nuestra medida debe ser nuestra relación con Él en todo lo que hacemos.

Delante de los ojos de Dios no pesa más un doctor adinerado que una persona simple que todos los días va a trabajar y ama a Dios. Somos diferentes, construimos diferentes historias, caminamos diferentes caminos, pero hoy, por la gracia de Dios, estamos unidos en un mismo cuerpo. No hay manera de que teniendo a Cristo en nosotros no seamos mejores. Por eso Jesús, que es el Hijo de Dios, nos enseña: “Que se haga tu voluntad, que así como es en el cielo, se haga en la tierra.”

¿Cómo es en el cielo? En el cielo se perdona a los enemigos, se sirve de corazón, se parte el pan, no hay pecado. ¿Y cómo hacemos para vivirlo en la tierra? No podemos solos, lo podemos hacer por medio de la gracia de Dios, por medio del perdón de nuestros pecados, lo podemos hacer a través de la iglesia que es el cuerpo de Cristo.

El amor se refleja en las decisiones. La decisión de estar, de permanecer, hace que lo que se vive en el cielo se cumpla en la tierra. Cuando encontramos en Jesús la fuente de placer, lo queremos cada día de nuestras vidas y en todo lugar.

Queremos que la voluntad de Dios, perfecta, hermosa y agradable, la conozcan aquellos que no la conocen, queremos que esto invada cada área de la sociedad para que su voluntad sea hecha en la tierra como en el cielo.

“Aunque ande en valle de sombra y de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo” habla de confianza y de protección divina, pero el Padre Nuestro nos dice: “No nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal.” Esto habla de una protección directa del mal; en ambos, Dios es expresado como refugio. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.” “No nos dejes caer, más líbranos del mal.”

En el Salmo 23, Él es el pastor que nos lleva por el valle de sombra y de muerte, Él es el puente a través de la muerte; lo que nadie puede hacer, Él lo hace, nos conduce por el valle de sombra y de muerte. En el Padre Nuestro es lo mismo: Dios es protector frente a las adversidades.

“No nos dejes caer en tentación” no se refiere a que somos ovejas inconscientes que andan por el campo y de manera involuntaria se ven expuestas al mal, sino que somos hijos, y aunque somos expuestos a la tentación, tenemos voluntad. Por eso decimos: “Te pedimos, no nos metas en la tentación, mas líbranos del mal.”

Esta oración del Padre Nuestro es especial. No es la petición a Dios de que nos libre de nuestros enemigos, sino de nosotros mismos. Es decir: “Señor, no nos permitas caer.” No nos permitas que nuestro deseo por el pecado o nuestro deseo por correr a la oscuridad sea más fuerte que tu voluntad. No nos metas en tentación.

Desde el día en que Caín mata a Abel, el pecado está a la puerta. Por más que oremos o trabajemos en la intimidad con Dios, el pecado siempre estará en la puerta. La respuesta al pecado se llama Jesucristo, porque la paga del pecado es muerte, la consecuencia del pecado es separación de Dios.

Hoy ya no se habla de pecado. Hoy transformamos el pecado en un problema psicológico. Hoy el pecado se diagnostica, entonces las personas no son responsables de nada: alguien más hirió, alguien más lastimó. Hoy se trata la situación del pecado como si fuera un diagnóstico que se medica científicamente, pero el pecado es pecado y produce muerte. En la cruz del Calvario, Jesús nos dio, por medio de su sacrificio, la posibilidad del perdón de nuestros pecados.

Cuando venimos a Jesús, debemos arrepentirnos de nuestra maldad, porque no hay arrepentimiento sin temor de Dios. No podemos vivir este evangelio sin odiar el pecado en nuestras vidas. El pecado nos consume, nos debilita, arruina nuestra identidad, nos hace ser quienes no somos.

Es una lucha permanente y constante. “Por cuanto todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios, mas gracias doy a Dios que por medio de Cristo Jesús soy libre del pecado.” (Romanos 3:23-24)

¿Cómo opera que Jesús nos libra del pecado? A través de su sangre preciosa, cuando nos arrepentimos. Eso que está en nuestra naturaleza es remitido, pero a partir de ahí Dios no anula nuestra voluntad, no destruye nuestra historia: Él camina con nosotros a través de ella. Y caminando con nosotros, toma lo que somos para que se cumpla su propósito, pero no anula nuestra capacidad de decidir qué haremos con nuestras vidas.

Somos responsables de nuestras decisiones. Entonces, el pecado que ya no puede dominarnos porque Cristo está en nosotros, nos rodea, y ese pecado que nos rodea se llama tentación. Está presente en medio de nuestra debilidad, en medio de nuestros procesos. El pecado corrompe el propósito en nuestras vidas, el pecado es errarle al blanco.

David, quien escribió el Salmo, decidió mal muchas veces, se metió voluntariamente en el valle de la sombra y de la muerte. Dios lo libró, lo amó, pero pagó las consecuencias. Este rey David, el dulce cantor, el ungido, aquel que tenía el corazón conforme al de Dios, vio cómo uno de sus hijos violaba a una de sus hijas, vio cómo otro de sus hijos se rebelaba contra él y era asesinado.

Pasó por procesos tremendos, porque fue responsable de las situaciones en las que, enfrentando la tentación, voluntariamente se metió en el valle de la sombra y de la muerte. El que nos enseña el Padre Nuestro fue tentado en todo conforme a nuestras debilidades, pero fue hallado sin pecado. Jesús, al igual que David, fue sometido a todas las tentaciones, pero Él se mantuvo firme, abrió un camino y por su santidad nosotros tenemos el perdón de pecados.

El Padre Nuestro es: “Danos la capacidad para decidir bien.” La tentación va a estar, pero líbranos, fortalece nuestra voluntad. Dice el apóstol Pablo que el Señor no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2º Timoteo 1:7). Estas son tres características del Espíritu Santo en nuestras vidas.

No se extingue la tentación; el pecado nos rodea, pero cuando el Espíritu Santo crece, la oración de Jesús se hace fuerte: Él nos libra del mal, porque el carácter de Cristo crece dentro de nosotros.

El rey David termina el Salmo 23 diciendo: “En la casa del Señor moraré por largos días.” Y Jesús, en el Padre Nuestro, dice: “Venga tu Reino, porque tuyo es el poder y la gloria por siempre y para siempre. Amén.” Esto es una esperanza escatológica, es decir, de los acontecimientos finales de los últimos tiempos: “Señor, que se haga tu voluntad, que venga tu Reino.”

Por un lado, el rey David está pensando que ya no será el pastor abandonado, sino que ahora comerá en la mesa del Padre, y que en la casa del Padre morará por largos días. Es un huérfano que vuelve a casa, que está diciendo: “Ahora mis hijos tendrán apellido, mis generaciones van a tener hogar.” Lo que no se da cuenta es que, mientras dice eso, la habitación de Dios algún día se mudará a la tierra, y que reinará con Jesús por siempre y para siempre.

Jesús, cuando dice “Venga tu Reino”, tiene dos implicancias. Cuando expresa que el Reino se ha acercado, es porque en su primera venida Él es la manifestación del Reino de los cielos: el cielo descendió a la tierra, el Hijo de Dios se hizo hombre. Lo que antes estaba en el cielo, ahora estaba en la tierra con forma humana para redimirnos y liberarnos de la maldad. Y así como Él vino por primera vez, ahora está diciendo que volverá para que el Reino de los cielos se establezca por siempre y para siempre.

Maranata está en el Padre Nuestro. ¡Cuánta ignorancia, cuánta oscuridad hubo cuando esta oración se repetía sin entender que en ella decimos: “¡Ven, Señor Jesús!”

Que venga tu Reino ahora, que venga tu Presencia a nuestras vidas. Que la iglesia de Cristo que estamos construyendo se siente a la mesa y bendiga las necesidades. Pero hay una afirmación aún más fuerte: “Que venga tu Reino, que vuelvas físicamente.” Y cuando vengas en tu gloria, Señor, el imperio, el poder y la gloria se establecerán, y lo que hoy vemos en parte será perfecto desde ahora y para siempre.

Los dos, tanto David como Jesús, nos dan una esperanza extraordinaria: Hay hogar para nosotros en la eternidad. Jesús dijo que prepararía morada, un hogar; si no fuera así, no lo hubiera dicho.

Este evangelio no se puede vivir sin esperanza, no puede ser solo un evangelio de ovejas, debe ser un evangelio de hijos, y la paternidad de Dios revelada a través de Jesús tiene que ser lo que nos sane.

Muchos hemos demandado tanto de nuestros padres biológicos, y algunos han sido heridos y abusados por quienes debían dar cuidado, pero aun si nos hubiese tocado tener el mejor papá del mundo, hubiese sido insuficiente. Jesús, hablando de Papá Dios, dice: “Miren ustedes, que aun siendo malos padres, son capaces de darles buenas cosas a sus hijos; cuánto más si piden todas las cosas, mi Padre Celestial se las dará.” (San Mateo 7:11)

Lo que expresa Jesús es que aun los buenos padres que dan buenas cosas son malos, es decir, comparados con Papá Dios, el mejor padre del mundo no es nada. Aunque hayamos tenido el papá más amoroso, que nos dio identidad y valor, aun así necesitamos a Papá Dios. Aun así necesitamos la revelación del Padre. Aun así no hay hombre en el mundo que pueda darnos lo que nuestro Padre Celestial nos puede dar. Por eso, Jesús transforma el Buen Pastor en el Padre Nuestro, lo conecta.  Todos necesitamos la revelación del Padre a través del Hijo. Todos necesitamos a Papá Dios. Solo en Él encontramos amor incondicional, solo en Él encontramos la valoración perfecta. Si lo tenemos a Él, lo tenemos todo.

Hay uno solo que puede llenar ese vacío de paternidad espiritual, uno solo que puede sanar el dolor de las pérdidas del pasado, y es nuestro Padre Celestial.

Debemos gestionar una relación íntima y personal con Jesús para que podamos ser sanos completamente. En nuestro Padre Celestial encontramos el amor incondicional. En Él encontramos el valor preciso e infinito. Encontramos a Aquel que nos guía a verdes pastos, pero también al que nos provee del pan de vida que trae sanidad. Encontramos en Él las aguas de vida que nos sacian. Entendemos que Él nos libra del mal dándonos el valor para tomar las decisiones correctas.

El Buen Pastor dio su vida por las ovejas. El Hijo se sacrificó por los hijos de Dios y nos puso un lugar en la mesa de Papá. Tenemos hogar para siempre, tenemos Pastor y tenemos Padre Celestial. Tenemos provisión y refugio, tenemos valor y un amor que sana todas las heridas.

Tenemos la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, ese hilo sobrenatural que conecta el Salmo 23 con el Padre Nuestro, y que nos lleva a través del valle de la sombra y de la muerte, pero que también forma en nosotros el carácter para resistir la tentación. Tenemos la gracia del cielo derramada sobre nosotros, para restituir todo lo que hemos perdido, el poder que transforma las emociones y cambia el corazón. Fuimos pensados desde antes de la fundación del mundo.

No somos las ovejas perdidas, estamos en manos del Buen Pastor. Ya no somos los hijos pródigos: Abba nos abraza.

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