Sin velo

7 de septiembre de 2025

Estamos leyendo juntos el libro de Apocalipsis. En el capítulo 1 se nos dice que bienaventurados somos al leerlo, porque este es el único libro de la Biblia en el que se declara bendición solo por abrirlo, enseñarlo e indagarlo. Por eso, todo este mes es una oportunidad extraordinaria de quitar el velo, mirar a Jesús, ver su revelación, entender los tiempos que vivimos y absorber la bendición que Dios tiene para nosotros.

Tenemos que leer la Biblia en nuestros hogares, porque no podemos andar sin la luz de la Palabra, ni caminar a ciegas, ni adivinar lo que vendrá cuando ya hay un plan escrito, perfecto y maravilloso. Apocalipsis significa “revelación”, es decir, el velo quitado para contemplar el plan completo de Dios, para ver al que es, al que era y al que ha de venir. Es necesario correr ese velo para comprender lo que atravesamos y reconocer que somos parte de una esperanza extraordinaria que nos impulsa a evangelizar, llevar a otros a Cristo, orar por los enfermos y anunciar el evangelio en cada ámbito de la sociedad.

Durante mucho tiempo nos acercamos a este libro como si fuese solo una metáfora, perdiendo el poder de su revelación literal. Es cierto que su lectura no es sencilla, pero no debemos quitarle la fuerza de lo que realmente nos muestra: es la descripción de lo que vio el apóstol, narrado conforme a lo que comprendió de Jesús y a la revelación que recibió. La primera regla de la interpretación bíblica es tomar la Palabra literalmente, y desde allí profundizar en su significado.

Otro error ha sido leerlo aislado del resto de la Escritura, como si fuera algo que se añadió al final, cuando en realidad entrelaza desde Génesis toda la historia y nos conduce al desenlace de los tiempos. El autor de esta visión fue el discípulo amado, a quien también debemos las epístolas y el evangelio que lleva su nombre. Lo sorprendente es que la primera obra que escribió fue Apocalipsis, aunque a menudo lo leemos en orden invertido. Esta visión es el fundamento de lo que posteriormente transmitió a las iglesias, fortaleciendo la revelación recibida.

Se nos abre así la puerta de lo que él contempló y declara que esta profecía, que no se limita a este libro, sino que es la revelación completa de Jesús, es una bendición para quienes la leen y escuchan. Este mensaje contiene la consumación de todas las cosas, como si comenzáramos por el final: allí se nos muestra que toda lágrima será enjugada, que la justicia prevalecerá, que en medio de la tribulación un pueblo permanecerá firme y que el Rey de gloria regresará para reinar con nosotros por la eternidad. Esto no nos resta fuerzas, al contrario, nos da urgencia, porque queremos que todos lo conozcan y se preparen para su venida.

Apocalipsis 1

El autor inicia declarando: “Bienaventurados quienes escuchan y reciben esta revelación”. Este libro no es una moda ni una tendencia; ha sido parte esencial del mensaje de Dios desde el principio. Génesis refleja en su inicio lo que Apocalipsis revela en su final: un jardín donde Dios habita con la humanidad en perfecta armonía.

Él nos dice: “Les contaré lo que vi”, y eso nos impacta porque no solo se trata de lo que le fue mostrado en la isla de Patmos, sino de todo lo que había experimentado antes. Había caminado con Jesús, lo había tocado, había estado a los pies de la cruz, lo vio resucitar y ascender, y ahora contemplaba su gloria como el Rey que volverá. En su relato describe cómo lo vio: sus ojos como llamas de fuego, sus cabellos blancos como la lana, su voz como el estruendo de muchas aguas, su piel como bronce bruñido y su rostro más resplandeciente que el sol.

Nos presenta a Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Mesías y Salvador. Por eso repite que Él es el que es, el que era y el que ha de venir, porque todo está contenido en su persona. También lo contempla en acción, paseándose entre siete candeleros encendidos, que son las iglesias, mostrándonos que esta revelación no solo tiene un alcance eterno, sino también un contexto histórico.

En este momento, estas siete iglesias representan congregaciones en Asia, lo que hoy conocemos como Turquía, comunidades abiertas, vivas, que predicaban. Esta revelación es para ellas, lideradas por pastores, pero también habla del liderazgo espiritual, de aquello que preside la vida de la iglesia sobrenaturalmente. En medio de esas siete iglesias el Señor se pasea. Desde el capítulo 2 hasta el 3 encontramos la descripción de cada una. Aunque son candelabros encendidos, están llenos de defectos, de errores, y necesitan corrección. Representan no solo a una porción, sino a toda la iglesia.

No se trata simplemente de siete congregaciones locales. Algunos teólogos las ven como temporadas históricas de la iglesia, otros como diferentes momentos proféticos, pero está claro que juntas representan a la iglesia de Cristo. Son como las caras de un diamante: una piedra preciosa que refleja la luz desde distintas facetas. Así es la iglesia del Señor, hermosa porque está compuesta de diferentes reflejos que toman la luz del sol de justicia y la proyectan al mundo.

Lo que Juan declara es que contempló a Jesús paseándose en medio de la iglesia a lo largo de todas las épocas: en los momentos en que cometió errores, en los tiempos de oscuridad, en las persecuciones más crueles y también en los avivamientos que transformaron la historia. La revelación es que Él camina en medio de los candelabros hasta el día en que regrese y toda la iglesia sea reunida, cuando el esposo y la esposa reinen con Él para siempre.

¿Cómo aplicamos esto a nuestra realidad? El Señor también estuvo presente desde nuestro nacimiento. Estuvo el día en que tomamos malas decisiones y también cuando compartimos lo poco que teníamos para bendecir. Estuvo cuando herimos a otros y sigue estando ahora, paseándose en medio de nuestras vidas. No estaríamos aquí si Él no hubiera caminado con nosotros.

En nuestra historia llega un momento en que lo descubrimos: “Sos vos, Jesús, estás acá, sos el que es, el que era y el que ha de venir, sos todo en nuestra vida y en nuestra historia”. En ese encuentro, ya no es solo el que se pasea, sino nuestro Cristo, el fuego que nos enciende y el centro de todo lo que somos. Muchos de nosotros no deberíamos estar vivos, otros no somos dignos de que Dios haga algo a través nuestro, pero Él sigue caminando entre los candelabros, en medio de nosotros. Queremos creer que esta generación, marcada por tantas pruebas, tendrá la capacidad de verlo como lo vio Juan.

No solo veremos al que salva, sana y liberta; no solo al que nos limpia de nuestros pecados o al que se ocupa de nuestras necesidades. En medio de las islas de nuestras vidas, su voz resonará, el velo se correrá y descubriremos la plenitud de Cristo.

Toda nuestra vida está contenida en Él.

Cuando recibimos una revelación plena de Jesús, toda la historia de nuestra vida se resume en un momento. De repente tenemos la capacidad de ver en Cristo lo que fue y darle sentido a nuestro pasado. Tenemos la capacidad de verlo ahora en el presente, sin importar si estamos en el mejor o en el peor momento de nuestra vida, y también de contemplar el futuro. Lo que transforma realmente es la revelación de Jesús. Aunque no podamos contemplarlo con los ojos humanos, lo sentimos y nos traspasa. Eso fue lo que le ocurrió a Juan: se le abrieron los ojos del alma y del espíritu y exclamó: “Eres hermoso, lo estoy viendo”. Y lo extraordinario es que el Señor le dijo: “Escribe lo que ves”. Cuando tenemos este encuentro, ya no es el pecado el que escribe la historia de nuestra vida, ya no son nuestras debilidades ni nuestras circunstancias, tampoco los errores, la crítica o lo que dice la gente. Cuando Jesús se nos revela, somos nosotros en Él quienes tenemos la capacidad de reescribir la historia. Somos responsables de darle forma a nuestro presente y de proyectar nuestro futuro.

Juan escribió Apocalipsis no como el final, sino como el inicio. Esa visión lo llevó a redescubrir a Cristo tal cual es. Muchas veces nosotros escribimos basados en lo que aprendimos de la vida, en lo que otros nos enseñaron o mostraron. Pero cuando nos encontramos con la revelación de Jesús, incluso nuestros quebrantos cobran sentido, nuestras pérdidas adquieren propósito, nuestro presente se ilumina y nuestro futuro se reescribe para la gloria de Dios.

Cuando leemos el mandato: “Escribe las cosas que has visto, las que son y las que han de ser”, entendemos lo que Juan hizo. Aunque después escribió cartas y finalmente el evangelio, en su primera epístola podemos ver la conexión con esa revelación.

1 Juan 1:1-4

Juan empezó a escribir su historia de atrás para adelante. Con la revelación de Cristo comenzó a edificar a la iglesia y a declarar que todo lo que compartía estaba basado en lo que había visto, oído y tocado. Él lo vivió, caminó con Él y recibió además la visión del final. Su testimonio es que Jesús es real, para que tengamos comunión y seamos uno en Él. Ahora bien, ¿quién está escribiendo la historia de nuestra vida, la de nuestros hijos y la de nuestras generaciones? ¿La religión, las circunstancias? Cuando lo miramos a Él, comprendemos que debe ser el centro, y desde allí el Verbo, que es la acción, se hace carne.

El evangelio es para verlo, para oírlo y para tocarlo. Y lo que vivimos es verdad, no porque alguien intente convencernos con un concepto, sino porque el mismo Jesús se nos ha revelado.

La revelación de Jesús son manos que tocan y abrazan, son pies que van a donde está la necesidad, es Cristo en nosotros esperanza de gloria. El evangelio es para verlo. Amados, este mundo está perdido porque no ve a Jesús y necesita ver más de Cristo en nosotros. Necesita personas que, como Juan, a quienes el velo les fue quitado, digan: “Vengo a contarte lo que he visto”. ¿Y qué vimos? Vimos cómo Dios sanó nuestra vida, cómo transformó nuestro corazón, cómo una historia que no tenía sentido fue ordenada al encontrarnos con Él, y ahora vivimos conforme a lo que nos pide. Comunicamos aquello que hemos escuchado.

Dios es para oírlo. La religión nos enseñó que debemos decir plegarias y fórmulas, pero antes de hablar nosotros con Él, debemos aprender a escucharlo. Queremos escucharlo al levantarnos por la mañana y al acostarnos por la noche, queremos escucharlo en medio del dolor y en medio de la alegría, queremos oír su voz y queremos que nuestros hijos también aprendan a reconocerla. Queremos saber qué está diciendo para este tiempo, queremos leer su Palabra porque si ella es su voz, debemos estar atentos a lo que hemos oído.

Un evangelio que se ve, que se toca y que se oye no es una revelación mística reservada para unos pocos iluminados ni una interpretación compleja que alguien nos explica desde un claustro. Sí es necesario el estudio, la profundidad y el conocimiento, pero el Dios que entregó a su único Hijo para revelarnos su amor no esconderá su voz ni nos complicará la forma de comunicarnos con Él. Nos dio la iglesia, los grupos de vida, la casa de oración, espacios donde podemos clamar y conectarnos con su presencia.

Juan declara: “Voy a contarles lo que he visto y oído. Vi que en el principio era Él y que en el final era Él. Lo vi caminar, lo vi tocar, lo vi amar. Y eso es lo que quiero comunicarles para que la comunión entre nosotros crezca, y lo que he visto, oído y tocado se haga carne en medio nuestro”.

Cuando Él está en la historia de nuestra vida, la voz de Dios viene y nos dice: escribe lo que fue, escribe lo que es y escribe lo que está a punto de acontecer. Esto es muy poderoso, porque el verbo es acción y la acción produce una reacción en cadena. Amar y construir es más que una palabra bonita, porque cuando amamos algo sucede en el mundo, algo se mueve. Eso nos permite describir nuestro futuro. Cuando damos económicamente, esa acción rompe el egoísmo y moviliza. Cuando abrazamos, cuando amamos, cuando perdonamos, todo eso genera vida. El Verbo es Dios, el Verbo es acción. Nuestra tarea es escribir hacia adelante, no quedar detenidos por lo que nos pasa, sino entender que Él es Señor de nuestra vida y que la ansiedad, el estrés y la presión que hoy podamos sentir serán resueltos para siempre cuando Él venga. Mientras tanto, podemos ser quienes le damos forma a nuestro futuro.

El mensaje de Apocalipsis no nos encierra ni nos lleva a construir un búnker para escondernos. El mensaje de Apocalipsis nos impulsa a escribir el futuro y a diseñar nuestra vida.

Juan describe esto en 1 de Juan, y las cartas de Él son una revelación del amor puro y profundo de Dios por su iglesia. Juan es el que va a decir: “Dios es amor”. ¿Saben por qué Juan dice que Dios es amor? Porque lo vio paseándose en medio de candelabros semiapagados. ¿Saben por qué afirma que Dios es amor? No solo porque describe la naturaleza y el atributo divino, sino porque lo vio. Vio al Hijo del Hombre caminar en medio de una iglesia que se equivocó, de gente perseguida, de gente que lo negó, y Juan contempla a ese amor triunfar al final de los tiempos. Juan cuenta lo que vio y lo que oyó. El último libro que escribe Juan es el evangelio, para que haya una revelación práctica de Jesús a aquellos que lo escuchen. Juan está escribiendo estas palabras a la luz de lo que recibió en Apocalipsis.

En Apocalipsis dice: “Él es el primero y el último, el principio y el fin”. Y allí ve cómo Jesús viene, regresa y aplasta a Satanás para siempre. Entonces, cuando escribe el evangelio, con esa visión en mente, declara: “Él era el principio. Yo lo vi. Era el que estaba desde antes. Él era la luz, todas las cosas fueron hechas por él y para él, y en él estaba la vida, la vida que es la luz de los hombres”. Y agrega: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra la luz”.

¿Qué dice Juan acá? Que Jesús se enfrentó a la muerte y resucitó, sí. Que resucitó y ascendió, sí. Que ascendió, envió el Espíritu Santo y le dio vida a la iglesia, que es su cuerpo, sí. Pero también dice: “Yo vi a esta luz regresar. Vi a la estrella de la mañana, vi al sol de justicia venir por su iglesia, aplastar a Satanás y brillar para siempre”. Juan contempla toda la iglesia, toda la historia, y reconoce que todos los errores y todas las caídas se opacan frente a la revelación de Jesús.

En Juan 21:25, este es el último versículo que escribe: “Si yo tuviera que relatar todo lo que Jesús ha hecho, todo lo que él es, todo lo que tiene, todo lo que ha dado, aun si lo escribiera todo en libros, esos libros no cabrían en el mundo”. ¿Y quién dice esto? El que vio Apocalipsis. El que lo vio en su gloria declara: “Él es tan grande, tan hermoso, él es el principio y él es el fin”. En este tiempo en que las emociones están revueltas, en que las tinieblas avanzan y la maldad aumenta, solo hay un faro que puede llevarnos a tener éxito en todo lo que emprendamos, y ese faro es la revelación de la persona de Jesús.

La revelación de la persona de Jesús en nuestra vida, en nuestra casa y en nuestra familia nos da plena conciencia de que aquel que gobierna todas las cosas también es real en nuestro hogar, en nuestro trabajo y en cada detalle cotidiano. La conciencia de que no vivimos ni trabajamos para el sistema de este mundo, porque nuestra vida le pertenece a Él. La conciencia de que lo que hacemos al servir al otro —partir el pan, abrir un grupo de vida, trabajar con nuestras manos— no es para nosotros, sino para manifestar esta preciosa revelación del plan eterno que se consumará cuando Jesús regrese.

La revelación me permite entender que este cuerpo se desgasta, que los huesos duelen, que me enfermo y que mi voz se quiebra, pero que su belleza me trasciende. Aunque pueda perder la vida o sufrir injusticias, el plan de Dios permanece inmutable, y lo mejor que puedo hacer es marcar el destino de los míos como un faro.

La revelación de Jesús nos trasciende. Tienen que caerse las escamas de nuestros ojos para poder verlo tal cual es. Necesitamos mantener el corazón atento al sonido de su voz y, conforme a la revelación de su belleza, comenzar a darle forma a nuestra vida. Forma de Jesús en nuestros gestos, forma de Jesús en nuestros valores, forma de Jesús en nuestra familia, en nuestros negocios y en nuestro trabajo, de tal manera que el Verbo, que es acción, se revele a través de nosotros.

Y en un mundo bajo un sistema perverso que destruye los hogares, que destruye las vidas y que pone un velo para que nadie pueda ver a Jesús, nosotros, su cuerpo, los hermanos en comunión, podemos mostrarle al infierno una vez más que ha sido derrotado. Podemos contarle al mundo que Cristo vuelve pronto. Podemos declarar: “Hemos visto, hemos visto a aquel que es, que era y que ha de venir. Lo hemos visto, lo hemos oído, lo hemos tocado, y nuestras vidas nunca más serán las mismas”. Juan lo contempla y afirma: “Él volverá, y los que lo traspasaron lo verán. Habrá vergüenza para muchos, pero otros glorificarán a Jesús, y toda la iglesia se rendirá a sus pies”. ¿Cómo estás viendo a Jesús?

¿Por qué nuestras canciones cada vez más hablan de Él? ¿Es solo una cuestión emocional? No, no, no. Es porque de repente nuestro espíritu y nuestra alma cansada se alinean, y empezamos a mirarlo a Él. Nos convertimos en aquello que adoramos. La adoración es más que exaltación a través de la canción; adoración es que yo termino tomando la forma de aquello que admiro, termino convirtiéndome en Él, actuando como Él, caminando como Él, dejando que su vida se haga vida en la mía. Y eso es maravilloso.

Juan dice: “¿Qué comunión hay entre la luz y las tinieblas?”. También exhorta: “Hijitos, no amen al mundo ni las cosas que hay en él”. ¿Qué significa esto? ¿Que no podemos desear nada o tener una casa? No, significa que podemos desear, pero no amar más eso. Que nuestro amor le pertenezca a Él, porque en Él están todas las cosas, aun esos deseos. Dios es un Dios fiel, tan hermoso, y su belleza es indescriptible.

“Oramos para tener, como iglesia, una revelación tan profunda de Jesús que se apodere de nosotros. Queremos que la iglesia crezca en la revelación de aquel que ha de venir. Por eso, se cae toda ceguera espiritual, se derrumba toda mediocridad. Queremos mirar al Hijo, queremos contemplar la belleza de Jesús. No queremos esperar la enfermedad o la persecución para verlo. Queremos verlo ahora. Queremos tomar tiempos de ayuno y de servicio.”

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