ḥé·sed

26 de diciembre de 2025

Caminamos juntos en la Palabra, y eso es lo que nos conecta. Por eso, como iglesia, estamos leyendo el libro de los Salmos. Leer este libro es hablar de canciones, es transmitir letras que no solo expresan melodías, sino que están embebidas de doctrina, de Palabra y de profundidad. Muchos Salmos son lamentos de corazones quebrados, de personas angustiadas que le cantan a Dios y piden justicia.

Salmo 107:1-34 (RVR)

Este Salmo inaugura la última etapa del libro y rompe el orden de las cosas anteriores, dirigiéndonos hacia la gratitud. Lo particular es que no lo escribió el rey David ni Moisés; en realidad, no se sabe quién fue su autor. Aparentemente lo escribió un poeta que salía del exilio, uno de los Salmos postexílicos, compuesto después de la esclavitud en Babilonia.

Durante mucho tiempo el pueblo de Israel estuvo conquistado por el imperio babilonio y sometido. Fueron llevados de su tierra, sus nombres cambiados, sus casas saqueadas, y vivieron en esclavitud.

En el libro de Esdras, capítulos 1 y 2, la historia nos cuenta que Ciro, rey de Persia, les permite volver a su tierra, al lugar donde habían estado establecidos. Era un nuevo comienzo, un tiempo para dejar atrás las heridas del pasado, recuperar la fe, la identidad y los sueños. En ese contexto se escriben estos Salmos.

Es importante entender el contexto en que una canción se escribe, para comprender las sensaciones y los sentimientos que despierta en nosotros. Esta canción postexílica se compuso mientras ellos volvían a reconstruir familias y hogares, mientras reconstruían su fe. En Esdras vemos cómo levantan el templo: los ancianos lloran y los jóvenes se llenan de ilusión.

Es una canción que habla de volver a levantarse después de haber caído, de reconstruir, de preparar nuevamente la ciudad. Todo esto es profundamente significativo, porque no solo nos deja consuelo y fortaleza para el momento, sino que revela el operar de Dios.

La palabra clave en este Salmo es una palabra hebrea: ḥé·sed (חֶסֶד), que aparece en el primer versículo: “Alabad a Jehová, porque Él es bueno; porque para siempre es su misericordia.” La traducción literal de “misericordia” es ḥé·sed.

La canción termina con una pregunta: “¿Quién es sabio para abrir su corazón y entender lo que dice esta canción?” La palabra ḥé·sed aparece más de doscientas cincuenta veces en el Antiguo Testamento. Traducida como “misericordia”, es una palabra que va más allá de lo que nuestro idioma puede expresar.

ḥé·sed habla de una lealtad, de una fidelidad, de un amor de Dios al pacto que Él estableció, un amor inquebrantable. Básicamente, la exaltación a Dios es esta: “Alaben al Señor porque Él estableció un pacto de amor, de misericordia y de fidelidad con su pueblo.” Y a pesar de que su pueblo ha sido desleal e infiel, Él sostendrá ese pacto y cumplirá el plan que estableció para siempre.

Cuando el Salmo dice “Alaben al Señor porque Él es misericordioso”, no habla solo de compasión o ternura; habla de una lealtad que solo Dios puede tener, una lealtad a su pacto. Desde el comienzo de la Biblia, en Génesis y Deuteronomio, Dios se compromete con su pueblo, y una y otra vez se compromete con la humanidad. Dios mismo establece un pacto consigo mismo, porque nosotros no podíamos ofrecerle nada. Estábamos apartados, alejados, y somos responsables de las decisiones que hemos tomado.

Y aunque a veces culpamos a la vida o a las circunstancias, la verdad es que muchas veces hemos tomado determinaciones que ofenden los principios que Dios nos llamó a cuidar. Pero Dios ya sabía de nuestra vulnerabilidad. Por eso, se ata a sí mismo en un pacto de amor, y ese pacto está expresado en esta palabra: ḥé·sed.

Esta palabra también aparece reflejada en el Nuevo Testamento, bajo otras formas. Una de sus acepciones es “gracia,” un regalo inmerecido, un don que no se puede ganar. Otra de sus traducciones es “ágape,” ese amor perfecto, un amor que se entrega sin esperar nada, un amor que trasciende toda posibilidad de ser correspondido.

La misericordia de Dios no puede ser descrita completamente. Cuando termina el Salmo 107, el autor nos invita a prestar atención y abrir el corazón para poder comprender —no solo el término—, sino la dimensión de este amor divino que no puede traducirse con exactitud a lo largo de la historia. “Alaben al Señor porque Él estableció un pacto de amor que nunca ha quebrantado; un pacto apasionado de perdón y misericordia, que a pesar de nuestra rebeldía, Él nos sostuvo.”

¿Qué hizo Dios para sostener ese pacto de amor consigo mismo?
Tuvo que entregar la vida de su Hijo. Dios se comprometió consigo mismo de tal manera que, para mantener ese pacto y cumplir su promesa, entregó a Jesús.

Entender el plan nos lleva a sumergirnos en esta misericordia que nos excede, en este amor que tiene el poder de darnos eternidad, en esta gracia inmerecida que nos levanta en medio del dolor. Dios nos regala una palabra que no puede ser interpretada completamente, porque es tan grande, pero a la vez nos contiene.

Juan 1
“En el principio era el ḥé·sed, en el principio era el Verbo.” El Verbo usa esta misma acepción: este pacto que Dios hizo consigo mismo. Y nos dice: “Y el Verbo se hizo carne.” Esta Palabra, este pacto, se hizo carne en Jesús, quien dio su vida por nosotros.

Cuando leemos este Salmo nos encontramos con cuatro etapas donde el salmista describe, por un lado, la aflicción, la angustia y el dolor de un pueblo que se involucró voluntariamente en sus propias decisiones. Al tomar un camino contrario a la voluntad de Dios, vienen las consecuencias. Sin embargo, en las cuatro etapas se repite algo poderoso: ¡Ellos clamaron al Señor! Y por causa de ese clamor, Dios los libró.

Es un ciclo: la rebeldía del corazón, las consecuencias, el clamor, el arrepentimiento, la respuesta de Dios y la alabanza. Porque a pesar de nuestra rebeldía, Dios no rompió el pacto con nosotros. A pesar de que nos escapamos, Dios no rompió el pacto con nosotros. ¡Alabemos al Señor porque Él tuvo misericordia! Él ha mantenido su propósito, su voz y ha provisto para nuestras vidas. Podemos ver en este Salmo las necesidades básicas que todos tenemos: espirituales, emocionales y físicas.

Salmos 107:4-9

Ellos vagaban por el desierto, no tenían un lugar donde refugiarse, no eran parte de nada, estaban angustiados, tenían problemas de estrés, depresión y desesperanza. Tomaron decisiones que no podían sostener. El problema del desierto no es la ausencia de agua, sino la ausencia de caminos. El verdadero problema del desierto es no tener dirección. El alma se seca, el cuerpo se muere.

Esos son los momentos de la vida donde nuestras decisiones nos han llevado a un punto donde no sabemos hacia dónde ir. Pero cuando ellos clamaron, el Señor los escuchó, los condujo a través del desierto y los llevó a un nuevo hogar. Entonces alabaron al Señor, porque su misericordia es para siempre. Cuando leemos el Salmo completo vemos el plan de Dios en toda su extensión. No son simples ciclos que se repiten una y otra vez —rebeldía, clamor, respuesta y agradecimiento—, sino una revelación progresiva de la fidelidad de Dios.

Cada situación de la vida, conectada al plan de Dios, se transforma en un escalón que nos enseña la importancia de su fidelidad y cómo, honrándola, no solo recibimos respuesta a nuestra necesidad, sino que nos volvemos parte de su naturaleza divina, una bendición para los demás.

Cuántos cristianos viven en un desierto permanente, repitiendo el mismo ciclo de rebeldía y perdón. Cuando los confrontamos, dicen estar bien, sin darse cuenta de que siguen en el mismo pecado, negociando una y otra vez con la mediocridad. Pero el Dios a quien seguimos es Todopoderoso. Él tiene un plan, y no debe ajustarse al nuestro; nosotros debemos entender el suyo. Tenemos que medir nuestra alma, analizar en qué situación estamos y dejar de jugar con Dios. Debemos comenzar a clamar de verdad.

Responderle a Dios no se trata de prometer lo que no podemos cumplir, sino de ser fieles con lo que tenemos en la mano. Ser fieles desde nuestra realidad. Ser fieles no buscando qué pasará mañana, sino rindiéndonos hoy y dándole todo lo que tenemos.

Clamar es poner toda nuestra fuerza y nuestro corazón en deshacernos de lo que no es bueno para nuestras vidas. Estamos siguiendo a un Dios que se obligó a sí mismo a un pacto de amor y misericordia, pero muchas veces nosotros no estamos dispuestos a poner lo nuestro. Hemos hecho de la fe una búsqueda de estatus o conveniencia, pero no hay manera de seguir a Dios sin radicalidad.

Porque seguir a Jesús es rendirse, es caminar en fidelidad, y es vivir cada día sostenidos por su ḥé·sed: su misericordia eterna.

El Salmo nos menciona que Él es la respuesta para la angustia, para cuando no hay camino, para el estrés y la depresión. La palabra que se utiliza en el primer bloque es: “Su alma estaba quebrada”. Está hablando de salud mental, la cual no viene solo por encontrar un equilibrio de pensamientos, ni a través de los ansiolíticos que puede dar un psiquiatra. La salud mental está ligada a nuestra alma y a la espiritualidad, que hasta los científicos reconocen como una herramienta que trae equilibrio.

Para que la espiritualidad sea parte de nuestra vida debemos tomar decisiones, debemos dejar cosas, discernir qué es importante o no para nosotros, decidir perdonar y amar. Cuando decidimos, comenzamos a recuperar el dominio de nuestra alma, empezamos a poner nuestra fe en alguien más grande que nuestra angustia, más grande que cualquier desierto. Es alguien que venció a la muerte, y su nombre es Jesucristo. Él es el ḥé·sed, Él es el pacto inquebrantable. Cuando lo buscamos, están los medios, los recursos, la vida.

Salmo 107:10-12

El problema que tenía esta gente era que trabajaba mucho y le pagaban poco. Esto se llama esclavitud, y no ha cambiado a lo largo de la historia. No es solo un problema de justicia social, es un problema de pecado, porque el sistema de este mundo está roto y corrompido.

El valor de la vida humana ha decaído tanto, y los principados y potestades espirituales que gobiernan las naciones buscan continuamente destruir la imagen de Dios. Por eso, cuando un hijo de Dios es levantado, emprende, crece, restituye, hace negocio, se separa del amor al dinero y parte el pan para bendecir a otros, va en contra del sistema y produce cambios en el lugar donde está.

Los avivamientos produjeron reformas económicas en las naciones que fueron tocadas por el Espíritu. En los despertares espirituales, los cristianos produjeron cambios. Del cristianismo que conocemos vino la abolición de la esclavitud. Desde los primeros días de Jesús hasta ahora, el evangelio que predicamos ha alterado el orden de las cosas.

Por eso no es extraño que hoy diferentes ideologías se levanten en contra de Dios, en contra de Jesús, que quieran sacarlo del terreno o usar su nombre para acaparar poder político. Debemos entender el plan y encontrar nuestro lugar en la profecía bíblica.

Salmo 107:13-16

Habla de una liberación, aun en sus economías, aun dentro del sistema que los oprimía. Habla de cómo Dios utilizó el movimiento de los imperios para traer libertad, y cómo, en medio de un contexto de esclavitud, quebrantó los cerrojos de hierro. La hé·sed de Dios es Jesús, y cuando establecemos una relación profunda y comprometida con Él, los cerrojos de hierro que nos atan se rompen. Estamos llamados a algo más que sobrevivir, a algo más que vivir en la miseria, la escasez o la necesidad.

No hay humildad en la pobreza, porque la humildad es una actitud del corazón. Hay un pacto de Dios con aquellos que le temen, un pacto para bendecir el trabajo de sus manos, para que sean bendecidos y compartan con otros, para prosperar conforme a la capacidad de cada uno. Para Dios no hay medida. La hé·sed de Dios es para todos y cada uno de nosotros. Ellos clamaron y Dios tuvo misericordia, se encargó del alma y también de la provisión.

Salmo 107:19-20

Las misericordias de Dios operan en sanidad física. Hay un Dios que pactó consigo mismo para amarnos, tenernos misericordia y transformarnos. Hay un plan donde nuestra debilidad física tiene propósito, donde entendemos que aun cuando Dios no nos sane, eso se ajusta a la identidad que Él imprimió en nosotros. Esa debilidad ha permitido que Él crezca de tal manera que podamos bendecir a otros. Él nos toma tal como somos, y en nuestras angustias nos escucha, nos libra y nos sana. La sanidad es más que un tumor que desaparece, es encontrar propósito en aquello que nos ha tocado vivir.

Salmos 107:23-32

Un mar embravecido, personas en un bote que tienen miedo sin saber qué hacer, y en medio de esas olas aparece la hé·sed, aparece Jesús caminando en medio de la tormenta. No sabía el salmista que estaba cantando una escena de los evangelios: un mar tormentoso, condiciones que sacuden la barca, pescadores que han pasado tormentas, hombres que saben cómo atravesar la turbulencia. Pero de repente la tormenta es tan fuerte que desfallecen, tienen miedo, y en medio de la tormenta aparece la hé·sed, la misericordia caminando. Y no calma la tormenta, no llama a la quietud, sino que los invita a salir del barco.

A veces Dios hace maravillas, pero otras nos desafía a caminar en la tormenta. De eso habla cuando la hé·sed desafía a Pedro: la tormenta es tan brava que él se hunde. Si las cosas dependieran solo de nuestra fe, hubiésemos terminado con Pedro ahogado, porque cuando Pedro empieza a caminar sobre la tormenta, mira las circunstancias, mira su fe y no cree poder hacerlo. Pero Pedro clama, el Señor lo escucha, lo toma de la mano y lo invita a caminar sobre la tormenta.

Debemos caminar tomados de la mano de la hé·sed, establecer una relación con Él, entregarle nuestras vidas y aprender a perdonar, confrontar, resolver lo que está delante, amar a las personas y crecer. Dios se ha comprometido consigo mismo a no dejarnos, a sostenernos en medio de las tormentas y a caminar con nosotros en los procesos.

Salmos 107:39-42

El Salmo termina diciendo que estemos tranquilos. Vivimos en un mundo desigual y desequilibrado, pero Él escucha el clamor de los humildes, de los que tienen hambre, de aquellos cuyo corazón anhela la hé·sed. Al analizar estas palabras entendemos que estamos incluidos en el plan de Dios.

Vivimos en un mundo sometido a la injusticia, donde la angustia nos golpea, pero sabemos que Él camina a lo largo de la historia. No falta mucho tiempo y la hé·sed regresará, no falta mucho tiempo y el Dios que se comprometió consigo mismo cumplirá su pacto: guardar a Israel, amar y bendecir lo que Él ha creado y no destruirlo.

Él firmó ese pacto consigo mismo con su sangre derramada y prometió que regresará. La hé·sed ya no vendrá caminando sobre la tormenta, ni para librarnos de las angustias o sanar nuestros cuerpos físicos; Él vendrá para aplastar a Satanás definitivamente. Cuando ponga su pie en el monte de los Olivos, la tierra se sacudirá. Él tiene el poder, Él es el cumplimiento, el pacto llega a su final, y ha permanecido fiel a su promesa.

Ha permanecido fiel a su pacto cuando su pueblo se apartó de su camino. Ha permanecido fiel cuando entregó la vida de su Hijo. Y aun cuando la humanidad lo desprecia hasta hoy, Él sigue siendo fiel.

Incluso cuando nosotros tomamos decisiones incorrectas, cuando elegimos seguir nuestros intereses, ir detrás de la corriente del mundo o jugar con el pecado, Él se mira a sí mismo y dice: hé·sed. Hice un pacto de amor que no puedo quebrantar. Tengo una misericordia sin fecha de caducidad. Amo con una pasión que no los puedo abandonar.

Él permanece fiel a su pacto. Por eso el salmista declara que debemos entender lo que está pasando, que no debemos entrar en un círculo vicioso de caer y levantarnos, sino permanecer fieles, atrapados de su mano, caminando con lealtad. Porque en Él está la respuesta para el alma, para las angustias, para las necesidades físicas, para los recursos que necesitamos.

En Él está todo. Así como Él se mantiene fiel a su pacto y nos sostiene con su amor permanente, llega el tiempo del cumplimiento, llega el que ha de venir, y no tardará. El Dios de justicia estará con nosotros para siempre, y reinaremos con Él.

El plan está completo. El salmista que escribe esto no ve todo el panorama: está viviendo una nueva etapa, lo perdió todo, tal vez creció en la cautividad, vivió como un esclavo, y ahora hay un rey y una condición política distinta. El salmista escribe, profetiza y reconoce que quien lo ha sostenido en el cautiverio es la hé·sed de Dios. Reconoce que si no fuera por Él, estaría en cárceles, que la esclavitud lo habría consumido, que el desierto sería el lugar donde morarían sus hijos.

Entonces comienza a cantar, y mientras canta nos muestra el diseño de Dios para nosotros y nos anima a alabar al Señor, porque su hé·sed es para siempre, su misericordia es para siempre.

 “Qué medida de amor tan grande, un Dios perfectamente justo atarse a sí mismo, sabiendo que nosotros íbamos a abusar de esa gracia una y otra vez. Si Dios sabía que íbamos a fallar, sin embargo, decidió someterse a sí mismo por amor a nosotros, confiando que en todas las generaciones habría gente que se pondría de pie para honrar su misericordia, y se abrazaría a la hé·sed declarando que Él sería su refugio.”

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