Ropa nueva
11 de junio de 2023
Zacarías es un libro profético, el profeta no escribe un evangelio, no redacta una historia que siga un hilo, sino que simplemente redacta lo que ve. Zacarías tiene una visión donde ve el trono de Dios y delante del trono a Josué o Jesúa que es el sacerdote que estaba en ese momento saliendo de la cautividad de Babilonia para reconstruir el templo. El pueblo había estado cautivo por setenta años, la ciudad y el templo estaban destruidos, pero Dios despierta un avivamiento, levanta reconstructores de la ciudad y del templo para que desde las ruinas haya un nuevo nacimiento.
En ese proceso Zacarías es convocado como profeta y tiene la visión del sacerdote. La función del sacerdote era presidir el culto, era la conexión entre el cielo y la tierra, era un hombre separado por el Señor para oficiar de puente entre Dios y la gente. Dijimos que delante del trono esta Jesúa el cual esta desarreglado y sucio, pero en la escena también aparece Satanás (el adversario, el acusador, el que condena) para desmerecer a Jesúa.
También aparece en escena el ángel del Señor, el cual es una revelación de Jesús, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este ángel tiene la autoridad para cederle el poder para ministrar en el templo, como todavía no es el tiempo en que Jesús venga a la tierra se viste de ángel, para poder darnos claridad de cuál será su labor en el futuro. En medio de todo eso aparece Zacarías que está mirando la situación, pero que no solo mira, sino que participa de la escena.
En esta visión profética Satanás le habla a Dios diciéndole qué hacia Jesúa todo sucio delante de su trono, queriendo desmerecerlo, a lo cual el ángel del Señor le hace callar, mencionándole que el Señor de los ejércitos celestiales lo reprenda, Satanás después de esto desaparece de escena. El ángel recuerda que Jesúa fue escogido como un tizón que es arrebatado del fuego, como un brasa que es quitada de un incendio, pero el ángel del Señor al ver sucio a Jesúa pide que traigan ropas nuevas y limpias para vestirlo. Entonces interviene el profeta pidiendo que también le coloquen un turbante nuevo, un gorro sacerdotal que habla de sabiduría, de una autoridad que viene del cielo. Para los judíos tener la cabeza cubierta es fundamental porque habla de sujeción, de estar bajo Dios, ellos cuando se colocan la kipá demuestran un símbolo de respeto, de que están bajo la autoridad de Dios. Cuando le colocan el turbante se cumple la profecía que dice: que Jesúa es un símbolo, que fue limpio, que fue lavado y que algún día ese retoño (Jesucristo) va a venir y limpiará el pecado de todo lo que ocurrirá.
Esta profecía es sobre nosotros, Pedro habla de que Jesús con su sangre nos eligió y compró como una nación de reyes y sacerdotes, para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas, de un incendio de oscuridad, a la luz admirable. Jesúa representa a la iglesia el puente entre Dios y los hombres. Así como Jesúa fue arrebatado del fuego, nosotros no estamos acá por nuestras necesidades, sino a causa de nuestro propósito. Estamos manchados porque fuimos quitados de un horno terrible, de la indignidad, de la perversión, del pecado. Quitados de cosas que nos asfixiaban, de una historia familiar que repetía las mismas situaciones, sacados literalmente de un incendio.
Jesús penetró en nuestra oscuridad más profunda, se revistió de humanidad para que nosotros podamos ser revestidos de su gloria. Entró en ese incendio infernal rescatándonos para depositarnos delante del trono de Dios.
Lo primero que vemos es a Jesús, pero también vemos a satanás, el acusador, que continuamente nos trata de desvalorar, pues el poder de las tinieblas actúa de esa forma. Pero el ángel del Señor deja claro que la mugre que porta Jesúa no le pertenece, que esa ropa no es de él, sino que fue rescatado de un incendio. No debemos asimilar que la mugre nos pertenece o que el pecado brota desde lo profundo de nosotros y conformarnos a vivir así.
Estamos rodeados por un incendio de pecado, atrapados por situaciones que en muchos elegimos pero que en otros casos heredamos ¿quién desea un abuso, quién quiere que se le robe la inocencia, quién quiere ser visitado por una enfermedad que rompe y corrompe el corazón? Estamos tan manchados, tan indignos, tan aislados, que de repente él penetra en ese lugar tomándonos como una brasa encendida y lejos de apagarnos, él trabaja con nosotros. Desde el momento en que Jesús interviene no le pertenecemos más al pecado, es una mentira que no podemos vivir sin pecar, no estamos acá para tapar nuestras miserias y vivir con el pecado de la puerta de la casa para adentro, esto no es un teatro de hacernos la buena gente. Somos personas que estamos heridas, somos personas vulnerables, que nos hemos equivocado en la vida, pero que cuando el diablo estaba acusándonos se escuchó la voz de Jesús que con autoridad lo reprendía.
Una de las cosas que nos somete a vivir en el pecado es prestarle más atención a la voz de Satanás que a lo que Dios dice. Es vivir prestándole atención a las acusaciones del enemigo antes de ver la figura de autoridad que Cristo tiene sobre nosotros.
Si todo el tiempo escuchamos acusaciones solo vamos a predisponernos a eso, pero si entendemos que somos perdonados, amados y rescatados esas voces se apagan y se escucha la voz del ángel del Señor diciendo: «es un tizón encendido, él fue rescatado con un propósito vengan y pónganle ropas nuevas, vengan y pónganle vestiduras sacerdotales» y el profeta reclama también el turbante nuevo aparte de las vestiduras. Nosotros estamos acá porque también necesitamos un turbante nuevo. El mayor problema que tenemos es la batalla que libramos en la mente, no nos da la cabeza para encontrar soluciones, tratamos de encontrar explicaciones para todo, una maraña de pensamientos, dando opiniones pensando que es lo mejor pero de repente nuestra cabeza tan vulnerable se mancha y esa mancha llega al corazón. Por eso Zacarías dice: necesita un turbante, lo que en efesios se diría «necesita el yelmo», el casco de la salvación, necesita protección, necesita estar revestido para el día malo.
Lo que Pablo describe se conecta con las vestiduras de este sacerdote, cuando el sacerdote recibe las ropas nuevas y el turbante recibe la promesa: «yo te bendeciré, vas a ministrar mi presencia» allí describe a la iglesia, que es como una piedra preciosa, que tiene muchas caras, tiene siete facetas y es como un diamante que no tiene luz propia. El valor que tiene es por su capacidad de refractar la luz que viene de afuera y lo que hace hermoso a ese diamante son sus facetas, sus cortes. Así es la iglesia de Cristo que está compuesta por gente diferente, por personas distintas, diferentes caras de una misma pieza que toma la luz de Cristo reflejándola al mundo.
Con Jesús se renuevan nuestras ropas constantemente.
El Señor busca una nación de sacerdotes y el sacerdote no puede estar con las ropas sucias, por eso necesitamos ropa limpia, ser revestido una y otra vez. Cada piedra preciosa en el pecho del sacerdote es una revelación de Cristo, ¿Cuál es la ropa nueva que Jesús nos ofrece? Es revestirnos de su persona, de su carácter, de su amor, de sus formas. Es tan grande, tan poderoso, siempre nos queda enorme el saco, pero esa es la medida que Dios nos llama a vivir, no podemos vivir con ropa sucia, no porque Dios no nos acepte, sino porque el acusador tiene autoridad para quitarnos el poder. No podemos vivir tolerando el pecado en nuestras vidas, no es que nos ponemos una ropa para ir a la iglesia y el lunes nos colocamos la ropa de pecado para enfrentar los problemas que tenemos. Debemos entender que estamos cumpliendo un llamado y una función sacerdotal, por eso no servimos para ministrar lo que el mundo nos ofrece, no servimos para engañar o ser engañado, no servimos para la corrupción, no servimos para pasar por encima del otro, o para dañar a las personas, no podemos guardar rencor, no servimos para no perdonar, o para vivir ofendido, no nos funciona, no nos sirve porque fuimos escogidos con un propósito para ser un puente entre el cielo y la tierra.
No se trata de detectar la voz de Satanás, sino de escuchar la voz de Dios que ya lo derrotó, de encontrarnos en Cristo para ver el propósito por el que vivimos y la función para la que nos llamó.
No vamos a la iglesia para recargar el tanque, sino que vamos porque tenemos una función sacerdotal porque nuestro lugar es delante de Dios. Pero ahí también el diablo nos acusa pero en ese momento el Señor, el primero y el último, el alfa y la omega, el león de la tribu de Judá, el cordero inmolado que es digno de abrir el rollo, el que pronto regresará se pone en pie mirando a satanás para decirle: «guarda tu lugar, porque ya fuiste derrotado, fuiste vencido, ya perdiste para siempre, no tenés autoridad sobre las vidas». Que en nuestras casas siempre haya un lugar para sentarnos y ministrar con las ropas sacerdotales pues las ropas nos terminan definiendo y nos identifican.
“El Señor nos viste de la misma manera, nos compró con su sangre, nadie tiene más unción que otro, la unción viene por la fidelidad, la entrega y el amor que le entregamos a Dios. Es la misma vida pues, la función sacerdotal es de todos, cuando nos vestimos de esa ropa tenemos autoridad. Cuando se nos hace difícil seguir a Jesús, cuando se pierde el hambre por estar en su casa es porque necesitamos un cambio de ropas, porque de repente puede más la acusación del diablo. Pero cuando hay ropas nuevas somos iglesia, nos define quienes somos. Cuando rompemos nuestro corazón y nos revestimos de su gracia nos convertimos en sacerdotes, nos convertimos en personas que conectan el cielo con la tierra. Necesitamos ropa nueva, vestirnos de Jesús, de aquel que tiene el poder para transformar nuestras vidas”.