4 de noviembre de 2024
Estamos hablando de la iglesia como la novia vestida de guerra y en Efesios 6 nos habla de que nos pongamos toda la armadura para poder resistir en el día malo. Estuvimos hablando de una iglesia que es radical y ahora todo este mes vamos hablar de una cultura de lealtad, de amor fraternal. Una de las características de la iglesia que vera a Jesús regresar es la lealtad. Ser leal a su familia, a sus hermanos, pero sobre todo leal a Dios. La lealtad produce cambios, transformación, conecta amistades de pacto que nos lleva a tener relaciones profundas y eternas.
Estaremos leyendo este mes el libro de Juan que es el discípulo amado, quien se conecta con el corazón de Jesús de una manera muy especial, pero también es el punto de conexión con los demás discípulos. Aunque, no tiene el liderazgo de Pedro pero es el punto donde todos convergen. Juan es como ese amigo lleno de amor que debe estar allí.
Una forma de traducir el amor es estar cerca, el amor de calidad acorta distancias y es profundo en el tiempo. Caminar con Jesús tiene que ver con sumergirnos en él, no seguimos a un Dios violento que nos ata como si fuera una secta o nos lava la cabeza para que estemos.
Dios no tuerce voluntades, sino que conquista corazones.
Muchas veces nosotros nos confundimos, porque en esto que no tuerce la voluntad, nos olvidamos de cuán profunda es la relación que él quiere que tengamos con él y entre nosotros. La iglesia no es un lugar de competencia donde depende lo que hagamos vamos a tener jerarquías, sino que estamos todos para morir, para gastarnos, para amarnos entre nosotros. Y algunos entienden eso viviéndolo en plenitud y otros no, y se acomodan a vivir un amor a distancia. En la parábola de los talentos nos habla de que hay proporciones para todos. Lo que Dios nos dio a cada uno es diferente pero todos necesitamos de lo que el otro tiene también por más pequeño que sea y cuando lo multiplicamos contribuimos a la eternidad. En la parábola del sembrador nos termina diciendo que el grano dio a treinta, a sesenta y a ciento por uno, y la realidad que así es nuestra vida pues el camino de Jesús es progresivo.
Hay personas que producen a treinta, a sesenta y a ciento por uno, que producen entrega, que producen el derramamiento de sus vidas y el gran desafío es acortar la distancia. En medio de esto, en Juan capítulo 3, está la historia de Jesús y Nicodemo, quien es un discípulo que quería tener con Jesús un amor a distancia. Era un religioso, temeroso de Dios, quien tenía todo el conocimiento pero que no se jugaba a dar el paso de fe por miedo a perder su status. Sin embargo, él toma la decisión de arriesgarlo todo para tener un encuentro con Jesús y acortar esa distancia, esto nos enseña lo que sucede cuando nosotros asumimos el riesgo de desarrollar una relación más profunda con Jesús y su iglesia.
La iglesia es como capas, son círculos donde el centro es Jesús.
San Juan 3:1-21 (RVR)
Debemos acortar las distancias, romper todos los preceptos para reconocer que él es el hijo del hombre, que es la profecía bíblica más poderosa que hay en el libro de Daniel sobre el retorno del Mesías. Para los judíos hablar del hijo del hombre era literalmente considerar a Dios descendiendo a la tierra, no podían aceptar que esa encarnación divina sería la de un carpintero de Nazaret con treinta años.
La historia de Nicodemo es la historia de todos nosotros acortando la distancia por medio de su gracia. Lamentablemente, nos acostumbramos a vivir un amor a distancia y aunque caminamos con Jesús, le servimos y le amamos empezamos a perder el valor de la relación y el vínculo que nos une con él.
Hay un llamado en este tiempo de acortar la distancia, cuando Nicodemo reconoce a Jesús y se arrodilla. Jesús lo levanta y lo abraza y esto es lo que Dios está queriendo hacer en esta generación, solo que nos cuesta tanto porque nos quejamos por lo que no fue. Cargamos a otros por nuestras malas decisiones, tenemos miedo y temor de cómo nos miran los demás. Empezamos a mirar las circunstancias y las posibilidades más que aquel a quien tenemos enfrente. Nos debe llenar de temor perdernos aun sirviendo a Dios, perder esa esencia. Todo lo que tenemos es a Jesús, él nos cambió la vida, nos limpió de todo pecado. A muchos nos atrajo una y otra vez, pero peor que estar lejos en el mundo es estar cerca de la religión y lejos de su corazón. Podemos tener miles de defectos y cosas que resolver como congregación pero hemos tomado una determinación que es vivir pegado al corazón de Dios, vivir apasionados por su presencia.
Dios no nos llamó a vivir un amor a distancia. Quizás haya situaciones y cosas por resolver en el camino, pero nadie puede acortar la distancia que nos separa de Jesús excepto nosotros mismos. Decidimos recomponer nuestra relación con Él, creer en Él y aceptar ese desafío.
¿Cuál es el desafío que Jesús le plantea a Nicodemo?
Que iba a perder status, que perdería la razón, que era demasiado viejo y otras cosas, pero que nada se compararía con lo que vendría para su vida.
No es que llegamos a la iglesia y Dios nos obliga a dejar cosas por pura religión claro que no, sino que nos quita aquello que nos separa de su corazón. Nos pone la mesa, nos enciende la luz en medio de la noche y nos dice que le sigamos para descubrir un mundo nuevo. Nos convertiremos en los hijos de viento y así como el viento no sabe de dónde viene y a donde va, nosotros tampoco muchas veces sabemos con claridad hacia dónde vamos, pero le seguimos a él.
Tenemos la certeza que aquel que nos salvó, nos ama y que está con nosotros. Somos nacidos del espíritu y del agua, porque la vida del espíritu que crece en nosotros nos impulsa hacia algo nuevo.
Nuestras vidas son un mapa genético de historias. Es normal que queramos estar mejor todos los días, es normal que queramos ser felices todos los días, es normal que queremos avanzar en la vida. Es normal, queremos ir por más porque esa es la naturaleza que nos habita, pero no es normal no evolucionar, no crecer, no plantarnos desafíos.
A lo largo de la historia nuestros antepasados fueron adquiriendo una forma y se tuvieron que adaptar a esa forma para sobrevivir y de esa historia venimos nosotros con una forma. Pero cuando viene Cristo quita el pecado que corrompe toda esta historia y pone su espíritu y nosotros con toda esa carga, con todo ese mapa ahora tenemos al espíritu de Dios dentro de nosotros.
Dios no borra la historia, sino que, por medio de su espíritu, él hace que toda nuestra historia coopere para el propósito al él nos llamó.
El dolor, la pérdida y las heridas son parte de nuestras vidas, pero más poderoso que las pérdidas es la vida que Cristo nos ofrece dentro de nosotros. Y cuando desarrollamos un vínculo cercano con Dios y nos alejamos de la historia que nos dio forma, la vida de Cristo empieza a fluir a través de nosotros, toca nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Jesús le explica a Nicodemo que tiene que volver a nacer, que debe rendir toda su historia a Dios y tener una relación cercana con él. Y la otra invitación es que lo siga para que pueda ser parte de su congregación, de su comunidad para poder caminar juntos.
“No se puede tener una relación a distancia, no podemos vivir pecando y tratando de agradar a Dios. No podemos vivir solos, debemos ser parte de la comunidad de fe. Por eso, el amor fraternal es más que soportarnos pues, cuando nos decidimos por Cristo esa naturaleza cambia. El amor a distancia no funciona, él nos está llamando a sus brazos de amor, sigámoslo, rompamos la distancia, quebremos la comodidad, abramos el corazón, perdonemos a nuestro hermano, seamos parte de la comunidad de fe, sembremos nuestra vida, rindamos todo lo que somos. Lo que está a nuestra mano utilicémoslo para servir al Señor, pongamos expectativa en lo que Dios quiere hacer en nuestras vidas. Traigamos a Cristo al centro de nuestro hogar, a nuestra escena diaria. Aceptemos que el mapa genético no va a cambiar a menos que el poder del Espíritu Santo trabaje dentro de nosotros. Abramos la puerta en esta temporada para tener una relación más profunda con el Rey de Reyes y Señor de Señores.”