El río de las decisiones

12 de enero de 2025

El Señor en este tiempo nos está llamando a algo y hay una diferencia entre hacer una pausa y un paréntesis. Parecen dos conceptos similares pero no lo son, una pausa detiene el tiempo, pone una carga extra porque aquello que estaba detenido hay que volver a recordarlo para iniciar nuevamente. En cambio, en el paréntesis hay un énfasis en algo especial. En los dos casos hay una interrupción, pero en un paréntesis no hay vacío, hay enfoque. El paréntesis es detenernos para enfocarnos en aquello que es realmente importante para tomar la fuerza para continuar.

Sabemos que la palabra que el Señor nos ha dado como una línea que nos conduce al destino de estos cinco años lleva su nombre, “JESÚS” y declaramos lo que dice en Apocalipsis 1:8 “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”

Esta palabra es el indicador del protagonismo y de la centralidad de Cristo siempre, tiene que ser como un sello que nos acompañe en cada etapa, en cada proceso, en cada momento que nos toque vivir, Dios es fiel.

San Mateo 3:1-17 (NTV)

Juan el Bautista es muy especial, -No ha habido otro hombre como él- dice el mismo Jesús cuando hace referencia a su primo. Ellos se conocieron desde muy pequeños, se encontraron por primera vez en la panza de sus madres cuando María visita a Elizabeth para contarle lo que estaba viviendo y de repente en el vientre Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo. Las panzas se acercan y uno de los bebes ministra la vida del Espíritu al otro, ese es su primer encuentro. Los padres de Juan el Bautista que ya eran ancianos pero que reciben la promesa de este niño lo cuidarán y Juan el Bautista hará un pacto de Nazareo. Este pacto en el antiguo testamento lo hacían aquellos que querían servir en el templo pero no pertenecían a la tribu de Leví, aquellos que ardían en sus corazones para prestar un servicio. Entonces hacían un pacto con el sacerdote en el templo para que por un determinado periodo de tiempo se dediquen a servir a Dios. Por lo cual no podrían tocar muertos, no debían beber alcohol, no podían cortarse el pelo, no deberían contaminarse con las cosas del mundo, sino que estaban separados para Dios. Durante el tiempo que duraba su nazareato, ellos deberían mantener este pacto.

Juan el Bautista desde que nace entró en ese pacto y toda su vida se mantuvo separado para preparar el camino para el rey que vendría. Entendiendo esto se retira para vivir en el desierto para prepararse y cuando llegó el momento salió para anunciarle a la gente que el rey esperado, el Mesías ungido estaba a punto de regresar.

¿Cómo comienza a preparar el camino Juan el Bautista? Se sumergió en el río Jordán, para los hebreos este río es muy especial, es un rio muy simple pero para la historia bíblica es un rio sagrado. 

Juan predicaba adentro del rio un mensaje de arrepentimiento, confrontaba a la gente con su maldad y no podía resolver el problema del pecado pero hacía que los corazones de las personas estén listos para recibir al Señor, su predicación era muy fuerte. Les decía: < ¡arrepiéntanse generación de víboras!> les hablaba a los religiosos < ¡a ustedes que compran ritos para comprar a Dios, pero su corazón está lleno de oscuridad, a ustedes que viven en pecado, arrepiéntanse porque el reino de los cielos está cerca!>

Mientras Juan predicaba esto, muchos de los que se arrepienten piensan que el Mesías vendría en un caballo a conquistar a los romanos, pero lo que está viendo Juan es al Cordero Inmolado, está viendo a su primo. Literalmente mientras él predica de arrepentimiento porque el reino de los cielos está cerca, Jesús se aproxima desde Galilea. Pero en este momento Jesús es el hijo del carpintero, un muchacho de treinta años, instruido en la palabra bíblica pero que no ha hecho ningún milagro, no es conocido en ningún lugar, sin embargo, cuando Juan el Bautista lo ve venir dice:  <¡el reino de los cielos se ha acercado!>. Juan lo conoce sin poder distinguirlo, Juan lo conoce desde la panza de su mamá, es su primo con el que jugó, con el que aprendió, con el que conversaron toda la vida. El en su espíritu sabe que él es el Mesías.

Juan está sumergido en ese rio cumpliendo su tarea, cuando de repente Jesús entra en la escena y se vuelven a encontrar, ahí es donde Jesús le pide que lo bautice. Pero Juan le alega que él no puede bautizarlo pues no se encuentra digno de ese acto, pero Jesús le aclara que deben cumplir cada palabra de la profecía. Cuando Jesús es bautizado, al salir del agua en un mismo punto la trinidad se encuentra, el Padre se manifiesta en ese rio, el hijo se revela en ese rio y el Espíritu se materializa. 

Este encuentro es igual al primer encuentro de Juan el Bautista y Jesús cuando se conocen, allí también están en el agua en el vientre de sus madres. Cuando María y Elisabeth se encuentran el hijo está en el vientre pero también el Espíritu Santo esta porque Juan fue lleno de él y también está el Padre presente porque el Salmo dice: “mi embrión vieron tus ojos”. El salmista dice que Dios es pre existente desde antes de la creación, a Dios lo conocemos desde que éramos embriones.

Los encuentros con él nos llevaran de la orilla a la profundidad, pero siempre estaremos obligados a tomar decisiones para comprometernos más con este río que nos lleva a un propósito eterno.

El primer encuentro de Juan el Bautista y Jesús es igual al del bautismo, está el agua, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando Juan bautiza a Jesús vuelve a ocurrir lo mismo, es un encuentro que marca el camino para ellos.

Nuestra vida es un río porque el fluir de la vida es así, ninguno de nosotros ha vivido en línea recta, ninguno ha sido caudaloso todo el tiempo, hemos pasado tiempo de sequias, de quiebre, de represa. La vida es un rio, por eso la Biblia lo identifica de esa manera. En el jardín del Edén hay un río que fluye vida, ese río comienza desde el primer día del encuentro con Jesús.

Cuando conocimos a Jesús, ese día es donde empezó nuestra vida porque cuando le conocemos ya no caminamos en el río de nuestras vidas, sino en el río de su vida, de su propósito.

El encuentro de Juan el Bautista con Jesús fue en el vientre, pero ese día comenzó a fluir el rio que nos uniría a un mismo propósito. Cuando Juan nace tendría que tomar la primera decisión de comprometerse y empezar a caminar en ese propósito y en ese destino. Cuando le dijimos que sí a Jesús de seguirlo como Señor y Salvador no es que sellamos y firmamos un pacto donde todo acaba, sino que ese día empezó todo. No es un encuentro, son encuentros progresivos, es un rio de decisiones, tomamos decisiones sobre lo que decidimos y volvemos a decidir para avanzar en lo que Dios nos ha propuesto.

Juan se encuentra con Jesús y el cielo entero vuelve a manifestarse en medio de ese rio, en el bautismo de Jesús, el Padre, el hijo y el Espíritu Santo se fusionan y los tres vuelven a ser el río. Juan el Bautista morirá ajusticiado por Herodes y Jesús morirá en la cruz, las dos personas que están en este río morirán por lo que creen. Uno volverá como el Dios eterno redimiendo y el otro será el precursor que abrió el camino para él.

La historia de este río es nuestra historia que nos encuentra en este lugar, cuando perdemos los encuentros con Dios nos desviamos del caudal. Hay un río de vida dice Ezequiel que nace del trono de Dios para traer sanidad a las naciones (Ez. 47:9) ese río es el caudal que abrió Cristo por medio de su sacrificio para que nosotros nos sumerjamos y empecemos a fluir en el propósito que él tiene en nuestras vidas.

Entregarle nuestra vida a Jesús es vivir cada segundo, cada minuto caminando con él, en el río de agua viva que es el llamado que él puso para nosotros y nuestras familias.

Como iglesia nos hemos acostumbrado a estar en la orilla, nos acostumbramos a vivir con el tanque vacío o a vivir simplemente de encuentros pasados o esporádicos, cuando el destino de sumergirse en este río es navegar profundo, es ir hondo, es caminar con un peso ligero sabiendo que Dios está con nosotros. Mientras estamos en las orillas tenemos el control pero cuando nos sumergimos en la profundidad del río de vida nos vemos en la obligación de tomar decisiones que nos comprometen con el propósito y hacen que Dios tenga el control de nuestras vidas. No fuimos hechos para la tierra, no somos animales de tierra, somos animales de agua, no estamos hechos para el desierto y la sequedad, estamos hechos para navegar en las aguas del Espíritu.

Por eso, cuando Juan el Bautista se mete en el rio con Jesús lo que describe no es al hijo del carpintero, está relatando al jinete del caballo blanco, está relatando el retorno de Jesús. Cuando Jesús venga la cizaña y el trigo estarán a un lado, en la profundidad de este río Juan tiene una revelación clara del que es pero también del que va a venir. Cómo nos cuesta ver que Cristo es un Cristo de justicia, cómo perdemos el temor de Dios y la noción que él separa la maldad, de que él mira el pecado con disgusto.

Jesús es un Dios de justicia y para que haya justicia tiene que haber juicio. Y si creemos que él es un Dios de justicia entonces no vamos hacer con nuestras vidas lo que queremos, sino que vamos preparar el camino.

Queremos ser separados del lado del trigo, queremos estar listos cuando el venga porque nos ha dado una visión. Juan el Bautista está al lado de Jesús, lo toca, lo siente, están conectados por el mismo medio que es el agua, escucha la voz del Padre, el Espíritu Santo se materializa y él ve lo que va a suceder. Dios nos tiene preparada una vida donde él es real, donde es palpable, donde el que es comparte el mismo camino donde estamos parados, donde el que era sostiene nuestro pasado y el que ha de venir nos da una conciencia real de lo que el significa para nosotros.

Estamos viviendo en el río de las decisiones y en estos meses de paréntesis es muy importante que decidamos de dejar la orilla para ir de profundo. En el último día de la fiesta de la Pascua, previo a dar su vida, cuando la fiesta terminaba baldeaban el templo, tiraban agua por todo el templo y el agua comenzaba a correr por las escalinatas del templo. En el último día de la fiesta Jesús se pone de pie y mientras el agua le pega en los tobillos, menciona que si alguno tiene sed que vaya a él y beba para que del interior corran ríos de agua viva.

¿Están corriendo ríos de aguas de vida dentro de nosotros? ¿Estamos aprendiendo a vivir en plenitud a pesar de las circunstancias? La vida es un río, a veces está seco y a veces está lleno, pero Dios nos invita a sumergirnos en el río de vida de Cristo. Tomemos las decisiones correctas y vamos a enfocarnos, no vivamos con el tanque vacío, no vivamos esperando un milagro más, sino que en la próxima etapa que viene sin importar las circunstancias naveguemos en este río de vida maravilloso en el cual nos ha invitado a entrar. Aun en medio de la turbulencia, aun en medio de las temporadas tomemos las determinaciones que nos lleven a una profundidad mayor.

“Este año debemos sumergirnos, no esperemos, no especulemos, ya fuimos y tuvimos ese encuentro en el vientre, solo hay un río de vida, solo hay un camino, se llama Jesucristo. Es un río que nos empuja, que nos lleva a diferentes lugares. De repente el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, Jesús, Juan el Bautista, todos desaparecen de escena y lo que queda es un río. Ese río llamado Cristo choca con la muerte y la muerte tiene que ceder, ese río resucita al tercer día, ese rio continúa fluyendo en las vidas de las diferentes personas que han decidido sumergirse en él. Es un río de decisiones, vamos por un encuentro más poderoso, que este tiempo que viene nos encuentre en el rio predicando y desde el río anunciando a la gente que tiene que arrepentirse de su maldad, que el cielo nos encuentre en el río invadiéndolo todo. Jesús nos invita a bautizarnos junto a él para ir más profundo, donde el río fluye hay sanidad, no nos conformamos a ir por menos. El río de Dios está compuesto por gente de toda lengua, tribu y nación que fue comprada con la sangre del Cordero y que ahora está dispuesta a tomar las decisiones correctas para preparar el camino para su regreso”.

Ir arriba