Consuelo

21 de junio de 2025

Estamos caminando en aquel que era y descubriendo a Jesús. Dentro de la palabra del Señor nos encontramos a Noé, que su nombre significa consuelo y descanso. De los dos aspectos vamos a resaltar el primero.

Mateo 24:29-39

Habla de las señales de los últimos tiempos. Es la respuesta a una pregunta de los discípulos a Jesús: ¿Cuándo acontecerá el final? Y Jesús escribe un cuadro. Les dice que ya tiene respuesta porque está en la Palabra. Porque cada parte de la Biblia está escrita de tal manera que revela al que era, es y el que ha de venir. Podemos apropiarnos de ellas como palabras frescas, individuales; es una carta de amor de un Dios que vino a salvarnos. Pero la Biblia también fue escrita para ser leída en público. Está prácticamente escrita en plural, fue escrita por hombres. Por ejemplo, los cuatro evangelios son testigos que, de manera distinta, cuentan una misma historia. Sus relatos son una revelación de la persona de Jesús, única y especial. El relato bíblico desde el Génesis hasta el Apocalipsis nos contiene a nosotros, pero también nos lleva a pensar cómo estamos viviendo, dónde estábamos antes y hacia dónde estamos yendo.

Después Jesús les dice que el Hijo del Hombre que les está hablando se va a ir y va a volver. Y cuando vuelva, estas cosas van a pasar: la maldad irá en aumento y la mayoría no va a comprender. Van a decir que no falta mucho. Pero Jesús hace primero énfasis en una historia que aparece en Génesis, hablando de Noé. Dice que cuando la higuera brote entonces ustedes prestarán atención. ¿En qué momento vemos esto de la planta que está en brote? Cuando el diluvio está terminando, Noé envía un cuervo y más tarde una paloma, para verificar si la tierra se había secado. La paloma regresó con una rama de olivo en el pico.
¿Qué estaba declarando ese brote? Que las aguas se habían retirado y que ahora era el momento de un nuevo comienzo.

Es el mismo reflejo de lo que dijo Jesús: cuando vean que haya brotes, presten atención, porque el final se ha acercado. Presten atención, porque ese día, cuando el Señor vuelva, será como en los días de Noé. Quien les hablaba para prepararlos, pero nadie lo escuchaba, nadie le prestaba atención. Sin embargo, cuando el diluvio comenzó, Noé se encerró en el arca con su familia. Fueron salvos, y todos aquellos que no escucharon perecieron. Jesús toma esta referencia del principio de la Biblia. La historia de Noé se encuentra en los capítulos 6, 7 y 8 del libro de Génesis. Estamos a tres capítulos de que lo que Dios creó, después de la caída, ya ha generado un nivel de violencia que Él no lo soporta más.

Y con eso Jesús hace referencia de lo que sucederá al final. ¿Qué nos dice la historia de Noé? Nos cuenta en el relato bíblico que el hombre, después del Edén, usa su libre albedrío para pecar y levantarse contra su hermano, y que la violencia había contaminado toda la tierra. Son algunos milenios, poco después de la caída, que el hombre ha tomado control de la creación que Dios le dio a administrar, que el hombre ha construido con absoluta libertad y ha usado todo el poder que el Señor le dio para bendecir la tierra y lo empezó a usar para maldecir a su hermano.

Una de las palabras que aparece repetidas veces es que la tierra estaba llena de violencia. Es una marca del pecado, de la maldad. Abusa del inocente. Hoy usamos otras palabras como bullying, suicidio, depresión, secuestro, palabras que nos parecen comunes, pero que se desprenden del ejercicio de la violencia. No tiene género, es violencia. Es lo que había en el corazón de Caín a la hora de matar a Abel. Es el producto de un pecado que se cultiva y maldice a las personas, y maldice todo lo que tocamos. Es la perversión.

En realidad, cuando se habla de violencia, ¿qué es? Se refiere a toda la capacidad puesta por Dios en el hombre para amar, para cuidar, para reproducirse, multiplicarse, toda esa potencia, en vez del hombre direccionarla hacia el propósito divino, la tuerce y la utiliza para su propio beneficio. Se vale de toda esa capacidad. Si el mundo hoy usara toda la fuerza que está puesta en la violencia para alimentar, para cuidar, para amar, para compartir, estaríamos viviendo en un mundo distinto. Sin embargo, lo que corrompe esa fuerza es el pecado, que destruye, distorsiona, rompe las historias. Y eso no es algo que Dios mire de lejos.

Génesis 6:5
¿Qué fue lo que le dolió en el corazón a Dios? La maldad, no, porque ya la conoce. A Dios le duele el pensamiento que Él tiene. Hay un plan, un propósito. Dios crea un escenario hermoso para que el hombre tenga una relación con Él. Le provee de fuerza, amor y capacidad. Pero el hombre la pervierte para volverse en contra de Dios y declararse dios a sí mismo. Y esa fuerza que está en el hombre es incontenible, aumenta a tal punto que a poco tiempo de la creación está por ser destruida. Sufre las consecuencias del abuso y la maldad del hombre. Y Dios dice: ¿hasta dónde?, ¿hasta cuándo? Su corazón se duele en medio de su dolor.

Dios le confía a Noé el dolor de su corazón. Le dice: “Tengo un plan”. Sabemos del carácter de Noé por su nombre. Dios encontró en Noé descanso y consuelo para su corazón herido. Un hombre en el que vio detalles de su gloria, y dijo: “No vale la pena destruir todo lo creado por lo que hay en el corazón de este hombre”. 

En ese mismo capítulo Dios lo despierta de noche y le da las medidas de una cáscara de nuez, porque el arca tiene perfectamente unas medidas geométricas. Lleva aceite por dentro y por fuera, impermeable. Dios le da poder para convocar a toda la simiente. Noé recibe las medidas y empieza a construir el arca en un mundo donde no había llovido nunca. Le habla a la gente: la maldad llegó al límite, el corazón de Dios no puede más.

Así como Dios tiene copas con oraciones y nuestra adoración, también hay copas con la ira del Señor. La maldad del hombre se acumula. Eso describe el libro de Apocalipsis. Eso que parece tan lejano es la manera en la que Dios nos ve. Dios tiene alojadas en copas nuestras lágrimas, oraciones, nuestro clamor pero también nuestras injusticias.

Él tomó todos los motivos de nuestros desconsuelos, los clavó en la cruz junto con nuestros pecados y nuestro dolor, y los destruyó.

A veces pensamos que podemos vivir como queremos. Dios es muy bueno, pero nos olvidamos que es un Dios de justicia. Él no pasa por alto el pecado. Ve los detalles. Es justo. No pasa por alto cómo nos conducimos hacia los demás, cómo definimos nuestra moralidad, si estamos dispuestos a amar, a perdonar, si le hacemos un lugar en nuestro corazón. No nos da miedo. Nos da temor que tanto amor derramado por nosotros haya sido en vano. No es el miedo de desobedecer y que nos vaya mal. Necesitamos hacer que esa gota de sangre valga la pena. Con lo que podemos y lo que tenemos, derramar nuestras vidas.

Señor, tu corazón se duele cuando lo que fue diseñado para tu propósito va en tu contra. No queremos producirte dolor. Queremos encontrar lo mismo que encontraste en Noé: consuelo para tu corazón.

Cuando buscamos ser el consuelo de Dios, somos consolados.

Le damos valor, recibimos valor. Cuando amamos lo que Dios hace, la ansiedad desaparece. Cuando nos enfocamos en el propósito, el dolor desaparece, y por las heridas de Jesús somos transformados. Noé sigue las construcciones, entra con su familia, los animales, y llega el diluvio. La tierra es lavada por completo. Cuando el ciclo de purificación termina, el arca se estaciona en el monte. Dios le dice a Noé que ya está, pero que quiere hacer un pacto: que la tierra no volverá a pasar por eso. “Quiero que salgas y adores”.

Noé sale del arca y lo primero que hace es sacrificar un animalito. Un sacrificio que sella el pacto. Y Dios deja el arcoíris. Dios había provisto a un nuevo Noé. El pecado volvería a inundar las vidas. Después Noé toma de una vid y se emborracha. Se toma el vino que era para ser derramado.

En cada una de estas escenas podemos ver a Cristo. Jesús se despoja de su gloria. Es el nuevo Noé que carga sobre su espalda, no un arca, pero sí una cruz de madera. En esa cruz estamos todos contenidos, está todo el ADN de un nuevo pueblo. Él nos pasa a través de la muerte, del infierno, a la vida eterna. Paga su precio con sangre y nos da la oportunidad para que, caminando a través de Él, en nuestras vidas pueda haber un nuevo comienzo. Él nos hace responsables, por medio de su sacrificio, para que podamos vivir una nueva temporada.

Mateo nos dice: cuando llegue el tiempo del fin, va a ser como Noé. Va a haber una oportunidad de salvación y un clamor, pero mucha gente distraída, gente que solo va a vivir para sí misma. Se avecina el día de la justicia. Un tiempo donde toda la maldad será juzgada. Una alerta donde los corazones están encendidos. El diluvio no es de agua, es de maldad. Pero hoy más que nunca, en el corazón del hombre, desborda con ella.

Es un tiempo de alerta, para entender lo que está sucediendo. Las relaciones que construimos no pueden ser un parche, se agotan en el placer momentáneo. Somos llamados a construir relaciones fuertes que duren para siempre y atraviesen la batalla. Que esas relaciones de amistad, de noviazgo, de matrimonios, duren en la madera, en Cristo. Hay una medida de gracia para hacer lo correcto, dejar el pecado y la maldad.

Entremos juntos. Seamos el consuelo de Dios. Seamos los que escuchan e interpretan su corazón y que ponen sus vidas delante del Señor como el consuelo.

La persona desconsolada dice que es buena persona, que hizo muchas cosas, pero nada es suficiente para llenar ese vacío. Las personas desconsoladas se refugian en cualquier brazo, se conforman con cualquier cosa que les hace sentir un poco mejor. Jesús dice que se va, pero deja al consolador, el Espíritu que nos guía a toda verdad. El corazón de Cristo se dobla de dolor cuando todo lo que tendría que darse para su propósito se da para otra cosa.

Necesitamos permitirle al Espíritu Santo llevarnos sobre la madera, que es Cristo Jesús. Romper el corazón en su presencia, dejando que su sangre llene cada vacío, sane cada herida, para vivir consolados.

Bienaventurados —dice la Biblia— los que lloran, porque recibirán consolación. Aquellos que no han sido perfectos pero que no tapan las lágrimas. Los que, habiendo sido traspasados o habiendo traspasado a otros, los que son vulnerables.
Aquellos que se muestran dispuestos delante de Dios serán consolados.

Para que atravesemos el diluvio de maldad de manera segura, siendo consolados, con nuestras familias restauradas, atravesando el mar de maldad, y cuando llegue a su fin, mirando al horizonte, veamos el brote floreciendo. El Hijo del Hombre viene. El diluvio ha terminado. El pacto se ha cumplido. Reinaremos para siempre con Él.

Necesitamos ser consolados permanentemente. Porque cuando lo recibimos, es imposible no consolar a otros. La verdad es Él. Y en Él encontramos el consuelo que necesitamos.

Escuchemos la invitación: en el arca está todo. En Cristo está todo. En Él. Así como la madera es la cruz, la Iglesia de Cristo es la madera que flota. Somos consuelo y descanso para la gente desconsolada. Podemos anunciarles la verdad, abrir la Palabra para conducirlos, decirles que cada lágrima es descubrir a alguien que pagó con su sangre el precio de ser nuestro Consolador.

Para poder consolarnos, Dios dejó a la tercera persona de la Trinidad. Fuera de eso, ayuda, pero no resuelve.

El desconsuelo se acaba cuando una persona, de manera voluntaria, se arrepiente de todo corazón, es vulnerable delante de Dios, y entabla una relación directa con el Espíritu Santo. Esa relación, contenida en su Iglesia, te lleva a encontrar consuelo. En la Iglesia de Cristo es donde habita el verdadero consuelo. El Espíritu es más que el que me convence de mi maldad. Son frutos, dones, capacidades, autoridad, para que salgamos del arca con las semillas. No nos emborrachemos, sino sembremos vida.

El consolador está entre nosotros. Tenemos que aprender a ser vulnerables permanentemente en su presencia. Quizás toda la tensión y ansiedades están porque en vez de rompernos, construimos diques que esconden nuestra debilidad y vulnerabilidad.

Noé fue consuelo para el corazón de Dios. Jesús fue el consuelo del corazón del Padre y fue nuestra salvación. Hasta que Jesús regrese, que vivamos una vida de consolación. Que tengamos la capacidad de interpretar qué es lo que le duele a Dios, y actuar en favor a eso. Al igual que Noé, viajemos ligero. Viajar solamente con cosas que son necesarias y dignas de preservar. Aprendamos a vivir de esa manera, en un contacto directo con Dios. Mientras lo esperamos regresar, nos convertimos en el consuelo que la gente necesita. Y aprendamos a vivir, no como víctimas ni victimarios, sino como personas que han encontrado en Jesús su consuelo. Él llena todos los espacios de nuestras vidas. Dios tiene la capacidad de restaurar lo que estaba roto.

El Espíritu Santo llega a los lugares más oscuros de nuestras vidas, limpiando.
Que el fuego consumidor pueda arder, sacando a luz todo lo que está mal, pero no para avergonzarnos, sino para liberarnos de la oscuridad que nos oprime. Que el Espíritu sea como el viento, que nadie sabe de dónde viene, y nadie sabe dónde puede soplar con fuerza. Que sea el agua de vida que entre, sane y nos fortalezca.

Es tiempo de escuchar esta voz de urgencia. Nos llama y nos declara que el tiempo ha llegado. Es tiempo del consuelo. Él está entre nosotros. Que se entronice en nuestros hogares, en nuestra vida, y que la violencia de este mundo sea sometida por un pueblo que, escuchando la voz de Dios, vuelve a abrazar la madera para ver una salvación extraordinaria.

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