El Dios multicolor

18 de mayo de 2025

En el Antiguo Testamento tenemos personajes bíblicos cuyas historias son casi parecidas a la de Jesús. Muestran el camino y preparan el corazón para la revelación del Salvador. No solo eso, sino que también nos enseñan a nosotros cómo, por medio de Jesús, nuestras vidas pueden tomar la forma de aquel que es el original.

Dios sella el pacto con Abraham y traza un arcoíris en el que se reflejan todos los colores de la creación, los colores del arcoíris contienen las combinaciones posibles de todos los colores que percibe el ojo humano, el verde de los pastos, el celeste del cielo, el purpura, las flores. Los seres humanos somos de color: blanco, negro, rojo, amarillo, pues a él le plació eso. El Nuevo Testamento habla de la multiforme gracia de Dios, de revelar su amor de manera multicolor. Dios podría haber hecho un mundo monocromático, podría haber hecho un mundo en blanco y negro.

Pero no de manera multicolor rompiendo los preceptos de la naturaleza, quebrando el orden biológico, quebrando las cosas que sustentan todas las cosas, sino combinándolo a través de él para que toda la historia tenga sentido, para que toda la historia tenga propósito.

Vivimos en un mundo que cada vez más se sumerge en los grises, cada vez más se sumerge en la oscuridad. Sin embargo, tenemos a un Dios multicolor, es un Dios de variedad.

La historia de José en la Biblia es tan importante, porque José es antes del sacerdocio, antes de Moisés, antes del tabernáculo, antes de los Salmos. Es una figura tan especial, porque al igual que el rey David, él configura toda esa autoridad en una persona común, es un poco rey, es un poco sacerdote, es un poco Cristo. José que significa “Dios añadirá”, tiene una historia muy especial.

En el final de la vida de Jacob (el papa de José) él derrama una bendición sobres sus once hijos y la bendición profética que hay sobre José ya mismo empieza a reflejar la venida de Jesús.

Génesis 49:22-26

José fue negado por sus hermanos, apartado, tratado injustamente, se volvieron en contra de él. Pero, en medio de eso él cargaba dentro suyo una bendición espiritual, una bendición paternal que lo puso de pie, una bendición de arriba, de las cosas preciosas, del éxito. Una bendición del abismo, la bendición que lo saca del pozo, de los momentos difíciles, una bendición del vientre y de los pechos, familia, nacimiento, cuidado, hogar, prodigio. Una bendición que lo sostuvo en medio de la necesidad.

Esta bendición es una de las piedritas que preparaba el camino para la primera venida de Jesús y José revela a Jesús porque se parecen. Los dos desechados, heridos, lastimados, sin embargo, los dos se ponen de pie para traer libertad a muchos.

Así como la bendición de José, recordemos que somos rama fructífera, recordemos que Dios nos arrancó para plantarnos en un nuevo lugar junto a su presencia, que recordemos esto cuando las cosas se den vuelta en nuestra contra, recordemos ¡Fuimos bendecidos con una bendición del Padre Celestial! Y sin importar si arriba, abajo o al centro él está con nosotros y cumplirá su propósito con nuestras vidas.

Génesis 45

José dice que está por encima del faraón, quien es una figura política pública, pero él es quien maneja todo, es el administrador de los recursos. Egipto era en ese momento un imperio que manejaba la tierra y faraón era una figura de quien gobernaba ese imperio, literalmente una figura de Satanás del sistema de este mundo. José está diciendo que él está por encima de los principados que gobiernan el mundo porque Dios lo había llevado a ese lugar.

Jacob, el engañador, de quien Dios transformó su nombre, ahora tiene varias esposas, pero una en especial, a quien ama y quien le da un hijo llamado José. Él no está solo en la vida, sino que tiene once hermanos que lo acompañan, pero hay una bendición que porta José que es el favor del padre, es hijo, es amado por el padre, lo cual despierta celo y bronca entre sus hermanos.

Sus hermanos en vez de ver a su padre feliz, pleno, en vez de entender que todo lo que tiene le pertenecen a ellos también, solo ven que José porta algo que ellos no tienen, una bendición. Es por eso que sus hermanos lo rechazan, lo odian y lo terminan vendiendo.

Acá podemos ver a un tipo de Jesús, odiado por sus hermanos, “a los suyos vino y los suyos no le recibieron” 1º Juan 1:11

José es despreciado por sus hermanos, ellos que son una tribu de pastores y que trabajan. La bendición que porta José es una bendición que nace de adentro hacia afuera y como el padre lo quiere reflejar le regala una túnica de colores. Para José esta túnica es un símbolo especial, los colores no era algo que se podía hacer fácilmente, toda la ropa era de pieles, de cuero, de lino, pero la producción del color era muy cara. Por eso, la ropa de José revela lo que hay dentro de él, los sueños, su conexión con Dios, su amor al padre, el destino, la promesa.

Nuestra historia está escrita por un Dios multicolor.

José en un mundo monocromático revela a un Dios de color y eso despierta odio entre sus hermanos. Un odio tan grande que una tarde mientras sus hermanos pastoreaban, lo ven llegar con su túnica de colores para conectar a los hermanos con el padre, pero ello llenos de odio le arrancan esa túnica, lo desnudan y lo tiran adentro de un pozo colocándole una tapa. Los hermanos no venden a José para Egipto, sino que quieren matarlo, se repite la historia de Caín y Abel, se repite la violencia entre hermanos. En vez de ver aquel que tiene el favor, honrarlo y acompañarlo en el proceso para que todos estén conectados cerca de Dios, la envidia, el celo, la bronca produce su efecto.

José termina en un pozo con una tapa, de repente los hermanos ven la posibilidad del negocio, entonces en vez de matarlo, lo venden a los madianitas (quienes eran comerciantes, se dedicaban a la trata de personas). Hoy no se llaman madianitas, pero vivimos en un mundo con más de cincuenta millones de esclavos, como nunca antes la trata de personas es uno de los negocios más oscuros y perversos de la tierra. ¿Tenemos idea de cuántos José hoy están trabajando en esclavitud sexual? ¿Sabemos cuántos José hay enterrados en talleres clandestinos atados a una vida laboral injusta? Por eso, la iglesia es un grito de libertad, no solo con sacarlos para que tengan una vida, sino para que vuelvan a su propósito.

José es vendido como esclavo, se le borra su nombre, se le quita su identidad, se lo vende como esclavo. El esclavo es una cosa que no tiene derechos, el amo puede hacer con su esclavo lo que quiera como lo puede hacer con cualquier posesión material. Lo reducen a una cosa y lo venden por veinte monedas de plata, ese es el valor que tiene su hermano para ellos.

Desgarran la túnica y la llenan con la sangre de un corderito para decirle al padre que a su hijo preferido se lo comió un león, poniendo a Jacob en un dolor profundo, su esperanza, la promesa, la luz de sus ojos se apagó. Los madianitas compran a José y lo venden a Potifar, quien tiene ropa nueva para José, una ropa de lino, de color crema, áspera, es la ropa de los trabajadores. Ahora no es José, no tiene nombre pero aunque el color no está en su piel, la promesa del color todavía arde en su corazón.

Nuestro Dios es multicolor. La historia de nuestra vida también lo es: nunca es monocromática. Nuestra historia cobra sentido cuando entendemos que aparece Cristo, y abrazamos la promesa del Padre, comprendiendo que tanto nuestros quebrantos como nuestros éxitos forman parte de la historia asombrosa de Dios.

José siendo esclavo de Potifar saca esa promesa que tiene adentro y en el peor momento de su vida es fiel con lo que le toca, es fiel con lo que tiene en la mano. Empieza a trabajar como esclavo y pronto demuestra su capacidad, comienza a administrar la tierra de su amo, el cual lo ama y confía, es el gerente, el administrador. Deja de estar con una pala o cargando ladrillos, comienza a manejar unas planillas y a ordenar las cosas.

Mientras José comienza a ordenar las cosas, Potifar empieza a descansar porque todo lo que está bajo su dominio florece, ahora aunque José todavía no es José, puede estar un poco más cómodo. Ahora su vida entra en una meseta y en medio de esa meseta aparece la tentación. La tentación que también vivió Jesús previo a su ministerio público.

Jesús rompe los treinta años de silencio de ser un hijo y hermano fiel para comenzar su ministerio público y el primero que sale es Satanás. Solo que en el caso de José, Satanás tiene la forma de la esposa de Potifar. La mujer que quiere seducirlo, tentarlo. José se niega, más allá de que nadie se entere o lo sepa, le hace ver a la mujer que Dios sí lo sabe y le muestra que él es leal a su jefe, que es leal a quien le ha confiado su trabajo.

¿En que se basa la tentación de Satanás? En que nosotros nos pongamos en el lugar de Dios, ¡vamos, si nadie se entera de ese pecado escondido, lo manejamos! Nos imponemos, estamos por encima de los demás, nadie sabe con lo que estamos luchando. Básicamente, la tentación es “somos Dios” en un momento le creemos al diablo y pensamos que Dios deja de vernos, deja de tener poder. Por amor, Dios se mueve y nuestra caída es tan profunda, que muchos no se vuelven a levantar. Pero José fue fiel a la promesa, nos enseña el valor de responder a las promesas de Dios.

Potifar al ver que su mujer expresó que José quiso abusar de ella, lo manda a poner preso, él sabía que su mujer mentía pero para no quedar mal delante de los siervos toma esa decisión. Potifar habla con el guardia cárcel y le pide que lo cuide porque José no se merecía eso. Ahora, vestirá las ropas de preso, estará en un pozo que es una cárcel oscura, si antes era una cosa ahora es una cosa mala, algo que nadie quiere, que debe ser enterrada.

Estando en la cárcel, José tuvo un comportamiento tan ejemplar que llegó a convertirse en administrador del lugar. Aun en medio de esa profunda oscuridad, la promesa que llevaba dentro comenzó a manifestarse. Fue allí donde José empezó a interpretar sueños. En ese ambiente, las personas en la cárcel—muchas de ellas marcadas por delitos, engaños y culpas—eran asediadas por sueños, casi siempre convertidos en pesadillas. La culpa, el remordimiento y el temor las acompañaban incluso mientras dormían. Pero José no era simplemente un intérprete de sueños dentro de una cárcel. Era un portador de esperanza. Su capacidad para dar sentido a lo incomprensible, para revelar señales en medio del caos, lo convirtió en una luz en la oscuridad. A través de sus interpretaciones, ofrecía más que respuestas: ofrecía dirección, propósito y una posibilidad de redención.

De repente, el faraón el rey de Egipto está perturbado por un sueño que no entiende, faraón es Satanás, faraón es el espíritu de este mundo. Satanás no sabe qué va a pasar, lo único que sabe es que ya fue derrotado, que ya fue vencido. Por eso la maldad, por eso la destrucción de hogares, de familias, destruye todo lo que revela a Dios, pero Satanás aunque tiene poder sobre este sistema no sabe lo que va a venir.

Faraón está perturbado, ve lo que va a pasar y siente que no tiene el control de lo que va a venir, manda a buscar hechiceros, adivinos, a sus principados de maldad y ninguno sabe nada acerca de sus sueños. Pero de repente un copero que trabaja como funcionario público le menciona que hay un hombre en lo profundo de la cárcel que porta una promesa de colores y que revela sueños.

El faraón lo manda a llamar a José para que le interprete su sueño, le cuenta que ve siete vacas gordas y siete vacas flacas, siete espigas gordas y siete espigas flacas. José le dice a faraón que la tierra por siete años será juzgada y habrá siete años de abundancia y siete años de escasez. Entonces, faraón está preocupado por lo que vendrá, pero José le propone de guardar lo que se tiene por siete años y administrarlo, para poder tener en los tiempos en que falte. A faraón le parece una muy buena idea la propuesta de José, entonces le quita la ropa de preso y le coloca la ropa de un rey, se saca su corona, le pone su anillo. Y ahora por tercera vez José es desnudado para volver a ser vestido.

Está en el pináculo de su vida, está gobernando todo lo conocido, el recuerdo del dolor de lo que le hicieron sus hermanos está lejos, tiene todo el poder y la autoridad. La palabra comienza a cumplirse, en la tierra hay hambre y los que vendieron a José, sus hermanos, llegan hasta el lugar pero no lo conocieron pues estaba vestido con ropa de faraón egipcio, no se dan cuenta que es su hermano pues pasaron años. José los pone a prueba de una manera extraordinaria, hay un conflicto en su corazón, no sabe qué hacer, pero en la escena final se encuentra frente a sus hermanos y a su hermano menor Benjamín.

Entonces, allí no son las circunstancias, no es el faraón, no es la tentación lo que le arranca la ropa, sino que en ese momento se despoja de la ropa él solo declarándole a sus hermanos que era José, llora y los abraza. José reconoce que sus hermanos no lo vendieron a los madianitas, sino que fue Dios quien tenía un plan de colores con su vida. José perdona a sus hermanos y los restituye, pone en práctica la ley de la restitución, es Jesús diciendo en la cruz: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! Es la ley del verdadero arrepentimiento.

Dios está buscando todo el tiempo desnudarnos de nuestra maldad y el infierno está todo el tiempo poniéndonos capas y capas de pecado, de culpa, de orgullo, de soberbia.

El arrepentimiento y el perdón actúan de la misma manera: de ida y de vuelta. Aquella persona que ha producido un daño, que ha lastimado a los demás —de buena o mala manera— y se arrepiente pidiendo perdón, aún no ha completado el acto si no hay restitución.

De mirar a aquellos que lastimamos y pedirles perdón, no debemos hacer méritos propios, no tenemos que cargar con la opinión de los demás, sino tener la capacidad de romper nuestro corazón. Para José no fue fácil, lo que hizo no fue para sus hermanos, sino fue para él, entendió que su sufrimiento tenía un propósito, que era preservar con vida a toda su familia, que su sufrimiento tenía sentido, que era proveer para que todo un pueblo sea salvo. Cómo en Cristo la historia tiene sentido, podemos mirar al que nos lastimó y perdonarlo, cuando hay una verdadera restitución quedamos libres. Vivimos en un tiempo donde cargamos con capas y capas de culpa, de religión, de orgullo, del pasado y parece que estamos tan abrigados, que terminamos asfixiados.

¿Cuándo funciona el arrepentimiento? Cuando, habiendo hecho daño a otro, desnudamos nuestro corazón reconociendo el daño, y no solo pedimos perdón, sino que también restituimos. Debemos quebrar nuestro corazón, porque cuando Dios nos hace nuevos, nos perdona, nos hace una nueva criatura y nos da la capacidad de restituir.

José entendió que debía aprender a viajar ligero y cuando llega al final de su vida, teniendo la oportunidad de aplastar a sus hermanos, no deja que la circunstancia lo despoje. Él mismo se despoja, se desnuda, rompe con aquello que lo está atando. Después de todo es lo que hizo Jesús. ¿Por eso, qué ofensa es tan grande para que nos apartemos del propósito? Creemos que no existe, muchas veces utilizamos la ofensa como excusa para pecar con libertad, la utilizamos para direccionarnos hacia lo que nuestra carne quiere.

Por eso, es tan difícil de soltar la ofensa, porque la ofensa es un lugar seguro donde nos podemos esconder, pero si tenemos un verdadero encuentro con Jesús encontramos sentido a la historia de nuestra vida. Entendemos que no somos únicos, que somos parte de un plan extraordinario y que si nos despojamos de la ofensa desnudando nuestro corazón delante de Dios entendemos que debemos hacer todo lo que está al alcance de nuestras manos.

Las vestiduras de José eran una profecía de la historia de su vida.

“No podemos escondernos. Debemos romper nuestro corazón, arrancar las vestiduras y ver lo que Cristo tiene para nosotros. José es parte de la historia de nuestras vidas; es un reflejo de un Dios que nos está buscando y que le da sentido y propósito a todo lo que somos. Jesús vino para salvarnos y para trazarnos el camino, para que el Padre venga a habitar en la tierra.”

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