
8 de junio de 2025
Estamos hablando de encontrar a Jesús en el Antiguo Testamento. Vamos a hablar de cuando danzó el rey David, quien es un tipo de Jesús: es rey, profeta, sacerdote y pastor. David es la sombra de Cristo que ha de venir y, aun con todos sus defectos e imperfecciones, es el que mejor logra reflejar el corazón de Jesús. David profetiza acerca de Jesús; de hecho, cuando hablamos de Jesús, hablamos como la raíz de David. ¿Qué significa? Que Jesús era antes de David, Jesús era el predecesor, era la esencia que le dio a David todo lo que él era, pero que también está después de él.
Son muchos los episodios de la vida del rey David que nos revelan momentos, como el momento en el que él lleva el arca, la cual era la referencia que Moisés había recibido como parte de Dios para establecer delante del pueblo. El arca era el símbolo de que Dios no quería estar ni arriba ni abajo, sino que quería estar con y en el pueblo. Dios le manda a Moisés a construir una referencia palpable de que su presencia estaba; era apenas un objeto inanimado, una representación. Sin embargo, Dios le da tanta importancia que la reviste de su presencia, y aun siendo un objeto inanimado, simboliza su manifestación entre el pueblo.
Era una caja de madera, como la cruz que cargó Jesús; era un lugar donde se sacrificaba, como el sacrificio que Jesús hizo. Estaba revestida de oro y tenía dos querubines que adoraban, como ahora en el cielo. Jesús está en el cielo y está rodeado de querubines que declaran: ¡Digno es el Cordero! Adentro del arca había maná que había sido guardado. Sabemos que Jesús es el pan de vida. Adentro del arca también estaba la vara de Aarón que reverdeció. Sabemos, por la historia, que el sacerdote Aarón toma una vara muerta de almendro, la coloca frente a otras varas, y esa vara de almendro reverdece dando frutos, almendros y flores. Lo que estaba muerto, entonces, resucita, como Jesús lo hizo. También estaban las tablas de la ley, la que Jesús vino a cumplir.
Eso que solo era una referencia física, que representaba la presencia de Dios, era tan poderoso que los judíos le tenían un tremendo temor. Solo una vez al año un sumo sacerdote se acercaba para tocarla, quien debía estar purificado. Era tan fuerte y tan poderoso. Una de las cosas que el rey David hizo muy bien era que él sabía que, si quería que la nación entera, el pueblo de Dios, triunfara, la presencia de Dios tenía que ser el centro del pueblo y no él. La presencia de Dios tenía que ser el epicentro de todo lo que estaba sucediendo.
El problema es que los judíos, así como nosotros, solían olvidar lo que realmente era importante, al punto que habían perdido el arca; se la habían robado. Lo más importante, lo que referenciaba a la presencia de Dios, ya no estaba. Los enemigos atacaron, ellos respondieron en un momento en que no debían responder, y como trofeo de guerra, los filisteos se llevaron el arca. Era tan fuerte esa arca que, cuando los filisteos la robaron, tributándosela a su dios —un dios perverso a quien le ofrecían sacrificios humanos y que estaba representado por una estatua gigante—, a la mañana siguiente de haberla dejado allí, ese dios estaba quebrado en sus piernas, arrodillado frente al arca. Intentaron devolverla y no pudieron; la arrojaron por otro lugar, pues sabían que, si se la devolvían a los judíos, estos les vencerían. Con ellos no funcionaba.
En ese proceso, David entiende que el lugar del arca es el centro de su ciudad. Descubre que había una manera de transportar la presencia de Dios. El arca termina temporalmente en la casa de Obed-edom, quien entiende que lo que está alojando en su casa no es una cosa, sino una persona. Lleva el arca a su casa y habla con su familia para poder honrar la presencia de Dios, viviendo de acuerdo con lo que determina su palabra, y de repente, esa caja dorada que representa la presencia de Dios produce bendición en la casa de Obed-edom. David entiende que no la puede transportar como él quiere. Descubre la forma y la conduce al centro de la escena de su pueblo. David es quien conecta el cielo con la tierra.
2º Samuel 6:12-23 (RVR)
David es el tipo de Jesús que une el cielo y la tierra. Esta historia es la referencia de uno de los primeros Pentecostés. Para nosotros, esta fiesta es el día en que el Espíritu Santo cayó, en Hechos capítulo 2. Pentecostés, para los cristianos, es la referencia del nacimiento de la Iglesia, pero el original es el Shavuot, que es la fiesta agraria hebrea de los primeros frutos. Son cincuenta días después de las Pascuas; es una fiesta de color, llena de alegría.
Después está la fiesta de los Tabernáculos. Pareciera que las tiendas, para Dios, son importantes porque nos recuerdan que somos extranjeros y peregrinos. Dios no elige templos, ni palacios extraordinarios ni extravagantes. Por eso, el arca no está en un palacio, ni en el tabernáculo. Dios ve con agrado que David le haga una tienda en el centro de su ciudad, para que la presencia de Dios tenga un lugar como habitación permanente.
Dios ama las tiendas, los pesebres, ama los lugares simples donde su presencia pueda ser el centro, donde pueda sentarse a la mesa y disfrutar.
David entiende que el problema del traslado del arca era que lo había hecho de manera incorrecta, que no se la puede manipular. Por eso, busca la manera correcta. Entiende que el camino que moviliza la presencia de Dios es el sacrificio, que también es una representación de Jesús. A medida que el arca se traslada con los sacerdotes, de la forma correcta, David levanta altares: seis pasos y un sacrificio, donde el cielo se abre y hay alegría. De repente, las jerarquías quedan de lado. El pueblo se une en un solo clamor y, de pronto, este hombre falible, que es rey y sacerdote, empieza a ejercer su oficio. Se quita las ropas reales y, debajo, tiene un efod de lino. Entonces comienza a danzar con alegría y el pueblo celebra.
¿Quiénes son los que celebran junto al rey? La gente simple, criados y criadas, que no tienen oportunidad de estar cerca del rey, gente que no tiene acceso al palacio. Todos comienzan a danzar con el ungido, con el asesino de gigantes, con el que mató a miles. Comienzan a celebrar con una danza, declarando que la presencia de Dios vuelva a ser el centro de la nación. Y detrás de cada paso, júbilo y alegría está Dios. La gloria de Dios llena la nación, llena a la gente. Y mientras él danza, su esposa, Mical, lo mira con desprecio. Menospreció al rey en su corazón. La palabra menosprecio es quitarle el valor real a algo.
Jesús menospreció el oprobio (Hebreos 12:2), cargando la cruz y sacrificándose por nosotros. A Jesús lo golpearon, lo lastimaron, abusaron de él. Cuando era desgarrado en su cuerpo violentamente, esos golpes, esa miseria —que valía un montón, que era lo que nosotros no podíamos soportar—, Jesús le quitó el precio real, declarando que eso no valía nada comparado con el premio que estaba por delante. Él fue desgarrado para quitarle el precio a la muerte, y la muerte —que era imposible, que tenía un valor incalculable— pasó a no valer absolutamente nada, porque el Cordero de Dios fue inmolado por nosotros.
No son muchas las personas que tienen el privilegio de pasar por ridículos delante de la gente por amor a Dios. No son muchos los que se atreven a romperse de tal manera que quiebran los límites de la vergüenza.
Es triste ver que muchos que antes danzaban, que servían, que conducían a otros a la presencia de Dios, se fueron avergonzando. Se pierden y se encierran dentro de sí mismos, creyendo que los demás pensarán que son ridículos. Las miradas de Mical parecen poder más que la devoción de los apasionados.
Menospreciar al rey produce muerte. Mical mira al rey y se avergüenza. David pone el arca en la tienda, hace sacrificio y renueva un pacto de paz, dándole el centro de su casa a Dios, declarando que lo que hizo con Obed-edom lo haría con ellos, sabiendo que donde esté la gloria de Dios, él estaría. Y lleno de alegría volvió a su casa para bendecirla.
Pero Mical cierra la puerta de esa bendición. Lo mira con desprecio. Ella lo menosprecia. David se llena de dolor; tenía otra expectativa con respecto a su esposa. Sin embargo, ella cierra la puerta y maldice sus generaciones. David le hace ver a Mical que ese Dios a quien adoraba era el que desechó el corazón malvado de su padre, y tomando a un pastor roto, lo puso como príncipe de Israel. Ese Dios, que cambió la línea de sangre que estaba trayendo maldición, ahora le estaba dando la posibilidad a ella de ser parte de la historia. David le hace ver a su esposa que, en ningún momento, él dejará de expresarse delante del Rey de gloria, y que aún se hará cada vez más ridículo por amor a su Presencia.
Samuel se encarga de escribir que Mical fue infértil, que la línea de Saúl se acabó en ese momento, que Mical se maldijo a sí misma. El desprecio por la presencia de Dios produce infertilidad: relaciones infértiles, propósitos infértiles, familias infértiles, una iglesia infértil. El menosprecio a la presencia de Dios, el ridiculizarla, produce infertilidad.
David rompe su corazón en el encuentro entre el rey y su esposa. Tal como nos habla Mateo 25, donde relata que habrá diez esposas: cinco vírgenes prudentes que tienen sus lámparas llenas de aceite —ridículas, exageradas, extravagantes—, el esposo viene a la medianoche, pero ellas tienen aceite para una semana. Pero habrá otras cinco imprudentes, que en realidad no saben cuándo llega el esposo, no les importa si viene o no viene.
Cuando el amado viene, las imprudentes se quedan afuera, pero aquellas que, de manera extravagante, tenían el corazón encendido, son llevadas por el esposo a disfrutar por la eternidad. Mical y David reflejan esta historia, porque cuando Jesús venga habrá una iglesia encendida, pero también habrá una iglesia apagada. Habrá gente con el corazón prendido fuego, pero también habrá gente mediocre viviendo una religión.
El tiempo que vendrá será muy difícil, y los vínculos que desarrollamos serán vitales para caminar en medio de la persecución. Serán los que nos sostengan en momentos duros. Por eso, el Espíritu Santo sella esos vínculos, está con las personas que deciden construir en santidad, que le dan valor a la presencia de Dios. Por eso el arrepentimiento sana; podemos pedir perdón y perdonar.
El tema es que tenemos la seguridad de que Jesús viene. Habrá una iglesia esperándolo, y lo que nos toca decidir es cuál va a ser la condición en la que nosotros estemos. Es peligroso el menosprecio por la presencia de Dios, porque no solo produce esterilidad, sino que nos enfría el corazón y nos hace creer que estamos seguros en nuestra torre, en el palacio. Mientras el rey está danzando, en vez de venir a danzar con él, somos los críticos expertos de todas las situaciones, y eso nos termina consumiendo.
No solo era la danza de David, sino que también celebra con el pueblo y le da a la gente pan, carne y una torta con pasas: el pan de vida que se parte, la carne —el cuerpo que es rasgado para que tengamos libertad—, y pan con pasas, que es postre. Les da para que disfruten y bendigan sus casas y familias, pues la gloria de Dios se había derramado. Cuando el Pentecostés llega, todos fueron llenos del Espíritu Santo, todos fueron consumidos por la presencia del Señor (Joel 2:28). Todos danzaban en la presencia de Dios: la gente simple y sencilla, pero que honraba su Presencia.
Mical es un tipo de la iglesia que desprecia la presencia del Rey. Es una esposa infiel que se aferra a la historia antigua y desprecia la presencia del Rey. Es la esposa que no danza, que desprecia el lugar que el Rey le dio en su corazón. A David le costó muy cara Mical. Tuvo que matar a un gigante para conquistar su amor. Por eso la relación entre ellos era importante. Mical, para David, era trascendente; fue un premio que se ganó en la batalla. Su corazón estaba enfocado. Sin embargo, tiene que soltarla porque no comparte la Presencia de Dios. No la dejó, no se divorció: siguió siendo su esposa, pero sin compartir la Presencia de Dios.
Dios valora la unión en matrimonio porque refleja el vínculo que Él tiene con la iglesia, y el vínculo que la iglesia tiene con Él. Es un pacto donde no hay opción, hay vida, hay entrega permanente; y así, hay un disfrute permanente. No es una imposición religiosa para maquillar los pecados. No nos casamos por tradición: construimos relaciones selladas con la sangre del Cordero.
Debemos cuidar y honrar la presencia de Dios en nuestras relaciones, en nuestros grupos de vida, en la iglesia. Sin la presencia de Dios no tenemos nada. No la menospreciemos. No le quitemos valor.
David reconoce que, si a causa de la presencia de Dios debe rebajarse más, no le importa ni su corona ni sus vestiduras. Por causa de aquel que lo eligió cuando no era nada, por Aquel que le dio una vuelta a su línea de sangre, por aquel que lo tomó siendo un pastor y lo transformó en un rey, por aquel que lo introdujo en su línea de sangre estaba dispuesto a hacerse aún más vil.
David se apena porque Mical menospreció al rey. Qué distinto hubiera sido si ella hubiese danzado junto a su esposo. Tal vez si eso hubiera ocurrido, no habría sucedido lo de Betsabé. Tal vez otros hijos no hubieran terminado lastimados. Una iglesia que menosprecia la presencia de Dios trae esterilidad, maldice las generaciones. Pero, de repente, David declara que las criadas que lo estaban mirando entenderán que es hermoso danzar con el rey. No era una danza frenética, no era un éxtasis de locura. Era una danza que celebraba la presencia de Dios, una expresión física de que Dios estaba. De que lo que se había perdido, se había hallado. De que su gloria era la habitación. Era la danza de quien es integrado a una nueva historia. Era saber que todo estaba resuelto en Él.
Es la misma danza que se va a bailar cuando Jesús regrese y el Espíritu Santo cante la mejor de las canciones, cuando el cielo se vuelva a unir con la tierra, y el Amado de las naciones se encuentre con la iglesia, con los redimidos, y vuelva a danzar en la tierra. Y todos recibamos pan, carne y pasas para reinar para siempre con Él.
¿Qué pasó que ya no danzan?
¿Qué pasó que solo hay alegría cuando viene algún cantante conocido, cuando las luces golpean fuerte, o hay un congreso y la gente paga?
Es hermoso, y damos gloria a Dios por ello. Pero parece que la alegría ya no la produce tanto el Rey ungido, sino que la producen todos los accesorios.
De repente, se perdió esa alegría espontánea porque el Rey está entre nosotros: en una casa de oración, en el living de nuestras casas, mientras vamos caminando por las calles. Mucho de lo que Jesús vivió fue en las calles, donde veía el dolor de la gente, de cómo el sistema los afectaba. Veía las situaciones y meditaba. Entonces, cuando llegaba, predicaba con simpleza de lo que aprendía en el camino. Por eso era un Rabí asombroso: tenía intimidad, pero también tenía kilómetros.
En esa danza movible, el rey David veía lo que va a venir. Estaba profetizando el retorno de Jesús. En cada sacrificio, en cada holocausto, en cada paso, estaba declarando que va a llegar el Cordero que dará su vida. El Cordero inmolado, que vendrá por primera vez para vencer a la muerte, pero que se levantará, resucitará y vendrá nuevamente.
David, lo que ve en el Espíritu, lo trata de representar en la tierra. Le pide al Rey de gloria que se quede en su tienda a reinar entre ellos. David se sacrifica para dar toda la gloria al verdadero Rey de Reyes, pidiéndole que se quede a habitar entre ellos. Un Pentecostés. Quizás muchos estuvimos bailando en otra sintonía: al ritmo de la queja, del pecado, de la amargura. Cuando menospreciamos la presencia de Dios, nos movemos a través de esto.
Hay una invitación: el Rey está danzando. Es una danza de alegría.
Por momentos, es lenta y profunda. En otros momentos, es eufórica.
Danza con cantos de amor. Cuando menospreciamos la presencia de Dios, la muerte ocupa su lugar. Cuando menospreciamos la presencia del Espíritu Santo en nuestros hogares, los fantasmas del pasado ocupan su lugar. Los pecados antiguos aparecen.
Donde la presencia de Dios es cuidada, hay una danza que produce vida. Donde la presencia de Dios es honrada, hay sacrificio, hay entrega, hay pan, hay carne, hay pasas, hay disfrute, hay plenitud.
Tenemos que ser parte de esa iglesia que no solo se sirve de la presencia de Dios, sino que no la menosprecia y comienza a danzar.
Para que esa danza empiece a correr por la ciudad, por los hogares, por las naciones.
“El Espíritu Santo nos está invitando a danzar. Paremos de bailar con la música de este mundo, de la queja, del pecado. Vamos a darle valor a su Presencia. ¿Cuándo dejamos de danzar, de apasionarnos?”
¡Mira, el invierno se ha ido, y con él han cesado y se han ido las lluvias!
Ya brotan flores en los campos; ¡el tiempo de la canción ha llegado!
Ya se escucha por toda nuestra tierra el arrullo de las tórtolas.
La higuera ofrece ya sus primeros frutos, y las viñas en ciernes esparcen su fragancia. ¡Levántate, amada mía; ven conmigo, mujer hermosa!
Paloma mía, que te escondes en las grietas de las rocas,
en las hendiduras de las montañas,
muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz;
pues tu voz es placentera y hermoso tu semblante.
(Cantares 2:11–14)
Ven, iglesia amada. Ven y danza conmigo. Y la iglesia responde a la voz del Amado, sabiendo que le pertenece y que son uno para siempre. Vamos a danzar juntos. Vamos a revelar su gloria. Vayamos a la tienda y establezcamos su presencia, para que Él haga de nuestro hogar, de nuestra tierra, su habitación, desde ahora y para siempre.