1º Juan 3:1-10 (RVR)
Juan es muy preciso, es la bisagra de la doctrina cristiana porque establece en sus cartas, en los evangelios y en el apocalipsis todo el movimiento que la iglesia va a tener, estableciéndolo con amor porque todo lo que vivimos es en amor. Son principios en los cuales nos movemos, no son reglas ni leyes. El principio es inquebrantable, por eso Juan los establece en sus cartas.
Juan nos exhorta a mirar, a abrir los ojos para ver cuánto amor Dios nos ha dado para llamarnos hijos, no es lo mismo ver que tener visión pues la persona que ve percibe lo que está delante pero la que tiene visión es la que ve más allá teniendo en cuenta el propósito que hay, y Juan nos lleva a ello, a que tengamos visión del amor de Dios que nos lleva a compartir su naturaleza como hijos.
Jesús murió en la cruz para darnos esa nueva naturaleza, no somos huérfanos, somos hijos, la vida de Dios crece en nosotros y se manifiesta. Así es como cuando Cristo venga lo veremos glorificado tal cual es, la revelación completa de Dios en nuestras vidas es su manifestación. Tenemos el carácter e identidad de Papa Dios, lo cual es un proceso, sabiendo que no somos pecadores porque no es nuestra naturaleza, sino que nos mantenemos en pureza, en justicia. Dios puso libertad de elección en nosotros, no nos quitó nuestra voluntad, por ello nos queda de nuestra parte elegir si optamos por pecar o tomar la naturaleza de Cristo que es sin pecado.
Dios nos pensó desde antes de la fundación del mundo y nos rescató con propósito para ser puros y santos. El término santo significa ser apartado, abstenerse del pecado manifestando la naturaleza de Cristo. Santidad no es infalibilidad, es tener un destino con una visión determinada enfocados en el propósito de Dios, cuando nos distraemos corriéndonos del propósito es cuando menguamos, caemos y pecamos.
Somos transformados todo el tiempo en la naturaleza de Dios, nos enfocamos en ello, no nos permitimos caer en pecado ni ser impuros. Lo que cultivamos es lo que va a crecer en nuestro hogar, vidas y corazón. En esta cuarentena tuvimos que defender nuestra posición de hijo desde casa viendo lo que era realmente esencial e importante. Juan nos hace ver que el evangelio no funciona de otra manera, si pertenecemos a Dios no pecamos y si pecamos somos del diablo. Una cosa es fallar caminando hacia el propósito y otra muy distinta es fallar enfocándonos en lo que no debemos. No estamos libres de equivocarnos cuando perseguimos la voluntad de Dios, pero todas las veces que caemos o fallamos Dios nos levanta.
Juan nos pide que vivamos en el Espíritu aun equivocándonos, porque tenemos a Jesús como abogado justo de nuestras vidas que nos libera de la maldad. En esto ocho meses permanecimos conectados con el corazón encendido para alumbrar y traer claridad. Generamos una nueva cultura transformando los ambientes, impactando en el lugar en donde estamos viviendo la cultura del reino de los cielos.
“Miramos con cuanto amor Dios nos ama y no nos permitimos vivir una vida de pecado, no como una religión, sino que sabiendo que vivimos y manifestamos la naturaleza de Cristo con nuestras vidas. Todo lo que hacemos es enfocarnos en el propósito a pesar de las limitaciones, porque fuimos comprados y redimidos con la sangre de Jesús quitándonos del lodo para convertirnos en un agua fresca para calmar la sed. Nos sacó de una historia de religión, de familias rotas, de abusos, de heridas con propósito, no para encerrarnos en un templo sino vivir en libertad como hijos, nos puso su nombre y apellido para que en medio de un mundo corrupto podamos ser diferentes, puros, justos, santos. Con la naturaleza de Dios creciendo en nosotros vamos transformando la cultura, los ambientes; mas allá de que nos rechacen pongámonos contentos porque el mundo no nos conoce, somos nuevas criaturas. El Espíritu Santo es quien se revela en nuestras vidas para que no solo veamos sino que tengamos visión”