
11 de mayo de 2025
En la Biblia encontramos diversidad de nombres para Dios y cada uno de estos nombres nos revela algo de Él. Porque ponerle nombres a las cosas nos permite cerrar algo, poner nombre nos permite controlar algunas cosas. Nosotros solo podemos gobernar y manejar aquello que podemos nombrar. Aquello a lo que no podemos nombrar lo llamamos “confusión”. Por eso, el Señor nos da a nosotros la autoridad de poner nombre.
El Señor tiene una diversidad de nombres porque Dios no puede ser limitado ni controlado. Por eso, Él es el Nombre sobre todo nombre. En la Biblia se nos revelan muchos nombres de Dios. En el Antiguo Testamento, uno de los términos con los que se le conoce es “El”, que significa Dios. Otro término muy conocido es Yahveh, también escrito como Yahweh o Jehová. Estas son diferentes formas de referirse a un mismo nombre que el pueblo hebreo evitaba pronunciar directamente. Cuando hablaban de Dios, usaban el nombre Yahveh, el cual es el nombre del Dios del pacto; es el nombre con el que Dios se revela a Moisés. Es el Dios que hace pacto con los suyos y lo sostiene.
Cada manera de nombrar o referirnos a Dios nos abre una dimensión de quién es él. Es el inabarcable, inescrutable es decir que no se puede escudriñar. Él se revela a través de nombres que se le atribuyen en la palabra.
Hay tres cosas que significa su nombre, ¿Qué significa orar en el nombre de Jesús?
- Su persona y carácter
Hacer algo u orar en su nombre es hacerlo de acuerdo al carácter de él, es más que representarlo a Jesús, es hacerlo como si el mismo lo hiciera. ¿Por qué? Porque ese es el poder que se nos dio de operar en su nombre. Jesús dice: ¿Qué quiere decir? Que cuando le pedimos algo al Padre es como si se lo estuviera pidiendo Jesús, debemos ser conscientes que cada vez que oramos es como si Jesús lo estuviera haciendo.
Orar en el nombre de Jesús es como que si Dios estuviera escuchando a Jesús.
Orar en el nombre de Jesús no puede ser reducido a pronunciar una formula porque tiene que ver no simplemente en como oramos sino cómo vivimos, porque orar es una manera de vivir. No es un ritual religioso, cuando oramos tenemos que ser coherentes con todo lo que hacemos en la vida, la oración no es un paréntesis para conectar con Dios, es una de las maneras de conectar con Dios, pero toda nuestra vida vive en plena conexión con Él.
Si oramos en el nombre de Jesús, pero no reflejamos su carácter en nuestras vidas, nuestras palabras sonarán vacías. Debemos vivir de una manera que respalde nuestras oraciones.
Y si nuestras vidas respaldan nuestras oraciones hay una conexión en la oración. Lo mismo sucede con la adoración, es una manera de orar pero quizás es la manera más directa de conectar con Dios.
Por eso es importante hacernos de un buen nombre, porque sobre nuestras vidas pesa el nombre de Jesús.
- Autoridad
Orar en el nombre de Jesús significa hacerlo con su autoridad, con la misma autoridad de Cristo. Poner nombre a una persona es facultad del que antecede al que nació, es decir de los padres, pero también es una señal que indica paternidad. Es una señal que indica autoridad e incluso propiedad de parte del que nomina sobre el que es nominado.
Isaías 43 dice: <Israel, yo te puse nombre, mío eres tú> porque nombrar significa ¡esto es mío! darle propiedad. Nombrar es una forma de gobernar, a Adán y Eva se le dio el poder de gobernar la creación pidiéndoles que sojuzguen a la creación y una manera de hacerlo es poniéndoles nombres a todos los animales que habían. Es decir, gobiernen lo creado, ejerzan dominio.
Operar bajo el nombre de Jesús es estar bajo su autoridad y por lo tanto es operar con esa misma autoridad. Nosotros operamos en ese nombre, no en el nuestro.
Si no estamos bajo la autoridad de Jesús, por más que lo pretendamos, gritemos y hagamos, nuestras palabras estarán vacías. El mundo espiritual reconoce esa autoridad, cuando nos plantamos en el nombre de Jesús, tienen nuestro nombre, el mundo espiritual nos conoce. Debemos saberlo y tenemos que honrar lo que significa operar en el nombre de Jesús. El gana un nombre que está por encima de todo nombre.
Nosotros operamos en ese nombre, no en el nuestro. En tercer lugar tenemos
- Su Misión
El nombre de Jesús resume la esencia no solo de su carácter, sino también de su tarea.
¿Qué significa Jesús? Significa: Salvador, y llamaras su nombre Jesús porque el salvara a su pueblo de sus pecados. (San Mateo 1:21) Cuando actuamos en su nombre lo hacemos de acuerdo a su propósito y no por nuestra cuenta, no podemos usar el nombre de Jesús otra vez como un conjuro mágico para obtener nuestros caprichos.
El nombre de Jesús opera con toda su potencia cuando estamos enfocados en su misión, en lo que Él quiere hacer: bendecir a otras personas, deshacer las obras del diablo, desarmar el infierno y traer la bendición del Reino de Dios al presente —a las familias, a las ciudades y a todo lugar adonde vayamos en su nombre.
Vamos a mirar algunos nombres y títulos de Jesús que tenemos en el Nuevo Testamento. San Mateo 1:21-23 (NVI). Jesús significa Salvador es un nombre maravilloso. A veces estamos tan acostumbrados a las cosas que perdemos la profundidad y el significado que esto tiene.
Jesús es quien nos salvó, quien nos salva y quien nos seguirá salvando.
Isaías 7:14
Nos habla acerca de Emanuel, es una promesa que Dios le hace al rey de Israel, en ese momento era Acaz, que habría un libertador que literalmente se llamaría Emanuel, quien lo concebiría una virgen. Era una promesa para el aquí y ahora de ese pueblo, para ese rey, pero también era una promesa que apuntaba para más adelante.
Mateo cuando escribe el evangelio en el Nuevo Testamento toma esa promesa y la aplica a Jesús, él se va a llamar Jesús, pero acá lo que se está cumpliendo es esa profecía que dice: . Cuando leemos el evangelio de Mateo tenemos esos dos nombres maravillosos “Emanuel y Jesús” Dios con nosotros y Salvador. ¿Por qué? Porque el Dios que nos salva nos está salvando todo el tiempo.
Por esto, no lo podemos dejar al Señor porque afuera de Dios estamos nosotros y no somos muy buenos llevando adelante nuestras vidas. La manera en que Dios nos salva no es tirando un salvavidas, tirando una soga o mandando gendarmes, la manera en que nos salva es viniendo Él mismo, Emanuel, haciéndose presente en medio de nosotros. Por eso, en el evangelio de Mateo comenzamos con quien es el Señor, Jesús es Emanuel, es Dios quien nos visita. Jesús es Dios con nosotros y al final del evangelio de Mateo en lo que conocemos como la gran comisión, escuchamos a Jesús decir:
Es interesante lo que aparece en el medio del evangelio de Mateo, en el capítulo 17 cuando ocurre la transfiguración, donde suben a un monte y Jesús resplandece. También aparecen Moisés y Elías hablando, entonces los discípulos se quieren quedar ahí, pero cuando bajan se encuentran a un muchacho endemoniado, al cual los discípulos quisieron liberarlo pero no pudieron. El padre hablando con Jesús le hace ver la situación y ahí es donde Jesús exclama < ¿hasta cuándo estaré con vosotros?>. Emanuel está diciendo esto, el Dios que siempre está, aquí exclama ¿hasta cuándo estaré con ustedes? Algo pasa en la cruz que este Jesús Emanuel que está diciendo ¿hasta cuándo los tendré que soportar? Después dirá estaré todos los días hasta el fin del mundo.
Uno de los pasajes más bellos desde la pasión de Cristo se encuentra en Mateo 27:45, Mateo es el único que registra estas palabras “desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó en oscuridad, como a las tres de la tarde (que debería ser pleno sol pero hay oscuridad) Jesús gritó con fuerza, Eli, Eli, ¿lama sabactani? Que significa: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué dice esto Jesús? ¿Por qué Emanuel le dice a Dios que lo ha dejado? El nombre de Dios en el Antiguo Testamento, el nombre Yahveh tiene una particularidad interesante, porque Yahveh que viene del verbo ser en hebreo, significa: “Yo Soy o estoy”. Los verbos en hebreo se conjugan por la intensidad de la acción.
Entonces cuando el Señor se le revela a Moisés diciéndole: le está diciendo que Él Es y además está. Conecta dos conceptos, trascendencia – el Dios que existe, lo cual a Moisés no le importa demasiado, porque en esa época nadie dudaba de que Dios existía. Entonces, la pregunta en todo caso sería ¿Quién sería Dios? Es Yahveh, es Baal, o Moloc, pero no existe tal cosa como el ateísmo que aparece en la edad moderna después del siglo XVI, bastante nuevo.
En tiempos antiguos, creer en Dios era algo común. Por eso, cuando Dios se le revela a Moisés y le dice: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14), desde nuestra perspectiva moderna tal vez lo entendemos como una declaración filosófica.
Sin embargo, lo que Dios le estaba diciendo a Moisés era mucho más que una definición abstracta: le estaba revelando su naturaleza eterna y activa. “Yo soy” significa: Yo soy el que está, el que estuvo y el que estará. Soy el que siempre es. El Dios que fue, que es y que será. Este es el Dios que se reveló a Moisés: el Dios eterno, presente en todo momento, fiel a su pacto, cercano a su pueblo.
El que es, El que era y El que ha de venir en Apocalipsis es una construcción que está escrita con una gramática equivocada intencional para conectar el que era, el que es y el que ha de venir con este nombre de Dios en el Antiguo Testamento, el que siempre fue y el que siempre va a estar con ustedes.
Ahora lo que le importa a Moisés y al pueblo no es solo que Dios existe, saber que existe no le cambia la vida a nadie, ellos necesitan saber que ese Dios está con ellos, que no se moverán si ese Dios no va con ellos, que si su presencia no los acompaña. Moisés no se movería hacia ningún lado, por eso el Señor le hace ver que su presencia los acompañaría y le daría descanso. Siempre fue el Dios que quiere habitar y caminar en medio de su pueblo, siempre fue su intención siempre fue parte del programa histórico de Dios habitar en medio de los suyos.
Él es el Dios que siempre está presente, siempre fue Emanuel. La historia termina con la Nueva Jerusalén bajando del cielo, no llevándose gente al cielo, sino bajando del cielo para que Él habite en medio de nosotros.
Dios quiere habitar con nosotros, estar presente en medio de su pueblo. Pero entonces, ¿Cómo es posible que a este Yahveh —el Dios que siempre está— Jesús le diga: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Este pasaje nos sacude. Nos desafía en medio de nuestras teologías, certezas y seguridades. Es un texto complejo, provocador. ¿Qué está diciendo Jesús? Jesús está citando el Salmo 22, que comienza como un grito de angustia pero termina como un canto de victoria (vv. 29–31). Este salmo nos lleva del abandono al triunfo, del dolor a la gloria. Todo lo que deseamos de Cristo —su poder, su redención, su vida— tiene como centro la cruz.
En ese momento único, a pleno mediodía, cuando la oscuridad cubre toda la tierra, está siendo crucificado Emanuel, “Dios con nosotros”. Y en esa hora de tinieblas, Jesús clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46) No es un grito de desesperanza, sino de cumplimiento. Es el eco de un salmo que comienza con dolor, pero que termina proclamando la victoria de Dios para todas las generaciones.
¿Qué es el abandono del Padre? Para muchos teólogos este es el momento que Jesús bajo a los infiernos, a arrebatarle al diablo la llave de la muerte y la vida, el poder sobre la muerte y la vida. ¿Por qué este es el momento para algunos en que Jesús desciende a los infiernos? Hay muerte, hay un profundo silencio, hay oscuridad, hay un clamor de abandono y desamparo que se convierte en un grito de dolor y al mismo tiempo en un canto de esperanza. Es un festejo de victoria, porque eso es el Salmo 22.
En este clamor de Jesús aparece verdaderamente el abismo de la soledad del hombre como tal, del hombre que en lo más íntimo está solo, esta soledad que por lo general la cubrimos con entretenimiento y de muchas maneras. Significa al mismo tiempo una contradicción en nuestra esencia como seres humanos porque el humano no puede permanecer solo, pues necesita comunión, fue creado para la comunidad, por lo tanto la soledad para el ser humano es la esfera del miedo.
El miedo aparece cuando nos damos cuenta que estamos tan solos que ninguna mano amiga está al alcance, ninguna voz amiga llega. El verdadero miedo del hombre no es el miedo de algo, es el miedo en sí mismo, eso es el infierno. Porque el temor a algo a fin de cuentas puede ser resuelto, pero hay algo más profundo: el hecho de que el hombre cuando encara la soledad definitiva no tiene miedo de algo determinado, sino que tiene miedo de la soledad absoluta que se lo traga, de la inquietud, de la suspensión de la propia esencia. Es decir de dejar de ser, de perderse en el abismo de la soledad absoluta, eso es algo que no se puede superar racionalmente, es el estar a solas con la muerte, en la siniestra sensación de la soledad misma.
Nos cuesta comprender la soledad en estos términos, quizás no la hemos experimentado demasiado, aunque a veces tocamos ese lugar infernal y nos sentimos absolutamente invisibles, solos, desamparados. Y ahí surge el miedo, que nos muestra los dientes, el miedo de la muerte, porque muerte en hebreo es separación, es internarse en la nada misma, la ausencia es la nada que nos vomita de la nada y cada vez más nada. Es algo desesperante y nos cuesta comprender racionalmente porque estamos hablando de un concepto que quizás hay que sentirlo. Quizás algunos han pasado por este desierto de la muerte, de la soledad, del desamparo más de una vez.
Debemos aprender que lo que nos salva es ser comunidad, es tener familia.
Hay una puerta que podemos atravesar solo en soledad, la puerta de la muerte, la muerte que es la soledad por antonomasia, pero aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar eso es el infierno. El infierno es estar solo, el infierno es la ausencia de Dios.
La muerte que antes era el infierno ya no lo es más, porque en el corazón de la muerte ahora entró la vida, porque ahora el amor entró en la boca de la muerte y le arrancó los dientes para siempre.
Volviendo a la cruz, Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad, en su pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado, ahí donde no se puede escuchar ninguna voz, está El y de este modo el infierno está superado. ¿Dónde está muerte tu aguijón, donde está sepulcro tu victoria? La muerte es absorbida en victoria.
Jesús entro al infierno, bajo al seno de la muerte y cuando la muerte le mostro los dientes y se lo quiso tragar, Jesús se tragó a la muerte y trajo para nosotros la vida. Un teólogo menciona que “la muerte que nos remite a la morgue, Jesús la convirtió en una sala de partos” ahora donde había muerte nosotros encontramos que es un camino a la vida, eso es lo que Dios es capaz de hacer con nosotros. Por eso, él es Emanuel porque nunca nosotros estamos solos y aun cuando atravesemos la instancia final.
Cuando un día la muerte golpee nuestra puerta, hay alguien que viene a tomarnos de la mano diciéndonos ¡vamos a casa! Por eso es Emanuel, por eso Cristo resucitado, el que antes dijo: ahora puede decir:
En el grito de abandono de Jesús todos nosotros recibimos comunión y presencia.
Nunca ninguno de nosotros está solo, nunca ninguno de nosotros atravesará la muerte en soledad. Él lo hizo para que ninguno de nosotros tuviera que volver a pasar por eso. Él es un Salvador, uno que viene a estar con nosotros. En Apocalipsis 7 la multitud grita que Jesucristo es nuestro Salvador, ese Cristo que pelea por nosotros.
El Salmo 23 es Emanuel, el Señor es nuestro pastor, nada nos faltará, en lugares de delicados pastos, junto a aguas de reposo y por senderos de justicia por amor de su nombre nos hará descansar. Pero también en el valle de la sombra y de la muerte, su vara y su cayado nos infundirán aliento y el pastor que camina en el reposo, en la fortaleza y en la justicia. Cuando de repente entramos al valle de la sombra y de la muerte, no se va, está ahí para infundirnos aliento.
Y en el Salmo cuando uno sale del valle de la sombra y de la muerte ¿a dónde está? En un banquete, el Señor prepara un banquete en presencia de nuestros angustiadores, unge nuestra cabeza con aceite, nuestra copa está rebosando. El bien, la bondad y el amor leal de Dios nos van a seguir todos los días de nuestras vidas porque tenemos casa. Ninguno de nosotros está solo, es uno de los nombres más hermosos .
Nuestra salvación es saber que no estamos solos, lo único que nos saca del infierno es saber que alguien estará siempre con nosotros. Ese es Jesús, nuestro Salvador.
La palabra nos menciona que Jesús es la palabra encarnada y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14) Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso. El primero y el último, porque todo tiene que ver con Cristo, pues las cosas empiezan en Cristo y hacia donde se dirigen: Cristo.
Colosenses 1:15-20 (NVI) Él es el primogénito de lo creado, él es esa palabra que le dio forma al mundo, cuando Dios dijo que sea la luz, ese logos, esa palabra es Cristo. Por el fueron creadas todas las cosas pero además fueron creadas para él, pero además en él adquieren coherencia, en Cristo se entiende la creación, se entiende todo. Jesús es una primicia, un anticipo, una garantía y una primera muestra de lo que va a pasar. El primogénito de nacimiento, mentalmente nos lleva a la sala de partos, pero primogénito de los muertos que nos dice lo contrario nos lleva a la morgue, ¿desde cuándo la vida puede nacer de la muerte?, desde que Cristo bajo al infierno y resucitó. Cristo cambió la morgue en sala de parto. Primogénito nos avisa que como resucito él, seremos también resucitados.
Nosotros somos sus hermanos, las primicias de la resurrección. Esto nos asegura que habrá una cosecha final, ya anticipada y confirmada en las primicias. No se trata solo de duración, sino de esencia. Es la vida del Reino de Dios, una vida con el estilo, la plenitud y la realidad del reino venidero, que ya ha comenzado en Cristo.
La resurrección de Jesús no solo garantiza la nuestra, sino que también la prefigura. Cuando hablamos de vida eterna, solemos pensar en “vivir para siempre”, pero en realidad significa algo más profundo: una vida de otra calidad.
Debemos distinguir resurrección de lo que podemos llamar volver a la vida, Lázaro o la hija de Jairo ya estaban muertos y volvieron a la vida biológica. La experiencia de la resurrección de Jesús no es volver de la muerte a la vida biológica, es una irrupción de la vida eterna en la historia. Jesús no volvió de la muerte, la atravesó y se la tragó para siempre. Jesús es la fuerza del amor incondicional de Dios que se meten en el medio del infierno y desarma y desarticula todos los planes del diablo para arruinarnos la vida, para arruinar nuestra familia y resucita a una vida extraordinaria, lo cual es primicia para todos los que creen,
El primogénito de entre los muertos, el primero para que todos tengamos la preeminencia. Por eso, es el nombre que está sobre todo nombre, por eso es Dios con nosotros, por eso es Alfa y Omega, es el principio y el ultimo, es el que le da sentido a todo, porque pocas cosas son tan difíciles de entender como la muerte. Pero Cristo vuelve a significar la vida, la historia, ¿qué pasa cuando perdemos un ser querido? ¿Cuánto duele un ser querido? Frente a la realidad de la muerte, nos visita el miedo, volvemos a sentir soledad y desamparo. Necesitamos manos amigas que nos digan acá estamos.
Con él en el centro todas las cosas adquieren coherencia. La muerte no tiene poder sobre nuestras vidas, pues hemos puesto la fe en él. Cristo hace que todo tenga sentido.
Muchas veces nosotros queremos entender todo, queremos controlar todo pero no entendemos ni controlamos nada, debemos entender a “Cristo” porque Jesús dijo: . Jesús cambió la muerte de pérdida a ganancia, porque ¡para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia! Solo Jesús puede hacer algo así.
Si movemos a Cristo del centro y lo ponemos un poco en la periferia de nuestras vidas, hagamos de Cristo un amuleto para que nos vaya bien. Tengamos a Cristo en una especie de Dios de ferretería que vamos a buscar cuando necesitamos algo. Entonces, cuando se ponga todo complicado, no vamos a entender nada, pero si lo traemos al centro.
Aunque no entendamos todo, entendemos lo suficiente en Cristo para salir caminando con sentido de propósito, de destino profético y plenitud de vida abrazando la vida del reino venidero, sabiendo que Emanuel camina con nosotros.
Salmos 45
La belleza es una cuestión de carácter, porque no hay nada más hermoso que Dios y él es invisible, así que la belleza de Dios nos remite a como es Dios. Es el más hermoso de los hijos de los hombres. No estamos hablando de una categoría estética, estamos hablando de carácter cuando decimos belleza. La belleza nos lleva al amor compartido con el dolor, el mundo será salvado hoy y siempre mientras esto exista.
Isaías 53
Nos habla de Jesús y de su obra en la cruz. Dios en la cruz descarga el juicio completamente sobre Jesús. Un juicio de Dios es una manera en que administra la historia, todo juicio implica una transferencia. Jesús gritó: para que ninguno de nosotros jamás tenga que atravesar la muerte en soledad, ya lo cargo él y a nosotros nos transfirió su compañía. En su pobreza nosotros fuimos enriquecidos.
Él es la estrella resplandeciente de la mañana, la noche pasa y ya viene un amanecer de un nuevo día. Caminamos juntos hacia ese amanecer, el de la libertad, el amanecer del que ya tuvimos primicias del resucitado y nosotros somos anticipo para las generaciones. Nos convertimos en señal profética para otros al estar en Cristo y caminamos juntos hacia el fin de la historia. No flotamos como una hoja en el viento.
Sabemos a dónde vamos si estamos en Cristo, con él toda la vida adquiere su significado más profundo. No hay sabiduría más alta que conocerlo a Cristo.
Filipenses 2
Debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres en el que podamos ser salvos. Todo lo que se pueda decir está en Cristo, concentra todos los tesoros de la sabiduría y del entendimiento. A nosotros nos fue dado un nombre, para que lo llevemos a todos los rincones de la tierra, el único nombre debajo del cielo en el que podemos ser libres del infierno de la soledad, de la frialdad de la muerte, de la angustia de la ignorancia. El único nombre que puede salvarnos. Nuestra identidad de marca es Jesucristo y esa nos fue dada. Ahora nos invita a vivir bajo el poder de ese nombre, en la fuerza y belleza de su carácter, en la autoridad del que se sentó por encima de cualquier dominio, caminando con él haciendo la misión hasta el amanecer del fin de los tiempos.
No hay otro nombre. Ninguno que resuene en el universo con la fuerza de millones de millones y millares de millares que desgarran sus gargantas celebrando ante el trono. Ninguna era ha escuchado, ni en la más intrincada curvatura del tiempo, un nombre con la potencia de aquel que doblegó los dominios del infierno y destruyó a la muerte para siempre.
No habrá memoria, en las historias milenarias, ni leyenda o saga que, en su imaginería, alcance un lenguaje suficiente para otorgarle la honra que este nombre merece. Nadie lo habrá oído, ni perforando las profundidades de lo profundo. No existe nombre alguno que inspire el lenguaje de los redimidos y provoque un estallido de adoración cósmica al final de los tiempos.
Jamás será pronunciado —ni por los labios de los sabios ni de los eruditos— un nombre que encierre en su esencia todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. No se revelará nombre semejante; no uno en el cual converjan todos los significados de todos los himnos, de todas las edades. Ningún alfabeto puede definirlo. Es el Alfa y la Omega al mismo tiempo.
Nunca escucharás un nombre, ni en la altura más inexpugnable, que libere en el corazón de los quebrantados la energía apasionada de una devoción absoluta. Nadie podría inventar un nombre así. No uno como este, que encarne la belleza irresistible de la gracia y, en la locura de una cruz, decodifique los propósitos eternos para todos.
Porque no hay otro nombre. Ninguno, bajo el cielo, dado a los hombres, ante el cual el universo se rinda y cada célula viva tiemble al pronunciarlo. Jamás existirá un nombre por encima de este nombre. Ninguno que haya sido nombrado, ni que pueda ser nombrado.
Un nombre como el nombre de JESÚS: el nombre que puede salvarnos.