¿Seré yo?

23 de marzo de 2025

Estamos cerrando este trimestre con la lectura del evangelio de San Lucas.

San Lucas 22:7-30

Recordemos el huerto del Edén, un jardín que provee alimento, el fruto de la vida, pero nosotros elegimos comer de otra mesa. Y desde ese lugar a lo largo de la historia se tienden dos mesas, una es la mesa de Jesús y otra la mesa de este mundo (la mesa del pecado, la mesa de Babilonia, la mesa de este sistema). Una de las cosas que nos empujó a Dios es que estábamos en la vida cansados de comer basura, cansados de comer la misma comida de religión que pierde su sabor, cansados de comer éxitos fáciles, de placeres que no nos llenan, de comer del fruto del pecado y hambrientos por la vida, alguien nos condujo a la mesa de Jesús.

Cuando nos sentamos a su mesa, encontramos un lugar que Él pagó con su sangre y un pan que no solo sacia el hambre, sino que también nos da propósito y destino.

La mesa de Jesús es muy importante porque es el punto de partida de todo, es el lugar donde él abre su corazón, es el espacio de comunión que se abre delante de nosotros. A lo largo de la Biblia en todas las historias bíblicas Jesús nos muestra la importancia que tienen las mesas. Daniel decidió no contaminarse con la comida del rey, decidió comer de la mano de su Señor, una comida limpia, santa, que alimenta, que nutre. ¿No nos cansamos de las mesas de este mundo? Tener que escuchar cuando vamos a trabajar, a la escuela o donde nos movemos palabras de queja, de perversión, de pecado que contaminan y nosotros inconscientemente comemos y bebemos de todo eso.

La Biblia dice que la paga de esa comida, el fruto del pecado es la muerte, pero que la comida que nos ofrece Jesús es vida eterna en Cristo Jesús. Por eso, la mesa es importante, Jesús se ha sentado en ella en todo momento. En el Antiguo Testamento lo vemos como el que era, pero Él aparece proveyendo de alimento, aparece como el maná en el desierto dándoles de comer, aparece como la roca que da de beber, Jesús está presente.

En este trimestre estamos hablando del que es y lo vemos. Jesús interviene en la historia en medio de una humanidad que no podía saciar su hambre y el mismo se presenta como el pan de vida abriendo la mesa. El pasaje de Lucas 22 será el inicio de la pasión de Jesús, todo comienza en la mesa, pues la mesa está antes del Getsemaní, esta antes de la cruz, antes de la resurrección, antes del retorno de Jesús y estará cuando él venga. Que tremenda la invitación a la mesa de Jesús, todos hoy no estamos sentados solo en una congregación, sino estamos sentados en la mesa del Rey de Reyes y Señor de Señores.

Jesús eligió rotos como nosotros, eligió cojos, eligió mendigos de amor, de gracia, de misericordia y nos trajo a esta mesa bendita que es su iglesia, que es su cuerpo. En Lucas 22 Jesús está con sus discípulos quienes son la primicia de la iglesia, los discípulos son la muestra gratis de lo que será la iglesia a lo largo de la historia. Jesús vino para entregar su vida, para padecer en la cruz, venció a la muerte, resucitó y está sentado en el trono con el Padre, pero dejó al Espíritu Santo quien hace dos mil años nos está trabajando, preparando y trayendo a la mesa de Jesús revelando su vida.

Jesús pone la mesa al principio y al final de todo.

En esta mesa les cuenta a los discípulos el deseo que tenía de compartir esa mesa con ellos. La mesa de pascua empezó ese día y todavía no se ha cerrad. Jesús abrió la mesa ese día a través de su sacrificio y hasta el día de hoy está abierta, después de compartir esa mesa Jesús iría a la cruz.

Para Jesús, ese lugar de encuentro y comunión era el punto de partida necesario. Naturalmente, Él deseaba la mesa porque sabía que, después de eso, vendría la cruz. Cualquiera que tiene que enfrentar un momento de sufrimiento, previo a eso quiere estar con sus amigos, quiere estar con la gente que ama, con las personas de las que recibe fuerzas, compañía, pero eternamente Jesús está diciendo ya anhelo estar con todos ellos.

¿Si Cristo mismo disfruta de la mesa, de la comunión, cuánto más nosotros?

Jesús sabe que es necesario estar en la mesa para soportar el sufrimiento, es necesario alimentarse de la comunión para lo que vendría. Parece que lo primero que hacemos en la vida es olvidarnos de la relevancia de comunión con Dios. Y la mesa se convierte en una rutina permanente, los que sirven, los que no sirven, los que viven, parece que es una mesa que se torna monótona, cuando en realidad es la comida de vida.

La mesa de Jesús la construimos entre todos. Los discípulos hacen lo que Jesús les pide y preparan todo como él les dijo. Las invitaciones de Dios requieren fe, son incómodas pues, nos desafian a creer que las cosas cambiaran, que puede venir la restauración de nuestras familias, que nuestras historias pueden ser diferentes. Solo debemos dar el paso como hicieron los discípulos y nos daremos cuenta que ya de antemano Dios había preparado la respuesta. Todo lo que hacemos es darnos cuenta que antes éramos mendigos pero cuando encontramos el pan le decimos a los demás mendigos donde encontrar ese pan, ¡esa es la iglesia! En Jesús somos diferentes.

Hay un avivamiento para los que están en la mesa.

Cuando llegan los discípulos al lugar a donde Jesús los envió encuentran a un hombre, el que puede ser el Espíritu Santo, el hombre del agua que nos conduce al aposento alto, al lugar de la mesa, al lugar donde se prepara la comunión de la cual somos parte. En ese lugar la mesa se extiende, los discípulos prepararon la mesa y cuando Jesús llega les expresa el deseo de compartir en comunión con ellos.

¡Cómo nos atrevemos a perder la pasión por la mesa de Jesús! Qué fácil que es servir al Señor de la mesa y disfrutar de su comunión, pero muchas veces se comienza a convertir en una religión y perdemos el deleite de estar sentados a la mesa, de disfrutar de lo que él tiene para nosotros.

No perdamos nunca el hambre de Dios ni el deleite de estar en su Presencia. Su mesa es el mejor lugar; que nunca dejemos de valorar su Presencia.

Jesús se para en ese lugar donde está con sus discípulos y los invita a tomar la copa de vino que representa a su sangre que será derramada. Los invita a disfrutar pues él no volverá a comer físicamente de esa mesa hasta que el día que regrese para volver a disfrutarla. Disfrutemos de comer de la mesa del Señor porque después comemos en otro lado, nos intoxicamos y después nos quejamos. Pues solo la mesa del Señor es la que nos nutre.

Luego toma el pan partiéndolo y le da un pedazo a cada uno compartiendo los unos con los otros, esa es la esencia de la comunión. Necesitamos de la vida de Jesús que hay en nuestro hermano, necesitamos de la vida de Cristo que fluye a través del otro. Ese pan representa el cuerpo de Cristo, el cual fue partido para salvación. Cuando Jesús toma la última copa les da a conocer a sus discípulos que en esa mesa se encuentra alguien que lo iba a traicionar. Pero, se entristece sabiendo que a quien lo haga le esperaba gran aflicción, no hay acusación de parte de Jesús, sino que su corazón se aflige. Entonces los discípulos comienzan a preguntarse ¿Quién sería? pues no tenían ni idea de que era Judas de quien hablaba Jesús, no se lo imaginaban.

Nosotros no tenemos problema con la invitación a la mesa, su gracia nos ha abierto la puerta, estamos sentados a la mesa porque el precio del ticket de entrada fue la sangre del Cordero. Entonces la invitación a la mesa no es el problema, la provisión del pan y del vino no son el problema, somos aceptos, la misericordia de Jesús nos atrae una y otra vez a la mesa, el problema es si somos traidores o no a la mesa de Jesús.

Traicionar la mesa es estar sentados a la mesa viviendo en pecado, caminando conforme a nuestra voluntad, comiendo de otros lugares. Nos nutrimos y absorbemos lo que la mesa tiene pero no somos capaces de compartir con otros, somos parte de la congregación, pero con una vida de pecado permanente y siempre encontrando las excusas. Todos podemos ser parte de esta traición por eso la voz del Espíritu Santo hoy nos llama pues, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Estamos todos sentados por la gracia de Dios en esta mesa.

Podemos adorar bonito pero nuestro corazón puede estar puesto en traicionar a Jesús. El Señor no nos desecha como no lo hizo con Judas, sino que su corazón estaba dolido y deseaba que Judas cambie, pero expresa Jesús ¡pobre aquel que traicione a la mesa! Pobre aquel que en un contexto de santidad viva una doble vida, pobre aquel que come de la mesa del Señor y que come de la mesa de pecado permanentemente.

En la mesa, Jesús no solo provee lo que necesitamos, sino que también abre su corazón.

El apóstol Pablo habla una y otra vez de que el Señor nos ha hecho dignos de compartir su sufrimiento, pues el sufrimiento de Cristo es nuestro propósito. Cuando venimos a Jesús Él cambia nuestras vidas, perdona nuestros pecados, sana nuestras enfermedades, pero todo esto son las añadiduras. Todo lo que Dios hace es para compartirnos su corazón porque cuando nos sentamos en su mesa y él nos comparte su sufrimiento, entonces encontramos en los sufrimientos de Cristo nuestro propósito y destino para que nuestras vidas dejen de estar vacías.

¿Cuáles son los sufrimientos de Jesús? La gente que se pierde, la necesidad de las personas, cambiar nuestras historias, cambiar las realidades de las ciudades. Cuando nos sentamos a su mesa anhelamos ayudar a las personas, vivimos para amar a nuestros hermanos, para perdonar, para bendecir a muchos y entonces nuestras vidas cobran sentido. Ya no somos solo personas que vamos a trabajar doce horas por día, sino que vamos a trabajar y al ver el dolor en los demás nos ocupamos de mostrarle a Cristo e invitarlos a la mesa también.

Jesús se sienta a la mesa para cambiar las cosas, para mostrarnos lo que hay en su corazón. Y cuando nos sentamos a la mesa de comunión con Él, comenzamos a encontrar sentido en nuestras vidas y descubrimos nuestro propósito.

Judas no solo es un traidor porque entrega a Jesús, sino que está tomando de la mesa para sí mismo sin compartir con nadie. La traición de la mesa es cuando estamos sentados solo para recibir pero somos incapaces de dar, o solo recibimos y lo que damos es queja, murmuración. La mesa de Jesús es muy grande, en la mesa del Señor hay sanidad, hay provisión, hay perdón, hay misericordia. Pero, es necesario entender el propósito y el principio, porque nos acostumbramos a absorber y nos olvidamos que tenemos que aprender a arrepentirnos, a nutrir la vida de Cristo en la mesa del Señor, que no solo alcanza con decir que tenemos un lugar, que nos soporten como somos. Debemos analizarnos para ver qué debemos cambiar, qué tenemos que transformar, no se trata de nuestros hermanos, sino de la gracia y misericordia del Señor para ocupar el lugar en la mesa.

El problema de la mesa no es lo que se pone en la mesa, sino ver que estamos traicionando la mesa, estamos perdiendo la devoción y el amor. Vemos que después que Jesús terminó de hablar con los discípulos de que lo iban a traicionar, se comenzaron a pelear por quien era el más grande, al igual que hoy la gente busca grandeza. Dios hizo a los seres humanos para la grandeza y las personas buscan sentido, por eso nos fanatizamos por causas.

Buscamos algo que nos apasione porque nuestro corazón tiene la forma de Dios, y Él es grande. Sin embargo, ese vacío solo Él lo puede llenar.

Cuando los discípulos empiezan a discutir Jesús les explica que en la mesa de este mundo el mayor es el que se sienta a la mesa y les habla de cómo los gobernantes de este mundo se hacen llamar amigos del pueblo pero abusan de la gente por medio del poder. Pero que en el reino de los cielos el más grande es el que sirve y les hace ver que él ha venido a servir, quien ha conquistado a la muerte, el objeto de nuestra fe, el creador del universo vino para servir no para ser servido.

Jesús no apaga el deseo de grandeza en sus discípulos; en cambio, les ofrece algo aún más grandioso. Más allá de que sean grandes y extraordinarios en todo lo que hacen, deben comprender que en la mesa de Jesús el mayor es el que sirve. Les enseña que su deseo es que prosperen en todo, así como prospera su alma. Sin embargo, para que les vaya bien, deben entender el verdadero principio de la grandeza en el reino de los cielos.

Hoy debemos comprender que nuestro trabajo no es para servir únicamente a nuestros jefes, sino a Dios. Recibir un título universitario no es solo un logro personal, sino una oportunidad para servir a los demás a través de la profesión que Dios nos da. Tener una empresa o un negocio no es solo para nuestro sustento, sino para cumplir un propósito mayor y servir a Dios. Criar hijos no es solo motivo de orgullo personal, sino un recordatorio de que le pertenecen a Dios y fueron llamados a servirle. Servir a Dios en la iglesia, en cualquier área, significa entender que lo que hacemos no es para la gente, sino para Aquel que está sentado en el trono.

La mesa es un lugar de grandeza y quizás en el mundo nos han dicho que no servimos para nada o que nuestras vidas no tienen valor, entonces sentémonos con claridad en la mesa renunciando a la traición. No podemos estar sentados a la mesa como un traidor, viviendo una mentira, tratando de cubrirnos con la fe de los demás, reconozcamos nuestras fallas.

A veces estamos tan llenos de cosas que no vienen de la mesa del Señor, que perdemos el hambre y la pasión por Jesús. Vayamos a su Presencia para renovar nuestro anhelo y deseo de Él.

Podemos leer en su palabra que, en los últimos tiempos, muchos negarán su fe. Sentados a la mesa, vivirán en traición, sobreviviendo sin sentir a Dios, con el corazón apagado. Lucharán por sí mismos en vez de servir a los demás, vivirán para que el mundo les rinda honor y los trate como desean, en lugar de morir a sí mismos para bendecir a otros. No hay otro lugar mejor que la mesa del banquete.

No podemos ofrecer algo mejor que la mesa de Jesús. En ella, estamos personas imperfectas, pero lo que determina si somos como Judas o como otro de los discípulos es nuestra actitud frente a Jesús.

Presentémonos dignos de la mesa, recuperemos el hambre del primer amor, porque un avivamiento viene a la mesa del Señor. El Rey de Gloria se pone de pie y nos dice cuánto desea sentarse a la mesa con nosotros. Vuelve a levantar la copa para ver nuestros corazones encendidos, para quitar la venda de nuestros ojos y ayudarnos a valorar lo que es verdaderamente importante. Quiere ver nuestro arrepentimiento genuino para perdonar nuestros pecados y librarnos de las consecuencias. ¡Ay de aquel que traicione la mesa! Cuánto sufrimiento y cuánta pérdida para quien menosprecia la mesa.

El Señor trae un avivamiento a la mesa. Él vuelve a levantar la copa, el vino del gozo, de la sanidad, el vino que trae libertad. Parte el pan para que no haya ningún necesitado. El Rey viene a levantar esa copa de alegría, anunciando que muy pronto volverá para cenar con nosotros, para reinar y disfrutar cara a cara con Él, para siempre.

No negociemos la mesa ni la pasión. El Señor solo necesita gente con hambre, porque trae un avivamiento a la mesa. No seamos negligentes, cuidemos la mesa. Partamos el pan y el vino para que el Espíritu Santo nos lleve a la mesa y podamos disfrutar de ella.

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